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115 por Chenie

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Notas del capitulo:

 

 

Intenta recuperar el aliento mientras deja a las demás personas pasar antes que él. Por suerte, ha logrado llegar a la última parada del autobús a tiempo, después de una carrera que ha convertido un camino de veinte minutos en siete. Incluso el conductor sonríe al reconocerlo como el suicida que iba saltándose semáforos para poder ganar al autobús en su camino hasta la parada. Asiente por toda respuesta mientras recoge su ticket.

A las ocho de la mañana, el autobús siempre está lleno. El olor a tabaco, a café y a tostadas recién hechos sigue impregnado en la ropa de los pasajeros. Luego está el del sudor, la humedad y el mal aliento que se entremezclan, dejando un aire amargo en el ambiente. Está tan acostumbrado a él que le parece que sigue en casa.

Se hace un hueco entre la gente que ya va de pie por falta de asientos, y consigue una posición favorable frente a la puerta trasera. Su sitio de siempre. Le espera un largo viaje de cuarenta minutos, lo mejor será que vaya bien agarrado.

Tampoco allí dentro puede recuperar el aliento, pues no hay aire suficiente. A su alrededor ya no queda ni un espacio libre, y la gente ansiosa por ser superior a algo parece que respira con mayor intensidad por robar el aire de los demás. En una sociedad competitiva, hasta un autobús se convierte en campo de batalla.

Como puede, consigue sacar el móvil del bolsillo, colocarse los auriculares y poner la última canción que escuchó anoche antes de dormir. O, más bien, la canción que llevaba escuchando desde hacía tanto tiempo que no sabía ni cuánto ya. Una lenta melodía inunda sus oídos y le hace sonreír aunque la canción es triste, llena de nostalgia y melancolía.

Apoya la cabeza en la barra metálica en la que está apoyado y su mirada se cruza con la de un muchacho que está de pie unos asientos más allá, junto a una señora mayor a la que, con toda certeza, le ha cedido su asiento. Ambos sonríen, el muchacho como un simple saludo; él con tristeza.

Las personas que los separan y que le impiden llegar hasta él desaparecen en su mente, pero de todas formas le resulta inalcanzable. No es un simple desconocido, y lo reconocería en cualquier parte, en cualquier situación, aunque ni siquiera pudiera verlo. Podría decir qué pensaba, completar sus frases, adivinar la ropa que llevaría al día siguiente en función a la que llevaba el día de hoy. Conoce absolutamente todo de él. Y por eso sabe que es inalcanzable.

A pesar de eso, hoy sus miradas se cruzan con complicidad. Con experiencias compartidas. Con besos robados y caricias traviesas. Con sentimientos exactamente iguales. Con un mismo pensamiento y una misma sensación. La de la añoranza.

Aunque después tenga que volver a pisar tierra, volver a la fría y cruel realidad, no aparta la vista de él. Quiere saborear el momento. Recordar sus rasgos. Retenerlos para siempre en su memoria. A pesar de saber que mañana, cuando coja este mismo autobús, en esta misma parada, con la misma gente y las mismas caras, volverá a encontrarlo fácilmente, con una rápida mirada y unas tímidas sonrisas.

Siempre había sido así…

Lo había visto por primera vez el dos de enero de 2011. Lo recordaba con tanta precisión porque en la celebración de Año Nuevo unos amigos le habían destrozado el coche y ahora tenía que coger el autobús para llegar a su trabajo. Si antes no le motivaba madrugar, menos le gustaba tener que hacerlo ahora una hora antes.

Trabajaba en la aburrida empresa de su padre por no haber sido lo suficientemente valiente como para oponerse. Su traje impecable, su corbata bien anudada y su pelo perfectamente peinado con la raya al lado le dejaban claro todas las mañanas que había sido un cobarde por no perseguir sus sueños. Pero aún después de terminar la universidad y trabajar en el negocio familiar no sabía exactamente cuáles eran esos sueños. O si alguna vez los había tenido.

Ya eso no importaba. Subió al autobús con las cuatro personas más que esperaban por él. El interior abarrotado lo agobiaba un poco pero pudo ocupar un buen lugar junto a la puerta trasera. Subió el volumen de la música en sus oídos para dejar atrás el cotilleo local de la gente aburrida y cansada que no tenía nada mejor de lo que hablar. Política, fútbol, romances de fulanita… nada de eso podría importarle a las ocho de la mañana.

Se agobiaba cada vez más. La gente empujaba y se apretujaba cuando alguien se bajaba en alguna de las paradas, con la intención de ver si habían dejado algún asiento libre. Él se encaramaba cada vez más a la barra a la que se sujetaba y deseaba que todo el mundo se bajara en la siguiente parada para tener un poco de libertad. Pensar que tendría que estar así durante un mes, hasta tener de nuevo coche, lo agobiaba un poco más. Si era posible.

Mientras resoplaba con miedo por quedarse sin aire vio a un chico que parecía estar pasándolo peor que él. No tenía un sitio tan estratégico como el suyo y una mujer mayor le daba con el bolso en cada curva o en una parada brusca. Sonrió para sus adentros compadeciéndose de él, ya que a pesar de eso le sonreía a la señora cada vez que esta le pedía perdón.

En la siguiente parada, el chico se apartó para dejarla pasar. Parecía aliviado. Fue entonces cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando y él se preguntó cuánto tiempo llevaba sin apartar la mirada del muchacho. La retiró en ese mismo momento, avergonzado.

En ese momento no pudo imaginar cuántas miradas llegarían después.

Pero llegaron de todos modos. El chico siempre estaba allí, a veces lo encontraba sentado. Y era ese chico quien buscaba su mirada, ¿curioso, tal vez? No sabía por qué, pero no las retiraba ya que el otro tampoco lo hacía.

Una semana después llegó la primera sonrisa. Y con ella fue la primera vez que no se arrepintió de coger el autobús.

A veces el insufrible paseo en autobús se le hacía incluso corto. El despreciable olor a tabaco que le impregnaba de lleno del hombre que siempre estaba a su lado ya no era tan desagradable. Ni siquiera se acordaba del volumen de la música y se había enterado de que un tal Xiumin había sido transferido a China, entre otras cosas.

Todo pasaba desapercibido. Nada le importaba. Solo se hacía paso entre la gente y sus historias hasta llegar a su barra de siempre, desde donde buscaba al muchacho que ya tenía preparada una sonrisa para él. También sonreía sintiéndose estúpido.

Se sentía estúpido porque después de un mes intercambiando tontas miradas y sonrisas, no se atrevía a preguntarle nada. ¿Cómo iba a hacerlo? Era imposible llegar hasta él. ¿Y qué iba a decirle, de todos modos? No sabía a qué estaban jugando. Tal vez era un loco psicópata que le sonreía amablemente a todo el mundo para no levantar sospechas. Por eso era estúpido sonreír como un bobo cuando lo veía, o echarlo de menos los fines de semana cuando no tenía que coger el autobús.

Echarlo de menos…

Su corazón se aceleraba cuando lo veía bajar en su parada, una antes de la propia. Era el momento en el que estaban más cerca. Era el único momento del trayecto en que no se miraban. Como los desconocidos que eran.

Echaba de menos a un desconocido. Así de estúpido se sentía.

Hasta aquel día, 18 de febrero. Un martes especialmente oscuro y lluvioso. La tormenta de la noche anterior no lo había dejado dormir bien. Ni siquiera había tenido de disimular las ojeras debajo de sus ojos, que se le cerraban cada dos por tres de camino a la parada del autobús. Pero se mantuvo igualmente despierto cuando la mirada habitual del muchacho se fijó en él.

La señora del bolso del primer día había desaparecido. Aunque el hombre con el olor a tabaco seguía allí. Había gente empapada que no se había acordado del paraguas. Y pequeños charcos en el suelo de los que sí los habían llevado. No había habido ninguna sonrisa, de ninguno de los dos.

Aún la esperaba cuando el chico se colocó bien su mochila sobre el hombro. A diferencia de los otros días, esta vez no apartó la mirada de él cuando se acercó a la puerta. Fue en ese momento en el que le sonrió mientras acariciaba con un sutil roce los dedos que rodeaban la barra para evitar caerse.

Un escalofrío le recorrió de arriba abajo. Cogió el papelito que le ofrecía, con el que había tocado su mano, antes de que las puertas se cerraran apartándolo de él.

LuHan. Habitación 115.

No había nada más.

 

Había pasado todo el día preguntándose qué significaría eso. ¿Sus miradas terminarían en una habitación de hotel? En ese caso, ¿de qué hotel? Estaba decepcionado. Tanto por no tener más información, como porque todo tuviera esa conclusión tan evidente. Al menos ahora sabía su nombre.

Pero no tenía dirección, ni fecha, ni nada. De todas formas, ¿habría aceptado? No lo conocía y esto no parecía una cita normal. Una cita. Debería estar loco de pensar en esto como una cita. Ni siquiera habían intercambiado una palabra.

Aún así la idea del psicópata loco había desaparecido de su mente. No lo miraba por simple distracción. Tampoco era curiosidad. Ni compasión porque recibiera bolsazos de una mujer. No. Lo miraba porque parecía haberse convertido en un adicto a sus ojos. Porque veía en ellos algo nuevo cada día. Porque escapaba en ese intercambio de miradas del agobio, no solo de la gente, sino de la vida. De su trabajo, de sus sueños fracasados, de su familia conservadora. Escapaba de sí mismo viéndolo a él. LuHan…

Vivía en una sociedad frívola. Competitiva. Pero sus miradas no competían. Sus miradas solo miraban, intentando conocer, intentando averiguar, intentando descubrir algo más en el otro. ¿Por qué? No había un porqué. O no quería descubrirlo por miedo a estropearlo.

Dulzura. Esa era la palabra que definía sus ojos. Algo que no había conocido ni en sus padres.

Llovía también el 19 de febrero. Con menos fuerza, pero el autobús resbalaba igual por las huellas de agua. Llegó a su sitio de siempre con más dificultad que de costumbre. Y maldijo a todo el mundo, como el primer día, al ver que no había nadie donde tendría que estar LuHan.

Le daba igual ser un estúpido para entonces, no podía evitar sentirse aún más decepcionado que el día anterior. No era tan egocéntrico como para pensar que la ausencia de LuHan tenía que ver con que él lo dejara plantado o lo que fuera, pero ya no podría preguntarle a qué se refería. En el caso de que se hubiera atrevido…

Tal vez ni siquiera decepción era la palabra. Se sintió repentinamente vacío. Abandonado. Solo.

 

Después de que los días siguientes LuHan tampoco apareciera empezaba a creer que todo había sido producto de su imaginación. Una ilusión tonta. Una huida de la realidad que estaba solo en su cabeza. Había pasado fines de semanas enteros imaginando que se presentaba a LuHan. Y que sus vidas cambiaban, así, por arte de magia. Por una mirada. Pero no dejaba de ser tan solo su imaginación, horas aburridas y demasiado largas en las que su vida pesaba tanto que necesitaba crear otra.

Y aún así, el pequeño papelito ya desgastado y arrugado en su mano, seguía siendo más real que cualquier otra cosa que tuviera ahora mismo.

Pero no tenía sentido. Ese era el problema.

No fue hasta a principios de marzo, sin volver a verlo en el autobús y sintiéndose aún más estúpido, cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Cuando le encontró el sentido a ese pequeño papel que guardaba todos los días en su bolsillo.

Nunca se había fijado qué había en la parada donde LuHan se bajaba. Aquel día, quizás porque hacía dos meses que lo había visto, giró la cabeza instintivamente. En la acera de enfrente, con unas paredes blanquísimas y tan alto que llegaba hasta el cielo, se abría la figura terrorífica de un hospital. Se le encogió el corazón. Las letras del papel aparecieron en su cabeza sin necesidad de mirarlo.

LuHan. Habitación 115.

Más que estúpido, ahora se sentía un miserable. El muchacho había querido mostrarle algo más de él. Podría haberlo estado esperando, como había hecho cada mañana en su sitio en el autobús. Pero no había aparecido. Pensaría que, al fin y al cabo, no tenía motivos por los que aparecer. Aunque no fuese así.

Tenía tantos motivos para visitarlo, como los había tenido LuHan para informarle de donde estaría.

Las puertas se cerraron como a cámara lenta y el trayecto se hizo aún más pesado. Los cuarenta minutos de viaje entre los ojos de LuHan se hacían breves, se convertían en un suspiro. Sin él eran cuarenta minutos. Ese día, en cambio, parecía que no terminaría nunca.

Al volver del trabajo no volvió a tomar el autobús como de costumbre. Era diferente tomar el último de la noche al primero de la mañana. Iba vacío, con asientos de sobra, con el aire impregnado de vidas que habían ido bajando y subiendo a lo largo del día, quedando atrás. Siempre se sentaba en el mismo sitio al volver a casa. En el asiento que ocuparía LuHan si no hubiera nadie sentado. No esperaba una revelación sobre él, solo quería sentirlo más cerca.

Esa noche, sin embargo, volvió caminando. No iba a ir directamente a casa.

Buscaba con el corazón en un puño la habitación 115. Pensaba en qué diría. ¿Qué excusa daría? ¿Solo debía presentarse? Demasiadas dudas cruzaban su cabeza. Demasiadas preguntas sin respuesta. Y sin embargo sus nervios, esa sensación de cometer un error, de ser un estúpido, no eran suficientes para que diera marcha atrás. Quería volverlo a ver. Quería conocerlo. Quería ser algo más que una simple mirada.

Ahora no se sentía estúpido. Solo loco.

El número 115 desgastado lo miraba como burlándose de él encima de la puerta. Tragó saliva ruidosamente. Le sudaban las manos. La corbata le ahogaba. No podía ser tan difícil: solo tenía que entrar, verlo, y largarse. Él sabía su nombre, también LuHan tenía derecho a saber el suyo.

Abrió la puerta con los ojos cerrados. Pensaba que así sería menos vergonzoso pero no lo fue. Por primera vez lo escuchó. Una melodía suave y armoniosa transformada en risa. Una risa que nunca olvidaría. Abrió de nuevo los ojos y se le cayó el mundo encima.

A pesar de su risa, la mirada de LuHan ya no conservaba su calidez. Ya no era un refugio. Ahora no era más que un cúmulo de dolor, de lágrimas guardadas y de vida sin color. Y de todas formas él se sintió aliviado de poder volver a verlos, porque seguían siendo los mismos ojos, el mismo brillo, solo que cubierto con un matiz de tristeza.

-Hola – dijo desde la cama.

Su voz era preciosa. Era lo único que podía pensar en ese momento.

-Hola – respondió simplemente.

Pero no era eso lo que quería hacer. Quería abrazarlo. Protegerlo. Susurrarle al oído que lo había echado de menos. Que lo necesitaba. Sin embargo, no sabía cómo hacer algo así pareciendo una persona normal.

-Pensé que no vendrías – murmuró LuHan en voz baja.

-¿Por qué no iba a venir?

-¿Y por qué sí? Sería lo normal.

Lo normal… Hacía tiempo que lo que era normal o no ya no tenía sentido.

-No sabía qué era lo que me estabas diciendo – reconoció avergonzado. – Habría venido antes.

LuHan volvió a reír. Jugaba con sus manos entrelazadas sobre la cama y evitaba su mirada a toda costa. Eso hacía que también quisiera reír.

-¿No es ridículo?

-Sí – reconoció.

Se atrevió a ir hasta la cama y se sentó a su lado. En el silencio, los latidos de su corazón se escuchaban demasiado fuertes. También miraba las manos de LuHan. Nunca lo había tenido tan cerca, nunca lo podría haber percibido tan bien. Y ahora se daba cuenta de que cada uno de sus rasgos eran más perfectos de lo que había imaginado.

-Gracias – susurró. Lo miró por fin.

Negó con la cabeza.

No estaba allí por pena. Ni por compasión. Ni por un motivo que él mismo conociera. Solo sabía que lo echaba de menos y que algo le había instado a seguir la única pista que tenía.

-Me llamo SeHun – dijo sin saber qué más decir.

-SeHun – repitió el muchacho.

Y se quedaron en silencio. Intercambiaban miradas. Nada más. Como en el autobús. Como si no necesitaran nada más para conocerse. Para los dos era importante el otro. Y ambos lo sabían. Por ahora, no necesitaban nada más.

 

Al día siguiente, SeHun decidió volver a usar el coche. Hacía tiempo que se lo habían arreglado, pero había preferido el autobús. Bueno, a LuHan. No pudo dormir bien durante la noche, así que agradeció poder levantarse un poco más tarde.

Después de su escueta presentación, las palabras sobraban. El silencio entre ellos era como la calma en una cuidad ruidosa, con prisas que, al final, no iba a ningún lado. El silencio entre ellos era una meta, un refugio. Le gustaba ese silencio.

Volvió al hospital después del trabajo. No le importaba tener que prepararse un juicio, ni estudiar leyes y casos que no le interesaban, no le importaba dormir un poco menos. Solo quería verle. Era algo así como una necesidad básica tan importante como beber agua.

Entró en la habitación sin tantas vacilaciones y LuHan sonrió con alegría. Sus ojos, aún sin color, seguían brillando con tristeza, pero volvían a ser ese refugio que tanto anhelaba. Se sentó a su lado, colocando el ramo de claveles sobre la mesita de noche. Rojos y blancos.

-Qué sorpresa – comentó LuHan feliz.

-¿Por qué?

-No esperaba que volvieras. Pensaba que… “ya habías cumplido”. – Dibujó las comillas en el aire con sus dedos. – Siempre me he arrepentido de decirte dónde estaba. Te puse en un compromiso.

Era la frase más larga que había dicho nunca. SeHun esbozó una sonrisa sin ganas.

-Vendré todas las noches. Y no lo haré por estar en un compromiso. Vendré porque quiero venir. Porque quiero verte. Podría decirse que hasta soy egoísta.

Sintió sus propias orejas arder por haber sido tan franco. La risa de LuHan le hizo olvidarse de su vergüenza. Valía la pena con tal de escucharlo reír.

-Me gusta la idea de que vengas todos los días. Será como ir todos los días en el autobús.

-¿Acaso lo echa de menos?

LuHan se encogió de hombros.

-Sí. Me siento un poco menos solo. Pero creo que ahora no me importará.

Cogió su mano con timidez y sus orejas ardieron una vez más.

El silencio volvió a hacerse presente, como la noche anterior. Pero nunca era incómodo. Ambos lo preferían. SeHun vivía rodeado de gente que hablaban a todas horas, que intentaban imponer su opinión a toda costa, era normal entre abogados. Por eso prefería el silencio que le brindaba LuHan.

A diferencia de la noche anterior, sin embargo, sus manos permanecieron unidas, entrelazándose con más fuerza a medida que se oscurecía el cielo. Una promesa implícita en su despedida hizo que LuHan terminara de quedarse dormido cuando aún estaba allí.

Volvió al día siguiente, a la misma hora. Y siguió yendo en los días que siguieron.

Ni siquiera quería descubrir por qué LuHan estaba en el hospital, pensaba que si lo conocía la imagen que él había ido formándose de él se rompería. El silencio era como un secreto que solo sabían mantener ellos dos. Y era eso lo que los unía. Tampoco LuHan quería hablar de sí mismo, ni hacía preguntas. De alguna forma, solo necesitaban al otro… como un elemento más de su rutina diaria en un viaje en autobús que realizaban todos los días.

Aquel cinco de abril, sin embargo, algo había cambiado.

Un pañuelo azul rodeaba la cabeza de LuHan, cubriéndola por completo. Él sonrió de todas formas, como siempre. Y SeHun sintió que lo invitaba a pasar. Cerró tras de sí y se sentó en su sitio habitual en la cama, junto a él. Como un acto reflejo, cogió su mano. Algo había cambiado, pero de todos modos no podía dejar de mirarlo. Porque eran sus ojos. Su refugio. Y por ello podía ver que su mirada era más triste que siempre, más oscura. Sus ojos estaban hinchados y lo enfocaban con dificultad. Su sonrisa temblaba.

-¿Qué te pasa?

LuHan se sorprendió. Él mismo se sorprendía.

Pensaba en LuHan antes de dormirse y pensaba de nuevo en él cuando se despertaba. Lo echaba de menos en el autobús y obligaba al tiempo a ir más rápido para poder verlo al salir del trabajo. Se imaginaba a sí mismo diciéndole lo mal que se sentía. Que estaba solo y atrapado sin salida. Que él era su salida. Aunque después no hablaran y pasaran las horas en silencio. Le gustaba hablar con él en su imaginación.

Por eso le sorprendió que esa pregunta saliera de sus labios, porque era algo que solo ocurría en su imaginación. Porque pensaba que su relación era egoísta por ambos lados, que se necesitaban el uno al otro, y por ello estaba allí. Pero no porque realmente necesitaba verlo bien. Le sorprendió preocuparse por él. Tener miedo del cambio por si había un cambio más drástico una próxima vez.

-Hace unos días empecé la quimioterapia – respondió LuHan sin mirarlo. – Tengo cáncer.

Su voz le recordaba a la del juez cuando dictaba una sentencia. Y probablemente así era.

Había sido directo y claro, y su corazón se deshizo lentamente, allí, delante de él. Pues había perdido la sonrisa. Su alegría. Ya no podía ser un refugio.

No quería más detalles. Ya se sentía bastante mal por no haber hecho nada por él en estos días. Solo estar allí, a su lado. ¿Y si necesitaba desahogo? ¿O consuelo? ¿Y si quería contarle todo? ¿Por qué le dijo dónde encontrarlo?

-Estoy bien, SeHun – murmuró sobresaltándolo. – Está bajo control.

No lo creía, pero asintió. Y asintió porque ahora más que nunca necesitaba ese silencio que tanto buscaba a su lado, que le agradaba y que lo tranquilizaba. Sus problemas se desvanecían cuando las palabras no fluían. Era como si no existieran porque no se decían en voz alta.

Como la enfermedad de LuHan. Era más feliz sin saber qué le pasaba. Solo estando a su lado. ¿Estaba pidiendo demasiado?

-No tendría que haberte dicho nada – comentó LuHan.

No, no tendría que haberlo hecho.

-SeHun…

Era lo que más repetía a lo largo del día. Su nombre. Como si hubiera esperado mucho tiempo para saberlo. Quizás era así. También él había deseado saber el suyo en esos fines de semana en los que se dedicaba a imaginar encuentros absurdos entre ambos lejos del autobús.

Pero ahora lo decía de otra forma. Como una súplica.

¿Acaso pensaba que las cosas cambiarían a partir de ahora? ¿Que no iría a verle? Se equivocaba si era así. Ahora lo necesitaba más que nunca. Era como si su reloj se hubiera acelerado y el tiempo corriera a más velocidad. No podría abandonarlo.

¿Tenían una relación? No lo sabía. No, no la tenían. Y no la quería, tampoco. Porque tenían algo más, algo mucho mejor. Tenían una rutina compartida. Y un silencio cómplice. LuHan era su refugio. Lo había sido y lo seguía siendo sin que él mismo pudiera saberlo. Y ahora que se daba cuenta de que ya no podría contar con él todos los días de su vida, que no se repetirían sus visitas, ni sus miradas, que perdería sus sonrisas… ahora quería más de él. Quería conocerlo.

El silencio se perdería en sus recuerdos. Su vida en palabras permanecería en su mente.

Lo abrazó, queriendo hacérselo saber. Pero en silencio, como estaban acostumbrados. LuHan se aferró a su chaqueta como a cámara lenta y una calidez que nunca antes había sentido le invadió de arriba abajo. LuHan apoyó la cabeza en su hombro y uno de sus suspiros chocó contra su cuello.

Se estremeció. LuHan rió.

-Creo que esta noche te echaré más de menos que las anteriores.

-¿Me echas de menos?

Volvió a reír, casi en un suspiro.

-¿Te parece absurdo, verdad?

-Sí. – Lo abrazó aún más. Sus dedos chocaron con el nudo del pañuelo y quiso llorar. – Pero te entiendo demasiado bien.

LuHan se apartó de él con tan pocas ganas como las de SeHun. Cogió su rostro entre las manos y sonrió al juntar sus frentes. Le gustaría devolverle la sonrisa, pero quería disfrutar de la suya.

-No te sientas mal por mí. – Enredó sus manos en el pelo de SeHun. – Gracias a esto te he conocido. Me pondré bien, ¿sabes? El destino te ha traído hasta aquí. No me apartará de ti tan fácilmente, ¿no?

Ninguno de los dos se lo creía.

LuHan terminó con la distancia que los separaba. Juntó sus labios con lentitud. ¿Timidez, tal vez? Su corazón explotaría en cualquier momento.

Mentiría si dijera que nunca había imaginado esta situación en sus ensoñaciones despierto. Pero también mentiría si dijera que su imaginación lo había captado tal como era. No se parecía en nada.

Los labios de ambos encajaban perfectamente con los del contrario. Sus lenguas se encontraron con facilidad cuando ambas bocas se abrieron en perfecta armonía. Bailaban. Sus sentidos también lo hacían. Sus percepciones del mundo físico y real desaparecieron. LuHan. Solo existía él. Era su refugio, actuando con más fuerza que nunca. Era el poder de su mirada concentrada en su contacto. En las caricias de sus labios. Un beso tranquilizador. Un beso eterno, que al mismo tiempo encerraba la certeza de una despedida.

Un desahogo del dolor que ambos sentían. Un sustituto del silencio. Y de las palabras.

Al día siguiente sustituyó sus habituales claveles por rosas.

 

-Mañana saldré del hospital – anunció con alegría LuHan un día de mediados de julio.

SeHun lo miró interrogante. Sorprendido. Pero también asustado. Muy asustado. Si salía del hospital podía ser por dos motivos. O porque había mejorado. O porque no había solución. Y en cualquiera de ambas… ¿cómo mantendrían el contacto?

-La quimio ya no me deja tan mal. Vuelvo a tener hambre, incluso. Y ocupo un sitio importante para alguien más.

-Ven a mi casa, entonces.

Fue rápido. Claro y directo. Tal como LuHan lo había sido cuando le contó lo que ocurría. Tenía miedo de perderlo. En cualquier sentido. Solo quería que estuviesen juntos, que el tiempo pasara corriendo, sí, pero que ambos se burlaran de él estando juntos.

LuHan lo miró con ternura.

-¿Lo dices en serio?

Asintió. No había dicho nada más en serio en su vida.

-¿Por qué?

-¿Por qué? – Se rió exasperado. Impaciente. – Porque te necesito.

Ya no había lugar para la timidez. Ya no había lugar para nada más. Las agujas del reloj resonaban con fuerza en su cabeza.

-Me necesitas – repitió lentamente.

-¿Es absurdo?

LuHan rió. Negó con la cabeza.

-Posiblemente. Pero te entiendo.

Una conversación parecida, pero a la inversa, le llegó a la mente. Sonrió. ¿Cuánto hacía que no sonreía?

-Me iré contigo – continuó LuHan. – No echo de menos mi casa.

Lo recogió doce horas después, olvidando su trabajo. Llevaba tanto tiempo viéndolo con esa bata de hospital que parecía tener mejor aspecto cuando lo vio con ropa normal. Pero seguía estando cansado. Como todos los días. Su vida se escapaba lentamente y el tiempo corría demasiado rápido.

Sonaba una canción en inglés en la radio. Una lenta melodía. Nostálgica. Notas en armonía y una voz femenina casi celestial. LuHan subió el volumen y sonrió dirigiéndole una mirada curiosa.

-Me encanta esta canción. ¿La habías escuchado antes?

-No…

LuHan se acomodó en su asiento mientras sus dedos caminaban con debilidad sobre el hombro de SeHun, que iba conduciendo.

-Cuando te miraba en el autobús y distinguía los auriculares, me imaginaba que escuchábamos lo mismo. Y la gente lo escuchaba a través de nosotros. Mis ojos te cantaban las letras de la canción.

-Cántamela ahora.

-No me la sé. Solo me gusta escucharla.

-Apréndela para mí.

LuHan rió, como si se tratara de algo imposible.

 

Una guitarra acústica, sin embargo, lo acompañaba dos semanas después. Su voz sonaba débil en comparación con la melodía. Era perfecta de todos modos. Y su acento inglés era adorable. Una sonrisa idiota apareció en su rostro mientras lo miraba sin parpadear. Como en el autobús, LuHan le devolvía la mirada.

Y era totalmente diferente.

Ese refugio ya no era solo un refugio. Era su hogar. Nunca se había sentido parte de uno. Pero ahora que la voz de LuHan inundaba cada rincón de su pequeño apartamento, por primera vez, sentía que su vida tenía sentido. Que nació solo para vivir este preciso momento junto a él.

Absurdo, sí.

-… the silent whispers, the silent tears…

Su voz se perdió en el aire. Y el sonido de la guitarra se diluyó con ella.

Un dulce sonrojo adornaba ahora sus mejillas, visible a pesar de la oscuridad de la noche. SeHun había llegado a casa y LuHan no había perdido ni un segundo.

-Me la he aprendido – susurró.

-Te quiero – dijo SeHun por toda respuesta.

Lo envolvió con sus brazos. Le robó el aire y lo sustituyó por su calor. LuHan no se quejó, así que no disminuyó la fuerza de su abrazo. Necesitaba sentirlo junto a él. Necesitaba hacer física esa conexión que se había establecido entre ellos con la música.

-¿Me la grabarás? Quiero escucharte todos los días.

-Te la cantaré todos los días.

La última palabra quedó interrumpida por una suave tos a la que siguió el silencio. Solo era una tos. Pero para SeHun era un indicio de que el final estaba más cerca. El cáncer se curaba, sí. Pero no el de LuHan. Lo había sabido desde el primer momento. Y el paso de los días solo confirmaba sus sospechas.

-Te amo – dijo LuHan contra su oído después de unos minutos.

Su aliento impregnado en la piel fue como una oleada de calor en pleno invierno. Un calor que no molestaba en verano, tampoco.

LuHan se separó de él tan solo un poco, lo suficiente para mirarlo. Dibujó su dulce sonrisa con una mezcla de melancolía que le removió el corazón. Quiso preguntarle qué ocurría pero sus labios se vieron envueltos por los del menor. Todos sus sentidos se diluyeron, como ocurría siempre. No importaba cuántas veces tocara sus labios. No importaba tan siquiera que esperara el beso. No lograba ver venir sus efectos. Se perdía en él. Incluso a sí mismo.

Y no se recuperó cuando su boca se vio liberada. LuHan acariciaba con sus labios la piel de su cuello, tan solo rozándola. Quizás pedía permiso. O solo estaba nervioso. Una de sus temblorosas manos que hasta hacía unos minutos tocaban con delicadeza la guitarra, acariciaban ahora casi con miedo los botones de su camisa.

SeHun posó su mano sobre la del mayor. Se echó hacia atrás para que LuHan dejara de besarlo. Y sonrió con la misma tristeza con la que antes lo había hecho él.

También mentiría en esta ocasión si dijera que no lo deseaba con todas sus fuerzas. Y con todas sus consecuencias. Por eso la razón y la cabeza que le gritaban que debía detenerse, quedaron ignoradas en un nuevo beso sediento que aspiraba a alimentarse del alma de LuHan. Y de la suya propia. Hacía tiempo que confundía ambas.

Guió la mano de LuHan sobre sus propios botones. Los desabrochó él haciendo como que era el mayor quien lo hacía. Miraba hacia algún punto de su cuello, con la cara cubierta de un adorable color rojizo.

-Bésame – suplicó SeHun.

LuHan no se hizo de rogar. Mantuvo los ojos abiertos, fijos en él. Pendiente de la mano que se ocupaba ahora, por su cuenta, del último botón de la camisa. Se sintió expuesto, mas no avergonzado. La mano de LuHan recorrió débilmente su abdomen, desde el ombligo hasta su cuello, en línea recta. Lo abrazó entrelazando sus manos tras su cuello y profundizó un beso que ya de por sí los había dejado sin aire.

El mayor empujó la camisa sobre sus hombros y SeHun le ayudó a deshacerse de ella completamente. Era lo más lejos que habían llegado nunca. ¿Deberían continuar?

LuHan pensaba que sí. No se detuvo cuando de nuevo besó, mordió y lamió su cuello, sin ápice de la anterior vergüenza. SeHun gimió en un suspiro. No podría detenerse aunque quisiera. Y tampoco era el caso. La lentitud era en ese momento algo del pasado. Lo supo en cuanto vio que las manos de LuHan se encargaban del broche de su pantalón.

El tiempo pasaba entre ellos cada vez con más rapidez. Y ellos debían adaptarse a él.

La noche transcurrió más rápido de lo normal, incluso.

Cuando llegaba de trabajar, normalmente, cenaban juntos, hablaban hasta tarde y se acurrucaban en la cama hasta que el sueño los vencía. Siempre abrazados, sintiéndose cerca del otro, como algo esencial para conciliar el sueño. Al despertar seguían en la misma posición, con un sueño olvidado, pero con otro que comenzaba al ver a su acompañante.

Esa noche fue diferente. En todos los sentidos.

LuHan estaba ya despierto cuando él despertó. Fue él quien lo despertó por una ronca tos que no se detenía. Le daba la espalda, había roto el abrazo. También eso interrumpió un sueño que ya no recordaba. Aún no había amanecido y estaba seguro de que no hacía demasiado rato que se había quedado dormido.

Una sonrisa cruzó su rostro al recordar lo que había ocurrido.

Abrazó a LuHan por la espalda y besó su hombro en forma de saludo. Sintió la sorpresa de LuHan en su propio cuerpo y eso le hizo sonreír un poco más. Estaban tan cerca que podía escuchar los latidos de su corazón. Una melodía que no olvidaría jamás.

-¿Te encuentras bien? – preguntó en su oído.

Solían hablar en susurros y ninguno sabía por qué. El silencio los acompañaba siempre, era una forma de no interrumpirlo.

-Mejor que nunca – respondió LuHan cuando el ataque de tos se lo permitió.

-¿Quieres agua?

-Estoy bien.

Posó una mano sobre las suyas y tiró de él en un intento de acercarlo un poco más.

-¿No puedes dormir? – insistió SeHun de todos modos.

-No lo necesito. Ya estoy soñando. Sigue durmiendo tú, yo te seguiré.

Su voz era más débil de lo normal. Más ahogada. Aún así, se rindió y le hizo caso. Los párpados pesaban más que su fuerza de voluntad, así que no podía mantenerse despierto mucho rato más.

El sol veraniego en una persiana subida lo despertó con crueldad cuando ni siquiera había sonado el despertador. Era tarde, pero no le importaba. Sus brazos seguían envolviendo el cuerpo de LuHan y nada podría romper ese momento. Ni siquiera una llamada de su padre para echarle la bronca.

Lo había comprendido.  Su sueño comenzaba ahora. Era LuHan. Tan simple y fácil como eso. LuHan era ese sueño por el que tendría que dejarlo todo y empezar a ser él mismo. Nunca antes había sentido que en su vida algo valiera la pena. No le gustaba su rutina. Ahora la echaba de menos, porque dentro de esa rutina, LuHan hacía que cada día fuera diferente. No, nunca había tenido sueños. Pero ahora que sí lo tenía le alegraba saber que lo estaba viviendo. Y nada ni nadie podría impedírselo.

LuHan seguía durmiendo. Su mano aún acariciaba las propias. Besó su hombro con delicadeza para no interrumpir su sueño. Y se apartó de él con lentitud por el mismo motivo. Pronto también el mayor tendría que despertar, todos los días tenía que ir al hospital, aunque en un horario diferente.

Aún así, bajó la persiana para que durmiera un poco más y decidió prepararle un gran desayuno para que fuese animado. Después de cada sesión, LuHan volvía desanimado y sin ganas de nada. No quería que eso se repitiera siempre.

Sonrió al ver la ropa de anoche en el suelo de la habitación. También en la sala de estar. La fue recogiendo poco a poco. El tiempo debería haberse detenido anoche. La última prenda que cogió fue su camisa blanca, la cual tenía réplicas que llenaban su armario. Pero esta ahora era diferente. Una mancha roja llamó su atención.

Sangre. Había sangre cerca del hombro.

Sus planes de animar a LuHan se desvanecieron en el aire. Sus propios ánimos ya no existían.

 

Por alguna razón el coche le había parecido demasiado frívolo esa mañana. Quiso coger el autobús de nuevo aunque LuHan no fuera en él. Quería volver a aquellos días en los que no sabía nada de él, solo sus miradas y los recuerdos de su imaginación. Esos días en los que una tímida sonrisa hacía que el corazón se le detuviera.

Eran felices en sus ensoñaciones. No había nada que los pudiera separar. No había sangre. No había miradas tristes ni voces melancólicas. No había tiempo.

La noche lo recibía por la ventanilla de su asiento. Volvía del trabajo y, como siempre, el autobús iba más vacío que de costumbre. Y, como siempre también, pensaba en LuHan. Pero eran imaginaciones diferentes a las de aquellos días en los que no lo conocía. Ahora no sabía cómo hacer que se sintiera bien si él mismo tenía tanto miedo de perderlo. Cada vez más. Porque cada vez sentía que el momento de perderlo llegaría cuando no estuviera preparado.

Porque nunca lo estaría.

Su mirada se cruzó con la de LuHan que subía en la parada en la que siempre bajaba. También volvía a casa. Pero era tarde, él ya debería estar allí. Sonrió con timidez al sentarse a su lado, como si volvieran a ser dos desconocidos. ¿Era posible haber dado marcha atrás?

-Cuando me muera, debes estar bien – dijo sin ni siquiera mirarlo. – Cuando me muera, SeHun. Llora ahora delante de mí. Ahora que puedo consolarte y borrar tus lágrimas. No después.

Una vez más le hizo caso. Apoyó la cabeza en su hombro y rompió a llorar. Dejó escapar todas las lágrimas que no había llorado a lo largo de su vida. LuHan lo abrazaba sin pronunciar palabra. Él lloraba sin motivos aparentes. Pero era toda su vida la que escapaba por sus ojos. Quería que LuHan lo protegiera de todo. Quería que se quedara con él para siempre. Quería poder llorar todos los días en su hombro.

Llegó a casa más cansado que nunca, pero sin sueño. No cenaron. LuHan deshizo la cama y en algún momento él se cambió de ropa para tumbarse a su lado. Las lágrimas habían desaparecido a lo largo del camino. Era absurdo, una vez más. Era absurdo que fuese él quien llorara cuando era LuHan quien más sufría.

-Lo siento – se disculpó en un susurro.

LuHan besó sus labios, o cerca de ellos.

-No lo sientas. A cambio no llorarás nunca más. ¿Prometido?

Asintió. Era una promesa incumplible.

-Nunca más – repitió más para sí mismo.

-Estaré contigo. Siempre que tú quieras.

-Quiero que estés para siempre. – Lo abrazó con más fuerza. – No te vayas.

-Entonces no me iré.

-¿Siempre eres así de fuerte?

Una risa amarga se escapó de sus labios.

-Solo contigo. Solo a tu lado.

-¿Tienes miedo?

LuHan besó sus labios una vez más. Los besó con dulzura al principio, con urgencia después. Los besó como si fuera la última vez. Los besó con miedo de no volver a hacerlo nunca más. Fue su única respuesta.

 

Fue una nublada mañana de septiembre en la que LuHan ya no volvió a despertar. La almohada estaba manchada de sangre. Sus ojos permanecían entreabiertos. Se había quedado dormido antes de lo que él había querido. Pero para siempre.

SeHun amaneció abrazándolo con una sensación de vacío en su interior. Su corazón lo supo antes que nadie. El cuerpo de LuHan estaba a su lado, pero él no. Nunca volvería a estar a su lado. Ya no usaba ese pañuelo que siempre había cubierto su cabeza, el pelo había comenzado a crecerle de nuevo. Nunca ninguno de los dos lloró en otra ocasión. Todo era perfecto, como había sido desde un principio.

Por eso no lloró al encontrarlo sin vida aquella mañana. Ni lloró en los siguientes días. Ni en los siguientes meses. Había hecho una promesa. Volvía a esa rutina vacía, aburrida y sin sentido en la que nada importaba, en la que nada le interesa y en la que nada volvería a adquirir alguna vez algún color. No lloraba porque lo había perdido todo. Porque no le quedaba nada por lo que llorar.

LuHan era su sueño. Ese sueño por el que lo habría dejado todo. Ese sueño que le convertía en alguien especial. Ya no era más que un chico mediocre que iba a trabajar todos los días, como los demás. ¿Y qué sentido tenía llorar? Él no volvería. Y solo incumpliría una promesa.

Tiempo atrás, LuHan había grabado esa canción que tanto le gustaba. Con su guitarra y su suave voz. Esa voz que le desgarraba el alma, pero que le hacía estremecer todavía.

Era esa voz lo único que conseguía recordarle que seguía vivo.

Por eso es lo único que escucha desde entonces. A todas horas. Cuando duerme, cuando hace el desayuno, cuando trabaja, cuando va en el autobús… Y es allí donde sigue viéndolo como en aquellos días en los que vivían momentos juntos sin ni siquiera conocer sus nombres.

LuHan lo mira como siempre entre la gente, inalcanzable en su mundo de estrellas. Él es una estrella más. La que más brilla, la más fuerte. Y él le devuelve la mirada a pesar de saber que no lo encontrará en casa cuando regrese. Fingiendo ser fuerte por él. Sus ojos ya no son un refugio. Ahora son una tortura que le recuerda que ya no brillan. Ya no miran de verdad.

La canción termina por enésima vez cuando llega por fin a su parada. El brusco frenazo hace que la gente que queda de pie se tambalee y la ilusión de LuHan desaparezca como el humo. Humo. Aire. Ilusión. Eso es lo que es ahora.

… the silent whispers, the silent tears…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

¡Hola! ^___^

Por si alguien tiene curiosidad, la canción que se menciona es "Memories" de Within Temptation =)

Solo quería decir una última cosa... ¡gracias por leer! Espero que, si habéis llegado hasta aquí, os haya gustado :)


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