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Luz de luna. por yiya

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Takano Masamune; administrador encargado de vastas tierras, centenares de vasallos y presidente de la empresa que controla todo el pueblo, pues esta era la principal fuente de sustento de los habitantes.
Amo y señor de una gran mansión -erigida justo en el centro del pueblo -en ausencia de su padre. Así es, el único heredero de tamaño imperio no podía ser otro que ese apuesto hombre de cabellos azabaches y provocadores ojos de color avellana.
Hombre de porte serio y carácter fuerte, era inteligente y muy culto. Estudió con los eruditos más importantes del país, adquiriendo conocimientos tanto vanguardistas como ortodoxos. Su educación fue cuidadosamente elegida en pos de prepararlo perfectamente para la labor y el cargo que estaba destinado a ejercer.
Desde joven se había hecho cargo de los negocios de su padre, quien viajaba constantemente debido a sus obligaciones como embajador. Su presidencia desde el principio había sido sobresaliente. Solucionó los graves problemas financieros que la empresa sufría, elaborando una inteligente e innovadora estrategia de negocios .
Una vez estabilizadas la finanzas aumentó el personal, y creó nuevos puestos de trabajo; reduciendo a la vez la tasa de desempleo en el pueblo.
Sin embargo, ya habían pasado seis años de eso, y ahora, tanto la empresa como el pueblo y la mansión, se encontraban en situación crítica. La razón de esto: Takano Masamune había descuidado sus labores durante el último año.
Las reuniones con los inversionistas se cancelaban a última hora; los planes de construcción de viviendas para los carenciados se encontraban frenados. Las escuelas y hospitales seguían sin obtener respuesta alguna a sus pedidos de ayuda al presidente de la empresa, quién siempre los había financiado; y las relaciones con los pueblos vecinos se encontraba en la cuerda floja.
Toda esta crisis comenzó un tiempo después de la llegada de cierto sirviente a la mansión. Eran fuertes los rumores de que el presidente de las empresas Takano perdió la cabeza por haberse encaprichado con la *mercancía* que llegó a la mansión hacía aproximadamente un año. Nadie conocía directamente a esta persona, responsable del declive en que se veía hundido el pueblo. Sólo unos pocos empleados de la mansión lo habían visto- puesto que no salía de allí- pero sólo a la distancia. Decían que era un hermoso concubino de cabello castaño y ojos esmeraldas, y que había cautivado por completo a Takano.,
Sin embargo, no se hablaba de amor. Era también de público conocimiento que el presidente sólo lo trataba como una herramienta, o un objeto para satisfacer sus necesidades más primitivas. Por esa razón el desconcierto asomaba en el pueblo, que no podía entender cómo el responsable, serio e inteligente presidente, llegó a perder el norte por una razón tan fútil como los deseos carnales.
Totalmente desinteresado de tamaña crisis, Masamune acababa de llegar a la mansión, visiblemente cansado y a la vez ansioso. Pasó de largo sin prestar la mínima atención a la hilera de sirvientas, vestidas con pulcros uniformes, que se inclinaban respetuosamente para darle la bienvenida a su señor; y subió a paso apresurado las escaleras. Al llegar a la planta alta, su asistente Hasegawa lo estaba esperando.
Consciente de que no se detendría, caminó junto a él mientras le presentaba los pendientes del día.
-Takano sama, hemos recibido nuevos requerimientos del hospital, solicitan una audiencia urgente con usted.
-Agéndala para la próxima semana- respondió secamente el azabache sin aminorar siquiera la marcha.
-Recuerde que esta noche tiene una cena con el alcalde.,
-¿No puedes posponerlo?
-Me temo que es imposible, ya ha cancelado dos veces.
-Agh, de acuerdo, avisame cuando sea hora de salir.
-Entendido. Además, tiene carta de su señor padre.
-¿Padre? Eso es raro... Guardala, la leeré luego. Estaré en mi habitación, ya sabes qué hacer. Eso es todo.
-Sí señor.
Apenas terminó de hablar cuando la puerta se cerró en las narices del asistente, quien lanzó un último suspiro y se retiró.
Dentro del cuarto el ojimiel lanzó su saco por ahí y se tiró a la cama, aflojando su corbata, desbrochando el chaleco y los primeros botones de la camisa. Lucía fastidiado, pero mantenía su vista fija en la puerta.
Unos minutos después se escucharon discretos golpes en esta para después abrirse lentamente. Quién entraba vestía una delgada yukata negra con motivos floreados en distintas tonalidades rojizas, ajustada descuidadamente por el cinto, uno de sus hombros descubierto al resbalar la seda sobre él.
Con paso elegante y sensual tanto en sus gestos como en su níveo rostro, caminó hasta estar junto a la cama, acercó su mano al hombre que allí yacía intentando acariciar su rostro. Más este lo atrajo bruscamente a la cama, colocándose inmediatamente sobre él.
-Dime, ¿me extrañaste?
-Claro que sí amo, yo siempre lo extrañaré -la sonrisa que el castaño le dedicó habría hecho sucumbir al más frío de los mortales, pero no a aquel presidente.

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