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De postales lejanas y bocados pequeños por Destroy_Rei

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Notas del fanfic:

:) fanfic chico y express

Minho amaba despertar con Kibum en sus brazos, con la calidez de su cuerpo, atrapados entre las sabanas blancas perfumadas en lavanda. Le gustaba calcar ese rostro en su mente, tomar detalle de cada facción, de cada nueva marca en su piel, de la forma en que respiraba y en que sus pestañas negras se iban moviendo mínimamente. Era hermoso, era perfecto como siempre y el alto no entendía cómo era posible que cada vez se sintiera aún más enamorado con tan solo contemplarlo descansar contra su cuerpo.

 

Minho se iba a levantar en las mañanas frías de invierno, se abrigaría un poco y preparararía desayuno. Era como un pequeño ritual. En esa ocasión caía un poco de nieve afuera, y era como mágico, además era ideal para una taza de café recién molido. El moreno no era un gran cocinero, pero había aprendido a la perfección de las mañas y los antojos del muchacho de ojos de gato, sabia prepararle los panqueques, cuanta mermelada debían llevar, lo tostado que debía estar el pan, y el grosor exacto del queso y del jamón. Subía una bandeja llena de comida, de fruta, jugos, leche y café. Al mayor le gustaba tener de todo un poco, aún cuando solo dieras pequeños bocados a cada cosa, era como en la vida, Kibum siempre quería aspirar a todo o a lo más grande.

 

-       Despierta gatito – El alto aprovechaba esos momentos para volver a meterse a la cama con él y llenarlo de besos fuertes, que hacían despertar al otro entre puñetazos suaves y quejidos – así esta bien – se separaba sonriéndole, cuando estaba lo suficientemente despierto

-       Yo quería dormir un poco más –se quejaba, dándole una palmada juguetona en la mejilla

-       ¿Cuánto más dormilón? Son las 12 ya – el más joven reía apretándolo con fuerza, ganando bufidos y bostezos

-       cállate y aliméntame

 

Ellos eran completamente opuestos, Minho era silencioso y apreciaba las cosas sencillas de la vida, dentro de eso, le costó mucho tiempo entender por qué se enamoró tanto de un hombre tan complicado como Kibum, porque estaba completamente enamorado de él. Se enamoró con solo verlo, le gustaron sus ojos, su sonrisa, su alegría innata y su desorden casi explosivo. En el tiempo en que le conoció tenía el cabello decolorado, venía de grandes capitales del mundo, no le gustaba estar encerrado entre las montañas en esa ciudad pequeña donde todos se conocían. Sus ojos felinos brillaban cuando fumaba cigarros prohibidos en el patio del colegio, le gustaba el ruido y la ‘libertad’, el americano frío con mucho hielo y mucha azúcar. Era como un ser de otro planeta, y chocaba con todos los principios que Minho había adoptado en su vida en aquellos años. Tenían 17 y se sentaban a un par de bancos de distancia.

 

El alto siempre le miraba embobado, se quedaba abstraído en la espalda delgada del otro y en el sonido escandaloso de su risa ahogada. Kibum también le miraba a veces, con curiosidad, y gracias a los cursos de invierno, terminaron trabajando juntos. El rubio despertó un millón de cosas en Minho, fue como un reaccionar frente a un mundo completamente desconocido, a besos escondidos en el viejo cobertizo de los Choi, o en el colorido cuarto del hijo único de los Kim.

 

-       Me encanta tomar desayuno – sonrió Kibum tras el mug amarillo lleno de café humeante

-       ¿Si? – le miró con suavidad, cortando un gran bocado de panqueques

-       Si, y me encanta que te comas mi comida – rió, dejando la taza a un lado

-       Me encanta verte reír – suspiró, antes de que la boca acorazonada le besara deliciosamente, con el sabor amargo y tostado de los granos arábigos.

 

Al moreno le encantaban los besos de Kibum, sus dedos delgados aferrándose casi posesivamente a sus mejillas, la forma en que se amoldaba junto a él, como si le besara con el roce suave de sus hombros, de sus manos. Minho habría renunciado a todo por él, por abrazarlo en el frío invierno, por besarle fuerte y largo siempre que algo grandioso ocurriera. Habría soportado las peleas, los llantos, sus locuras.

 

Todo.

 

-       Se va a enfriar – susurró contra la boca húmeda del otro, separándose para verle a los ojos, a esos pequeños y felinos ojos que brillaban en ese instante perdidos en los suyos

-       Si – asintió, relamiéndose perdido, como un gatito hambriento.

 

Minho atesoraba cada instante con Kibum, las risas, los besos, los abrazos, los arrumacos, incluso las miradas pequeñas que a veces se dedicaban en silencio. Amaba el tacto suave y cálido a la vez del otro, la forma en que siempre parecía pelear un poco y luego ceder antes del sexo. Amaba cada uno de los sabores de su cuerpo. Y sabía que estaba completamente perdido por él, enamorado hasta un punto donde no había vuelta atrás, no sabia si sentía lo mismo, jamás iba a saberlo, y estaba en un instante en su vida en que no le importaba.

 

Lo amaba, aunque lo único que pudiera tener de él fueran esas cortas mañanas una vez cada un puñado de meses.

 

-       Creo que ya es hora de que nos levantemos – susurró Minho cuando la comida se enfriaba en la mesa de noche y ellos ya habían pasado horas recostados el uno el otro, disfrutando del silencio, refugiados en la calidez de sus cuerpos.

-       ¿Si? – El alto hizo un sonido bajo sin abrir la boca, asintiendo casi silenciosamente, porque no quería levantarse, ni despedirse ni nada – Pero me quiero bañar contigo primero…

-       Kibum…

-       ¿por favor?

 

Minho no podía negarle nada.

 

Tampoco es como si quisiera negarse, él no era fuerte con Kibum, era como un niño que hace todo lo que le piden, es vulnerable también ante él, porque el muchacho de mirada felina puede herirlo profundamente como nadie, aunque jamás lo ha hecho, conscientemente.

 

El alto intenta no pensar en nada cuando está con él, son espacios sagrados, porque lo que hay entre ellos, por extraño sea, es sagrado, es importante. Lo besa bajo la regadera, lo explora como si jamás lo hubiera acariciado en su vida, lo siente temblar, y sabe que su cuerpo también esta temblando, porque son las cosas que Kibum provoca en él, son pequeñas reacciones que siempre ha logrado, desde que sus ojos se cruzaron por primera vez en los años en que el más joven se carcajeaba divertido cuando escuchaba hablar del amor.

 

-       Te amo – le confiesa ahogado, como tantas veces ha hecho antes, y esas palabras le remecen entero, pero Kibum solo asiente sonriendo.

 

Es muy extraño.

 

Minho intenta abarcarlo en todo lo físicamente posible, le abraza posesivo, besa cada espacio de la piel tersa de su cuello, de sus hombros, de su rostro sonrojado, de sus preciosas orejas perforadas. Quiere transmitir algo que él mismo esta sintiendo cuando Kibum simplemente le agarra la mano y enreda sus dedos. Y el más bajo jadea y se retuerce, pero no es nada comparado a esa sensación que estalla en el alma del otro.

 

 

 

 

Kim Kibum esta perfumado, vestido, sonriente en el vestíbulo con sus maletas llenas de estampillas y stickers de dibujos animados. Minho le sonríe con suavidad, pero a la vez tiene ganas de llorar y de pedirle que no se vaya.

 

-       Te enviaré una postal – habla el más bajo mientras le abrazaba fuerte

-       Siempre envías postales – le responde con risa, apretándolo mucho.

 

A Kibum le gustaba la fiesta, el ruido, las grandes ciudades y los colores fuertes. A Minho no le gustaba nada de eso, el prefería una copa de vino en su terraza riendo libremente al viento. Siempre le gustaron más las cosas simples, y pensó en ese momento, con pesadumbre, que ese era el problema, su mayor problema.

 

Era un hombre demasiado simple.

 

Habia preferido estudiar en la universidad de la pequeña ciudad donde nació y jamás quiso separarse de sus raíces, habían cosas que no encontraba en otros lugares, como las praderas limpias y el aroma perfumado de la primavera.

 

-       Te voy a extrañar – susurró más bajito Kim, acariciando con su mejilla fría la del más alto

-       Yo también te voy a extrañar – siempre te extraño estuvo a punto de decirle.

 

Kibum se fue a la capital y de ahí jamás volvió a quedarse quieto en un lugar. Minho se quedó en su ciudad, pero nada volvió a ser lo mismo. Jamás le dijo nada porque veía que cada vez que el muchacho de ojos felinos volvía llegaba más feliz y contento, él también quería estar contento, pero era difícil.  Jamás volvió decirle Kibum que le amaba, pero estaba bien, mientras volviera de vez en cuando, todo estaba bien.

 

-       Nos vemos – le sonrió, después del último beso esa tarde

 

Kibum sonrió con algo indescifrable y se fue silencioso tras el seco sonido de la puerta al ser cerrada. Minho no pensó mucho en ello y siguió su rutina como siempre, esperando postales, noticias lejanas y que los meses pasaran rápido.

Notas finales:

Mi teclado esta muriendo, asi que por favor no se espanten con las faltas ortográficas xD espero que al menos se entienda

Saludos :D espero que les guste, y que les guste el minkey po obvio, este año amo más que nunca el minkey, siempre lo he amado, pero es que pucha, son hermosos y se aman, el que no lo crea ni lo entienda, es porque no cacha na

Cuidence!


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