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Trescientas sesenta y cinco oportunidades por Daomine

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Notas del capitulo:

Un día en el parque acuático.

Trescientas sesenta y cinco oportunidades

 “No es nuestra posición, sino nuestra disposición lo que nos hace felices”

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Un niño corre de un lado a otro, quiere ver a los animales, al pingüino. Daría lo que fuera por tocarlo, darle de comer uno de los pescados que están en la cubeta…se emociona cuando por fin puede hacerlo, grita, mira sus padres y sonríe.

Se nota que la está pasando genial.

La verdad, es que todos los otros mocosos están igual.

Gritan de un lado a otro, aplauden, se pelean por los helados, tironean a sus padres por todo el parque acuático, poco les importa el calor, el cansancio de los mayores.

Van de allá para acá, algunas veces se detienen para recuperar el aliento…y es ahí cuando le miran durante un buen rato.

Su expresión, sus ojos,  la forma en la que frunce los labios, la fuerza con la que aprieta ese trozo de papel…todo desencaja con la alegría del lugar, con el sol resplandeciente. Es por eso que no pueden dejar de mirarle con la boca entreabierta hasta que  sus padres los obligan a seguir, a dejarle en paz.

Él, por su parte, no se entera de nada.

No es consciente de estar en el mismo lugar por al menos dos horas, tampoco se da cuenta acerca de la obvia intención de lo demás de dejarle solo; nadie se acerca, a excepción de los niños curiosos que logran escabullirse durante unos segundos.

Es por eso que pega un respingo enorme en cuanto un enorme helado  aparece frente a sus narices.

-Tómalo-

Levanta la cabeza con la intención de mirar a quien le ha sacado de su ensimismamiento, pero se detiene a medio camino; no tiene intenciones de conversar, mucho menos de forzar una sonrisa, así que prefiere fijar la vista en aquella mano que casi roza la punta de su nariz.

-No gracias-ignora el ofrecimiento mientras aprieta inconscientemente el  sobre blanco que yace entre sus dedos-

¿Un helado?

Qué tontería… lo que menos necesitaba en el mundo era comer.

-No lo pregunté-sin pensarlo dos veces, toma con fuerza la mano libre del contrario, obligándolo a aceptar su ofrecimiento- Tu rostro me molesta, hace horas que espantas a los niños y a los animales-

Levanta el rostro de golpe al escuchar aquellas palabras, enfurecido. Sin darse cuenta, le toma por la solapa del uniforme, dispuesto a descargar toda la ira que hasta ese momento a duras penas había logrado contener.

-¿Qué diablos te pasa?-le mira con furia, aguantando las ganas de molerle el rostro a golpes-¿Qué te importa si yo…?-enmudece de manera abrupta al sentir algo frío y viscoso descender por sus dedos-

El helado.

Demonios…

Rin suspira una, dos, hasta tres veces antes de soltarle y preocuparse del helado que sostenía.  Un poco más tranquilo, barre con la mirada al muchacho que le había sacado de quicio en tiempo récord, comprendiendo el por qué le había dicho lo que le había dicho.

-Tú los cuidas, ¿verdad?-frunciendo el ceño, echa una probada- Urg…está demasiado dulce-murmura para sí mismo-

-No sé si lo es o no, se lo pedí a un amigo y te lo traje-le mira totalmente serio, no eleva el volumen de su voz, tampoco luce preocupado por el hecho de que estuvieran a punto de darle una paliza- Mi abuela solía darme caramelos cuando lucía horrible, así que…eso, adiós-no responde su pregunta, da media vuelta y se aleja nuevamente hacia el  sector de los delfines-

¿Horrible?

Pensativo,  le mira marchar. A su propio ritmo, comienza a caminar mientras prueba cada tanto el helado que ese muchacho tan extraño le había dado; arruga la nariz cada vez que lo prueba con la punta de la lengua, pero aun así jamás se le cruza por la mente tirarlo al tacho de la basura.

Después de todo, había sido un regalo.

Bastante extraño y fuera de lo común, sí, pero regalo al fin y al cabo.

Inconscientemente, Rin sonríe.

El idiota con ojos azules, cabello negro y rostro plano había sido el único en todo el lugar que tuvo las agallas necesarias –y el corazón- para acercarse a él y tenderle una mano solidaria. Le daba igual el hecho de haber sido ignorado por completo, sin mencionar que no había sido tratado como debería, pero…

…había sido lo suficientemente honesto e interesante como para sacarlo del hoyo negro en el que se estaba ahogando.

De pronto, se detiene de golpe en medio del parque, junto a la fuente principal.

Inspira aire con fuerza, cierra los ojos y aprieta los puños, casi pulverizando el ya desvalijado sobre blanco.

Maldita sea.

El volver a pensar en todo lo que había ocurrido durante la mañana lo había pulverizado, justo ahí, en medio de un hervidero de vida que le parecía ajeno. La verdad, es que quiere llorar, gritarle al mundo su rabia, su miedo.

 Debe hacerlo pronto, cuando no esté rodeado de su madre ni de Gou…

No puede derrumbarse frente a ellas, no. Tiene que estar firme, ser su apoyo, mantenerlas estables; si él caía, era cuestión de tiempo para que ellas también.

Y eso jamás en la vida lo iba a permitir, jamás.

Él debía… él…

-Tengo que protegerlas por ti, papá- se le quiebra la voz cuando ya no puede más, sentándose en el borde de la fuente-

Las lágrimas caen sin su permiso, y él las deja. No le importa si le ven, no tiene espacio dentro de su mente para nada más…

Quiere llorar.

Ahí.

Ahora.

Eso es todo.

Llora en silencio, gritando por dentro. Cuando ya tiene los ojos tan hinchados que solo quiere cerrarlos, se detiene y se tranquiliza lo suficiente como para respirar con normalidad. Mira a su alrededor apenas, deteniéndose en su reflejo.

Tal  y como lo había dicho el niño helado, estaba horrendo.

Aun así, seguía siendo él… ¿cuánto cambiaría después?

Desesperado por distraerse, se levanta y comienza a caminar nuevamente, dirigiéndose al mismo lugar por el que le había visto desaparecer; el sector de los delfines. Consciente de ser el centro de las miradas, decide caminar, ignorar al resto del mundo.

Tranquilo, sin prisas.

De pronto, escucha gritos, risas, aplausos.

Dirige su mirada hacia el origen de todo el alboroto, deteniéndose en el sector donde se realizaban espectáculos. Se acerca de curioso, abriendo los ojos maravillado cuando ve a un delfín saltar y hacer piruetas junto a otros dos.

Todos aplauden, los niños ríen, y él…

…pues, también.

 Y eso le impresiona, por cierto.  Nunca ha sido verdadero fan de los zoológicos ni nada por el estilo, la idea de mantener a los animales encerrados con el objetivo de entretener a las personas le molesta la mayoría del tiempo, pero no ahora.

¿Por qué?

Pues, porque los delfines se ven….felices.

Rin se acerca aún más, encontrando un sitio lo suficientemente cerca como para poder apreciar todo el espectáculo en todo su esplendor. Sin embargo, al parecer había llegado tarde; se notaba a leguas que el entrenador preparaba a los delfines para el acto final.

Suspira un poco decepcionado,  fijando la vista en aquel chico.

Lo conocía.

Sonríe inevitablemente al reconocerle, mostrando todos sus peculiares dientes. Así que el idiota de hace unas horas entrenaba a los delfines…genial.

Le mira sin discreción alguna, entretenido.  De alguna manera, quería saludarle y agradecerle.

Sí, agradecerle.

Gracias a él, el día no había sido tan horrendo como creyó que sería desde un principio. El ir al parque acuático de la ciudad había sido una estupenda idea; había logrado desahogarse, distraerse y hasta reír un rato. 

No sabía si todo se debía al entrenador de delfines, pero estaba seguro de que, de no ser por él, seguiría en el mismo lugar sin siquiera moverse.

En ese momento, sus miradas de cruzan.

Rin sonríe de nuevo, arqueando una ceja a modo de saludo.

Y él, le ignora como si jamás le hubiera visto en la vida.

¿Ah?

Un cosquilleo sube desde el estómago, instalándose en su garganta. Le pica tanto que lo único que puede hacer, es liberar aquella sensación.

-Ja…jaja…jajajajajajajajajaja-rompe a reír como loco, totalmente divertido ante la expresión y la situación-

Todos le miran, especialmente él. Pero a pesar de eso, no puede parar de reír, sino todo lo contrario; ríe con tantas ganas que el estómago le ruega por un descanso. Está tan absorto en lo que hace que no se da cuenta de nada.

Lentamente el lugar comienza a vaciarse, quedando tan solo él y unas cuantas personas rondando por el recinto. Le sigue con la mirada apenas, levantándose en cuanto le ve acercarse.

-Hola-hipa un poco, intentando recuperar la respiración-

-Hola-le mira como si estuviera loco, aunque sus ojos reflejan tranquilidad-Vamos a cerrar, ¿podrías irte?-intenta ser lo más educado posible-

-Me llamo Rin, Matsuoka Rin-extiende la mano, ignorando su petición adrede-¿Así que cuidas a los delfines?-tras decir su nombre, nota cómo el muchacho abre los ojos sorprendido durante algunos segundos-

¿Qué rayos...?

-Y los entreno también-después de pensarlo un poco, estrecha la mano contraria- Fue una jornada larga, tengo que alimentarlos y revisarlos, así que…-desvía la mirada hacia la salida- ¿podrías…?-

-Oh, claro- se levanta del asiento y se dirige a la salida- Nos vemos-está a punto de dar media vuelta cuando le escucha-

-Tómalos, no llegaste a tiempo para ver el espectáculo completo-extiende un par de boletos, dando media vuelta en cuanto el otro chico los recibe-Me llamo Nanase…Haruka-sin levantar el volumen de su voz, se dirige a la piscina-Te veré mañana…trae a quien quieras-

No le responde nada, sorprendido.

Guarda los boletos en el bolsillo, se queda ahí un rato mirándole, parpadea, sonríe, cierra los ojos, rebusca entre sus bolsillo por un cole, amarra su cabello y suspira.

Nanase Haruka…

Vaya, no esperaba conocer a alguien con un nombre casi tan femenino como el suyo. Divertido por la casualidad, sonríe.

-Nos vemos mañana, entonces-murmura para sí mismo, decidiendo ir a su casa después de pasar todo el día fuera-

Distraído, prende su teléfono celular y se sorprende por la cantidad absurda de llamadas perdidas y mensajes; todos de Gou. Chista molesto consigo mismo,  ha sido desconsiderado con ella y con su madre.

Era lógico que estuvieran preocupadas…conociéndolas, podría jurar que Gou le golpearía entre lágrimas en cuanto pusiera un pie en la casa. Tenía que ser responsable y justo, tanto con su familia como con él mismo, así que…lo haría.

Agendaría una hora por la mañana, muy temprano. Después debía ir a la universidad, pedir permisos, coordinar sus horarios…e ir al parque acuático.

Quería ver a los delfines.

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-Nanase, cerramos en media hora-le grita desde el borde de la piscina-¿Me oyes?-

-Sí-aparece tras él, con una cubeta llena de pescados-Tengo que alimentarlos y ya-con el traje de baño puesto, baja la escalinata, deteniéndose cuando el agua llega a su cintura-

-Diablos, no me asustes así-alterado, le mira como el bicho raro que es y se aleja-Nos vemos en media hora, o nos iremos sin ti-

No le responde, porque no le interesa. Una vez solo, sopla dos veces el silbato que cuelga de su cuello, esperando.

Sonríe en cuanto les ve aparecer, riendo cuando les siente chocar con sus piernas y cintura.

-Les traje su comida, Jin, Rize, Rin-con cuidado, saca tres de los pescados más grandes-

Tras un silbido, llama a Jin.

-Hola amigo-se acerca a él para propinarle un beso en la cabeza, y luego  extiende el pescado frente a él- Tu premio, hoy estuviste excelente-

Dos silbidos, el turno de Rize.

Esta vez, dos pescados grandes y uno pequeño. Ella es la que más come, la que más juega. En cuanto la ve salir, lanza el pescado lo más lejos posible, riendo.

A Rize le encanta jugar, sobre todo creer que está cazando. Por eso la deja, inventando todos los días trucos para entretenerla y satisfacerla a la hora de comer. En cuanto la ve devorarlo todo, la llama nuevamente.

Tres palmaditas en el lomo, y la deja marchar.

Por último, su favorito…Rin. El más grande, el más terco, el que más le ha costado entrenar; en otras palabras, su constante dolor de cabeza.

 

Ese delfín era su reto profesional y personal desde hace ya casi un año. Le tomó cerca de cuatro meses evitar que le mordiera y que le ignorara por completo, casi todos los días recibía coletazos cuando se acercaba demasiado, ni hablar cuando debía revisarlo…los últimos tres meses había logrado llevarse con él mucho mejor…pero aun así había ocasiones en las que no recibía respuesta.

Y mordiscos también.

Aun así, lo adoraba. Cada progreso era importantísimo para él, cada día lo encontraba más majestuoso, hermoso…no quería domarlo por completo, pero tampoco quería ser calificado como incompetente. Después de todo, ese era su trabajo; entrenar  a los delfines para que fueran buenos chicos, obedientes, amables con los niños.

Tres silbidos, y Rin no asoma la cabeza.

Lo vuelve a intentar…sin respuesta.

Suspirando, lo prueba una tercera vez. Espera, espera…y de pronto, pierde el equilibrio al recibir un golpe en la rodilla derecha.

-Rin…-ríe, buscándolo con la mirada. En cuanto lo encuentra, hunde la mano libre para acariciar su piel-¿Acaso no quieres comer?-toma la porción de Rin entre sus manos, balanceándolos sobre la superficie del agua-Anda, tómalos-lanza uno al aire, esperando-

Al segundo después, le ve saltar y tomarlo con la boca, mojándolo completamente en cuanto aterriza. Luego, otro empujón…ahora en la rodilla izquierda.

Vaya, así que quería jugar. Pues, bien, él también.

-Un poco más lejos-toma el segundo pescado, lanzándolo al otro lado de la piscina con toda la fuerza que posee-

Una mancha oscura se mueve, atrapando el pescado antes de que siguiera toque el agua.

-Engreído-le grita entre risas, preparándose para nadar- Ahora, debes atraparme primero- esconde el último pescado entre su traje, lanzándose bajo el agua y nadando en dirección contraria-

Pero antes que pueda siquiera nadar tres metros, ya lo tiene encima. Aumenta la velocidad, pero ya no puede mover libremente sus piernas; Rin se lo impide entrecruzándose entre ellas.

Haruka se detiene, esperando a que el delfín indomable salga a flote también.

-Toma-le entrega el premio, acariciando su cabeza con los dedos tembloroso; la última vez se había ganado un buen mordisco-Hoy lo hiciste muy bien-se aleja para dejarle comer, nadando de vuelta hacia la escalinata-

Se sienta en la orilla, observándolos. Una vez vacío el sector, los delfines tendían a nadar libremente por todos lados, pegando saltos y jugando entre ellos, excepto Rin. Aún era nuevo, y tan solo interactuaba con los demás cuando era hora de presentarse al público.

Era una increíble casualidad que se pareciera a él…al Rin humano.

Hasta se llamaban igual.

Distraído, recoge la cubeta y se levanta, dispuesto a marcharse. Echa una última mirada a la piscina, suspirando. Justo en ese momento, lo que menos piensa es en los delfines, sino en Matsuoka Rin.

¿Estaría mejor?

Mientras se cambia de ropa, no puede sacar de su mente la expresión en su rostro; se veía tan triste, desvalido, vulnerable y…furioso. Usualmente no se entrometía en los asuntos de los demás, era problemático y aburrido, así que los dejaba en paz, pero no pudo ignorarlo, no después de verle en el mismo lugar luego de horas y horas.

El tipo no se movía, no miraba a nadie, parecía  a punto de echarse a llorar…

Y eso le molestaba, porque le recordaba a Rin, su delfín.

Si Rin fuera un humano, probablemente sería como Rin Matsuoka y él, Haruka Nanase, no quería eso, no señor…no quería que le ignorara, tampoco. Esa era la razón por la cual se había decidido a hablarle, a entregarle los boletos, a darle un helado.

-Idiota, no tiene nada que ver…-avergonzado y molesto, chaquea la lengua-

Tal vez sus amigos tenían razón, se involucraba mucho con sus delfines. Quizás Nagisa había dado en el clavo al decirle que se estaba volviendo loco…nadie en el mundo le hablaría a otra persona porque le recordaba a un delfín, absolutamente nadie.

¿Verdad?

Notas finales:

Con mucho amor.

Gracias por leer, de verdad. Tenía que escribirlo...


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