En la habitación reinaba el silencio,únicamente interrumpido por el tintineo de los cristales de colores colgados de las vigas del techo. Al moverse capturaban la luz de las velas en los candelabros, transformando el aire en decenas de arco iris.
No había ventanas por las que poder ver el exterior, solo una puerta que casi siempre permanecía cerrada.
En el centro de la estancia, había un niño, de no mas de cuatro añitos, muy entretenido en un trozo de tela blanca a la cual estaba cosiendo dos botones, rojos, como sus ojos. Estaba empezando el que sería su primer amigo. Porque, si, el pequeño Kaname no tenía amigos de verdad.
Solo conocía a su querida hermana, una criatura como él; no sabía cómo eran las demás criaturas de este mundo, vivía apartado, protegido siempre por "ella".
"Ella" decía que era mejor así, las otras personas son malvadas, egoístas y traicioneras; solo quieren hacerles daño pero su nuevo amigo no sería así, le enseñaría a ser bueno, no importaba que no pudiera hablar, ni siquiera importaba que no fuera real, él no le haría daño como hicieron daño a sus papás.
Terminó con el segundo botón, alzó la tela y sonrió emocionado, tampoco le importaba que hubiera quedado un poco vizco, cuando practicara un poco más le saldría mejor.
Oyó entonces un chasquido del cerrojo de la puerta, se giró y miró expectante como se abría lentamente; solo podía ser una persona la que pudiera abrir esa puerta. Apareció por ella una mujer joven, hermosa con la piel blanca cremosa, los labios carmesí, los cabellos castaños recogidos con una diadema de perlas; el cuerpo delgado enfundado en suave seda borgoña con hilos de oro.
Hacía mucho que no la veìa así que, emocionado, corrió a abrazarla, hundiendo la carita sonrojada en los pliegues de las faldas.
Yuki Kuran se agachó de inmediato, enternecida por la efusividad del pequeño, para rodearle el cuerpecito con sus largos brazos. Era un asunto urgente el que la llevaba allí en esos momentos, no tardó ni un segundo mas y comenzó a hablarle al pequeño niño con toda la calma de la que se veía capaz.
-Cielo, escucha, esto es muy serio; tenemos que irnos.
Kaname alzó la mirada sin comprender. Había vivido allí desde siempre, esa era su casa, su hogar, ¿porqué tenían que irse? ¿a dónde?
- Tranquilo- le dijo ella- han pasado algunas cosas... los aldeanos nos han descubierto, ahora vienen hacia aquí. Tenemos que irnos a un lugar seguro.
-¿Dónde?, ¿podremos volver?
- Alún día... He encontrado un sitio en el que estaremos a salvo. Tendrás una torre para ti solo, con vistas a una ciudad preciosa...
¿Una ciudad? Entonces... ¿podría ver personas de verdad?
-¿Dónde es? ¿podré salir?
Yuki lo miró muy seriamente, esto tenía que entenderlo muy bien.
-No, no puedes dejar que te vean. Nos vamos a París...
(fin de capitulo)
eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
En la habitación reinaba el silencio, únicamente interrumpido por el tintineo de los cristales de colores colgados de las vigas del techo. Al moverse capturaban la luz de las velas en los candelabros, transformando el aire en decenas de arco iris.
No había ventanas por las que poder ver el exterior, solo una puerta que casi siempre permanecía cerrada.
En el centro de la estancia, había un niño, de no mas de cuatro añitos, muy entretenido en un trozo de tela blanca a la cual estaba cosiendo dos botones, rojos, como sus ojos. Estaba empezando el que sería su primer amigo. Porque, si, el pequeño Kaname no tenía amigos de verdad…
Solo conocía a su querida hermana, una criatura como él; no sabía cómo eran las demás criaturas de este mundo, vivía apartado, protegido siempre por “ella”.
“Ella” decía que era mejor así, las otras personas son malvadas, egoístas y traicioneras; solo quieren hacerles daño… pero su nuevo amigo no sería así, le enseñaría a ser bueno, no importaba que no pudiera hablar… ni siquiera importaba que no fuera real, él no le haría daño como hicieron daño a sus papás.
Terminó con el segundo botón, alzó la tela y sonrió emocionado, tampoco le importaba que hubiera quedado un poco vizco, cuando practicara un poco más le saldría mejor.
Oyó entonces un chasquido del cerrojo de la puerta, se giró y miró expectante como se abría lentamente; solo podía ser una persona la que pudiera abrir esa puerta. Apareció por ella una mujer joven, hermosa con la piel blanca cremosa, los labios carmesí, los cabellos castaños recogidos con una diadema de perlas; el cuerpo delgado enfundado en suave seda borgoña con hilos de oro.
Hacía mucho que no la veía así que, emocionado, corrió a abrazarla, hundiendo la carita sonrojada en los pliegues de las faldas.
Yuki Kuran se agachó de inmediato, enternecida por la efusividad del pequeño, para rodearle el cuerpecito con sus largos brazos. Era un asunto urgente el que la llevaba allí en esos momentos, no tardó ni un segundo mas y comenzó a hablarle al pequeño niño con toda la calma de la que se veía capaz.
-Cielo, escucha, esto es muy serio; tenemos que irnos.
Kaname alzó la mirada sin comprender. Había vivido allí desde siempre, esa era su casa, su hogar, ¿porqué tenían que irse? ¿a dónde?
- Tranquilo- le dijo ella- han pasado algunas cosas… los aldeanos nos han descubierto, ahora vienen hacia aquí. Tenemos que irnos a un lugar seguro.
-¿Dónde?, ¿podremos volver?
- Algún día… He encontrado un sitio en el que estaremos a salvo. Tendrás una torre para ti solo, con vistas a una ciudad preciosa…
¿Una ciudad? Entonces… ¿podría ver personas de verdad?
-¿Dónde es? ¿podré salir?
Yuki lo miró muy seriamente, esto tenía que entenderlo muy bien.
-No, no puedes dejar que te vean. Nos vamos a París…