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Backstage por LadyScriptois

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Notas del fanfic:

SEGUNDA TERMPORADA DE MEDIDA PUBLICITARIA

Disclaimer: los personajes de reconocimiento publico son ajenos a mi pertenencia, contrario a esto, la historia y los personajes originales si lo son. Esta obra no posee fines lucrativos.

PAREJA PRINCIPAL: BILL/TOM

PAREJA SECUNDARIA: BILL/BUSHIDO

Notas del capitulo:

26/12/13

SEGUNDA TEMPORADA DE MEDIDA PUBLICITARIA

Capítulo 1

 

Mientras escuchaba como en la habitación continua los cajones eran revisados en busca de una posible prenda para dormir, Bill secaba su larga cabellera.

 

Con diecinueve años, el cantante de Tokio Hotel había experimentado con su cabello más que cualquiera. Desde temprano tiñéndolo de negro, corto, largo, flequillo,  melena de león, iluminaciones, gel; e incluso meses atrás hermosas rastas bicolores lo destacaban. Sin embargo, esta vez no era algo llamativo a comparación de sus estilos anteriores, pero aun así parecía acentuar su belleza natural de una forma casi mágica.

 

Se podía describir como una hermosa marea: espesa y voluminosa. Esto último acentuado por las bien formadas ondas naturales que se formaban desde un poco más abajo de la raíz hasta las puntas; brillante y sedosa; tan negra como la noche; haciendo un hermoso contraste con la pálida piel del chico.  Su recorrido era disperso y extenso. Algunos mechones caían sobre sus blancos y delgados hombros cubriendo parte de sus frágiles brazos, pero si  alguna parte de la anatomía del chico no se salvaba de esa marea era su estrecha espalda, ya que sus ondas se extendían y se extendían unos centímetros más debajo de su cintura.

 

Bill solía dejar su cabello libre, y que se ajustara a su rostro, lo único que hacía era peinarlo pasando su mano o recogiendo algunos mechones tras su oreja.

 

Mirándose al espejo, se preguntó si tal vez se veía muy pequeño entre tanto cabello, tal vez demasiado delgado, pero luego enfocó como caía en sus hombros y observó que al cubrir algunas partes no se notaba tanto la falta de carne en esa área. Asintió complacido, pensando que lo ayudaba a disimular.

 

Meses atrás hubiese considerado que se veía realmente bien, que sus finos y angelicales rasgos eran acentuados; que la oscuridad de su cabello, sus labios rosados y su pálida piel combinaban a la perfección;  que se veía hermoso; y hubiese sonreído, pero hoy no se enorgullecía de la belleza que lo envolvía, simplemente pensaba que era ventajoso al disimular un poco su delgadez.

 

Terminó de ajustar su albornoz blanco y salió del baño, encontrándolo, como  lo suponía, buscando alguna prenda para dormir entre los cajones.

 

— Te demoraste. – le comentó, tomando una camiseta que hace algún tiempo no encontraba en su ropero. La extendió en su frente para observarla y sí, efectivamente era esa.

 

— Gracias. – dijo Bill, tomándola de las manos contrarias con una pequeña sonrisa y volviendo al baño, dejándolo con las manos al aire.

 

— Llamaron los chicos. – le comunicó el mayor, consiguiendo al fin un pantalón de chándal y pensando por qué Bill mezclaba su ropa con la suya.

 

El peliliso terminaba de colocarse la enorme camiseta blanca con estampados que simulaban grafitis y se tensó ante lo que escuchó. Su respiración se descontroló antes de que pudiera notarlo e intentó normalizarla.

 

— No pienses en ello. – susurró para sí mismo, sintiendo como un ligero temblor comenzaba en sus manos.

 

Rápidamente se acercó al lavado, tomando agua entre sus manos y llevándolas a su rostro con la esperanza de alejar los recuerdos que estaban por formarse en su mente. Sabía que iba a recordar, en algún segundo lo haría y de solo saberlo su estómago se contrajo.

 

Las náuseas estaban por comenzar y Bill realmente no lo quería.

 

—  Gustav dejó saludos y Georg dijo que más te vale y contestes para la próxima tu celular o cortará tu cabello. – siguió informando, sin ser consciente de lo que estaba causando en el menor.

 

— No hablemos de eso ahora. – pidió, encontrando fuerzas de algún lado para salir del baño.

 

Sabía que si seguía encerrado recordaría y sucedería lo inevitable.

 

Se sentó en la cama y con dedos temblorosos tomó su celular con la intención de apagarlo y observó las miles de llamadas perdidas. Sabía de qué querían hablar los chicos y eso hizo que su estómago se contrajera aún más. Sus vacaciones se acababan dentro de pocos días. 

 

— Cariño. – se sentó al lado del menor y acarició sus mejillas al notarlo un poco pálido. —  ¿Te encuentras bien?  

 

Bill conectó su mirada con la del mayor, pero el otro sabía que el pelinegro no lo estaba mirando. Su mirada estaba ausente, nublada por esas mil cosas  que el mayor aún no conseguía identificar. Siempre era así y sabía que Bill aún no estaba preparado para dejarse descubrir. Él simplemente lo abrazó e inmediatamente sintió como el cuerpo contrario comenzaba a relajarse y a expulsar todo ese aire que en algún momento contuvo.

 

Bill se apoyó contra el hombro contrario y cerró sus ojos respirando calmadamente. Las náuseas parecían irse disipando, con lentitud, pero lo hacían.

 

Al cabo de algunos minutos, cuando sintió que el pequeño simplemente estaba abrazado a su torso desnudo, decidió terminar de dar el mensaje de los G’s.

 

— Quieren planear el día para mudarse al nuevo lugar de la banda y...

 

—Por favor. – susurró. —  No hoy. – pidió besando el hombro desnudo  en el que estaba apoyado y recargándose nuevamente en él.

 

Cerró los ojos fuertemente cuando sintió sus ojos inundados de lágrimas y  un pequeño fragmento de un recuerdo le hizo dudar sobre si las náuseas le abandonarían esa noche.  

 

—Yo... ¿Sigo estando bien para ti? – preguntó luego de minutos, el menor.

 

El mayor no entendió a qué venia la pregunta, pero supo que Bill necesitaba una respuesta y limpió una lágrima que el pelinegro no supo que derramó hasta que el otro la retiró.

 

—Claro que sí – le respondió con sinceridad y besó castamente los labios del menor, quien se afligió porque una vez escuchó palabas similares y sólo fue una mentira. Una dolorosa mentira.   

 

El otro le besó con esa ternura y delicadeza que utilizó desde el primer día y sólo con eso una ligera sonrisa apareció en los labios de Bill. Él realmente esperaba que las palabras del mayor fuesen ciertas, porque no sabía si podría resistir ser repulsivo también para él.

 

Al sentir la pasión en los nuevos besos recibidos, Bill decidió dejar de dudar en ese momento y simplemente se entregó. Cuando se sintió apoyado contra las sábanas, cuando su cabellera negra se encontraba esparcida contra el colchón y tenía al mayor entre sus piernas desnudas,  supo que esa noche no iba a devolver su estómago.

 

Abandonó la rosada boca del menor dejándola ligeramente hinchada y bajó a su cuello mientras acariciaba sus piernas que lo rodeaban, sintiéndolo ligeramente ansioso.

 

Bill quería llegar  al terreno más seguro, ese donde las dolorosas imágenes no lo alcanzarían. 

 

El mayor se alzó entre las blancas piernas delgadas y  tomó su tobillo derecho besándolo juguetonamente. Bill rio.

 

— Me haces cosquillas. – le comentó, mirándolo sonriente.

 

— No se supones que es lo que debes sentir. – concluyó el otro divertido y el menor soltó una dulce carcajada que calentó el corazón del mayor.

 

Colocó las piernas del chico en su hombro derecho, inclinándose un poco para buscar entre el camisón la cinturilla de la ropa interior. Cuando la encontró, conectó su mirada profunda con la de Bill y supo que no estaba causando precisamente cosquillas cuando su  respiración comenzó a agitarse por las caricias que recibía en su bajo vientre.

 

—  ¿Con esto que sientes? –  le preguntó sonriendo altivo y Bill sólo se mordió inconscientemente el labio inferior ansioso por que el otro continuara.

 

Antes de que los traviesos dedos del otro le acariciaran un poco más abajo, estos se aferraron a la cinturillas de la prenda, y lo último de lo que fue consiente Bill es que estaba levantando las caderas para que el mayor lo desprendiera de la ropa interior.

 

Sin separar su mirada de Bill, separó las blanquecinas piernas, las flexionó y las apoyó en la cama. El menor soltó un gemido de sorpresa y estaba totalmente sonrojado; se sentía expuesto, aunque aún vistiera el camisón, pero sabía que en esa posición no era mucho lo que le cubría. Sin embargo, no intentó esconderse. La confianza con el mayor era lo suficientemente grande como para dejarse ver, además, no mostraba algo que el otro no hubiese visto antes. Sin embargo, Bill sabía que no se expondría de esa manera ante alguien más, comenzando porque estaba seguro que nadie querría verlo y porque su confianza estaba demasiado destruida.   

 

— Tú. –  le pidió al mayor y este despegó su mirada de su rosada entrada y de su sexo para desprenderse de su ropa. Sin poder evitarlo, gimió cuando el mayor se recostó sobre él y subió un poco su camisón permitiendo que sus erecciones se rozaran.

El mayor decidió que la única prenda estaba estorbando, así que la alzó sin más, teniendo expuesto todo el cuerpo de Bill para él. Estaba tan tibio, y se sentía tan suave y bien contra el suyo. También decidió que necesitaba hacerlo suyo.

 

Bill se aferró a su fuerte espalda y sustentó sus gemidos en la boca del otro cuando el mayor sostuvo sus caderas y lo arqueó un poco logrando más contacto en sus intimidades. Apoyó su frente en el hombro del mayor totalmente agitado cuando este aumentó la velocidad del rozamiento y se arqueó sintiendo eso en su vientre que definitivamente no era una arcada.

 

El delgado cuerpo de Bill se tensó bajo el suyo y supo que estaba muy cerca del orgasmo.

 

Estiró su mano buscando un profiláctico en la mesita de noche, lo tomó y lo colocó bajo la almohada. Estaba tan excitado como sólo Bill podría dejarlo y quería acabar con esa tortura, pero no tenía fuerza de voluntad para negarse a disfrutar del espectáculo que era ese cuerpo.

 

Él más que nadie sabía que la anatomía del menor estaba muy cambiada a comparación de lo que era seis meses atrás, así como también era consiente de todos los esfuerzos del de largos cabellos para recuperarse.

 

Sus costillas sobresalían creando un marcado relieve en su piel,  eso debido a la pérdida de peso que sufrió. Su vientre era plano en demasía, haciendo resaltar los afilados huesos de sus caderas. Se mostraba escasez en sus brazos, en su cintura curvilínea y estrecha y en su espina dorsal que parecía ser adornada por diamante que buscaban salir, que no eran más que los huesos de la columna amoldándose a la piel. Sus muslos siempre fueron escasos de volumen y esta vez no era la excepción, quitándole tal vez varios milímetros. Ese era el cuerpo de ahora, luego de dos meses bajo control médico, donde logró ganar algunos kilos que se acentuaban principalmente en sus mejillas. 

 

También estaban dos detalles más, los cuales acompañaban a su famosa estrella. Un tatuaje en su torso y otro en su brazo izquierdo. Ambos realizados con su compañía. Pero el que más amaba era el último. Lo acompañó no solo a realizarlo, sino que también le ayudó en el diseño, le prestó su mano para que aguantara el dolor y fue el primero en besarlo cuando el enrojecimiento y ardor se ausentaron.  Lo que no sabía es que cuando Bill decidió tatuarse la libertad deseaba que su brazo se desgarrara y la tinta llegara directamente a sus venas, pasara a su sangre y se acentuara en su corazón para que esa palabra se grabara allí.

 

Su medula espinal fue azotada cuando el líquido pre seminal empezaba a humedecer su miembro y alzó las caderas dándole a entender al otro cuan necesitado estaba. Y Bill gimió agudo cuando su mensaje fue entendido y un dedo acariciaba su esfínter probando algunas veces la resistencia de los músculos, sin animarse a profundizar.

 

Usualmente Bill no era tan ansioso al momento del sexo, se dejaba disfrutar de cada caricia recibida y sonreía como enamorado cuando el mayor decidía hacérselo lento y suave. Sabía que lo romántico no era su fuerte, es más, nunca imaginó que pudiera ser tan atento algunas veces. No era la imagen que vendía precisamente, pero con él lo era. Le hacía sentir tan bien, en todos los sentidos, sobre todo emocionalmente.

 

Aunque no lo sabía, el mayor con cada embestida, con cada beso y con cada caricia que propiciaba en el cálido y estrecho cuerpo de Bill, solo estaba evitando que se acercara al sufrimiento.

 

Se dejó caer  en el pecho de Bill cuando este apretó tan fuerte en su orgasmo que le hizo acabar. Sentía su cuerpo totalmente pesado y pudo haberse quedado dormido sobre el pecho del menor de no ser porque estaba aún dentro de él.

 

Compartieron un beso suave mientras salía con cuidado para no lastimarlo y lo besó castamente antes de levantarse e ir al baño para limpiarse y deshacerse del preservativo. Tomó el pantalón de chándal que buscó durante largo tiempo, se lo colocó y, sin poder evitarlo, besó nuevamente a Bill antes de dirigirse a la cocina dejándolo sonriente.

 

Se envolvió en la sábana que de igual manera tendría que cambiar y recogió su ropa, se dirigió igualmente al baño saliendo totalmente vestido y buscó una sábana limpia para tender en la cama, cuando terminó de hacerlo apareció el mayor con un bolw lleno con una rica ensalada de frutas.

 

El menor se sentó en la cama en posición india sonriendo risueño cuando el otro lo hizo a su lado y le entregó un tenedor para fruta. Era su nueva adicción. Ahora, usualmente, la única azúcar que consumía era la de las frutas, dejando de lado a aquel chico al que le encantaban los ositos de goma de colores y el mayor lo sabía. Al igual que sabía que una ensalada de fruta era lo que más deseaba Bill luego de que intimaran.

 

Bill tomó un pedazo de fresa y lo llevó a su boca, saboreando y sintiendo de pronto un antojo que hace meses no tenía.

 

— Quiero pastel de fresas. – le comunicó al mayor, quien se sorprendió un poco.

 

—  ¿En serio? –  preguntó con una sonrisa.

 

— Sí. – dijo con un puchero.

 

— Me alegra saberlo. – sonrió. —  Pero no saldré a esta hora. – añadió, sabiendo las intenciones del menor y que no encontraría en Berlín una pastelería abierta a las tres de la madrugada.

 

Bill bufó pensado que los pucheros nunca funcionaban con el mayor.

 

Terminaron su aperitivo entre pucheros de enfado fingidos por Bill y sonrisas divertidas del otro. Y Bill, como siempre hacía cuando dormían juntos, se acopló al costado del mayor y se dejó abrazar.

 

—  ¿Duermes? – le preguntó el mayor.

 

— No.

 

—  ¿Crees que puedas mantener tu antojo hasta mañana?

 

—  ¿En serio? –  se apoyó en sus codos intentado ver en la oscuridad al otro.

 

— Te llevaré a la mejor pastelería del país y lo prepararán como tú quieras. – le dijo sincero.

 

Que Bill quisiera un pastel era algo que no dejaría pasar ni por que tuviese que cruzar todo el continente. Cualquiera lo haría luego de haber visto al chico no tolerar siquiera comer una galleta e ir a vomitar.

 

Bill besó castamente al contrario agradecido. Se acurrucó nuevamente a su lado y  pensó que quizás los pucheros empezaban a funcionar con Bushido.

 

Al cerrar los ojos, un recuerdo le azotó.

 

«—Esta es mi parte favorita de tu cuerpo.− dijo Tom, acariciando con sus pulgares su cadera desnuda. – Y el tatuaje la hace ver más linda aún.

 

—Y… uhm… ¿Cómo salí en la evaluación? – dijo con la respiración agitada, soltándose del agarre e intentando pasar por alto las palabras de Tom que lo hicieron sentir más calor en sus mejillas.

 

—Siempre estás perfecto para mí.»

 

Dolorosa mentira.   

 

 

 

 


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