*Yo sé
que el pasado te atrapará
cuanto más corras.
Los gritos de dolor y desesperación se dejaban escuchar por toda la habitación haciéndose cada vez más débiles. Sangre y semen manchaban las sabanas de la cama donde sus dos ocupantes continuaban en acción uno con lágrimas en los ojos y el otro embistiendo a su adolorido compañero mientras a su alrededor las cámaras no perdían ningún movimiento.
- ¡por favor déjame! - le rogaba una y otra vez
- No aún – le contestaba el otro, y se corrió una vez más dentro del pobre chico – que hasta ese momento tenía un antifaz puesto sobre sus ojos –
El antifaz estaba flojo por lo que el movimiento lo hizo caer y entonces lo vio, era el chico que estaba en su escuela, al que todos admiraban. Era bien parecido, inteligente, incluso elegante. Tenían la misma edad pero era totalmente opuestos, mientras uno era delgado y parecía frágil el otro si bien no era un adonis tenía músculos bien marcados. Lo conocía y eso le dolía aún más que todo lo que estaba pasando.
-- Yami – alcanzó a balbucear el chico
La aterrada mirada del otro le hizo entender que lo había escuchado y que no esperaba que le reconociera.
Sin embargo pensó que nunca recuperaría lo que ese chico le había arrebatado, eso le dolió más que nada porque a partir de ese momento, ya nada sería igual.
Se desmayó y solo alcanzó a atisbar la mirada de color amatista y no supo discernir si era un sueño o de verdad la había visto.
Despertó, observó a su alrededor, se dio cuenta que el cuarto era blanco y olía tal como un hospital así que por lo tanto alguien debió haberlo encontrado y traído a un hospital. Volteó la cabeza y vio a su abuelo dormitando en un incómodo sofá, se preguntó qué hora sería. El abuelo abrió los ojos y lloró al verlo despierto y vivo. Le dijo cuán preocupado había estado y le dijo que agradecía que estuviera bien después de lo que había pasado. Que alguien lo encontró, violado y que alguien había grabado ese acto para subirlo a una página de pornografía solo para ganar algunos billetes, todo a costa de su integridad y su dignidad. Y lo único que recordaba es haber visto el rostro de Yami cuando cayó el antifaz. Comenzó a sollozar y maldecirlo.
1 año después
Yugi despertó como cualquier otro día, escuchando la alarma del despertador. Se levantó de su cama y se dirigió al baño para tomar una ducha, después tomó su ropa y se vistió. Ese día no había escuela
Bajó las escaleras para tomar el desayuno, vio a su abuelo con el semblante muy serio sentado a la mesa tomando un poco de café recién hecho.
- Buen día Abuelo – saludó
- Buen día Yugi – fue lo que recibió como respuesta
- Yugi, ven siéntate – comenzó su abuelo – Esto que te voy a decir es de vital importancia ¿está bien?
Yugi no entendía de que se trataba todo eso porque su abuelo hablaba de repente tan serio, es decir, desde el suceso – como ellos lo llamaban– se había vuelto más sobreprotector: lo llamaba cada tanto, le preguntaba dónde estaba, le recordaba que tuviera cuidado siempre pero nunca lo había visto tan serio como hasta ahora. El abuelo siempre era jovial a pesar de todo.
La verdad es que Yugi había logrado más o menos pasar el trago amargo, pensaba que solo estuvo en el lugar menos indicado justo a la hora menos indicada. Y que eso le puede suceder a cualquiera.
- Como sabes en nuestra familia hay una tradición muy peculiar
- ¡No! - contestó inmediatamente, ya sabía de qué se trataba todo eso – ¡no quiero, me niego!
- ¡Es la tradición Yugi! Si quieres que la familia te tome en cuenta debes hacerlo, como yo lo hice, como tu padre lo hizo
- ¡No!
Corrió hacia su habitación y cerró la puerta justo cuando su abuelo estaba subiendo las escaleras, se tiró a la cama y se tapó el rostro no quería saber nada por ahora.
La estúpida tradición consistía en que cuando el hijo mayor cumpliera 18 años, los padres le buscarían una buena pareja, fuese hombre o mujer. Una vez que se casaba era reconocido por todos los miembros de la familia y entonces ya podía manejar sus bienes heredados a su antojo, asegurándose así que sentara cabeza y tuviera un lugar donde criar a sus futuros hijos. Para Yugi era una tontería injusta ya que ninguno tenía voz ni voto si querían deshacer el compromiso. Tenían que casarse u olvidarse de todos y por ende, estar solos en el mundo.
No quería tener que casarse con alguien a quien no amaba solo por cumplir la estúpida tradición familiar y menos aún si la persona que su madre escogía era un hombre.
Desde aquel día Yugi tenía miedo de sus compañeros y de cada hombre que se acercaba a él. Sudaba frío y le daban ataques de pánico. Excepto por sus mejores amigos Joey y Tristán, no quería tener nada que ver con otros chicos para nada.
Ahora que lo pensaba, su abuelo también tuvo que pasar por la estúpida tradición y le escogieron una buena esposa que se quedó a su lado hasta que el cáncer la mató
Su abuelo había tenido suerte pero no creía que a él le fuese a suceder lo mismo.
Escuchó el sonido de los golpes en su puerta
- No abuelo, no lo haré – dijo anticipándose
- Tenemos la visita de tu prometido – dijo su abuelo con un tono de voz que sonó a culpa
- No voy a salir – dijo
- Yugi Motou! Sal en este instante, es una orden
Se sentó al borde de la cama y miró hacia la puerta que estaba justo en frente y se le antojó una situación algo incoherente: su abuelo tratando de sacarlo de su habitación para poder presentarle a su prometido, él encerrado en la habitación, el chico que su madre había escogido para él se formaría una idea errónea sobre Yugi.
Se levantó pesadamente de su cama y al fin giró el pomo de la puerta quitando el seguro en el proceso y abrió a su abuelo quién lo observó curioso
- Solo hago esto para rechazarlo correctamente y que no piense que soy un mal educado
- Yugi, el compromiso una vez pactado no se puede deshacer
- Y quien dice que lo voy a pactar
Su abuelo lo tomó firmemente del brazo para que no escapara de nuevo y le contestó:
- Ya está pactado
Yugi sintió que el mundo se le venía encima y se le antojó peor que antes, no creyó que realmente tuviera que casarse. Una vez pactado el matrimonio no había fuerza humana en el mundo capaz de detener o impedir esa boda.
Suspiró resignado y terriblemente molesto, se dejó arrastrar. Llegaron a la salita
Yugi, este es tu prometido – hizo una pausa – Yami Atem – dijo con una sonrisa