Ahí estaba él. Parado, frente a la puerta de la iglesia.
Era fácil de distinguir entre todos los presentes por 3 sencillos motivos: el primero, media 1.95 cm, el segundo, era el novio y el tercero, es Midorima Shintarou.
El peli negro, quién se acercaba corriendo al edificio religioso, se detuvo en seco a una distancia considerable para él, era la primera vez que agradecía tanto poseer esa habilidad como el ojo de halcón. -Se ve increíble…- fue lo único que pudo pensar al verle ahí parado, sosteniendo ese extraño muñeco (lo que parecía ser un búho, que seguramente era el objeto de la suerte de ese día). Tenía puesto un saco de color negro, que hacía juego con el pantalón y los zapatos, la camisa debajo era de un color amarillo pastel y la corbata roja, no eran colores que él hubiera elegido para casarse, pero, por alguna extraña razón, esa combinación le quedaba muy bien, hacían relucir aquella rosa blanca. Su cabello estaba tan solo un poco mejor arreglado que de costumbre y podía ver claramente como se ajustaba las gafas.
Se le escapo una sonrisa.
De haber podido, hubiese detenido el tiempo solo para contemplarle un poco más, pero la realidad es que ya se le hacía tarde para tan importante evento, así que termino de acomodar bien las mangas de su traje y prosiguió su camino. Al verlo entrar por las rejas que daban acceso al largo jardín que guiaban hasta la iglesía, Midorima suspiro aliviado.
- Pensé que no vendrías… Takao. - lo observo mientras el pelinegro subía las escaleras ajustándose la corbata. – Realmente se ve… guapo… - sonrojo ligeramente.
- No podría haberte dejado aquí plantado, ¿o sí? Shin chan. – le sonrío.
Era increíble pensar como los eventos sucedidos en ese año los habían conducido hasta ahí, a estar parados lado a lado frente a la puertas de esa iglesía. Los únicos invitados a la boda habían sido los familiares más cercanos y sus compañeros de Shutoku, quienes se encontraban a un lado del novio, observándoles con una sonrisa. O al menos eso es lo que parecía ese extraño gesto que esbozaban.
Fue entonces cuando todos los invitados que se encontraban a las grandes platicas, se callaron. Takao alzó la mirada al escuchar el claxon y pudo ver como de esa gran limosina negra descendía… la novia de Midorima.
Si por él fuera, en ese momento hubiese salido corriendo lejos de ahí. Todo lo que habían vivido juntos, parecía un sueño. Y uno con un final muy triste.
Kazunari tomo el búho que estaba en la mano vendada de Shintaro, con la cabeza ligeramente agachada solo para que su cabello le cubriera los ojos lo suficiente para evitar mirarlo y que lo mirara, -Bien, es hora de que tome mi lugar junto al resto del equipo…- le sonrío, pero esa sonrisa estaba tan cargada de tristeza que Midorima se sintió morir.
La realidad es que el peliverde tampoco deseaba estar ahí, no bajo esas circunstancias, y no con esa persona; que si bien, esa chica era preciosa, de dulce carácter y buena familia, no era la persona que más quería. Para él, su persona más preciada había bajado rápidamente las escaleras con su objeto de la suerte y se encontraba al lado de Miyaji. Mientras su futura esposa se acercaba, Shintaro cerró los ojos, deseando que al abrirlos, todo aquello no fuera más que una pesadilla…