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Decidir racionalmente. por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

Este es un fanfiction de la saga Aubrey-Maturin, ubicado en la segunda mitad de la segunda novela, Capitan de navio. 

Mi idea de como debio suceder la escena en la que Heneage le pide a Stephen que hable con Jack para que deje de arruinar su vida.

Notas del capitulo:

Tule tänne! Kokeilla viiniä

Decidir racionalmente.

(Mediados del libro dos, Capitán de navío.)

 

El cabello corto le quedaba muy bien. Permitía ver la línea de su cuello, esa que iniciaba ondulante detrás de su oreja y se perdía entre lo que el abrigo ya no dejaba ver.

Heneage dejó vagar tan libremente su vista como deseaba poder hacerlo con sus labios. El reflejo del cristal de sus anteojos le advirtió que el doctor Maturin iba a voltearse, dándole tiempo para cambiar su mirada de depredador a, esperaba, alegre y súbito reconocimiento.

-¡Doctor Maturin, que agradable sorpresa!

-Capitán Dundas.

Estrechó su mano, muy caliente y efusiva mirando por detrás de él, escudado por los cristales oscuros de sus lentes, buscando al posible agente enemigo, al que lo estaba viendo de una manera que lo hizo alertarse. Pero no había nadie. A las ocho de la mañana había poca gente en la plaza.

-¿Jack volvió a retrasarse?

A pesar de los lentes, notó que estaba distraído. Bueno, en parte lo notó porque podía ver sus ojos detrás de los lentes desde arriba.

-Sí. – respondió con desgana, ofendido por el tono de condolencia que Heneage había usado.

Dundas meneó la cabeza y sus mechones negros se sacudieron de un lado a otro, esparciendo su perfume. Stephen se fijó por primera vez en él de arriba abajo. Iba muy guapo, de civil; los pantalones se le ceñían a los muslos fuertes pero delgados, el paquete se le notaba mejor que con las calzas. Y por el estado del mismo podía confirmar que se dirigía a una cita romántica.

-¿En … ?

-Sí. – replicó con más desgana.

-Lo siento doctor. No pretendí ofenderlo. ¿Me permite invitarlo a desayunar como desagravio?

Ahora Stephen sí lo miró con curiosidad. Si tenía tiempo que perder, ¿Por qué rayos iba tan arreglado? Seguramente no para interceptarlo a él.

-Tengo un compromiso.

La decepción en los ojos de Heneage le hizo pronunciar las siguientes palabras.

-Pero podría cenar con usted.

-Excelente. Aquí no hay club, pero, ¿podría invitarlo a mi hotel?

Si no hubiera sido agente secreto Stephen habría arqueado las cejas.

-Por supuesto. ¿A las ocho le parece bien?

-Me parece estupendo.

Stephen se alejó con la gracia que solía, pensando en porque había dicho cenar y no comer cuando tenía todo el día disponible; porque a las ocho, que era la hora en que calculaba Jack llegaría. Lo que si tenía claro era que le diría a Jack que no estaba invitado. Y antes de alejarse más de veinte pasos volvió a sentir la mirada que despertaba sus instintos.

 

***

 

Stephen no se arregló. En el fondo, intuía las intenciones del capitán Dundas pero se negaba a creerlas. Sabía que su apariencia descuidada y algo sucia no le daba respetabilidad ni nada, pero su disfraz de naturalista despistado era usado tan a menudo que empezaba a ser parte de él.

Dundas se había puesto más de aquel hostigoso perfume, y su uniforme. Tal vez pensara que le gustaban más los hombres en uniforme, tal vez hubiera tenido una cita con el Almirantazgo y él no tenía nada que ver, como seguramente era.

“Lo más probable, querido amigo, es, que a pesar de que tu vanidad salga herida, Heneage quiera hablar de Jack. De las estupideces que está cometiendo.”, se dijo a sí mismo. Después de todo, ¿Qué era una erección? Nada más que una reacción natural y espontánea del cuerpo.

Una que Dundas, por su temperamento fogoso como el de su amigo, debía tener a menudo. Trató de ver las condiciones de su entrepierna, pero estando él sentado detrás de la mesa no pudo hacerlo.

-Espero que le guste el asado de ternera en su salsa.

-De hecho me gustan más las tostadas con queso. Pero no se angustie, hombre, comeré lo que sea, después de haber comido esas asquerosas galletas de vuestra ración.

Heneage consideró poco digno excusarse. Había sido Stephen quien había sido grosero, pero así era, con todos, y eso le encantaba.

En un mundo de falsas cortesías, lleno de hombres que ansiaban agradar, aduladores con él para tratar de llegar a su hermano, era refrescante encontrar a un irlandés que no temiera decir lo que pensaba, hiriérase la susceptibilidad de quien se hiriera.

Y además, tenía unos hermosos, únicos, ojos claros.

Se deleitó mirándolos por encima del borde de su vaso, ahora que Stephen no llevaba esos extravagantes anteojos. Y el pelo corto le sentaba muy bien.

-Se ha ensuciado la chaqueta, doctor.

-Ah, sí. No importa.

-Permítame. Esta salsa tiene la particularidad de penetrar hasta lo más profundo de la fibra si no se limpia de inmediato.

Stephen se dejó quitar la chaqueta con desgano y Heneage llamó a un sirviente. No le indicó que hubiera prisa, de hecho, con la mirada, esperaba haberle indicado que no se apareciera con ella hasta el día siguiente. Así tendría oportunidad de apreciar la delgada figura de Stephen, y quizá, de prestarle una chaqueta, y, quizá, de invitarlo a dormir.

Stephen alcanzó a apreciar el bulto bajo las calzas mientras caminaba a su asiento. Considerable y bien formado. En otra situación se habría sentido halagado. U ofendido.

Los ruidos procedentes del río se oían a lo lejos, y él pensó en Jack. ¿Alguno de esos barcos sería el de Jack? ¿Qué excusa, que regalo, le traería esta vez para excusar su traición?

Se sintió enojado consigo mismo por suspirar.

-Apuesto que aquella ha sido la voz de Bonden. Se hospedan juntos, Jack y usted, ¿verdad?

-Sí, pero no le deje ningún recado.

Quería que sufriera, preguntándose dónde y con quién estaba.

“Y él no sabe que yo estoy aquí”, pensó Heneage, sintiendo acelerarse su corazón.

El de Stephen, por el contrario, se había tranquilizado. Al menos el músculo. Heneage quería hablar de Jack, obviamente. Era un buen amigo. Jack estaba rodeado de gente que no se merecía.

-… Jack. Tenía entendido que la dama en cuestión le había hecho a usted albergar esperanzas.

¿Qué había estado diciendo Dundas?

-Prefiero no hablar de eso.

Diana era un tremendo dolor en el trasero, pero hasta Dundas se daba cuenta que no era por Diana por quien Stephen se sentía traicionado, celoso.

Y ahí estaba el, listo para consolarlo.

-Perdóneme, he sido indiscreto. Sólo quería darle a entender que si necesita usted un amigo, o cambiarse de barco, puede contar conmigo.

Si Jack era tan estúpido para dejar ir a ese estupendo amante, culto, agraciado y que podía llevar a bordo sin que nadie tuviera nada que objetar, no era su problema. Él no estaba quitándoselo, ni siendo desleal, trataba de convencerse. Era el quien lo había dejado por una vulgar zorra que se acostaba con mercaderes judíos y, por lo que había oído, con quien se le pusiera delante.

Stephen lo miraba fijamente con sus ojos muy claros.

-¿Cambiarme de barco?

-Así es. Admitámoslo querido doctor: nadie estaría a bordo del Polychrest, si pudiera evitarlo. Ni siquiera Jack tendría algo que objetar a que su cirujano prefiriera prestar servicio con otro capitán mientras dura esta situación. – había elegido con cuidado las palabras, las inespecíficas palabras finales.

De algo le había servido el ejemplo de su hermano.

-Estoy consciente, doctor, de que no tengo talento para la música, pero confío que encontraremos algo que fuera para nuestro mutuo solaz.

Stephen no daba crédito a sus oídos. Ni a la manera en que Heneage lo miraba, deseoso, esperanzado. ¿Tan obvio había sido con Jack? El amor lo había vuelto indiscreto, pero, ¿hasta ese punto? ¿Hasta el punto de que cualquier hombre con las mismas inclinaciones (al menos parcialmente, pues le constaba que a Dundas le gustaban las mujeres) se diera cuenta y le propusiera ser su amante? De golpe, la idea le resultó sumamente ofensiva. ¿Quién diablos se creía Heneage que era? ¿Diana?

Dundas flaqueó ante la tormenta que se ocultaba detrás de aquel endurecimiento de la línea de los labios.

Pero mientras Dundas esperaba que el doctor lo abofeteara y le exigiera una satisfacción otro punto de vista se abrió en la siempre ágil mente de Stephen.

¿Por qué no? Dundas era guapo: alto, fuerte, decididamente menos gordo que Jack. El pelo negro no le gustaba particularmente pero tenía que admitir que Heneage lo llevaba bastante bien, largo y lustroso. La polla era un poco más pequeña que la de Jack, pero indudablemente más que suficiente para satisfacer a cualquiera. Y Dundas era menos celoso, menos entrometido que Jack.

Sintió ganas de llorar al pensar en todas las evasivas que había dado a Jack, en todas las respuestas vagas e imprecisas de sus ausencias, de sus salidas nocturnas, que muy justificadamente pudieron llevar a Jack a pensar que tenía un amante.

Se imaginó un momento con Heneage, a bordo de su barco. No compartirían música pero si tórridas caricias. El peso de Dundas seria agradable sobre él, no lo aplastaría, sus manos recorrerían sus muslos, abriéndolos, sus dedos… ¿Estaría dispuesto Heneage a chupársela, o sólo le gustaría recibir? Su rostro apuesto, sin cicatrices, con las dos orejas.

Pero también era muy apuesto para él, un feo y bajito naturalista, bastardo por añadidura. Se sentiría menos al lado de quien se convertiría en lord Melville si su hermano mayor falleciera, y no le gustaba sentirse así. Era demasiado orgulloso, también para tolerar todo tipo de amantes. Heneage sería menos celoso, pero también menos fiel, no se engañaría al respecto.

 

Heneage se mordió los labios. El silencio había durado demasiado. Stephen los miró; seria agradable probarlos, sentirlos sobre su piel.

Pero no iba a suceder. Y no por algún motivo que pudiera racionalizar, analizar los pros y contras y decidir de manera objetiva.

No iba a suceder porque contrario a la principal regla de un agente secreto, a la principal regla de Stephen, aquella que se había jurado cumplir hasta la muerte luego de su separación con James se había enamorado. Y lo de James había sido un juego de niños en comparación a lo que sentía por Jack.

Tomó un trago de vino.

-Me temo que rechazare su amable oferta, capitán Dundas.  – su decepción, evidente, halagó su amor propio – Jack es el motivo por el que estoy en la Armada. Si no soy su cirujano, soy un naturalista. Y – le sonrió débilmente – no soy capaz de abandonar a un amigo cuando… está bailando en el borde de un acantilado.

-No esperaba menos de usted.

Heneage rozó su mano y el contacto ardió. ¡Oh, cuanta pasión tenía ese hombre!

-De haber sabido que el afecto que le unía a mi amigo era tan profundo, jamás me hubiera atrevido. Y, ya que he sido indiscreto permítame serlo un poco más: hable con Jack. Dígale que está arruinando su vida por una mujer que no vale la pena. Se lo diría yo, pero hay cosas que un amigo no puede decirle a otro sin que terminen batiéndose en duelo.

Stephen asintió, el gesto reservado, triste por dentro. Él tampoco podía decirle, no tenía la autoridad moral para ello cuando le guardaba un secreto, aunque su vida dependía de él.

Pero, ¿qué era su vida, sino Jack?, concluyó andando por los feos y húmedos muelles, buscando el extraño Polychrest.

 

 

 

Notas finales:

Racionalizar es un proceso matematico bastante complejo, que, sin embargo es posible, a diferencia de racionalizar como lo entiende la mayoria de la gente.

Bueno, caso que se lo pregunten en las notas iniciales dice Come! taste the wine :3 y no diré nada más.

Gracias por leer, me quedó justo como quería. No he perdido el don a pesar de que lo unico que escribo ultimamente son problemas de termodinámica.

Kiitos!


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