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Somos Hermosos por jotaceh

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Notas del fanfic:

¿Saben? Me ha costado llegar a una definición de felicidad y ahora, que a mi edad :P he conseguido aunque sea una aproximación, me gustaría compartirla con ustedes... Quizás no le guste la historia, los personajes o las situaciones, tan solo que quiero que sepan que lo que he escrito y escribiré, ha sido con toda la intención de ayudar a quien pueda estar igual de perdido como yo lo estuve...

 

Una frase que me gusta de V de Venganza (Mi película favorita :D) es esa que... aunque nunca llegue a tocarte, a abrazarte, a reir contigo, ni siquiera a besarte... te amo... 

Es cursi lo sé, pero siempre lloro al recordar esa escena xD 

Se las dedico <3

Notas del capitulo:

Hola a todos... y bueno, aquí estoy nuevamente iniciando una nueva historia... tengo un poco de nervios... no sé si les gustará, espero que sí :D

Ya verán que hay muchas sorpresas, les adelanto una... ¿Saben que quiero escribir Yuri? Ni idea cómo se haga, pero lo intentaré :D Ok... lo más probable es que solo sea una escena, no es que toda la historia sea Yuri... pero por algo se empieza :D

Que maleducado soy... para los que no me conocen de antes... me presento... Soy Jotaceh, tengo 22 años (no me molesten u.u) soy de Santiago de Chile, mi color favorito es el verde, me gusta reir y llorar :D el resto... se los cuento durante el camino...

CAPITULO I: Cómo conocí a María.

Hace mucho calor esta tarde, apenas puedo trabajar y es que el sol parece achicharrar a todo quien ose a posarse bajo él. ¿Saben cuánta basura puede botar la gente al ir de compras? Es sorprendente lo cerdos que se vuelven tan solo al abandonar sus casas, como si sus madres ya no los vieran y no pudieran regañarlos. Me topo con botellas de bebidas gaseosas, envoltorios de galletas, restos de dulces y lo que más detesto, aquella sustancia infame que me hace la vida de cuadritos, esos chicles pegados en el suelo, esas estúpidas gomas de mascar que tras ser usadas, sus dueños simplemente lanzan al piso. ¡Cuánto odio a esos puercos! Mi madre siempre me enseñó que vaya donde vaya, debo botar la basura en el basurero, ¿por algo se llama así no?

Camino por los pasillos de aquel antro del consumo, vestido con mi uniforme de trabajo, aquel overol azul que cubre todo mi cuerpo, el que me identifica como el chico del aseo, la única persona que realmente trabaja bajo este techo. ¿Los vendedores? Que farsa más grande, lo único que hacen es dormir en los baños y hablar por teléfono en las tiendas. Yo siempre los veo relajadamente, mientras limpio los pisos con mi sudor. ¡Esto si es laborar! Tienen que aprender del mejor, de Alejandro Bascuñán, el que quita del suelo toda la mierda que ustedes lanzan. Sí, los tengo vigilados, cualquiera que ose a ensuciar mi puesto de trabajo, tendrá que sufrir el peso de mi escoba, porque les pegaré directamente en la cabeza. ¡Lo prometo!

Como ya he sacado la basura grande con mi pala, debo fregar los azulejos con mi trapero, dejarlos relucientes y oliendo a las más frescas flores, como si estos animales descontrolados por comprar estuvieran en el paraíso. Tomo mi fregona, la mojo en el tacho con agua que he acarreado previamente y tras humedecerlo lo suficiente, le escurro un tanto en esa rendija que el contenedor tiene, esa donde tú presionas y mágicamente cae el agüita. Ni idea como se llama eso, pero es sin duda uno de los mejores amigos que tengo en mi rutina. Listo con mis instrumentos, comienzo a trapear el suelo, mojando para sacar las manchas de tierra, helado derretido y cuanta suciedad encuentre.

¡No pisen ahí! ¡Ahí tampoco! ¡Grupo de alimañas! ¿No ven que estoy trabajando? ¿Acaso no les importa? Constantemente me siento invisible, como si la gente a mí alrededor no me viese, porque por más que limpie, por más que coloque el letrero de “cuidado, piso resbaladizo”, nadie hace caso y deja sus huellas impregnadas en el suelo recién mojado. No, no es que deban tener precaución con la posible caída, sino que con mis garras, porque estoy a punto de golpear al primer imbécil que se le ocurra destrozar mi trabajo nuevamente. ¡Gente sin respeto ni educación!

-¡Alejandro! ¿Qué sucede contigo? Está todo tan sucio, ten más cuidado…-Me grita sin compasión mi jefa, esa estirada de moño alto y arrugas profundas, la delgada con cabello oxigenado y mirada de asesina en serie, que lo único que desea es ver mi sangre escurrir de sus manos. ¡En realidad le tengo miedo! Y no es para menos, siempre me critica todo lo que hago, porque un imbécil como yo, que apenas sabe leer, no tiene la capacidad mental para limpiar con facilidad. No hay otra persona en el mundo a quien moleste más que a mí, ya que ni siquiera pudo casarse. La compadezco, aunque también lo haría de la pobre criatura que hubiese caído en sus garras. Eso no hubiera sido un “y vivieron felices por siempre, comiendo perdices”, sino que más bien un “la bestia se comió a las perdices y se llevó de paso al príncipe, que como estaba bueno, quería comérselo”.

¿No les pasaba que cuando sus abuelitas les leían cuentos de hadas siempre se imaginaban que eran la hermana fea? ¿O el sapo al lado del que era el príncipe encantado? ¿O uno de los duendes de la Blanca Nieves? ¿Sólo a mí me pasaba? Es que no podía competir con mis padres, con las personas a quienes más amo en este mundo, siempre los imaginaba a ellos como el príncipe y la doncella. Luego mi profesora de lenguaje, esa que me golpeaba con la regla por no leer nunca bien, era la bruja malvada. Solo de acordarme me duele la espalda. ¡Maldita vieja! Estoy seguro que debe ser pariente de mi actual jefa, ambas tienen el alma igual de oscuras.

¿De qué hablaba? Ah sí, bueno, cuando mi mamá se emborrachó el otro día, fui yo quien tuvo que sujetarle el cabello para que no vomitara sobre él. Si me pidieran contar todas las veces en que la he ayudado a hacer ello, no terminaría nunca, bueno… eso y que no sé tantos números como el resto. Ya llego al millón y me pierdo. Qué bueno que soy un simple barrendero, así no me tocará nunca contar tal cantidad de dinero. ¿Cuál es la razón por la que todos se obsesionan tanto con la riqueza? No hay telenovela en la que no haya un rico, como si cayeran del cielo. Ahora que lo pienso, yo nunca he visto uno, porque este centro comercial es de “clase media”, esos que son pobres pero se arreglan con una tarjeta de crédito. Y ni hablar de mi barrio, allí ni por casualidad alguien con un poco de dinero en el banco se atrevería a transitar.

Parece que no hablaba de ello. Ah sí, bueno… mi jefa me retó por más de un cuarto de hora, como si no tuviera nada mejor que hacer. Menos mal que tengo déficit rotacional, o atencional, o mantencional, o como sea, así ella cree que la estoy escuchando, cuando en realidad estoy pendiente en contar cada una de sus arrugas. ¡Madre santa! Debajo de los ojos tiene ochorrocientas, y claro, los típicos surcos al lado de la boca, los que solo se han hecho por hablar, ya que esta vieja ni sabe lo que es sonreír. -¿Entendiste entonces?- Escucho de pronto bruscamente, como siempre hace, subiendo el tono de la voz para que todos se den cuenta que me está regañando. ¿Comprender qué? ¿De qué me hablaba? Ya tengo treinta y me siento igual a aquellos años de trauma, cuando asistía a clases. Ya veo que esta señora saca una regla debajo del uniforme, para luego golpearme en la espalda. Miro de un lado a otro, buscando alguna pista de qué pudo haberme dicho. –Esto me pasa por rodearme de tarados. Claro, ¿quién más va a trabajar como barrendero? Solo un imbécil como tú puede caer tan bajo… Será mejor que labores mejor, o sino, tendré que despedirte.- Dice finalmente, antes de marcharse con el culo en alto, como si quisiera que los hombres le vieran la poca carne rancia que le queda.

¿Saben lo peor? Es que se llama Petronila. ¿Quién mierda le coloca así a una pobre criatura de Dios? ¡Petronila! Lo único que faltaría es que su segundo nombre fuera Sinforosa. Ya tengo una misión para esta semana, tengo que robarle la Cédula de Identidad para averiguar cuánto más me puedo reír de ella.

Sigo con mis quehaceres cuando escucho el llanto de un niño pequeño. En medio de la multitud, un infante que apenas debe tener cuatro años solloza desconsoladamente, mientras quienes caminan a su alrededor prefieren hacer caso omiso a su llamada desesperada. Mi pecho se contrae al ver aquella carita llena de lágrimas y mocos, con la mirada perdida debido al pavor. Dejo de lado mi trapeador y voy en ayuda de aquel angelito. -¿Estás bien? ¿Te perdiste de tu mami cariño?- Le pregunto tras hincarme ante él. Por un momento el chico cesa de llorar y mueve su cabecita para afirmar mi pregunta. –Yo te ayudaré a encontrarle, ¿vale?- Le digo mientras tomo su manito. ¡Qué cálida es! Y suavecita, como la pancita de Puchi cuando le acaricio. Así, vamos pasillo por pasillo buscando a su familia.

-Disculpe, ¿Conoce a este niño?- Pregunto a una regordeta, sin embargo me observa despectivamente sin siquiera responderme. –Qué va a ser su hijo, si es muy bonito para venir de tremenda ballena…- Murmullo bajito, aunque parece que el mastodonte tiene orejas biónicas y escucha de todos modos. Debo correr con el pequeño angelito para que no nos aplaste de lo molesta que está. Unas tiendas más allá, veo al niño reír un tanto, tal parece que el escape de Donky Kong le ha divertido. ¿Cómo pueden dañar a seres tan hermosos? Si tan solo al estar felices son capaces de aliviar el corazón de miles, de alegrarte el día aun cuando hace un rato una vieja arrugada te ha regañado.

Media hora después logro escuchar un grito de felicidad. -¡Pablo! ¡Ahí estás!- Corre desesperada una mujer de cabellera larga, piel pálida como la leche y los ojos más brillosos que jamás he visto. Si no fuera alegre, de seguro me gustaría. Bueno… alegre… ya saben, eso significa gay en inglés ¿no? Lo mejor de todo, es ver las piernitas gordas del pequeño que encontré, corriendo para encontrarse con su madre, a quien agraza fuertemente. ¡Algún día me gustaría ser padre! Debe ser tan lindo. -¿Cómo puedo recompensarte?... Si hubiera perdido a mi hijo, ahora estaría deshecha…- Me dice la señora, un poco más serena luego de dar miles de besos a su adorado retoño. –Pues, cerrando la boca y dejando de perder al niño- Le respondo un tanto directo y es que no quería que sonara así, solo que a veces no puedo controlar lo que digo. Soy tonto, supongo que debe ser por eso.

El angelito abraza mi pierna antes de marcharse. –Pórtate bien y no llores más, ¿ya?- Le digo mientras acaricio su cabello. Ya es hora que se marche y le veo perderse entre la multitud tomado de la mano de su mamá, dando esos pasos discordantes, típicos de un niño en toda su plenitud. ¿Por qué será que crecemos? ¿No sería mejor ser un infante todas nuestras vidas? Así el mundo no conocería de guerras ni disputas, solo de amor y siestas a medio día, a leche y un poco de flatulencia antes de acostarte.

-¡¡¡¡¡¡Alejandro!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¿Dónde estás?!!!!!!-

Escucho asustado a lo lejos. ¡Madre santa! Ahora sí que estoy perdido. Se me había olvidado que tengo que trabajar y dejé mis instrumentos en medio del pasillo, allá donde encontré al pequeño perdido. Ahora sí que la vieja de mi jefa saca la regla y me pega, mejor comienzo a pensar en una buena excusa. ¡Diarrea! Es todo lo que puedo argumentar. Si las mujeres se zafan con la menstruación, pues no me queda de otra que culpar a mi trasero. ¡Estúpido pene! ¿Por qué no tengo la regla también?

Trabajo por turnos, cada semana debo laborar en un horario distinto. Esta me ha tocado de tarde, por lo que ingreso a la hora de almuerzo y salgo cuando ya ha caído la noche. Voy al cuartito que nos tienen para vestirnos y ahí me encuentro con mis colegas de turno. ¡Tengo muchos amigos! Y ellos están ahí en la esquina, hablando de fútbol. –Hola chicos, ¿cómo están?- Les digo alegremente mientras les veo callar al notar mi presencia. –Piérdete retrasado- Me dice el líder del grupo, aquel que hace poco fue ascendido a supervisor. Los hombres se ríen ante sus palabras y me miran mofándose. –Después seguimos hablando- Y me marcho con la misma sonrisa con la cual llegué. Ellos son muy simpáticos, solo que después de una ardua jornada, están muy cansados y por eso me tratan mal, no es que siempre sea así… bueno… no todos los años me tratan mal.

Voy a llegar a darles de comer a Puchi, Lori, Mancaqui, Chupi-Chupi, Cabecitas, Patán, Larguito, Sin nombre, Conejín y don Lagarto. Ellos son mis mejores amigos, los que se alegran al verme llegar a casa y corren a olerme el trasero. Bueno, los que son perros, porque mi conejo solo come del pasto, las zanahorias están muy caras, y la iguana, pues…. Él…. Es el encargado de comerse los ratones del entretecho. ¿Pueden creer que a todos los encontré en la calle? Sus antiguos amos se olvidaron de ellos y los tiraron al mundo. Los encontré, con sus ojitos repletos de pena. ¿Qué más podía hacer? Así es que los tomé y los llevé a mi casa. -¡Ningún animal más! Ya mucho tenemos contigo…- Fue la advertencia que mi Papito me dijo cuando llegué con Puchi, el último en integrarse a nuestra feliz familia. Así es que ahora camino con la mirada gacha, no quiero encontrarme con ningún otro pobre angelito que necesite de mí, porque simplemente no podré ayudarle.

-Hola Janito, ¿ya te vas a casa?- Me dice sonriendo don Jacinto, mostrándome su boca desprovista de todo diente. El anciano vive hace muchos años en la calle, sobreviviendo gracias a los restos de comida que los restoranes botan. Yo usualmente saco de la basura aquello que pueda ser comestible, lo reúno en una bolsa para guardárselo a mi amigo. –Hoy le encontré la mitad de un queque, un pan con mortadela, un poco de jugo de naranja y una peineta nueva, para que se arregle un poquito… quien sabe, puede que logre coquetear si se peina mejor.- Le digo entre bromas al anciano, a quien siempre le he visto con aquella ropa, la que se encuentra negra de tanta mugre impregnada. Su cabello cano es en realidad un matorral impenetrable, una selva que puede contener aquello que desconoces. –Muchas gracias hijo… si no fuera por ti, hace mucho ya me habría muerto… Dios te bendiga, un ángel como tú no cae del cielo siempre…- Tan solo me sonrojo ante su muestra de afecto, y es que es tan tierno este anciano, por eso lo quiero tanto. Le beso en la frente como me es costumbre y me marcho para llegar a cenar a casa. ¿Por qué tienen tanto miedo de acercarse a los mendigos? ¿No se han puesto a pensar que solo necesitan un poco de amor? Como todos en este mundo, para ser realista.

Tomo el microbús a mi casa, ese que va lleno y debo estar apretujado. Siento un par de senos en mi espalda, unos glúteos flácidos en mi pierna y una cabellera abundando intenta invadir mi boca. Me muevo un poco a ver si logro zafarme de esta tortura, solo que empeoro la situación y quedo con una cosa dura, larga y caliente rozando mis glúteos. ¡Oh madre mía! Alguien excitado está a mi espalda. ¿Qué hago? Soy alegre, pero no un pervertido. ¿Me estarán insinuando algo? Nunca antes un hombre se había atrevido a cortejarme, ya saben, lo que tengo de tonto lo tengo de feo, con esta piel tostada, grandes ojos marrones de ratón aplastado, boca insípida, nariz curva como agarradera de tetera y ni hablar de mi cuerpo, ese que se coloca cada vez más gordo. ¿Por qué será que la comida es tan rica? Si entra solita a mi boca, no puedo resistirme.

Me paralizo ante la idea de estar sintiendo tremendo espécimen. Ahora sí Alejandro, ha llegado la hora de conocer al hombre de tus sueños, al leñador peludo que te haga gritar como mi vecina cada vez que el panadero la visita. La mejor parte comienza cuando comienzo a sentir mojado, ¿tan excitado va el hombre? –Puta madre, se me dio vuelta el termo con té que tenía en el bolso… Disculpe señor, acabo de mojarle por atrás…- Y me dan una tremendas ganas llorar. Y sí, tendré que seguir esperando por aquel príncipe azul convertido en sapo, que ni se ha dignado a visitar a este hermanastro feo.

Me bajo del microbús, por fin he llegado a mi barrio y ahora solo quiero llegar a casa, para preparar la comida y cenar con mis bellos padres. Camino alegremente, saltando cual liebre en el páramo, cuando una fuerte discusión se presenta frente a mis ojos saltones. –Te he dado todo lo que querías, ¿y así me lo pagas?... Eres una vergüenza para esta familia, una perdida y descarada. Espero no volver a verte nunca más, ¿escuchaste?- Es lo que le grita un padre de a su hija, a la vez que la lanza a la calle, tirándole con desprecio sus ropas, esas que terminan regadas por el frío pavimento. Mi mirada se centra en las lágrimas que repletan el rostro de la muchacha, una rubia de pelo largo y liso, el cabello más hermoso que he visto en mi vida. Su piel clara y tersa me demuestra que no tiene más de veinte años, mientras que sus ojos azules me sorprenden por el gran vacío que presentan. Veo desolación en su alma, una gran tristeza cuando apenas se ha convertido en una mujer.

Lamentablemente me quedo ahí, estúpido como siempre, sin poder hacer nada, sin siquiera moverme para proteger a la pobre del ataque de aquel mastodonte que tiene por padre. Veo como el sujeto termina de tirar las pertenencias de su hija, para luego encerrarse en su casa, olvidándose de aquella que llora sin control afuera de ese techo. ¿Cómo puede estar tan tranquilo luego de cometer tamaño crimen?

Consternado, me acerco a la rubia para consolarla, me parte el alma. Sin siquiera saludarla, me siento a su lado para abrazarla fuertemente, tratando de entregarle todo el calor que mi cuerpo regordete puede producir. Nunca antes la había visto, vive cerca de mi casa, no obstante, es la primera vez que me topo con ella. Sé que necesita apoyo, no debe ser para nada fácil pasar por un momento así. –Ya… esto pasará y luego todo será mejor….- Le susurro al oído mientras la rodeo entre mis brazos. Al principio siento algo de rechazo, aunque finalmente sede ante la tristeza y se refugia en aquel espacio en el mundo que he creado para ella, para que logre salir de aquel abismo en el cual se encuentra.

-Si quieres engañar a tu padre, te hubieras conseguido a una más vieja… o por lo menos con más tetas… Con esta niñita, de seguro Carlos seguirá pensando que eres marica…- Es lo primero que me dice mi mamita al verme llegar con la chica rubia. Debo explicarle que quiero ayudarla, que la acaban de echar de casa y que necesita de nuestra ayuda. ¡A quien engaño! Aunque le explique con muñecos, ella no me creerá y seguirá empecinada con que quiero convencer a mi papito que soy heterosexual.

Luego de ver tan mal a la muchacha, le ofrecí quedarse en mi casa un tiempo. ¿Cómo iba a ser menos? Si me dijo que no tenía amigos ni más familiares, está solita en este mundo y eso me partió el alma. –No, lo único que voy a hacer es molestar… Mejor me voy… Gracias de todos modos.- Dice la chica un tanto apenada. –No señor, usted se queda aquí o sino me sentiré muy triste, tanto que comenzaré a llorar, y no quieres verme triste ¿verdad?- Le digo para convencerla, justo antes de sentarla a la fuerza a la mesa para que espere a que le haga un plato de sopa caliente. De seguro con el estómago lleno, se sentirá mejor.

Mientras preparo qué comer, pienso que la chica tal vez se siente mal por ver el estado de la casa. Donde vivía antes no era un palacio, sin embargo la construcción era de ladrillos y tenía un bello patio con muchas plantas. Mi hogar, bueno… es un poco diferente. La estructura es de madera, una tan vieja que recuerdo que está parada desde que nací. El techo tiene goteras, que en invierno nos hacen creer que esto más parece un invernadero que una casa. Las ventanas son pequeñas y con los vidrios un tanto trizados. El patio, bueno, imaginarán que teniendo tantos animales, no es el lugar más bello, no tenemos pasto y lo único verde que queda es el limosnero acompañado de un palto. ¿Nuestros muebles? Pues los que la abuela nos heredó, esos mismos que ella recibió de sus padres y así, tan viejos como la nación en sí. El piso es de madera también, aunque está desgastado y en partes puedes ver la tierra debajo de ella. La cosa es que nos cobija y la queremos como si fuese un palacio, es lo que importa ¿no?

Por fin termino de cocinar una sopa con más agua que verduras ¿y carne? Pues no es festividad, así es que aquí no se ve cuerpo de vaca muerta en muchas semanas más. –Aquí está, la hice con mucho cariño, espero que te guste…- Le digo a… como se llame la rubia. Quizás ella quiere algo más refinado, pero es todo lo que pude hacer con lo poco que había en el refrigerador. Finalmente la veo alegremente tomando mi platillo, me siento tan orgulloso al saber que le ha gustado. –Muchas gracias…- Me dice con una bella sonrisa en su angelical rostro. Hace poco estaba llorando y ahora se ve radiante. Si la muchacha es tan hermosa.

Estamos sentados en la mesa, cuando sentimos el fuerte portazo que da don Carlos, el dueño de casa. -¿Y quién es esta?- Es todo lo que dice, con su siempre ceño fruncido. Observa de mala gana a la rubia, quien se queda perpleja ante la agresividad de mi papito. –Es una amiga. La acaban de echar de casa, así es que se quedará con nosotros un tiempo.- Le digo sonriéndole, quizás al ver mi felicidad pueda contagiarse. –No… la quiero fuera de aquí. Apenas podemos comer nosotros, no hay para alimentar una boca más.- Dice tajantemente. Acaba de llegar del trabajo y supongo que está cansado, solo que eso no es excusa para ser tan descortés. –No hay nadie allá afuera que la pueda cuidar, si no está con nosotros… morirá…- Repito las mismas palabras que dije cada una de las veces en que llegué con una mascota nueva. Sé que no es lo mismo, que ella es humana, solo que como me había funcionado antes, tal vez ahora no sea la excepción. –Déjalo… piénsalo de este modo, tal vez se enamoren y por fin veas a tu hijo menor casado, ¿eso no te haría feliz?- Dice mi madre intercediendo ante mi petición, como siempre ha hecho.

No fue necesario contarle a mi mamita que soy homosexual, ella siempre lo supo y por ello me protegía más que a mis hermanos mayores. Bueno, además que era el más torpe de todos y tenía que estar más preocupada. Hace un par de años se ha visto en vuelta en un asqueroso vicio, bebe alcohol desmedidamente, sin poder controlarlo y ahí debo estar, ayudándole a superar la resaca. Lo único que quiero es que se recupere, sin embargo no tenemos plata para llevarla a un especialista, solo contamos con nuestro amor para rehabilitarla.

Mientras mi madre sabe sobre mi orientación sexual, mi papito es quien no sabe, porque si lo hiciera, dejaría de considerarme su hijo y tal vez me echaría de casa, como acaba de suceder con… con… mi nueva amiga sin nombre. Por ello siempre doña Carmen busca defenderme ante su esposo, para que no descubra mi secreto y deba perder al menor de sus retoños.

-¿Y cómo se llama nuestra nueva huésped?- Dice un tanto cabreado mi papito. Eso significa que ha accedido a nuestra petición y la pobre podrá quedarse. Estoy tan feliz que me levanto del asiento y corro hasta los brazos de don Carlos para abrazarlo, llenándole de besos a la vez. –No seas tan maricón… Déjame… No me des más besos…- Grita ante mis acciones, aunque es tanta la felicidad que no le hago caso. Es que lo amo tanto que no puedo contenerme, junto a mi madre son las personas a quienes más adoro. 

María, es así como dice la rubia que se llama. Es bonito nombre para mi nueva hermanita, espero que nos llevemos bien. Cenamos juntos, mientras mi madre la interroga como si fuese de la policía. -¿Qué edad tienes?... ¿A qué se dedican tus padres?... ¿Tienes alguna enfermedad?... ¿Tienes novio?... ¿Por qué no?... ¿Acaso eres virgen?... ¿No te gustan los hombres?... ¿Segura?- Son las miles de interrogantes que les hace a la pobre, quien apenada responde a cada una de ellas. Se nota que ha tomado un poco de vino antes de comer, porque su lengua no para de moverse, aviso de su ebriedad.

~*~

El tiempo pasa rápidamente ¿saben? No nos dimos ni cuenta y María ya ha cumplido un mes viviendo en casa. Ha buscado empleo y ahora se dedica a vender ropa en una tienda del centro comercial. Sé que hablé mal de ellos antes, solo que mi amiga es la excepción, ella realmente hace sus quehaceres, no como sus compañeros. Con su primer sueldo, hizo un asado para agradecernos lo mucho que la hemos ayudado. La más feliz con ello fue mi mamita, quien adora la carne y comió hasta reventar.

Compartimos cama, como soy gay, sabemos que no sucederá nada. Es tan genial tenerla a mi lado, porque nos contamos secretos y hablamos hasta quedarnos dormidos. Es lejos, la mejor de mis amigas. –Cuando te conocí, creí que querías aprovecharte o que realmente eras un imbécil… Uno no cree que allá afuera haya gente que realmente es buena y cuando se encuentra con uno, tiende a dudar… Eres mi ángel guardián, el que me ayudó en el momento en que más lo necesitaba… Siempre te lo agradeceré…- Me dijo el otro día antes de quedarse dormida. Fue tan hermoso que derramé unas cuantas lágrimas por la emoción.

Hoy mis padres han salido a comprar verduras, y como es domingo, nos quedamos a solas con la rubia. Mientras limpiamos la casa la descubro ojeando una revista. Se ve tan interesada en ella, que me acerco para averiguar. –Matanga dicho la changa…- Le digo al mismo tiempo que le quito el magazine. ¡Porno! ¡Porno! Eso estaba mirando, a mujeres desnudas mostrando sus… sus… albóndigas. -¿Por qué veías tan concentrada?... No me dirás que tú… eres… ¿lesbiana?- Le digo cuando todo el asunto comienza a olerme a tortilla.

-No es eso… es algo aún más complicado… Lo que sucede es que… no soy una mujer. Odio mi cuerpo, estos senos y… no quiero seguir así… Siempre he sabido que soy un hombre, que esta carne no me pertenece, que hay un error… Toda mi vida me he sentido en una mentira, fingiendo e intentando ser quién no soy… Cuando colapsé, se lo conté a mis padres, desesperada quería el apoyo de quienes me amaban, pero… ya ves… me echaron de casa.- Me dice sentándose en el sillón. Se ve apenada, triste como me he sentido toda mi vida por ser homosexual, retrasado y feo. ¿Cómo pude ser tan tonto? En estos momentos me siento culpable por no poder pensar como el resto. Claro que es un hombre, se nota a leguas y yo no me di cuenta. La veo vestirse y vaya que tiene vellos, usualmente las mujeres se depilan y todo ello, pues María no. ¡Vieran sus axilas! Utiliza bóxer en vez de calzón, pantalones largos todo el tiempo y poleras negras, largas como una sábana y que tapan por completo sus insipientes senos. Ahora la veo sentada, abierta de piernas como cualquier macho dominante. ¡Por Krishna! Si es tan obvio.

Me acerco a María, me siento a su lado y la abrazo como lo hice la vez en que la encontré llorando. –Tú no te preocupes… el otro día vi que hay operaciones para ello… Ahorraremos, sacaremos dinero de todos lados… pero tú te operas, no seguirás sintiéndote mal… Mi niño será feliz, será un hombre de bien y yo le ayudaré a rasurarse… Tú no te aflijas, deja que yo me encargue…- Le digo mirándolo directamente a los ojos, quiero que se aferre a ese sueño, porque no descansaré hasta hacerlo realidad. ¡Juro convertirte en lo que eres! ¡No descansaré hasta verte feliz!

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado... Hasta pronto...

 


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