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Antojo. por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

La saga Aubrey-Maturin debería figurar en grandes, grandes letras doradas en los altares del yaoi.

Esta historia se ubica en algun punto inespecifico al inicio de la saga, quiza hacia el final de la segunda novela, o al principio de la tercera. Aunque tambien puede leerse como un fanfiction inspirado por la pelicula. O como una pequeña historia sobre un uke dominante y su seme enamorado ;)

 

Notas del capitulo:

Un fanart de los personajes

http://www.tenebris.org/x__art/x_art_mc_mount.htm

Antojo.

Stephen se comportaba de manera extraña desde hacía algunos días. Lo miraba de reojo, ponía un gesto angustiado cuando creía que no lo veía. Stephen no era para nada así. ¿Querría pedirle que se detuvieran en una isla ignota para explorar su fauna? Stephen era un apasionado naturalista, pero, al mismo tiempo sabía lo importante que era esta misión. Pobrecillo, dividido entre su amor a las más horripilantes criaturas y su sentido del deber.

Seguramente, no se atrevía a pedirle que pararan, siquiera por unas horas, para observar los pájaros y recolectar insectos. Pues por su honor que no seguiría sufriendo así. Ninguna misión, ningunas horas que igual pudieran perderse si el viento cambiaba valían que su amigo estuviera triste, suspirando por los rincones.

Fingiendo que no lo tenía planeado para darle una satisfacción sin necesidad que la pidiera el capitán Aubrey extendió sus mapas y se mostró muy concentrado en ellos los instantes que tardo Stephen en llegar de la enfermería.

-¡Oh, Stephen! Cuanto me alegro de verte. Ven, ven, por favor, y dime si crees que esta isla sería apropiada para detenernos y aumentar el lastre. No me gustan nada los ángulos de inclinación que alcanzamos cuando navegamos de bolina.

Los ojos de Stephen se iluminaron en cuanto escuchó la palabra detenernos.  Jack casi no pudo terminar la frase que tenía preparada por la enorme sonrisa que acudió a sus labios al ver contento a su amigo.

-Jamás he estado en estas islas, Jack, pero creo que esa otra, por más grande, pudiera tener mejor arena.

-A esa iremos Stephen –  antes de que se lo pidiera – y mientras nosotros reacomodamos el lastre tu pudieras ir si te place, escoltado por Pullings, a explorarla.

-¡Oh Jack, ya lo creo que me agradaría! Sir Hagrid Aragog sostiene que a estas latitudes se dan las más ponzoñosas arañas, y me gustaría comprobarlo.

El capitán sonreía como un sol, o, más bien, como una luna, reflejando la inmensa alegría de Stephen. Conque las arañas más ponzoñosas (sintió un ligero escalofrío). Pues bien, Stephen las tendría y le recomendaría a Pullings cuidara especialmente de que el doctor no fuera picado. Que las cogiera él, con un palito.

La isla seleccionada por Stephen estaba a día y medio, si el viento no aflojaba. Dio las órdenes pertinentes para dirigirse a ella lo más rectamente posible y luego, guardando sus mapas, preguntó a Stephen si le apetecía tocar algo.

 

*

 

El cambio de guardia había pasado hacia un buen rato, pero el capitán, capaz como cualquier marino de conciliar el sueño apenas se subiera al coy, permanecía despierto. No se atrevía a cortejar a Stephen esa noche, por temor a que creyera que lo de la isla era un precio que le pagaba por sus favores, pero esperaba, de todo corazón, egoísta pero bienintencionado como un niño, que Stephen fuera a él, como solía hacerlo cada que estaba feliz.

Todavía recordaba las horribles semanas que paso acariciando su propia verga, recién descubiertos los placeres del amor con Stephen, luego de que este se enfureciera debido a su negativa a hacer escala en Creta. Se consumía de amor por él, y el muy cruel no le permitía ni tocarle la mano. Eso lo enseñó a velar por los intereses de su amado tanto como por los del rey, con su caballerosidad sirviéndole de brújula.

Stephen tampoco dormía, lo sabía por su respiración. Por su manera de moverse, que estaba intranquilo. Ahora que lo pensaba, durante la cena con los oficiales, creyó verlo de nuevo dirigiéndole esas miradas, pero en su euforia creyó que se trataba de miradas amorosas, de buenos presagios para esa noche.

Estaba a punto de hacerse cargo de su propia excitación cuando escuchó a Stephen bajarse del coy. Su corazón latió aceleradamente mientras veía su figura acercarse en la oscuridad, delineados sus finos miembros por la claridad de la ventana.

-¿Jack? – preguntó en voz bajita.

-Estoy despierto cariño. – respondió en un susurro que no lo era tanto, llevando las manos a su cinturita y subiéndolo sobre él.

Comenzó a besarlo de inmediato, bajando las manos por sus caderas estrechas a sus muslos abiertos sobre él. Estaba tan apasionado, pero Stephen seguía tenso. ¿Sería por esos malditos imbéciles de la guardia, cuyas voces apagadas llegaban hasta ellos?

-¿Stephen? – miró a sus ojos, que brillaban claros en la semioscuridad.

-Jack, has sido muy bueno conmigo, pero hay algo que quiero pedirte.

Jack estaba intrigado, un poco atemorizado. Las cosas que podían ocurrírsele a Stephen.

-Dime, si no es algo que vaya contra mi honor, lo tendrás.

Suspiro.

-Eso es lo que me temo. Que creas que vaya contra tu honor.

-Stephen, no puedo tomar más que unas cuentas horas, no puedo poner la fragata con rumbo a China para examines los hunos amarillos, pero…

-Lo sé. No se trata de eso. Jamás te lo pediría. Es algo… - Stephen sentía clavados los intensos ojos azules de Jack.

-¿Quieres decírmelo, por favor?

-Quiero que me hagas algo.

-¿Algo?

-Sexual.

Jack se sorprendió. ¿Qué podría no haberle hecho ya a Stephen? Había sido su maestro en las delicias del placer y de su propia inventiva había ideado una o dos movidas para complacerlo en el lecho, así que, ¿Qué podría querer?

-Jack, muero de ganas de que me lo hagas, no he podido apartarlo de mi mente…

Bueno, pensaba Jack, lo que quiera que le haga, lo haré. Antes del inicio de su relación, cuando empezó a plantearse los problemas de amar a un hombre, temía que Stephen quisiera tomar el papel del hombre, pero al conocerlo mejor no le pareció el caso.

-Stephen, dímelo, lo haré.

-¿No te escandalizaras, te negaras ni me llamaras depravado?

-No. Te doy mi palabra. – prometió tomándole las manos.

-¡Oh Jack, que bueno eres! – se las besó – Por favor no vayas a pensar que soy un sucio o que es algo asqueroso, porque te juro que no lo es. Me he preparado muy bien, pensando en ti… - ronroneó remolineándose sobre su dureza. – Quiero…

No seas bobo, se decía a sí mismo. Eres un doctor, un científico, acostumbrado a tratar las cosas con naturalidad, sin hipocresías.

-Ven conmigo a la isla. Te lo diré ahí y ahí lo haremos.

Había decidido que un balanceante coy no era lugar para ello. Y postergaba la vergüenza, la humillación, de una posible negativa.

-Como tú desees, Stephen.

Stephen lo besó apasionadamente, se colocó sobre él y con hábil mano dirigió su necesitada virilidad al acogedor interior de su cuerpo. Gimieron al consumar la unión, con Stephen meneándose sobre él y él acariciándolo, sin alejar mucho las manos de sus caderas, para, en caso de caída, mantenerlo arriba y que no se hiciera daño.

 

*

 

Arribaron a isla Santiago antes del mediodía. Tras bordear un poco, encontraron una pequeña bahía, cuyas arenas, en la playa, brillaban como un sueño, pero que sumergidas en la cercanía de esta requerían de expertos navegantes para no encallar. Jack dirigió la operación, con su coleta rubia despeinada por el viento (y por Stephen) y la camisa medio abierta, pues hacia un clima de lo más agradable.

-Señor Pullings, creo que ochenta barriles bastaran.

Pullings parpadeo: para cargar tan poca arena no valía la pena detenerse.

-¿Quiere que busquemos agua dulce, señor?

-Llevamos suficiente, aunque nunca está de más. Yo mismo la buscaré, mientras escolto al doctor Maturin en su búsqueda de las más ponzoñosas arañas de estas latitudes.

Mencionó a las arañas para acallar las risitas y los murmullos. No toleraría ninguna falta de respeto.

-Le dejo al mando, Pullings.

-Muy honrado, señor.

Stephen jaló a Jack del brazo. Estaba listo con jaulas, redes y frasquitos. No perdía la esperanza de que, después de hacer lo que quería hacer, hubiera tiempo para buscar arañas.

-Ricitos de oro se va de picnic con la novia. – codeó un viejo marinero a otro.

-Señores, a trabajar. – ordenó Pullings con gesto duro, si bien había apostado la noche anterior con Bonden sobre si los estaques del coy resistirían los vigorosos ejercicios de la pareja o si por la mañana un malhumorado capitán, con chichón incluido, maldeciría por no tener unos estaques bien clavados que soportaran su corpulencia.

La islita era paradisíaca, con mucha vegetación, en contraste con la aparente falta de pájaros. Posiblemente de origen volcánico, aventuro Stephen, si bien ninguna colina era lo bastante grande para pertenecer a un volcán.

-Sustentan mi teoría la gran cantidad de pequeñas islas cerca de esta: algunas rocas, otras ricas en vegetación, Jack, ¿Qué haces? – su voz delataba sorpresa.

-¿No crees que nos hemos alejado ya bastante? – dijo, estrechándolo desde atrás y llevando su boca a su cuello.

-¡Oh Jack! Ya no quiero hacerlo, ¡mira que espléndida vegetación!

-Stephen, ¿acaso estas acobardado?

Temió que su broma hubiera traspasado los límites y que los ojos claros lo miraran viperinos. Pero no. Soltó sus jaulas y se volvió a el abrazándolo, hundiendo su cara en su pecho, por en medio de la camisa.

-Sí. – confesó. – Jack, deseo tanto que me lo hagas, y creo que te gustara, pero…

-Amor mío – replicó Jack, alzándole la carita – Te azoté por amor, ¿recuerdas?

Stephen besó las yemas de sus dedos. Luego se separó, se internó en la vegetación, hacia donde le había parecido oír rumor de agua. Jack lo siguió hasta un manantial, demasiado pequeño para aprovisionarse a menos que hubiera gran necesidad. Surgía de unas rocas y estaba fresco ahí, el viento muy menguado por la abundante flora.

Stephen se quitó la ropa y Jack estuvo tan hechizado viéndolo que se olvidó de imitarlo. ¡Que agradable mirar su desnudez sin reservas, sin disimulos! Podía comérselo con los ojos y lo hacía, toda la pálida piel. Stephen se puso en cuatro y luego se acostó.

Jack reducía distancia cuando se sentó de nuevo, acongojado.

-No encuentro la posición. – dijo más para sí mismo. James había sido más bajo y delgado que Jack y siempre se habían encontrado en lugares más cómodos. Se acostó bocaarriba, sobre sus ropas, recogiendo las piernas y alzándolas, ofreciéndose tan generosamente que Jack babeaba. – Jack, quiero que me lamas el agujero.

Mejor así, directo, quizás brutal, pero que no dejara dudas. Sentía arderle la cara de estúpida, irracional vergüenza. Jack no contribuía a hacerlo sentir mejor mirándolo como tonto con esa cara de pasmo.

-¿Vas a hacerlo o no? – preguntó molesto.

-Sí Stephen, por supuesto, pero no sé cómo.

Ya se lo temía. Jack era muy ingenuo.

-Con la lengua. Como si me besaras. Como si lamieras la crema de un croissant relleno (así había empezado la estúpida fantasía).

Ahora Jack estaba tan sonrojado como él. La idea lo había impactado, aun así se postró delante de él, mirando su pequeño, fruncido agujerito debajo de sus bolas y su erección. Lo había poseído y le había metido los dedos, pero, ¿lamerlo? La idea le resultaba tan vergonzosa pero a la vez tan excitante… Justo ahora, que creía haber probado todos los placeres con Stephen.

Sacó la lengua y la pasó sobre el agujerito. Lo sintió estremecerse. A Stephen le gustaba, así que él lo haría. La pasó una y otra vez, y antes de darse cuenta le estaba separando las nalgas con las manos para lamer mejor, cada vez más entusiasmado.

Stephen se relamía de placer ante las inexpertas lamidas de Jack, cada vez más decididas.

-Jack – apretó su cabeza – eres un gran amante.

El capitán lo lamía cada vez con más entusiasmo, encontrándole el gusto. Era tan excitante, tan pervertido estarle haciendo eso a Stephen.

-Trata de meter tu lengua cariño. – ronroneó Stephen, cada vez más complacido. No se podía comparar a James, que se lo hacía a las mujeres también, pero para ser una primera vez Jack no lo estaba haciendo nada mal. Nada. Su lengua picoteaba cuidadosa, tímida, y eso en un hombre tan alto y fornido como Jack le resultaba enternecedor.

Le deleitó comprobar una vez más que la personalidad de Jack permanecía en la intimidad, que conservaba su manera audaz e ingeniosa, animosa, al enfrentarse al desafío planteado por una pareja más sibarita, sin amedrentarse o escandalizarse o nada, si no buscando la manera de complacerlo.

-Te amo Jack – realmente lo hacía; su lengua se movía dentro y fuera como una pequeña polla, pero más húmeda y flexible que ninguna. ¡Oh, las delicias que Jack lo haría sentir cuando lo tuviera bien entrenado! – Muévela Jack, mueve tu lengua, a, aa, aaah!

Stephen tenía un orgasmo y no podía creer habérselo dado solo con su lengua. Sentía mojados los calzones, ¿se habría corrido? Gracias a dios no, estaba duro, listo, necesitado de follarse a Stephen. Su instinto le dijo que lo hiciera, que lo penetrara mientras aún se retorcía por lo pasado, y se sintió tan satisfecho del gemido de Stephen como de sentirse por fin apretado por su cálido interior, más húmedo que nunca, pudiendo moverse vigorosamente de inmediato.

Le sostenía las piernas alzadas a Stephen, abiertas, penetrando su estrecho túnel, que se contraía, Stephen gemía, no podía ser, estaba teniendo un orgasmo de nuevo. Sintiéndose el hombre más feliz de la tierra el capitán siguió penetrando, poseyendo a un Stephen casi desmayado de placer, que gemía, lo veía ensoñado a través de sus pestañas, lo acariciaba, recorriendo sus músculos.

Jack termino con jadeos verdaderamente altos. Stephen le había exprimido hasta la última gota y todavía lo rodeaba, amoroso. Jack apoyó las manos a sus lados, permaneciendo sobre él, aún dentro de él, embebiéndose de su belleza luego de hacer el amor. Poco a poco, Stephen volvió en sí y cuando lo hizo lo besó.

-Y bien cariño – le preguntó enrollando un mechón de su pelo con una carita totalmente satisfecha - ¿Te gustó hacerlo?

-Sí – Jack volvía a sentir vergüenza. Era un pervertido, pero en el buen sentido, como Stephen.

-Ya sabía que te gustaría. – ronroneó jalando de su pelo para acercarlo aún más. – Tendremos que hacerlo seguido para que te vuelvas un experto, Jack.

-Estoy ansioso, Stephen.

El doctor lo besó.

-Tendremos que pedirle a Killick que prepare más croissants rellenos de crema, para enseñarte un par de cosas. – al ver su gesto se ensombrecía un poco Stephen temió haber herido su amor propio – Jack, lo hiciste estupendamente bien. Nadie me había… comido con tanta… determinación, pasión, como tú.

Jack se retiró de él, sentándose al lado, tratando de disimular, pero con sus últimas palabras, Stephen lo había hecho sentir más celoso.

-Jack, ¿Qué te pasa? Creí que te había gustado.

-Me gustó mucho, Stephen, es sólo que… ¿puedo hablar sin que te enojes? – lo miró como cachorrito. Asintió. – Me siento celoso del maldito bastardo que te haya enseñado eso.

Calló al ver que Stephen se reía.

-¡Oh Jack! Estás celoso de Petronio, árbitro de la elegancia.

-¿De Petronio? – frunció el ceño Jack.

-Sí cariño, eso que hicimos lo leí en el Satiricón. Es una cosa que los antiguos hacían, y mucho.

-Vaya.

Stephen se le acercó, dulce.

-Tendré que conseguirte lecturas más interesantes.

-Te lo agradezco Stephen.

Lo besó pero el capitán aún no estaba tranquilo.

-Stephen, sé que no debería preguntártelo, pero hace un momento, tú dijiste…

-Es correcto Jack, no deberías preguntármelo. Lo que hice con otros hombres en el pasado está, lo discutimos. ¿No te basta ser el único hombre al que jamás me entregaré? Nunca había estado con un hombre tan hombre como tú, tan viril. ¿Qué importa si otro hombre me hizo eso? No me lo hizo tan bien como tú y no me lo volverá a hacer, porque fue James Dillon.

Ahora Jack estaba muy arrepentido de haber insistido en el tema. Sabía lo amigos que habían sido Stephen y James y él también había lamentado mucho su pérdida.

-Tienes razón Stephen. Lamento haber sido indiscreto. Te amo más que a nada y prometo ser el más aplicado de los alumnos. – lo nariceó como un cachorro y Stephen lo besó- ¿Quieres darme la segunda lección?

-Prefiero buscar arañas Jack.

El capitán se estremeció. Las más horribles y ponzoñosas arañas, a bordo.

-Stephen, espera – le gritó al ver que se alejaba – Vístete.

 

 

 

Notas finales:

Tengo la saga entera, los veinte libros de puro y duro yaoi <3 , si a alguien le interesa puedo pasarsela: dejen un review con su nombre en facebook para agregaros y pasarles las novelas por ahi.

Kiitos!


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