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Ya antes sabía de ti por Umi chan

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Notas del fanfic:

¡Hola! Acá Umi Chan les trae un One shot que empecé en mitad de mi clase de Historia, porque... porque yolo xD
Espero que os guste :3

Mi cuenta de facebook: https://www.facebook.com/umi.belen

Bye Bye~

 

 

Los personajes de Sekaiichi Hatsukoi no me pertenecen, le pertenecen a Nakamura Shungiku :3 la historia en sí es mía.

~*Ya antes sabía de ti*~

     A veces, caminando inconsciente, ahogado en el bullicio de la gente, miraba sin ver las facciones borrosas de las personas que caminaban, igualmente, sin percatarse de su presencia. Era la rutina diaria de muchos cruzando sobre sus ojos. Aunque jamás recordaba sus rostros, se veían casi todos los días. Bueno, había una excepción…

     Un día, caminando entre el tumulto de desconocidos, con paso rápido, colgando su maletín en su hombro, iba jugando con sus ojos sobre el rostro de las personas, aburrido observando a la gente que jamás volvería a recordar, sin embargo, una voz llamó su atención, por simple curiosidad.

     —…ya me encuentro en camino a la editorial. Debería ya… —un castaño con facciones masculinas muy finas cruzó a su lado con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados, por lo que no alcanzó a ver bien el color de sus ojos. A primera vista le pareció atractivo, a pesar de no haberlo visto del todo. Iba hablando por celular en lo que parecía ser una discusión de trabajo.

     Aun así, no le prestó más importancia y siguió avanzando a Marukawa, olvidándose nuevamente de los rostros hoy conocidos.

     Un par de días después, en la misma vereda de la misma calle, pasó a chocar con alguien. Estaba distraído pensando en unos manuscritos que tendría que corregir al llegar a su trabajo, con la mirada fija en nada particularmente y dejándose llevar por la inercia, lo que no le permitió percatarse del hombre que pasaba junto a él. Sus hombros rebotaron, deteniendo a ambos dentro del tumulto de gente que seguía su curso.

     —Lo siento —el desconocido se disculpó, con voz algo apenada. Él, a su vez, se volteó para poder hacerlo de igual manera. Reconoció aquellos cabellos castaños entornando esas facciones delicadas, al igual que una fina nariz y unos grandes ojos verdes, donde se reflejaban el brillo deslumbrante de la mañana. Unos suaves y esponjosos labios se abrieron, hipnotizándolo—. Disculpe —repitió.

     —No se preocupe, yo estaba distraído —hizo un gesto con la cabeza, para después ambos seguir con su camino.

     Masamune sólo tenía un pensamiento en su cabeza, olvidando los manuscritos en algún rincón oscuro de su mente:

     “lindos ojos, lindos labios…”

     La tercera vez fue diferente. En esta ocasión se encontraba en un café, revisando un manuscrito para adelantar su trabajo a la vez que se servía de una taza que expedía un vaho con olor fuerte e intenso del líquido oscuro.

     El sonido de la campanilla del local se escuchó de fondo, fue apenas un traqueteo entre las sombras de la noche rotas por las luces de la ciudad. Notó a alguien sentarse en la siguiente mesa frente a él, pero no quitó los ojos de sus papeles. Solo levantó la vista cuando, minutos después, la voz a una mesa de distancia pedía su orden a un camarero le pareció conocida, vagamente guardada de alguna forma en su inconsciente.

     Ahí estaba él. Lo había visto antes. Era aquel chico de hebras castañas que brillaban reflejando la luz dando la sensación de suavidad que debía de tener. Cuando el camarero se marchó con la orden, el joven se quitó su chaqueta y bufanda, dejándolas a un lado, donde no le molestase. Sacó de un bolso, donde se notaba lleno de papeles y archivos, un libro de duro encuadernado, con un fondo verde oscuro, casi negro, y el nombre, que no alcanzaba a distinguir, impreso en plateado con otro material.

     Bebió otro sorbo de café, tratando de recordar donde había visto antes a aquel hombre. Pensó, buscando en su memoria, y llegó al momento fugaz donde se habían tocado, hombro a hombro, en mitad de su rutina matinal. Recordó que tenía lindos ojos, y que sus labios le habían hipnotizado, preguntándose qué tanta era la coincidencia para que se volvieran a encontrar.

     Siguió enfrascado en su trabajo, tratando de librarse un poco de la tensión que le provocaría el fin de sciclo nuevamente. Pudo divisar por el rabillo del ojo como el garzón entregaba su pedido en la mesa de enfrente y se retiraba nuevamente.

     Volvió a posar un segundo más su vista en su persona. El hombre bebió un poco de su té, y luego le dio un mordisco a un bocadillo dulce, todo mientras no apartaba la vista de las letras de aquel misterioso libro en una página completamente desconocida para él.

     “Lindos ojos, lindos labios… y además lee”

     Bajó sus ojos a los trazos dibujados en el papel, marcando uno que otro cuadro con lápiz rojo, o haciendo flechas para arreglar el orden u otros garabatos. En diez minutos más le quedaba una pisca de café ya casi frío, el que se bebió en un sorbo para acabarlo. El amargo sabor volvió a impregnar su boca, bajando por su garganta. Se levantó un momento los lentes de marco negro para poder masajear sus ojos con las yemas de sus dedos. Todo el día no había parado de utilizar el computador en el trabajo, por lo que tenía la vista cansada. Tal vez ya era suficiente por ese día. Tal vez ya era momento de volver a su casa con gris esencia.

     Tras pagar lo consumido y guardar bien sus cosas, salió del local para ir a su apartamento, volviendo a sumergirse en las calles donde la gente caminaba ya tranquila, volviendo a sus casas o de paseo. Al pasar junto  a la venta que daba contra el puesto de hombre que había encontrado, no pudo evitar mirarlo, chocando con la escena en donde los ojos verdes brillaban con fulgor, y una sonrisa era producida por los curvados labios. Tal vez, si hubiese estado cerca, podría haber escuchado la pequeña risa que salió de ellos, mas, se quedó con la imagen de quien disfrutaba su lectura con la inocencia de un niño.

     “…también tiene una linda sonrisa…”

 

 

     Salió del ascensor con paso pesado. Llegaría simplemente a recostarse; tenía que descansar, después de todo pronto empezaría el fin de ciclo. Al pasar por el pasillo vio la puerta del apartamento vecino. Desde hace una semana estaba completamente vacío. Se preguntó cuánto tardarían en asignarlo un vecino nuevo, aunque realmente no le importaba. Su propio apartamento seguiría siendo tan gris como siempre lo había sido para él.

 

 

     La cuarta vez que lo reconoció fue estando en el tren, de vuelta del trabajo a casi fin del ciclo. Se encontraba cansado, pero aun así pudo reconocerlo. Estaba sentado frente a él, a unos cuantos asientos a la izquierda, sonriendo como un idiota. Pudo saberlo por la estrechez alegre de sus ojos, ya que el cubre-bocas que utilizaba no le permitía ver su sonrisa en sí, pero esos ojos… eran tan expresivos que le resultaba fácil leerlos. Se comporta como un niño, pensó.

     Como la última vez, el joven tenía entre sus manos un libro de apariencia nueva, como recién sacado del su envoltorio. La curiosidad le hizo leer el título, y, sorprendido, descubrió que se trataba de un libro que aún no había salido a la venta:

     “La caja que encierra a la luna” de Usami Akihiko. Un libro publicado por la editorial Onodera.

     Desde muy joven seguía a aquel escritor, y estaba segurísimo de que ese trabajo aún no estaba disponible. Pero, notando las acciones del castaño, este parecía apreciar el libro en sí, en vez de ponerse a leer o algo parecido.

     Sin embargo, sus ojos no paraban de sonreír.

     Su mirada se volvió más suave, como si pensara que algo tan complejo se volvía sencillo de repente al descubrirse capaz. Bajó un poco su rostro, viendo el objeto lleno de palabras en su regazo. Sus mejillas se sonrosaron levemente…

     “¿Por qué será que repentinamente… siento nostalgia?”

 

 

     Sin darse cuenta, de un momento a otro estaba acostumbrado a encontrarse con aquel desconocido. Lo observaba ir y venir por casualidades, a veces tranquilo, otras veces corriendo como si una de sus mangakas hubiera decidido cambiar todo el Storyboard el día anterior a la versión oficial, en ocasiones se notaba cansado o completamente animado. Una vez lo vio dormirse en el tren, con su bolso en su regazo, suspirando suavemente por esos labios sonrosados, pero de manera repentina una sonrisa se colaba entre sus facciones.

     Las últimas ocasiones fueron diferentes. Lo notaba desanimado, ya jamás sonreía teniendo sus libros en mano, y suspiraba muy seguido.

     Hasta que conoció un nuevo aspecto del guapo desconocido. Su ceño fruncido, y su mirada llena de rabia, con los músculos tensos y las manos enterradas en el fondo de sus bolsillos. Eso le sorprendió un poco. Aunque suponía que, como cualquier adulto, tenía sus malos momentos. El tanto haberlo conocido con una sonrisa gracias a las palabras plasmadas en el papel le hacían sorprenderse de aquel rostro enrabiado.

     En el momento en que vio cómo se levantaba de su asiento en el tren notó sus pasos rápidos y bruscos, sin llegar a afectar a los demás, pero nadie que se fijara en su forma de andar podría negar su estado de ánimo.

 

 

     El siguiente encuentro fue el menos predecible. No fue en la vereda donde lo vio por primera y segunda vez, ni en el café donde sólo lo encontró en una ocasión, mucho menos en el tren de vuelta a casa.

     —Takano-san, el chico nuevo está aquí… —La voz estrujada y que parecía de enfermo le llamó desde el suelo. Le dolía la cabeza y no tenía ganas de quitarse aquel manga del rostro que en ese momento le servía de antifaz contra la luz— ¡¿Takano-san?! —un alarido le provocó reaccionar con hastío.

     —¡Que ruidoso! —golpeó su escritorio con su pie fuertemente, chasqueando su lengua con molestia, sacándose finalmente aquel librito de sobre su rostro—. Basta con decirlo una sola vez —agregó tras lo que se colocó sus lentes de marco negro.

     Entonces, ahí lo vio, viéndolo con extrañeza. Su expresión rápidamente se volvió seria, y se acercó a él.

 

 

     “Jamás pensé…que algo así pudiera suceder” Pensó con tibieza. Su mano llevaba entrelazada la delgada y suave mano de Ritsu, quien nervioso no podía levantar la mirada del suelo para evitar hacer notar su sonrojo por su sangre acumulada en sus mejillas a causa de la pena. Masamune lo arrastraba a través de la noche solitaria, por la misma vereda del año anterior… sin que él mismo supiera de la existencia de esos momentos.

     “Y pensar que yo, al igual que hace diez años, ya antes sabía de ti”


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