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Sin habilidades de acosador por Tentaculo_Terapeuta

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Notas del capitulo:

Esto lo escribo con una amiga y no sé si tansiquiera tendrá final o será algo. Pero de momento ahí va un primer capitulo y esperemos que haya muchos más.

Esta historia empezó sin que yo me diera verdadera cuenta. En realidad eso no es del todo tan raro, porque aunque me fije en los detalles, por norma general soy de mentalidad simple. Eso es lo que me han dicho siempre y creo que tienen razón.
Todo empezó el último año del bachillerato, yo vivía solo en un piso minúsculo. Mi familia es del sur de Japón, pero al empezar la secundaria me trasladé a Tokio para hacerme un hombre de verdad. A veces no sé si esa sería la oración adecuada para definir lo que hago en la capital, pero estudio, juego al vóley y me divierto. Sobre todo hago eso último, y está bien.
Pero creo que  lo principal que hay que tener en cuenta es la primera vez que yo vi a Oikawa. Fue en un partido de la universidad, él era titular en su equipo y yo chupaba banquillo como si fuera un novato incapaz de recibir un balón.

Me impresionó la belleza con la que movía su cuerpo, la forma a que tenía de lanzar y su habilidad asombrosa como acomodador. Pero no vamos a mentirnos, me llamó la atención porque era guapo además de buen jugador. Desde aquel momento me obsesioné con vencerle. Pensaba tontamente que si lograba ganarle le impresionaría y podría sentarme a su lado en un café. Sé que puede sonar como su un crush romántico me hubiera asaltado, pero nada más lejos de la realidad, yo soñaba con ser amigo suyo. Era una idea muy tonta, pero yo nunca he brillado por un gran intelecto y no pasa nada por ser un poco más lento.
Pero creo que debo reformular el modo de cómo cuento esto, si os hablo primero de Oikawa no estaría contado la historia desde el principio propiamente.
Iba yo en el metro a hora punta, había logrado sentarme, aún ni se cómo, cuando conocí a Yamada-san. Técnicamente y si nos ponemos puntillosos, no lo conocí verdaderamente ese día, pero en parte sí.
Yo estaba súper dormido, cansado, hecho asco, y es que el día anterior me había quedado hasta muy tarde “entrenando” con Akaashi en el gimnasio. Os explico de qué va eso de las comillas más adelante. Como consecuencia, no solo había salido tarde de la escuela, sino que además había perdido el último tren y como voy corto de parné como para coger un taxi, volví a casa andando. A causa de que qué esto me ocurría a menudo, empezaba a plantearme ahorrar para comprarme una bicicleta.
Pero volviendo a la historia, estaba yo ahí sentado y me fijé en el tipo que estaba sentado a mi lado. El tipo tenía la manga de la camiseta vacía, por lo que pensé que quizá había perdido un brazo. Automáticamente mi mente se aterró, si me faltase un brazo no podría jugar al voleibol, no podría hacer mis remates estrella que me llevaban al top cinco. No podría ser muchas de las cosas que me definían.
Perdido en mis dramas personales no me fijé mucho más y proseguí mi camino al instituto.
Al día siguiente me levante más temprano con la intención de practicar más y más duro. El mundo me había dado la oportunidad de ser uno de los mejores jugadores de voley y no podía dejarlo ahí. Los que se fían solo de su habilidad natural no llegan lejos.

Me sorprendí al ver el tipo del día anterior, pero... Tenía las dos manos, pequeñas al estilo japones, sobresaliendo por debajo las mangas de la chaqueta.
Hay una teoría que dice que los homosexuales tienen las manos más grandes. Dejadme deciros que es mentira, de mi lista de parejas sexuales, ninguno tenían las manos más grandes que la media. Aunque si lo pienso eso podía definirse en que solo ha habido tres amantes en mi vida, y patéticamente uno ni siquiera se considera homosexual.
Pero volviendo a los hechos, aquel tipo despertó mi curiosidad.
Lo observé y me senté a su lado como el día anterior, esperando a ver qué ocurría. No caí en la cuenta que podía ser que tuviera una lesión y el día anterior llevara el brazo encabestrado, pero ya os lo he dicho: Mentalidad simple.
Las dos primeras paradas no ocurrió nada, pero al pasar por la zona residencial de las universidades el tipo escondió el brazo dentro de su ropa. Y entonces lo entendí. El tipo se la machacaba en el tren, soez y crudamente dicho. Era un exhibicionista, un pervertido común que aprovechaba cuando el tren iba a rebosar para pasar desapercibido.
Me reí un poco al descubrirlo, ni entendía muy bien aquellos fetiches. Si bien mi padre me habría dicho que yo era un desviado por buscar afecto en los hombres, no me sentía al nivel de aquel tipo que tenía al lado.
Si yo hubiera sido un vouayer, probablemente me hubiera empalmado ahí mismo, lejos de eso sentí cierta lastima. Que te gusten cosas que la sociedad clasifica como repugnantes o cosas que están mal en sí mismas debe ser duro.
Me acordé de una vez que Kuroo y yo fuimos a un bar hay por primera vez. Un tipo me invitó a varias bebidas, y yo confíe en él. Al parecer había puesto droga en mi vaso y cuando salimos por la puerta de atrás empecé a sentirme muy mareado.
Recuerdo bien a aquel hombre, era más bien bajito y un poco calvo por la coronilla. Recuerdo caerme de bruces al suelo, y al tipo queriendo quitarme el pantalón. Me sentía muy mal, porque de no haberme drogado era posible que yo mismo le hubiera dejado hacer aquello, pero por algún motivo el tipo no lo había creído posible.
Gracias a Kami-sama, Kuroo apareció y golpeó a aquel hombre antes de que hiciera nada conmigo, pero fue aterrador.
El tipo que se masturbaba en el tren me recordó a aquel hombre, que se volvía un villano por culpa de falta de confianza, o por fantasear con cosas que en general no está bien llevar a cabo.
Aquel día en el tren cuando Yamada-san término le alargué un pañuelo.

Pero el asunto no acaba en yo siendo amable con Yamada-san en el tren. Tenía veintisiete años, trabajaba como informático y le gustaba cenar carne parillada a menudo. Diría que se sentía muy solo y por eso nos hicimos amigos a pesar de la diferencia de edad.
Años más tarde, dos exactamente, Yamada-san y yo nos encontrábamos en su yakiniku favorito. Pagaba él por supuesto, porque yo, universitario independizado de la familia, no tenía dinero para aquellos lujos. Creo que a él no le importaba, porque como ya he dicho, se sentía muy solo.

—  Ya lo he decidido ¡Hoy pierdo la virginidad de una vez por todas!—  gritó Yamada-san golpeado la mesa con fuerza. Cuando le oí decir aquello me animé, pensé “al fin le va a echar huevos al asunto y va a ligar con alguna belleza”. Podría describir mi cara al oír lo que dijo a continuación, pero os lo dejaré a libre interpretación. —   Tengo la dirección de un prostíbulo que me han dicho que es excepcional.

No os he descrito a Yamada-san, pero es un tipo muy normal. Tiene el pelo oscuro y los ojos castaños, sus mandíbulas son suaves para ser un chico, y sus labios son bastante gruesos. Es un poco más bajo que yo y debe pesar unos sesenta quilos más o menos. Vamos, un tipo del montón, como tú o como yo.

—  ¿De verdad crees que es necesario ir tan lejos? —  pregunté sorprendido. No tengo nada en contra de la prostitución en sí, pero en mi cabeza por algún cliché extraño, supongo, creía que solo los hombres  solteros, viejos y arrugados iban a esos sitios. A todo esto yo me preguntaba quién le había hablado de un prostíbulo a Yamada. Según él yo era su único amigo, y en el trabajo le trataban mal.—  No sé por qué te obsesiona tanto eso de perder la virginidad...

—  Lo dices porque tú no eres virgen y tienes casi treinta años—  cuando me contestó aquello me puse a pensar.—  En dos meses será mi cumpleaños.

Akaashi y yo habíamos tenido “entrenamientos”. Que básicamente los llamábamos de aquel modo, porque a pesar de que había sentimientos entre nosotros, nunca nos replanteamos mantener una relación sentimental seria. En aquellos momentos Keiji tenía planes de ir a una universidad en los Estados Unidos y a pesar de que quisiera seguirle al fin del mundo, no era algo muy realista. Pase una etapa de depresión por ello el primer semestre de la universidad en el que Keiji no estaba, llanto y helado bajo las mantas, con Kuroo echándome la bronca por no asistir a clase a pesar de que él tampoco iba. No íbamos a las mismas clases, pero lo sabía.

—  La realidad es que solo me acostaba con un amigo en la escuela secundaria —  me descubrí diciendo aquello con cierta amargura y las ganas de llorar por haber recibido solo tres correos electrónicos de Akaashi desde que se había ido al extranjero me asaltaron. Pero entonces me percaté ¿y por qué me contaba aquello Yamada-san? —  ¿Por qué es importante que sepa que te vas a ir a pagar a una señora para que se acueste contigo?

Yamada apretó los labios en una mueca mientras me miraba fijamente y entonces lo entendí todo. Le daba miedo ir solo a ese sitio y quería que yo le acompañara. Mis mejillas se tiñeron de un rojo exagerado, a mí me daba vergüenza algo así.

—  Se supone que eres mi amigo, Boku-kun —  Yamada-san tenía las manos en pose de súplica, con los ojos cerrados y la cabeza gacha.

La misma lástima que me aconteció cuando lo encontré masturbándose en un vagón de tren, años atrás, volvió a mi corazón. Además tenía que tener en cuenta toda la comida que me había pagado y hasta una vez me había ayudado a pagar el alquiler de mi minipiso.

—  Está bien, como estudiante de antropología social saber cómo son esos sitios podría ser útil dije con cierta seriedad. Lo cierto era que no, pero tenía que decirme una excusa a mí mismo.— Pero tendrías posibilidades si fuéramos de fiesta y lo intentaras...

—  No tienes ni la más mínima idea, a mí las chicas en el instituto me repelían —   dijo para después dar un discurso sobre lo duro que había sido ir al instituto para él.

Quizá era una bendición que nunca me hubiera obsesionado ninguna chica. Aunque a menudo pensaba que el único motivo por el cual Yamada-san no conseguía las cosas era porque no lo intentaba de verdad, tomando siempre el camino fácil. De todos modos salimos del bar de  yakiniku sin que consiguiera convencerla de que saliéramos de fiesta y que se olvidara del asunto del prostíbulo.

Tomamos un taxi hasta el barrio de shinjuku, cerca de la zona de kabukichō. No diré que me diera vergüenza estar por ahí, la mayoría de bares gays de Tokio estaban allí, pero el hecho de saber por qué estaba allí me hacía sentir ligeramente azorado. Aquello era un tanto peor de lo que suena así dicho, porque además me sentía como una colegiala puritana, que quizá era si me abrumaba tanto pensar en ello. Si las luces de neón no me hubieran parecido tan molonas quizá mi estado de desánimo hubiera crecido hasta un punto infinito, pero allí estaban. Verdes, rojas, azules y amarillas, en romaji, katakana e hiragana decían hola en sus miles destellos. Diría que aquello me emocionaba porque llevaba mucha cerveza en el organismo, pero es una mentira como un templo. Siempre me han gustado las cosas que brillan, el aire de la fiesta nocturna y la gente divertida del barrio de kabukichō.

Acompañé a Yamada ente la muchedumbre. El andaba un paso por delante de mí, emocionado como un niño pequeño. Me hubiera gustado comprender por qué el factor de tener sexo con otra persona era algo tan importante. Antes he hablado de tres amantes en mi vida, uno era Akaashi y realmente creo que es el único que cuenta hasta donde llega mi narración por ahora. Otra de aquellas tres personas con las que me acosté ni siquiera era un amigo, era un conocido y lejos de sentirme cómodo con aquella experiencia sexual, me sentí profundamente incómodo. Si bien el tipo era atractivo y el sexo fue placentero, las situaciones divertidas que se sucedían con Keiji, no eran más que inconvenientes molestos con este otro tipo que vi dos veces y decidí alejarme de él. Era por aquello que para mí no había mucho sentido en pagarle a alguien para tener sexo, me parecía un tanto mejor hacerme una paja. No en el tren desde luego.

Yamada-san y yo éramos buenos amigos a pesar de no comprendernos, quizá porque la amistad solo comprende de apoyo y lealtad. Y por eso yo estaba ahí delante de un bar minúsculo muerto de vergüenza.

— ¡Voy a entrar! — anunció Yamada-san con una sonrisa emocionada. Le devolví la sonrisa.

— Llámame cuando salgas, para saber que estás bien —  dije rascándome el cuello.—  No me interesa que es lo que hagas ahí.

Le miré entrar y me disponía a irme cuando vi a Kuroo salir de uno de aquellos establecimientos. No os voy a mentir, no me lo esperaba para nada pero más que preguntarle que hacía allí, quería esconderme ¿Cómo iba a explicarle yo por qué estaba ahí? Estaba rojo como un tomate italiano con denominación de origen. Por supuesto que mi colega estaba al corriente de la existencia de Yamada y que incluso lo había conocido en una ocasión, pero Kuroo nunca había preguntado nada a cerca de él y como tal... Suponía una larga explicación.

Intenté mezclarme entre la gente, fingiendo que yo no estaba ahí de verdad, cuando la mano de mi colega se aferró a mi hombro.

—  ¡Hey! —  dijo mientras me giraba. Mi mente gritaba internamente “¡NOOOO!” tratando que mi rostro no pareciera que lo dijera, haciendo que mi sonrisa pareciera un ser amorfo entre la risa y el llanto. —  No sé qué haces aquí, pero necesito pillar una cogorza y me vienes genial.

Parpadeé seguidamente. Estaba de acuerdo, beber hasta caer tumbado era una forma genial de acabar la noche. En general soy un tipo deportista, no os penséis que hago estas cosas muy a menudo, solo de vez en cuando.

— Me parece perfecto — dije, ahora si dibujando una sonrisa sincera.

Y de ese modo Kuroo y yo acabamos en un pequeño bar de kabukichō. Sentados en una mesa pequeña, yo tomaba otra cerveza mientras él se tomaba un vodka con lima.

Charlábamos de esto y de aquello, qué más da, cuando me fijé en el tipo de la barra. Era aquel Oikawa, tomando whisky. Uugh pensé ante la idea de un bebedor de whisky.

La vida te mente en situaciones muy raras, y personalmente nunca he necesitado del alcohol para hacer tonterías, pero más de cinco cervezas era suficiente como para hacerlas, así que fui a sentarme a su lado.


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