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Un Encuentro Accidental: Acallados se amaban. por CrawlingFiction

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Notas del fanfic:

Final alternativo especial de: http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=85047&warning=5

Disclaimer: No me lucro con las historias FICTICIAS que hago sobre estas personalidades. 

Notas del capitulo:

Hoooola♥. Bueno, ya para cerrar por fin con lo que fue UEA les dejo el capítulo que les había mencionado. Este cap está dedicado a los hermanos, como el ¡Qué hubiese pasado si...?

La historia:http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=85047&warning=5

Todavía estoy pensando en hacer una segunda parte pero no estoy segura todavía. Pero si tengo otro Bennoda en mente y empezaré a trabajar en ello y este frerard:http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=104219

Eso es todo por ahora. Espero les guste. Me pase de cursi y dramática pero ya saben que siempre soy así lol GRACIAS A TODAS, OTRA VEZ♥.

Un Encuentro Accidental: Acallados se amaban.

Capítulo I: Lovejoy.

>>Cuestión de minutos fue estar así. Inmóviles. A contados instantes de distancia y a pocas palabras. —T-te amo...-Musitó. Jason con lentitud y posicionando sus manos vendadas sobre las de su hermano que tomaban su rostro se acercó y le besó castamente. El pelinegro sorprendido cerró los ojos y le abrazó con fuerza manteniendo el frágil enlace para luego hundir su rostro entre los cabellos del otro.

—Ya…ya puedes irte.-Musitó soltándole con suavidad y acariciando con sus nudillos la mejilla de su mayor. Éste tomó dicha mano y la besó con cariño, le volvió a besar con delicadeza siendo envuelto por los brazos del más joven. <<

No, no puedo.-Musitó Shinoda mirándole a los ojos. El golpe que le dio al pecho oír eso le provocaba pequeños jadeos al menor.

— ¿D-De qué estás hablando?-Preguntó pestañeando rápidamente. Mike sólo le abrazó delicadamente, acariciando su cabello largo con la zurda. Jason sintió una fuerte necesidad de llorar. —Mike, no puedes hacerle esto a él, no puedes…-Murmuró temblando de culpa. —Yo soy quien debe…estar solo.

Las heridas por fin suturaron, los miedos, los fantasmas, el temor a empellones se vio obligada a retroceder, la carne que había invadido, el ser que iban pudriendo fue lentamente subsanada. Pero con ello las visitas de la niña de vestidos veraniegos y maletines llenos de libros y dibujos fueron apenas y un memorándum de su fragilidad pasada. Ella de la misma manera con la que había llegado, se fue. Y él no se lo reprochó. Más tiempo, juntos le habría lastimado y ya era suficiente de sufrir.

*

Ya sus pertenencias que tuvieron cabida permanente en los blancos estantes habían sido guardadas en una maleta. Ahora todo lucía amplio, sin usar, como si nunca esa habitación hubiese atajado su miedo y sus errores, volviéndolos un eco insoportable en las noches que dormía solo.

Las dudas, las preguntas sin responder, el silencio de esa última vez atosigaba la mente del joven aún frágil a los temores de su mente. Más no quería forzarse a nada, la espera valdría la pena, si es que algo valiese tanto. Desde aquella noche no logró dormir. Desde aquel momento esas emociones insanas que mantuvo durante años bajo llave de presión, estallaron cuan olla hirviendo, le lastimaron, le derruyeron, le cambiaron, le hicieron crecer, más, ahora, a meses de reponer la tragedia que su cuerpo y corazón develaba volvía…No era un fin, nunca lo fue, posiblemente fue… ¿Una espera? Se odiaba, se sentía avergonzado, asustado de su propia persona.

Hecho un ovillo sobre la rigidez de su cama, con la manta hasta el hombro y el aire frío colándose a su cuello desnudo. Llevaba más de una hora tratando conciliar el sueño. Mañana se irían por fin del Hospital, directo a Hawaii, él solo. Solo con su soledad, como siempre debió haber sido. Más sin embargo, el motivo de su tormento dormía plácidamente metros delante. Recostado en una silla, con un abrigo como cobijo. Lucía inocente, alguien perdido entre la multitud de rostros emborronados por el tiempo. Su protector y opresor, ingenuo, cándido, ajeno a tanto desastre. El niño castaño de ahora delgados vendajes cubriendo sus muñecas entrecerró los ojos, sintió la tibieza de sus pestañas húmedas unirse, la presión sorda en su pecho.

—No debes estar aquí, te retengo.-Dijo entre dientes mirando su silueta en la oscuridad de la habitación.— Adueñándome de algo que no es mío.-Cerró los ojos cansado, no del sueño, sino de tener que soportar los dramatismos de su mente. La exactitud de los minutos se difuminó y creyó dormir, esa sensación de aparente estabilidad se lo anunciaba. Olvidó. Tuvo un sueño hermoso, uno tranquilo. En brazos de su prohibición. Sintiendo el subir y bajar de su pecho sin remordimiento alguno, sus dedos deslizarse por las veredas de cabello café que armaban sus caricias, la tranquilidad que le invitaba su calidez. Algo sencillo, básico. No veía nada, sólo lo sentía. Lo vivía.

El temor, la inseguridad le hizo querer abrir los ojos. Lo meditó, no querría chocar con la realidad, por ahora no. Quería ser ignorante, ser feliz en medio de su ignorancia. Con necesidad se estrechó al cuerpo imaginario. A su ansiada tranquilidad materializada en un cuerpo irreal.

—Lo siento.-Murmuró. El menor lentamente abre los ojos. Michael le dedica una sonrisa apenas visible por la oscuridad de la habitación, pero estaba ahí. —El deber puede más que otra cosa.

—Tú también tienes un deber con Bennington.-Cuestionó nervioso

—Primero eres tú. Siempre lo serás.-Replicó, hizo que su menor se acomodara mejor apoyando su frente en su pecho, dejándose envolver por sus brazos. El vago sonido del ventilador de techo era toda la ambientación. —Primero es el amor.-Dijo casi para sí mismo. Su corazón detuvo, sus manos puestas casualmente sobre el pecho ajeno se encogieron en pequeños puños.

— ¡No puedes hacernos esto, Shinoda!-Exclamó Jason aferrándose a sus ropas de pura rabia. — ¡No merezco un segundo puesto ni Chester promesas falsas! ¡Maldito imbécil!-gritó soltándole sentándose con las rodillas pegadas al pecho. Pegó su nariz de sus rodillas y dejó soltar sollozos interrumpidos por sus tosidos. —S-Sé que soy una basura, lo sé, ¡Mira como estoy! ¡Soy un maldito espectro! Pero no merezco más complacencias por lástima, no soy tan poca cosa, todavía.-Dijo firme.

—No te estoy complaciendo con nada.-Respondió. Sólo eso. Jason esperaba otra respuesta por parte de su hermano. Algo más convincente. Gimió desgarrado en su rabia apretando sus piernas afincando sus uñas sobre su piel.

— ¡Mientes!-Gritó rabioso. Su garganta se tensó, no podía hablar más, así su mente estuviese maquinando diálogos suficientes para argumentarse un discurso entero. Sólo quería llorar de rabia. Y lo hizo. Sus piernas sufrieron ello. Se sentía humillado, y él mismo se lo causaba. Con esfuerzo se puso de pie para retirarse de la habitación más la fuerza con que lo sometieron contra el piso en un abrir y cerrar de ojos le despabiló y heló la sangre hirviente. Estaba debajo de su cuerpo, sus ojos se miraban con rabia, furia y necesidad. La mirada severa del mayor fue ablandando al notar la fuerza con que tomaba las muñecas de su hermano y su expresión destruida, más con la insistencia de ser fuerte. Su labio tembló, sus ojos pétreos humedecieron hasta hacerle borrosa la visión.

—P-Perdóname.-Le dijo soltándole. Más se quedó ahí. Apoyado con sus manos al suelo, arriba de los hombros de Jason. Éste se quedó inmóvil. —No tengo esos diálogos para aliviarte, no tengo ese valor, no tengo nada.-Confesó con voz demandante. —Sólo me quedas tú. Ambos solamente. Por favor.-Pidió. Jason le empujó.

— ¡Basta de tanta mierda!-Exclamó.

— ¡Cállate, vas a despertar a todos!-Le reclamó.

— ¡Me vale una mierda, todo me vale eso, Shinoda! ¡No me importa que se enteren! ¿Qué van a hacerme? ¿¡Volverme a atacar y enterrarme una vara en el culo!? ¿Qué harías tú? ¡Nada!-Le acusó con el rostro arrasado de lágrimas. Michael le tomó de la ropa y arrojó al piso chocando su espalda contra este con sordera.

— ¡No vuelvas a repetir eso en tu vida, imbécil!-Le gritó aferrando su agarre. El menor se pasmó. Hubo un demencial silencio. Sólo sus jadeos se oían. El rostro del mayor se deformó, sus fuerzas desplomaron y le soltó dejándose caer a su lado en el frío piso. Se deshizo de sus fortificaciones y rompió en llanto. Llanto cargado de culpa, rabia e impotencia. El menor sólo escuchó temblando de miedo y mortificación. Se acercó y le abrazó poniendo su cara en su pecho. Con ansiedad le correspondieron.

—L-Lo siento, lo siento, no quise decir eso yo…-Murmuró sintiéndose vacío.

—Te he fallado tanto, por mi culpa tu vida ahora es una caricatura.-Dijo ronco. —Te arrebaté tantas cosas. Y ni siquiera pude protegerte como debía haberlo hecho.-Agregó. El menor le soltó y sus manos ascendieron a los costados de su rostro, acunándolo y mirándole con una sonrisa de confort.

— Todo estará bien ¿Okay? Ahora estaremos juntos, no nos separarán otra vez. Me esforzaré con que sea así.-Aseguraba. El mayor calmó su arranque de miedo y se movió. Se secó la cara con los nudillos y se volvió a acostar, abrazándole. Se apretó al menudo cuerpo del castaño y suspiró.

—Me he dado cuenta que yo te necesito más que tú a mi.-Murmuró. —Si tan sólo…-Agregó mirándole fijamente. Podía diferenciar ese brillo en sus ojos. Tantas veces lo había notado. Años atrás. Meses atrás.

—No puedo combatir contra esa parte del pacto.-Confesó con una sonrisa triste. Michael asintió y como atraído por un imán se acercó y se atrevió a probar de esos labios de los cuales nunca debió saborear. El enlace fue ejecutado con timidez. Una mano le tomó de la nuca para aferrarse a su boca. Al cabo de unos eternos minutos le soltó y mantuvo sus frentes juntas entre cortos jadeos por la falta de oxígeno.

—Me rindo, otra vez.-Dijo con una sonrisa de lado, correspondida con una risita del menor.

*

—Bien…Estamos aquí.-Murmuró Jason. Dentro de unos minutos sonaría el parlante avisando que el avión ya había llegado al aeropuerto, para recogerle junto a otras personas rumbo a Hawaii, rumbo a un comienzo. El castaño suspiró y se volvió a sentar a la espera del avión. No estaba solo. A su lado, con cara de sueño se hallaba Mike Shinoda, sus miradas cruzaron y se sonrieron. —Mejor me siento a esperar.

—Los aviones siempre se suelen retrasar…-Comentó Mike acomodándose para ver bien a su hermano menor sentado a su lado con las maletas entre las piernas. —Y eso me alegra, es decir, no quiero que te vayas.- Jason le dedicó una sonrisa incómoda.

—Quizás regrese para vacaciones de verano. Me gustaba pasar esos meses yendo a la laguna con tus amigos y contigo.

—Te estás yendo muy lejos Jay, en ese entonces teníamos once y diez años.-Recordó mirándole enternecido. —Nos montábamos en las ramas bajas de ese árbol y saltábamos, el agua era verdosa y muy fría. Y nunca llevábamos toalla. Nos quedábamos parados bajo el sol tiritando esperando calentarnos.-Agregó riendo.

—Siempre olvidaba agarrarla.-Se inculpó con una risa. —Me gusta recordar cosas así Mike, cuando era todo medianamente normal.

—Igual no me arrepentiría de nada de lo que sucedió.-Confesó Mike poniéndose de pie. De golpe el menor recordó a la acalorada discusión que acabo con una extraña escena en el suelo de su cuarto de hospital. Acto seguido la voz distorsionada habló desde los parlantes sobre sus cabezas. Jason le sonrió y se puso de pie. Ya era hora de partir.

—Lamento que nuestros papás no hayan venido a despedirte Jay…

—No te preocupes. Tú lo haces de su parte-Dijo con una sonrisa.

— ¿Qué harás con…Annabel?-Preguntó Mike cabizbajo. Ya los pasajeros se dirigían a un pasillo que les llevaría afuera, junto al avión. Eran los últimos minutos.

— ¿Qué harás tú con Chester?-Preguntó sin esperar una respuesta. —Bueno, ya me debo ir.-Dijo con una leve reverencia dándose la vuelta, más una mano le jaló y en segundos estaba envuelto en los brazos de su mayor. Hundió su frente en su cuello y cerró los ojos. Extrañaría todo de él, hasta ese olor en su perfume. Pudo percatarse de que alguien estaba sorbiendo con la nariz y contenía la respiración. Y no era él. Él no era quien lloraba, no esta vez.

—Cuando llegues y te instales me llamas, ¿Está bien?-Ofertó. Jason asintió.

—No me vayas a besar.-Advirtió aferrándose más a su cuerpo.

—Intenté no hacerlo.-Confesó. El menor sintió una embargadora tristeza. Nunca serían hermanos normales, de los que pelean, platican y son cómplices de conquistas. Vivirían con ese recuerdo, esa necesidad toda la vida. No podrían separarse tampoco, la sangre y las fotos familiares los unirían, pero no como hubieran querido.

—Ya, adiós Mike.-Dijo soltándole. Se fijó que el de gorra tenía la mirada turbia de lágrimas. Estaban demasiado apegados, de todas las maneras posibles e imaginables, para poder separarse así. El menor tomó sus maletas con firmeza y le sonrió, más su sonrisa se modificó a una expresión de sumo dolor, se cubrió el rostro con la mano y respiró profundo. Se dio la vuelta y empezó a caminar entre la multitud. Su corazón bombeaba acelerado, más algo sentía muerto. Cada paso que daba le ocasionaba un retumbo de pensamientos chuecos en cometer una locura. Como zombi, absorto en la nada, queriendo desistir subió las escalerillas del enorme pájaro de metal. No cargaba más que una pequeña maleta de mano. Llegó con nada y se iría con nada. Muchas de sus pertenencias las habían botado tiempo atrás. Recordaba bien. Se sentó en el tieso e incómodo asiento y cerró los ojos.

— ¿Q-Qué carajos estoy haciendo con mi vida?-Se preguntó a si mismo con miraba turbia. —Esto no es normal.-Gimió. —Debo ser fuerte, debo mantenerme en mi objetivo…una carrera, una familia, un futuro, algo normal…-Cada palabra que decía causaba punzadas a su pecho como si lo estuvieran descosiendo. Pues ninguno podía relacionarle con él. La voz autómata de la azafata se hizo presente, los últimos pasajeros iban abordando y ubicándose. Sus lágrimas y expresión moribunda llamaron la atención de la pequeña y menuda rubia que daba las primeras instrucciones.

— ¿Se le ofrece algo, señor?-Preguntó la chica. Más su voz no era odiosa, como obligada a preguntar, sino amable, como la de una madre al ver a su hijo afligido sentado en el comedor durante la cena. Los pasajeros voltearon al ver al castaño de ojos de rasgos mestizos asiáticos.

— ¿C-Cual es el objetivo…de su vida?-Preguntó con un temblor en la voz. Nadie dijo nada, ni un gemido, una risita reprimida. Nada. La expresión de la rubia demostraba que había sido tomada por sorpresa. Más retomó la compostura.

—Ser feliz, joven.-Dijo firme a su respuesta. Jason miró a los pasajeros que le miraban. Sus caras reflejaban cierta empatía para con él. El castaño bajó la vista y se mordió el labio.

—Joven.-Llamó la azafata. —Si abordar este avión no le lleva a su objetivo, que es ser feliz, le pido expresamente que por favor bajar de la aeronave.-Pidió determinada más con una sonrisa comprensiva. El castaño al cabo de unos minutos se levantó y tomó su maleta y con una reverencia de respeto bajó, grabándose esos rostros de... ¿Orgullo? ¿Empatía? ¿Afinidad? Bajó las escaleras rápidamente y corrió dentro del aeropuerto buscando como demente a su hermano.

— ¡Mike! ¡Mike!-Gritaba corriendo tropezando con los demás transeúntes. Corrió hasta el estacionamiento donde sentado en la acerca con las manos en la frente y a ojos cerrados estaba. Su corazón se hinchó de alegría, dejo caer su maletita y se abalanzó al joven que sin caber en su impresión recibía su menudo cuerpo. —Mike ¡Mike! ¿Por qué no me detuviste? ¡¿Por qué no me buscaste!? Te necesito, no quiero separarme de ti, ¡Al diablo lo que digan todos! Yo sólo quiero sentirme completo.-Dijo apresurado entre sus brazos temblando. El pelinegro no creía lo que acababa de hacer su hermano. Sólo lo agradeció. Agradeció que él si fuese valiente.

Júbilo, nervios y felicidad eran el marco de su escena. Testigos a lo lejos les miraban. Enfrascados en ellos mismos, en sus brazos. Le soltó y le observó. Notó la pequeña cicatriz fresca de su cuello; estigma de un pasado. Se acercó tomándole de la muñeca y le besó dulcemente alrededor de esa zona rojiza del cuello. Ascendió a su mandíbula y finalmente a sus temblorosos labios, siendo acogidos como debía y no debía haber sido. Sin importar que les señalaran sostenían ese vínculo por ahora vital.

—Bienvenido a casa.-Dijo entre sus labios. El menor sonrió.

*

Semanas fueron pasando, el verdor del verano iba destiñendo a un acre neutro y helado entre las rejillas de la ventana, un mes, dos, el tiempo fue yéndose sin esperar a nadie. Un lugar desolado era ahora su hogar, su nido, su refugio de las preguntas. El remordimiento a veces susurraba diabólica raspando las ventanas cerradas por las noches, la incertidumbre le corroían la piel. Un nuevo apellido fichaba sus documentos. Una nueva vida que moría a las siete de la noche desde el balcón. La locura de su vida, la maldición de su familia, el qué dirán eterno de toda la comunidad, la sonrisa de buen perdedor del joven rubio de gafas, la rabia de un padre y desconsuelo de una madre, las cicatrices permanentes de sus antebrazos, cuello y espalda, las pesadillas de mero miedo. Y también los abrazos de consuelo, la ansiedad de algo nuevo, de algo apasionante, de algo juntos, siempre.

El castaño estaba sentado en la pequeña mesa de dos personas de madera vieja y usada, con una taza de té desprendiendo su humo aromático perfumando la pequeña estancia. Su suéter de punto grueso por las bajas temperaturas, la panorámica de la venta y la tarde desahuciada. Sus rasgos lucían más maduros, así sólo unos meses hubieran sido el brinco diferencial. Desde esa escapada cobarde e intrépida del avión a su viva imagen en brazos ajenos llorando de júbilo y alivio días iban girando sin esperar a un parpadeo de más. Escaparon dejando un par de cartas de disculpas a quienes lo merecieran, no tuvieron tiempo de una mejor logística que conseguir clandestinamente un cambio de apellido para el menor y rentar una casita abandonada a tres estados de distancia. Donde la tarde moría temprano y la noche radiante en lo vasto de su negrura tachonado de escarchas era protagonista eterna. Miedos y riesgos tomaron de más para cumplir su destino de amantes erráticos. Tan ocupados estaban en ello que su objetivo de amarse quedó a segundo plano.

La puerta abrió. El joven de dieciséis años giró la vista y sonrió automáticamente.

—Buenas noches, joven Lovejoy.-Saludó Shinoda con una sonrisa burlona. (N.A: Escogí un apodo que le ponían a Anna cuando joven). — ¿Cómo perece la noche por su ventana?-Preguntó con sorna. Jason rio y se paró para abrazarle al cerrar la puerta. —Te eché de menos.-Susurró pasando sus manos por los cabellos sedosos del menor.

— ¿Cómo estuvo tu día? ¿Conseguiste trabajo?-Preguntó preocupado el más bajo.

—Logré un empleo en una empresa que hace comics, son de la región, son nuevos en el medio y no tenían dibujantes y les gustó mi trabajo y les valió mierda mi edad.-Dijo caminando hasta el único sofá de la pequeña casa. Se acostó ahí estirando los brazos. —Un año de ahorros y trabajo bastarán para que puedas retomar los estudios. Mis padres tuvieron compasión de mí y no me cancelaron la beca en la Escuela de Arte.-Jason sonrió melancólico. —Nos deberemos mudar otra vez entonces. Pero dentro dos años mejor.-Aclaró. Jason asintió.

— ¿Tienes hambre?-Preguntó el menor parándose.

—No, comí afuera. El jefe es muy amable, me debió de ver cara de muerto de hambre.-Dijo con una risita. Más sus comentarios casuales más que divertir al otro le deprimirían. Y se dio cuenta.

—M-Mike…-Dijo casi en un susurro el menor apretando la taza de metal entre sus manos. — ¿No extrañas tu anterior vida? ¿Cómo puedes aceptar con una sonrisa todo lo que te estoy haciendo pasar? Tu vida…nuestra vida tan tranquila, tan normal…ahora…-Dijo cabizbajo. —No lo merecías…-Flaqueó.

—Cariño, ven.-Llamó el mayor poniéndose de pie. Jason intrigado caminó hacia él. El mayor le abrazó con cuidado y apoyó su frente del hombro ajeno. Lovejoy anudó sus brazos a la espalda baja del pelinegro y cerró los ojos. Paseó con calma sus manos dedicadas a hacer arte a la longitud de su espalda y hombros, lo enredó entre sus cabellos cafés y besó el espació entre su hombro y cuello. —Ahora mi vida es más difícil, pero está completa. Porque estás tú en ella. Gracias por hacerme valorar eso cada vez que me sonríes.-Agregó fundiéndose entre sus brazos. El menor quedó sin habla, cerró los ojos y sus pies y coordinaciones le fueron conduciendo al pasillo, a la puerta abierta y a la cama. Sus labios se unieron, desde instantes expectantes a que eso sucediese. Pasó sus manos y muñecas vejadas por la oscuridad de esos cabellos y dejó lo demás al tacto, sus ojos ahora. Sus rodillas flaquearon y sobre la suavidad de la colcha llegó a parar. El mayor se incorporó y sentó sin apoyarse con fuerza en el abdomen de su hermano, le tomó de los hombros y ahondó el enlace, del cual a veces salía a besar la blancura de su cuello.

—Quiero que otra vez seas mío.-Le susurró al oído abrazándole, sus amplias manos apoyadas en los omoplatos del joven denotaban su necesidad de poseerle. Jason suspiró y se separó de su hermano para mirarle. La oscuridad azulada de la habitación no era impedimento alguno para Jason, quería mirar la determinación de su mirada oscura. El menor volviendo a unir sus bocas hizo acostar al otro, que quedaba a merced del chico que le acorralaba con sus delgados brazos.

—Siempre lo fui, Mike.-Afirmó sentándose en su vientre. Se despojó de su camiseta y se envolvió en sus brazos otra vez. Con sus manos palpaba y acariciaba con lentitud su espalda, sentía las cicatrices de puñal en toda su longitud. Esto le estremeció más las pequeñas lamidas a su cuello le querían invitar a olvidarse un poco de la tragedia. A dejar de ser correcto y volver a su dulce abominación. Giró con el menor en brazos y lo dejó bajo sus brazos. Se abalanzó a su pecho y clavícula minándolo de besos, lamidas y mordidas. Los suspiros cambiaron a bajos gemidos, música. Dos pares de manos apresuradas se quitaban torpemente las ropas, en estos momentos inútiles para sus propósitos. Lovejoy entrelazó sus brazos al cuello de su mayor y se dejó hacer de sus caricias y sus manos que ya conocían cada milímetro de su piel. Sus manos se paseaban por sus muslos estremeciendo al pequeño. Sus besos iban bajando con determinación hasta que esas aniñadas manos frías le tomaron los hombros. —No lo necesito.-Aclaró con un suspiro. Sin previo aviso sus piernas se anudaron a su cintura y se abrazó a su pecho con ternura infantil. Sus uñas rasparon su espalda al sus vientres rozar. El de cabello azabache le dedicó una sonrisa y le besó impasible mientras sus dedos palpaban su estrechez. —N-No es mi primera vez.-Recordó con un corto gemido.

—Han pasado meses desde la última vez.-Respondió. —No quiero lastimarte.-Aclaró con un beso en la punta de la nariz. Lovejoy respiraba entrecortado y cerraba los ojos con fuerza soportando la dulce tortura que le procuraban.

—P-Por favor.-Pidió con un pequeño espasmo. El mayor ahondó el besó bruscamente en busca de su ansiedad y masculladas suaves. Sus piernas ajustaron a la otra anatomía y afincó las uñas a sus hombros, una ligera exclamación. Un vaivén que aceleraba y ralentizaba aturdiendo sus sentidos. El castaño le mordisqueaba el cuello tembloroso y como desahogo al placer mundano que recibía. Cerró los ojos, abstrayendo de otra imagen. Le tomaron posesivo de sus muñecas alzándolas sobre su cabeza para atacar su cuello con saña de besos y futuras marcas rojizas. Todo sucedía lentamente pero con la intensidad justa, no se devoraban, se amaban, sin contratiempos, sin más inculpaciones que sólo las reservadas al juicio final. La sinfonía descompasada de la cama, sus voces a bajos decibeles y el chirriar de las cigarras afuera eran la música que deseaban escuchar. Composiciones homónimas de sus carnes en pecado, momentos previos en llegar al clímax, al ruido desaforado, a los rasguños severos, a las mordidas, al pedir y respirar costosamente. Las piernas del menos temblaron y tobillos retorcieron, sus manos se agolparon como zarpas a las sábanas, como aferrándose a la realidad a la que iba volviendo segundo con segundo. Gotas lívidas de sudor corrían por sus torsos y sienes. Rieron y besaron, respiraban de su propio oxígeno. —Te amo, Shinoda.-Dijo cansado con el pecho subiendo y bajando el castaño de sonrisa aniñada y contagiosa. —Hacía años, te amo.-Susurró arropándose y sin quitar ese arco que formaban sus delgados labios. —Hace frío afuera.-Agregó con una risita tiritando aunque siguiese sudando. El mayor le condujo al lecho de su pecho y entre mantas se besaban fugazmente.

—Te amo, Lovejoy.-Le susurró. El chico negó con la cabeza. Ambos sonrieron cómplices. Ese sería su secreto, su historia y su mismo comienzo.

 

Notas finales:

Gracias a Unfornate por darme esa idea. No la quise extender más de lo necesario. Espero haya quedado bien♥.

 


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