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Tocado y hundido por Nessa_Snape5

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Por mucho que yo quiera nada del universo de Harry Potter me pertenece. Su autora es J. K. Rowling quien, para mi desgracia, nunca hará slash con sus personajes. Así que esto es sólo entretenimiento y nada de lucro.

Tocado y hundido






Parte I. Tocado.


“Yeah, we're gonna fight / sí, vamos a pelear
We do it every night / lo hacemos cada noche
Baby, when you scratch / cuando me arañas
You know I'm gonna bite / sabes que morderé
You can make me die / puedes hacerme morir
I can make you cry / puedo hacerte llorar”

Bed of nails – Alice Cooper






La razón acudió a él con un violento mazazo después del orgasmo. Estaba envuelto entre las sábanas hechas un ovillo hasta casi asfixiarse, respirando un aire que no le pertenecía en una cama que no era la suya y rehuyendo inconscientemente un cuerpo que no era el que buscaba. Incluso su piel podía haber sido la de cualquier otro que se hubiera prestado.

Se levantó tan rápido como recuperó la respiración, buscando su ropa por toda la habitación.

– Mmm... Señor Malfoy...

El muchacho en la cama lo miraba con ojos somnolientos y el cuerpo laxo. Un cuerpo fibroso y fuerte de melena negra, pero los ojos... Ah, los ojos eran marrones.

– ¿Qué buscas? Vuelve a la cama...

No respondió. No tenía por qué explicarse. Sin embargo, sí se molestó en alzar una ceja mientras se subía los pantalones. ¿Ese chico le había tuteado? ¿Y le estaba reclamando a él, a Lucius Malfoy? Parecía mentira que ese muchacho que prácticamente se le había insinuado desde el primer día pudiera ser inocente después de todo. Lucius Malfoy no compartía cama con nadie, y no cabía excepción posible salvo la de Narcissa. Otro nombre pasó rápidamente por su mente y a la misma velocidad desapareció.

Para cuando el chico se percató de que Lucius no volvería a meterse ahí con él, el rubio ya estaba vestido y terminando de arreglarse frente al espejo.

– ¿Te vas?

La decepción en su voz fue una evidencia que no inmutó a Lucius lo más mínimo. Lo miró de reojo, mientras anudaba el pañuelo sobre la camisa, sin prestarle mayor interés. La verdad era que el Ministerio últimamente le escogía buenos ayudantes, lástima que no acertaran del todo con su prototipo y los pobres muchachos duraran tan poco.

Gideon McKenzie no iba a ser la excepción. Llevaba su agenda al día, con todas las anotaciones, citas y reuniones estratégicamente distribuidas. Sabía de sobra qué voz poner cuando debía reservar mesa en un restaurante importante para Lucius y sus amigos, y sabía exactamente cómo hacer que el estrés de Lucius se diluyera literalmente bajo la mesa. Era innegable su entrega, en más de un aspecto. Pero ya le había cansado. La tarde anterior se le había ocurrido insinuar que quizá podía ser algo más que un polvo ocasional de Lord Malfoy. Craso error. Debería haber aprendido de los despidos de ayudantes previos y así quizá hubiera tenido otra oportunidad.

Pero ya era tarde para eso.

Se miró una vez más en el espejo antes de dar media vuelta para salir de la habitación. Gideon seguía en la cama, con esa expresión confundida y desesperada que era casi un rictus habitual en los ayudantes que se conseguía. Los mechones oscuros de su pelo cayendo sobre sus ojos hacía que parecieran negros a esa distancia.

– Lo siento, Gideon. Estás despedido.












El vapor de las pociones que calentaba en el hornillo estaba comenzando a inundar todo el laboratorio, así que Severus tuvo que abrir rápidamente la puerta para que el aire se esfumara y poder trabajar con un poco más de desahogo.

Tenía las mangas de la túnica remangadas y un par de botones abiertos, pues el calor de toda una tarde hirviendo pociones era más que palpable. Sin embargo, disfrutaba de ello. Aunque a ojos de sus alumnos (y de algunos de sus colegas) pudiera parecer un hombre tremendamente aburrido por pasar la tarde elaborando pociones, para él era el mejor de los pasatiempos. Equiparable quizá a esos crucigramas de enrevesadas palabras que Flitwick rellenaba sin parar.

Con la gran diferencia, claro, de que lo suyo era todo un arte.

Mezclar ingredientes, añadir otros nuevos, encontrar el la temperatura adecuada, probar nuevas técnicas. Era todo un mundo por descubrir dentro de las pociones que requería toda su dedicación y la atención de sus cinco sentidos. Eso sí era una muestra de inteligencia aplicada y no un estúpido crucigrama que cualquiera con dos dedos de frente y un poco de cultura general podía resolver.

Aprender a diferenciar pociones sólo por su olor o saber cuánto tiempo más de cocción necesitaban sólo por el color era un arte que requería tiempo y esfuerzo, mucha dedicación. Severus había aprendido eso de su madre cuando era niño - una de las pocas cosas que pudo compartir con ella - y luego había decidido formarse en la materia para poder llegar a ser un verdadero maestro.

Disfrutaba de la tranquilidad de su laboratorio, sin niños ruidosos y sin ningún don para las pociones. Era el único momento del día en que las explosiones de calderos no resonaban en las mazmorras.

El borboteo de la poción crece huesos que preparaba para el botiquín de la enfermería captó su atención. Muy pocos creían en la sutileza de la ebullición como señal de aviso y solían esperar a que cambiara directamente de color para verter con cuidado un puñado de escamas trituradas; no sabían que esos dos minutos de espera hacían disminuir sus efectos.

– ¡Por las tetas de Circe, Severus! ¿Qué demonios estás preparando ahí dentro?

A Severus se le resbaló el bote de las escamas, que cayó entero al caldero salpicando por fuera más de la mitad de la poción y arruinándola por completo.

– ¡No!

Severus se sacudía las manos y limpiaba como podía su túnica hasta que dio con el paño que había en la encimera tras de él. Lo tomó para secarse las manos, y fue rápidamente a apagar todas las pociones que tenía al fuego maldiciendo en voz alta. El bote de escamas había caído entero y no había podido salvar nada para terminar el resto de pociones. Toda una tarde de trabajo para nada.

En la puerta, Lucius había sacado un pañuelo y se lo había puesto sobre la nariz y la boca, intentando respirar lo menos posible los vapores que salían de la habitación. Severus lo miró con furia.

– ¿Qué demonios haces aquí? – le espetó.

Odiaba que le distrajeran cuando trabajaba. Odiaba mucho más que le hicieran perder toda una tarde de trabajo. Y odiaba por sobre todas las cosas que fuera culpa de Lucius.

– Evitar que te intoxiques, desde luego.

La voz de Lucius sonó amortiguada a causa del pañuelo. Severus gruñó molesto y se giró a abrir el grifo para lavarse las manos e intentar limpiar las manchas de poción de su ropa.

Aún así, Lucius entró en el laboratorio curioseando sobre el trabajo de Severus. Pasó un dedo por la poción que había derramado y la tocó con un poco de aprensión. Sí, Lucius también creía que elaborar pociones era todo un arte, pero no entendía cómo alguien podía pasarse incontables horas frente a un caldero sólo por eso.

– ¿Poción crece huesos? ¿El viejo Winikus sabe que le haces la competencia?

La sonrisa burlona de Lucius era una provocación de manual. Severus pudo verla a pesar de que aún tenía ese pañuelo tapándole la nariz y la boca para intentar no respirar los vapores de las pociones.

– Es para los críos – dijo por toda justificación.– Son demasiado torpes.

– ¿Ah, sí? Pensaba que te pagaban por enseñarles, no por jugar a ser Madame Pomfrey con ellos.

– Vete al infierno – gruñó Severus, y se apresuró a recoger los calderos. Ahora tendría que tirar todas las pociones. Sin añadir las escamas, no servían para nada.

– Vengo de un sitio parecido, pero no olía tanto a azufre como aquí – rió Lucius, y Severus tuvo que asir aún más fuerte el caldero que tenía en las manos para evitar estrangularlo.

El rubio esperó con paciencia a que Severus terminara de vaciar prácticamente todo lo que para él eran brebajes. Pero no se mantuvo quieto. Aprovechó para mirar qué había en el interior de los calderos que el profesor aún no había recogido y se sorprendió al ver un caldero pequeño con un líquido de un color peculiar.

– ¿Veritaserum, Sev?

Severus dio media vuelta en el acto y en dos pasos rápidos le puso la tapa al caldero que Lucius miraba con interés.

– Cállate – murmuró presuroso.– ¿Acaso quieres que me despidan?

– No soy yo el que fabrica pociones sólo autorizadas por el Ministerio en su laboratorio clandestino en Hogwarts.

– Ya, claro. Como si tú no tuvieras el tuyo propio en Malfoy Manor.

Severus adivinó la sonrisa de Lucius bajo el pañuelo con sus iniciales grabadas.

– Touché.

(*Tocado.)

Severus recogió un par de calderos más y arregló un poco el estropicio de la poción al derramarse. No tardó demasiado, Lucius no paró ni un segundo de repetir lo desagradable que era ese lugar y lo mucho que deseaba salir de allí; sin embargo, no le ayudó en nada. Y aunque Severus lo invitó - no muy amablemente - a irse por donde mismo había venido, tuvo que ceder finalmente e invitarle a un whisky en su despacho.

– Al fin libre – dramatizó Lucius guardando el pañuelo en el bolsillo del pantalón cuando salieron de allí.

El despacho de Severus era austero. Apenas un par de muebles y la mesa del escritorio conformaban todo el mobiliario. Lucius no podía evitar una mueca de disgusto cada vez que entraba. Siempre le había insistido a Severus en que debía colocar más muebles para que no pareciera tan inhóspito, pero el profesor hacía un buen trabajo ignorándolo; como siempre.

– ¿De veras Dumbledore le permite que atienda en estas condiciones a los padres de sus alumnos, profesor?

– ¿Se refiere usted a sobrio, señor Malfoy? Lo siento, pero no me permiten bebidas alcohólicas aquí.

– Una lástima entonces que vayamos a infringir más de una norma esta tarde, profesor.

La mirada hambrienta que le lanzó Lucius le provocó un escalofrío. Trató de recomponerse en seguida para que el otro no notara su nerviosismo. Habían pasado casi tres meses desde la última vez que Lucius había estado allí y las cosas no habían acabado demasiado bien entre ellos. Habían discutido como hacía tiempo no recordaba, con viales de pociones saltando por los aires y puertas de armarios rotas a causa de los hechizos. Y de nuevo el tema había sido el Señor Oscuro, Dumbledore y puede que en el fondo también la recién estrenada paternidad de Lucius y Narcissa tres meses atrás, aunque a Severus le costara admitir (incluso a sí mismo) que aquello le molestaba.

– Di a qué has venido y vete de una vez.

Lucius sonrió.

– Sabes perfectamente a qué he venido, Severus – la pausa de Lucius hizo que a Severus se le detuviera el corazón.– Nuestro señor necesita la poción para uno de sus juicios.

Severus le retiró la mirada. Los juicios de Voldemort. Aún seguía con aquella locura de secuestrar a padres muggles de hijos mágicos o a mestizos para torturarlos y declararlos culpables de atentar contra la magia. Y por más que la Orden trataba de evitarlo, era imposible protegerlos a todos.

Lucius, demasiado acostumbrado a su seriedad, notó enseguida la perturbación en su mirada.

– ¿Algún problema, Severus? – inquirió fríamente.

– Aún no está lista – murmuró sin mirarle. Lucius alzó una ceja.– Necesita reposar dos días para que sea realmente efectiva.

– Dos días, ya veo... El juicio es mañana por la noche, Severus. Y tú lo sabías.

– No puedo hacer más de lo que ya he hecho, Lucius.

– No lo creo. De hecho... Mírame, Severus... – pero el profesor le rehuía, fingiendo mostrar interés por los papeles amontonados encima del escritorio. Severus sabía que Lucius no era precisamente una persona paciente, pero no se esperaba el fuerte golpe que de repente el rubio dio contra la mesa.– ¡Mírame!

Los ojos grises a medio centímetro de su cara sirvieron para que el profesor reaccionara por fin.

– ¿A qué piensas que estás jugando, Severus? Te estás arriesgando más de lo que se consideraría sensato... Y no precisamente en el buen sentido. Así que, yo en tu lugar, intentaría poner en orden las prioridades.

Severus apretó fuertemente los labios y uno de los ensayos que tenía en la mano quedó aprisionado por la fuerza de la contención.

– ¿Me estás amenazando, Lucius?

– ¡Santo Merlín! – exclamó el rubio con exasperación.– Si esto fuera una amenaza ya habrías tenido mi varita clavada en el cuello y la nariz rota.

Un tenso silencio se instaló entre ellos como un muro de hormigón. Se quedaron mirándose ambos directamente a los ojos, sopesando el eco de las palabras que aún flotaban en el aire.

– La poción no está terminada – sentenció pausadamente Severus, intentando controlar la ardiente rabia que le recorría las venas en ese momento.

Los ojos de Lucius relampaguearon.

– Volveré mañana. Y espero que para entonces lo esté.




Continuará.


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