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Origen por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Este one-shot es especial. Es el primer Yaoi que escribí, ya hará un año, y nunca lo dejé leer a nadie excepto a una amiga. Digamos que me interesaba guardármelo. Ya no me interesa, así que aquí lo presento. Notaréis, los que ya me conocéis, que es algo... rupestre, respecto a mis otros fics. Bueno, era mi primer yaoi y estaba nervioso, pero además es que lo escribí casi sin pensar en nada, porque ya me lo sabía de memoria. No me preocupaba escribir perfectamente porque eso, no estaba pensado para ser publicado.
Un one-shot con un buen simbolismo para mí.
Disfrutad.

Para todos aquellos que querráis seguir mis otros fics y ver algunas fotitos chulas, aquí os dejo mi página de facebook! Un like es felicidad! Y si se comparte es aún mejor! https://www.facebook.com/kaikufics/

Origen

 

El coche de mi abuelo se acercaba por el caminito de tierra que acababa en nuestra puerta trasera. Se detuvo en una de las esquinas para dar media vuelta y aparcar de espaldas. Mientras tiraba lentamente hacia atrás, les vi. Mariví y Joanet me saludaban desde la parte de atrás del coche. Por un segundo creí que no me habían reconocido, de tanto tiempo que hacía que no nos veíamos. Yo les saludé des del balcón del piso de arriba.

Por dentro, estaba pensando que iban a ser unos cuatro días muy largos y no me había molestado en ningún momento en ocultárselo a mis abuelos. Ellos sabían que siempre que venían visitas, yo me iba con mi coche/kart a batería (parecido a uno de esos 4x4 de la segunda guerra mundial, pero rojo y con “Suzuki” grabado) a esperar a la verja a que llegaran los invitados, y me pasaba toda la mañana esperando. Con mi madre lo hacía. Con Mariví y Joanet no. No sentía ninguna emoción por tenerlos allí.

Mariví y mis abuelos fueron vecinos durante 38 años, más o menos tienen la misma edad, así que de vez en cuando estos reencuentros sucedían… pero en Barcelona, no en una casa en un pueblecito de montaña. Y claro, las generaciones siguientes también se conocían. Todas. Yo conocía a Joanet desde que él tenía tres años, así que, después de muchos años teniéndolo cerca, ya sabía lo que se acercaba: Joanet era un tornado gritón y lleno de insultos para soltar a cualquiera que se pasara un gramito con él. Hiperactivo y muy malhablado. No sé de dónde lo había sacado. Y saber que el hermano de mi mejor amigo, con lo tranquilo que es, era el mejor amigo de Joanet…

Había decidido darle una oportunidad, un voto de confianza. Esperaba que, pese a los cuatro años de diferencia que nos llevábamos y sus once malditos y endiablados años, se comportara mínimamente y me dejara un poco tranquilo. Eso era algo que nunca había pasado en nuestros otros encuentros, pero de eso hacía años ya, así que podía haber cambiado un poco.

Por suerte, cuando me tocó subir las maletas de los invitados, pude evadir a Joanet. Él y Mariví estaban de “tour” por la casa, y Joanet ya estaba medio gritando. No había cambiado un pelo. Bueno, sí, sabía más tacos y sabía qué querían decir.

De alguna manera, conseguí evadirlo hasta la hora de la cena. Pero había un problema. Mi habitación tenía dos camas. Eso significaba que a la que Mariví ordenara el toque de queda, Joanet me arrastraría a mí y nos pasaríamos horas hablando antes que dormir. Tener un primo-hermano hiperactivo me había dado la suficiente experiencia para saber que eso era lo que iba a pasar esa noche.

Mientras cenábamos, descubrí que sabía jugar a Magic, y de hecho yo me había traído mis cartas. Pero no era momento de jugar, así que después de insistirme mucho le dije que al día siguiente jugaríamos un rato.

—Joanet, hora de ir a dormir —le dijo Mariví con cara de tener un dolor de cabeza espantoso por su culpa. Él maldijo, pero su abuela insistió con más voz—: ¡Ahora!

Maldijo otra vez, pero más bajo. Cogió su plato y le vi desaparecer por la puerta del comedor con ese pelo largo y liso castaño (golpeando accidentalmente el marco de la puerta. De poco que no se estampan él y plato.

—¡Joder! —se oyó, con mucho eco, por lo grande que era la casa.

—¡Joanet!

Oí como corría hasta la cocina, dejaba el plato con estrépito y volvía hasta el comedor. Las escaleras para llegar a las habitaciones estaban pared con pared con las del comedor, así que antes de subir definitivamente, reapareció:

—¿Subes? —me preguntó, asomando la cabeza. Yo le dije que no había acabado de cenar, pero es que era muy pesado —: ¡Venga, acaba rápido y sube!

—Luego —le insistí yo, sin mirarle, arrastrando la E. Cuando supimos ya había llegado a nuestra habitación, no pude aguantarme—. Ardo en deseos de subir.

—Sé más amable —me advirtió mi abuela, con mala cara. Pero miré a Mariví y ella aprobó mi réplica. Supuse que ella tenía que aguantarle cada noche que pasaba en su casa y me comprendía.

Para no meter más tensión en el ambiente, decidí subir al poco de haber acabado de cenar. No me apetecía, pero para estar aburrido en el salón, podía estar aburrido estirado ya en la cama, así si me cansaba, simplemente me dormiría.

—Has tardado —se quejó Joanet cuando me vio entrar. La luz de la habitación ya estaba apagada, pero él estaba aún vestido y jugando a su GameBoy Advance SP (un poco raro estando en el año 2010), con la luz a tope.

—¿No deberías estar durmiendo? ¿Por qué sigues vestido?

—Normalmente la yaya sube a ayudarme a encontrar el pijama y me dice de lavarme los dientes.

El pijama y el neceser estaban juntitos en la mesilla que había entre su cama y la mía. De hecho, se miraba la mesilla de refilón. La luz le delataba.

—Haz lo que quieras. Yo me voy a cambiar al baño.

—¿Por qué no delante de mí? —dijo, sin darle mucha importancia.

—Porque aprovecharé para hacer lo que tú no haces y lavarme los dientes —le mentí, con los nervios algo atacados. Me daba vergüenza cambiarme delante de todo el mundo, él no iba a ser diferente, y no tenía que saber que era tímido, ni tampoco tenía que saber nada de mi cuerpo.

Salí avergonzado de la habitación y me metí en el primer baño que encontré. Nada más cerrar la puerta, se encendió la luz del pasillo, que se podía encender desde el comedor, y oí a Mariví renegar y subir las escaleras a toda prisa, como si se hubiera olvidado de algo importante.

—¿Aún estás así? —riñó Mariví a Joanet, igual que yo. Joanet se quejó más sonoramente que conmigo, pero cedió. ¿Por qué no se había quejado así conmigo? Le había dicho lo mismo. Pensé que sería porque pasaba bastante de él. Mariví seguía a lo suyo—: Vamos. A cambiarte.

Joanet no renegó. De hecho, cuando Mariví probó de abrir la puerta de mi baño, él le dijo que allí estaba yo. Y se fueron a mi lavabo habitual, el del fondo del pasillo. Fue un detalle. Cuando cerraron la puerta del baño que iban a usar, yo salí del mío, que estaba delante de mi habitación, y me estiré en la cama, algo más relajado y con el pijama ya puesto.

—Hace calor… —dije en voz alta, mientras quitaba la capa de sábana que me sobraba de la cama.

Me gustaba a estar a oscuras, sin oír nada, mirando mis pósters, que eran un poco tétricos a la luz del pasillo, en especial los de los coches antiguos, que te miraban con esos faros redondos y anticuados. Pero Mariví encendería la luz de la habitación sin avisar y odiaba eso, así que encendí la luz desde mi cama. Justo encima del somier había un segundo interruptor. La antigua cama de mi madre, pese a estar tan destartalada y ser más baja que la que ocupaba Joanet (la de mi tío) era la más práctica. Te dejaba controlar la situación de la habitación.

—… Y no te quiero oír, ¿vale? —oí decir a Mariví, mientras se acercaban a la habitación. Joanet fue directo a su maquinita, que seguía en su cama, encendida. Mariví no se quejó de que jugara, pero nos advirtió igual—: No os vayáis a dormir muy tarde, que mañana caminaremos por el pueblo.

No nos dijimos nada hasta que cerró la luz del pasillo desde el piso de abajo.

—No te vayas a dormir muy tarde —le dije, mientras apagaba la luz. Esperaba que se viciara lo suficiente para que tuviera tiempo de dormirme.

—¿No quieres hablar? No quiero dormir.

—Pero yo sí.

Pensé que aquello había acabado ahí, porque siguió jugando tranquilamente. Su luz y los botones me molestaban un poco pero podría dormirme igual, con paciencia. Pero no estaba de suerte. Me dijo algunas cosas más a las que no contesté (para ver si se pensaba que ya me había dormido) pero no se callaba. Al final me llamó por mi nombre.

—¿Quéee…? —bufé, de espaldas a él—. ¿Quieres irte a dormir ya?

—¿Tú te masturbas?

Lo dijo tan tranquila y llanamente que me giré cara él, di un respingo y me quedé sin saber qué decir. Ya no recordaba lo directo que era para algunas cosas. Me puse rojo y mi voz no acabó de sonar como debería a causa de la vergüenza:

—Pues… sí. ¿No eres muy joven para pensar en eso?

—Todos en clase lo hacen… —dijo, como si fuera un apunte. Se estiró mirándome y dejó la maquinita en la mesilla para dar luz a ambos.

—¿Y? ¿Por qué me lo preguntas a mí? No deberías preguntar estas cosas tan a la ligera.

—Es que yo quiero masturbarme, pero no puedo agarrar mi pito, es demasiado pequeño. Y además duele, si estoy mucho rato.

Su testarudez y su propia forma de decir “pene” hizo que me riera por dentro y me compadecí un poco de él. Ya sabía de lo que hablaba. Antes de llegar a la adolescencia, masturbarse duele cuando llegas al final. En el fondo pensé que no era tan joven, porque mi primera vez fue en la misma cama donde estaba estirado, con doce años.

—Eres un crío. Aún eres pequeño. Aún te queda para que te crezca. ¿Por qué no dejas esto para más adelante y te dedicas a jugar?

No me contestó. Simplemente me ignoró. Se lo pensó un segundo, se subió un poco la camiseta, se bajó un poco los pantalones y con dos de sus deditos empezó a tocarse de forma bastante brusca. Al cabo de un par  segundos de comprobar que tenía razón, que aún era un crío, giré la cara, avergonzado. No quería ver eso. Aunque tenía que reconocer que me estaban dando ganas a mí.

—Te va a doler. ¿Por qué lo haces, si duele?

—¡Au! —oí, al cabo de unos segundos—. Es que dicen que si lo hago a menudo, se pasará.

Mientras pensaba una respuesta, vi como arqueaba la espalda, por la tensión y el dolor que sabía que padecía en ese momento. Al principio, mola, pero luego duele demasiado y no hay guapo que acerque un dedo al miembro, hasta que se relaja.

—Pues dicen mal —contesté, simplemente. Yo, aunque lo probé más o menos a su edad, supe esperar, porque no me valía la pena, pese a que gracias a mi hermanastro y un amigo suyo tenía imágenes en la cabeza para rato—. Deberías esperar.

—Ya quiero ser mayor. Como tú.

—No corras tanto. No vale tanto la pena —dije. La verdad es que, pese a lo que mi cuerpo me reclamara, ni me sentía orgulloso de ser adolescente ni me gustaba demasiado tocarme.

—¿Qué se siente?

—¡Y yo qué sé! Duérmete —le repliqué, rojo como un tomate y girándome a espaldas de él—. Aún gracias que te he hablado este rato.

—Quiero saberlo.

—Duerme.

Dejó de hablar apenas unos segundos antes de que se volviera a encender la luz del pasillo. Pensaba que nos vendrían a reñir, pero era simplemente que Mariví se iba a dormir. La puerta de nuestra habitación estaba cerrada, así que no vio la luz de la maquinita de Joanet.

*  *  *

Al día siguiente, me levanté solo. Joanet ya estaba dando la vara por el piso de abajo. Mi abuela me había despertado cuando él ya estaba desayunando. Como cada mañana, iba medio zombi, así que tardé en acordarme de lo que había pasado la noche anterior. Y cuando lo recordé, mientras me vestía, me senté en mi cama y oculté un poco mi cara, porque justamente entró mi abuela para joderme la intimidad.

—¿Puedo vestirme con tranquilidad?

—Ya he visto muchos pitos —me replicó, así sin más. Es demasiado frecuente en mi familia eso de “pito”.

—¿Y a mí qué? No puedo cambiarme si me miras. Vete.

—Vaaale…

Me supo mal soltárselo así, pero solo me faltaba ella para acabar de liarme con sus cosas. Sólo quería olvidar aquella noche tan rara. Me iba a resultar difícil, teniendo en cuenta que quedaban dos más con ese crío.

Joanet no tenía ningún problema en ir soltando todo lo que pensaba del mundo, de lo que le gustaba y lo que no, y la verdad es que no se callaba, pero al menos se abstuvo de contar nada de lo que había ocurrido. Pero que no faltaran los insultos.

Recorrimos la plaza mayor para comprar cosas del día a día, como el pan o la merienda. Luego dimos una vuelta tonta sólo para enseñar un poco el pueblo a nuestros invitados y acabamos de nuevo en casa, pero llegando por otro camino. Yo iba con los auriculares puestos, así que dentro de todo no estuvo tan mal.

Es lo normal para mi ir con mi abuela a comprar, pero ella no se encanta, así que volvemos rápido, pero ir a pasear, si no hay música de por medio, se me hace cuesta arriba.

Cuando llegamos a casa le estuve enseñando a Joanet lo poco que sabía de Magic, mientras él renegaba porque su abuela le molestaba. De hecho, se pasó toda la puñetera comida insultando a todo lo que se le ponía por delante y se notaba que todos estábamos sintiendo una intensa vergüenza ajena.

Huimos todos del comedor, prácticamente, y nos dispersamos. Primero estuve deambulando por el jardín. Pero luego me entró algo de sueño y me fui a la habitación. Para cuando llegué allí, ya se me había pasado. Supuse que era por el calor que hacía fuera. Me quedé estirado en la cama hasta que apareció Joanet.

—¿Dónde estabas? Te he estado buscando.

—¿Y?

—¿Hacemos algo?

—¿No puedes estarte quietecito un rato?

—Cuéntame más cosas.

—¿De qué? —Aunque ya sabía a qué se refería. Giré un poco la cabeza para no mirarle a los ojos.

—Seguro que tienes el pito muy grande. Quiero verlo —dijo, con cara de curiosidad. Y dale con el “pito”.

Lo sabía. Pero yo no quería hablar. Una parte de mí sí que quería hacerlo. Siempre me ha gustado sacar de dudas a la gente, enseñarla, pero eso… eso era muy diferente. ¿En qué lugar me dejaría eso? ¿Cómo podría recordar a Joanet sin acabar pensando en lo que me dijo el día anterior y lo que me estaba diciendo ahora? Por suerte en mi clase del instituto siempre estaban simulando que todos eran gays o algo así y bueno, estaba algo acostumbrado a sus locuras, pero seguía siendo distinto a todo eso. Quizás a él no le parecía importante, pero a mí sí.

—¿Por qué? —“¿No te parece raro?”, me dejé de decir.

—Quiero ver como es. Seguro que cuando me crezca será parecido. —Su voz había cambiado. Era más tierna, y no recordaba a un crío. Y no parecía alterado como siempre, estaba probando de ser… educado —. Me dijiste que lo harías.

—¡Yo nunca he dicho eso!

Mi cabeza y mi boca iban por lados distintos en esa conversación. Mi mente ya tenía asumido que lo acabaría haciendo. Y no entendía por qué lo pensaba, ni en qué momento se había presentado tal confianza entre Joanet y yo. Respiré hondo para relajarme un poco. Él me seguía mirando, algo serio, esperando.

—Vale —dije, simplemente.

Él se quedó sentado en su cama. Yo seguía estirado en la mía. Era muy fácil. Sólo tenía que bajarme un poco los pantalones y los bóxers a la vez. Eran fáciles de quitar. Me ayudé de mis piernas para levantarme un poco y me lo bajé todo casi sin mirar.

—Pensé que sería más grande…—dijo al cabo de unos segundos de mirarlo, aunque se mostraba contento de haberle contentado.

—Estoy nervioso —me sinceré, ya puestos a revelar cosas—. Cuando quiero, no es tan pequeño.

No me atreví a tocarme delante de él, pero solo pensármelo hizo que creciera un poco.

—Uau, se ensancha… —dijo Joanet. Se miró un segundo por dentro los pantalones, poco satisfecho, y me volvió a mirar a mí—. Es más grueso. ¡Claro que os masturbáis tanto!

—No… lo digas así. Me hace sentir mal.

Pasó por alto mi último comentario. Me estaba mirando a mí, y luego miraba mi entre pierna, pero no le daba corte, sino que estaba nervioso. Sabía lo que iba a decir.

—¿Puedo tocar? —preguntó. Su voz era tranquila, no lo dijo como siempre, estaba probando de ser gentil y delicado, un milagro en él. Había notado que estaba nervioso, algo fácil de ver, pero no para él, supuse. Asentí suavemente, sin mirarle, sin pensarlo. Se sentó a mi lado y cerró su manita alrededor de mi miembro, que reaccionó un poco—. Está caliente. ¡Me cabe bien en la mano! Claro que estáis todo el día agarrados a vuestro pene…

—Otra vez… ¡Que no digas eso! —le repliqué, en voz baja, avergonzado y temeroso de que nos oyeran.

Mi cuerpo estaba reaccionando a la excitación del momento y al hecho de que otra persona me estuviera tocando, pero aún no estaba del todo excitado, y Joanet aprovechó para curiosear.

—Está blandito… se mueve solo. ¡Es mucho más grande que antes! Pero aún no está duro.

Esa vez no preguntó. Puso una mirada curiosa e inocente y empezó a estimularme en serio. Pero no como le había visto hacer, rápido y agresivo. Estaba siendo suave, iba despacio, estaba experimentando, no me apretaba. Su mano se desplazaba arriba y abajo poco a poco, como si cogiera confianza. No quería admitirlo, pero me estaba gustando. Tenía una batalla interna sobre eso. Pero mi cuerpo me decía que le gustaba lo que pasaba, porque no tardé en tener el miembro bien duro.

—¡Uau! ¿Así es como la tendré yo? ¡Mola! —exclamó, ilusionado, sin dejar de estimularme. Sólo lo dejó un segundo para comprobar que estaba bien duro, pero luego siguió, al mismo ritmo.

—Bueno, pero paciencia, aún tardará algo en crecerte.

Empecé a notar ese cosquilleo placentero que me decía que pronto iba a acabar, así que le dije que lo dejara. Me hizo caso, yo me aparté un poco de él con vergüenza.

—¿Qué se siente? ¿Duele?

—No. Es como un cosquilleo que crece. Mola mucho.

—¿En el pene?

—… Sí —dije, con vergüenza. Me hacía sentir incómodo que lo dijera tan llana y fácilmente, sin reparo. Yo no podía. Y en parte dudé porque mentí un poco. Había notado un segundo cosquilleo subiendo por la barriga, y no era porque notara el placer, sino porque otro lo hacía por mí.

—¿Cuando está tan duro es cuando sale el semen? —siguió. Otra vez que le salía decirlo tan fácilmente.

—Sí.

—¡Quiero verlo!

—No te va a gustar…

—¿Cómo es?

—Bueno, blanquecino… también está caliente. Y sale disparado. —Lo dije sin pensar y de carrerilla, para que dejara de preguntar.

Se detuvo un momento, pensando. Mientras tanto, me di cuenta de que ya me estaba recomponiendo y poco a poco mi miembro recuperaba su forma habitual. Pero Joanet no me dio tiempo:

—¿Cuánto te mide? ¿Lo sabes? —me preguntó, con la sonrisa más traviesa que supo poner.

—¡Y yo que sé! Eso no me importa…

—¡Quiero saberlo! ¿Tienes una regla cerca? —Antes de que pudiera quejarme, encontró mi estuche y sacó mi regla negra de algo más de 16 centímetros en total. Entonces se fijó—: Tengo que volver a ponértelo duro.

Con los nervios y las prisas, esa vez Joanet no fue tan delicado, pero el resultado fue el que esperaba, y me puso la regla en paralelo. La regla se quedaba algo corta.

—¡Hala! —exclamamos a la vez, por la curiosidad satisfecha.

—Más de quince… ¡qué grande! He oído que la media es catorce en España, ¡estás por encima!

—Un crío como tú no debería fijarse en esas cosas… —“Aunque tampoco debería masturbar a su amigo de la infancia sólo por ver como es o cuánto mide”, pensé. Esa respuesta sólo intentaba cubrir mi vergüenza.

Él se bajó los pantalones de golpe para verse “el pito”, como dijo el día anterior, pero se desilusionó de nuevo.

—Tú déjate de estas cosas, que aún eres pequeño. Ya te llegará.

Empecé a subirme los pantalones con el mismo movimiento de antes. No sé cómo le vino a la cabeza esa idea, pero se le ocurrió una nueva travesura:

—¡Anda! ¡Con lo grande que es podrías llegar a chupártela!

Me quedé atónito. Y avergonzado, porque no me podía negar a mí mismo que lo había probado. Pero eso él no lo tenía que saber.

—No llego…

—¡Pero pruébalo! ¡Y luego ya te dejo en paz!

—Está bien… —dije, suspirando.

Lo probé, pero no usé todo mi esfuerzo para plegarme sobre mí mismo en vertical. Joanet lo notó y se burló de mí diciendo que sí que llegaba y que no esperaba que lo probara. Encima, empujó mis piernas para que acabara de llegar (aunque no lo consiguió) y consiguió que me doliera la espalda.

—¿Qué haces? ¡Animal!

Él se rio bastante, medio en burla, así que me acabé de vestir y me fui. Sólo cuando se dio cuenta de que me iba a la verja, que él ya sabía que era un sitio para estar solo, me dejó en paz.

Estaba abochornado. Avergonzado. ¿Cómo me podía haber dejado llevar tan fácilmente? ¿Por qué no me había negado? ¿Qué significaba todo aquello? Todos esos recuerdos se agolparon en mi mente, y los probé de despejar con música, pero volvían, y lo peor es que en alguna ocasión mi cuerpo reaccionaba y todo. No sabía qué quería decir todo aquello. Pero sabía qué tenía que hacer. Joanet no dejaría de darme la vara con el tema hasta que no me viera acabar del todo. Y como sabía que no le gustaría, pararía y me dejaría en paz. Así que esa noche, me acabaría de dar el placer que al parecer mi cuerpo ya ansiaba, Joanet lo vería, no le gustaría y tendría dos días tranquilos.

Llegué a la cena más animado. Había aparcado todos los malos pensamientos y tenía previsto pasármelo bien y, si Joanet insistía en el tema, acabar de desilusionarle. Me parecía un poco cruel, pero ya había tenido suficiente.

Durante la cena reímos mucho, Joanet se comportó, Mariví no tuvo que gritarle, mis abuelos respiraron tranquilos y yo simplemente me quedé callado, esperando que ocurriera algo de lo que reírse.

Pero tanta calma no podía durar. Joanet y yo estábamos en el salón cogiendo sueño, pero él se fue justamente cuando vino una pregunta curiosa en un programa de estos de ganar dinero, y cuando volvió me lo llevé al comedor (que estaba a oscuras) para comentarle la pregunta curiosa. Se lo comenté a parte porque me daba algo de corte que lo oyera mi abuelo. Pero mi abuelo tiene esa manía de querer controlarlo todo cuando se trata de la noche, nos quiere tener a la vista aun cuando pasa de nosotros, sólo por saber que estamos allí. Así que eso hizo. Controlarnos. Y no hubiera pasado nada si le hubiera visto venir. Pero me puso una mano en la espalda, y nos preguntó que qué hacíamos allí con esa voz gritona que tiene, así que me asusté, le grité, le pegué una ostia a la puerta, mi abuelo también gritó y Joanet acabó huyendo de la escena.

El resto de la noche fue una pelea a voces entre los dos pisos, entre mi abuelo y yo, mi abuela poniendo paz… Es que me fui directamente a la cama, antes que nadie, cabreado, para que no me vieran así, pero no me había disculpado, y por eso toda la casa parecía un altavoz de concierto. Así que hasta que no pasaron dos horas y me disculpé, nadie consiguió dormirse.

—¿Puedo masturbarte? —fue lo primero que dijo Joanet cuando se hubo tranquilizado todo.

—¿Qué? ¿Después de todo esto y aún tienes ganas? ¡No! ¡Pues claro que no! ¡Aún estoy cabreado! ¡Duérmete! Maldito crío…

Insistió varias veces más, pero seguí maldiciendo un buen rato hasta que conseguí dormirme.

*  *  *

El ambiente estaba tan tenso que se podía cortar con cuchillo. Mi abuelo siempre ha sido muy irascible y tiene muy poca paciencia, y los cabreos le duran y duuuran y duuuran, como las pilas Duracell… Debe ser cosa de Acuario, porque mi madre tiene cierto parecido.

Ni desayunando separados, ni habiendo ido yo a comprar con mi abuela y Joanet, ni habiendo pasado el resto del día fuera de la casa, excepto la hora de comer, se iba la tensión. Seguía allí. Y yo quería estar lejos. Cuando mi abuelo se pone así es insoportable.

Realmente yo seguía cabreado. Y no quería saber nada de nadie. Pobres, el resto no tenían la culpa, ni mi abuelo, pero era como me sentía.

Supongo que por eso todo ese día mi mente se lo saltó hasta llegar a la hora de ducharme. La ducha de esa casa era peor que patética, pero por lo menos me sirvió para relajarme con el agua caliente. Estuve un buen rato bajo el agua, con los ojos cerrados, simplemente pensando en nada.

Joanet y Mariví acabaron por darme prisas para salir, porque Joanet había sudado mucho a lo largo del día y realmente lo necesitaba. Mientras yo me secaba, Mariví ayudó a Joanet a ducharse. Bueno, simplemente estaba cerca, porque la verdad es que la ducha de esa casa era complicada de manejar. Pero recuerdo que el pobre Joanet se vio acosado por su abuela porque no le dejaba vestirse en paz (y por eso insultaba al aire todo el tiempo) y además le ponía el suavizante en los pies, que era como una patada a la nariz para mí. Hasta me quejé en voz alta.

Durante la cena, todo volvió más o menos a la normalidad. Todos necesitábamos perdernos de vista. Mi abuela bromeaba con Joanet, él renegaba, Mariví y mi abuela se quejaban de él y yo tenía otra vez vergüenza ajena de aquel caos de cena. Supongo que eso me puso de buen humor para acabar lo que había dejado colgado el día anterior.

—¿Subimos ya a dormir? —le dije yo mismo a Joanet, cuando ya llevábamos rato sentados en el salón.

—¡Claro! —me respondió, animado, después de un segundo de sorpresa.

Subimos y nos arreglamos para dormir rápidamente. No tenía ganas de lo que iba a venir, pero sí de que Joanet comprendiera que aún era pequeño. Él sí tenía ganas. No sé qué le veía a querer masturbarme a mí… Quizás porque él no podía.

—¿Estás mejor que ayer? —me preguntó, antes de siquiera encender la luz de la Gameboy.

—Pues… sí, gracias —le contesté. Estaba agradablemente sorprendido. Joanet estaba acostumbrado a decir las cosas directamente y de coger (a veces literalmente) lo que quería con sus propias manos. No era típico de él preguntar antes. Quizás fuera que me quería tener contento para dejarme hacer.

Entonces alumbró la habitación con la maquinita y la dejó en la mesita de noche, como el primer día.

—No lo hagas —le advertí, cuando vi que se iba a tocar—. Te va a doler otra vez. Eres tozudo, ¿eh?

—Entonces, ¿me dejas…?

—Síii… —le permití, suspirando, como si no tuviera otra opción.

Me bajé un poco los pantalones del pijama, de nuevo. Hablar del tema ya había empezado a hacer su efecto en mí, así que no iba a costarme tanto esa vez. Joanet no tardó en empezar a tocarme, pero de nuevo lo estaba haciendo suavemente. Lo estaba disfrutando. Y yo también, para qué negarlo.

—¿Hoy puedo seguir hasta que acabes?

Pese a todos los planes que había hecho, dudé. Estaba nervioso. Y sabía que a Joanet no le gustaría ver aquello. Iba a decirle que no, pero él no estaba esperando una respuesta para seguir estimulándome y me estaba excitando así que… cedí.

—Vale. Pero iremos al lavabo. No quiero tener la cama manchada.

—¡Vale! —dijo animado.

Joanet aumentó un poco el ritmo. Eso no ayudó a que pudiera aguantar mucho tiempo. Quería que no se me notara que me estaba gustando, no quería mostrar ninguna emoción, no le hacía ninguna falta saber qué sentía. En esos momentos no me importaba quién me estaba masturbando, lo estaba haciendo, simplemente, y me estaba gustando igual. No encontraba ningún impedimento emocional en mí.

—¿Te gusta?

—Sí… Estoy… cerca —le dije, con un hilo de voz.

No sabía cuánto tiempo había pasado. “Suficiente”, me dije. Joanet cogió la Gameboy con la luz encendida y nos fuimos al baño donde se había duchado esa tarde.

—Ponte cerca —le dije, cuando me senté en la taza.

Joanet se puso delante de mí, con la luz enfocando en el váter. Yo estaba probando de acabar rápido, saltándome toda la parte de disfrutar del placer, principalmente porque no me apetecía estar mucho tiempo en el baño, y porque la situación inusual me había bloqueado la mente y no era capaz de imaginar nada para que me ayudara a acabar antes.

—Ya viene —dije, simplemente.

Joanet se acercó más. Yo aceleré el ritmo y recé para que no se me notara en la cara que me estaba gustando. El hormigueo ya era intensísimo y al final noté como salía. Una gota fue a parar a mi mano. El resto se quedó en el váter. Suspiré, aliviado.

—Uau… No me gusta.

—Ya te lo dije, pero no me has hecho caso —le dije, mientras me limpiaba la mano.

—Ya no quiero ser mayor. Ya no me masturbaré —dijo, como si se lo dijera a sí mismo.

—Ya me lo contarás en unos años, cuando te empiece a gustar. No podrás negarte. Ahora vete, necesito limpiarme bien.

No quería que viera mi costumbre de lavarme con agua para dejarlo bien limpio. Me seguía dando vergüenza que me viera así, después de todo. Él me hizo caso, y se fue con cara rara. No esperaba que le hubiera gustado tan poco. Pero era lo que él había querido.

Cuando volví a la cama, él ya estaba estirado, jugando, como si no hubiera pasado nada.

—¿Mañana podremos jugar a Magic antes de que me vaya?

—Claro, si aún te acuerdas de cómo se juega…

*  *  *

De nuevo, me había levantado más tarde. La emoción, la excitación y la tensión de la noche anterior se habían ido y ya empezaba a arrepentirme de todo. Estuve tan metido en mi cabeza por la mañana que solo cuando estuve el rato con Joanet jugando a Magic me concentré bien. Mientras jugábamos me di cuenta de que no me miraba mucho. Él también estaba intentando no pensar en lo de anoche. No quise decirle nada, porque me daba vergüenza y me parecía que ya habíamos hablado mucho del tema, pero parecía que le hubiera afectado mucho… cuando en realidad, según él, ya sabía del tema.

Pese a todo, era difícil mantener quieto a Joanet. Cada vez que me pensaba la siguiente jugada, él empezaba a darme prisa y a dar vueltas por el comedor muy rápido. Simplemente, todo parecía como si no hubiera pasado nada. No había necesidad de interrumpir su felicidad y su cara radiante con algo que quizás no quisiera recordar. Y de paso me ahorraba yo más pensamientos.

Cuando comimos, Joanet volvió a su costumbre de insultar a cada frase que los mayores le decían. No se enrabietó, simplemente maldecía por maldecir. Nos agotaba la paciencia y de paso me avergonzaba.

Ya quedaba poco para irse, así que me lo llevé a parte un segundo. En el fondo me lo había pasado bien con él.

—Toma —le dije, dándole una carta de Magic—. Tanto que te gusta, seguro que te servirá más que a mí. Troltumba Golgari. Es buena, pero yo no la uso. Mientras no la pierdas por tu casa… úsala.

—¡Uau, gracias! ¡Te prometo que no la perderé! ¡Y jugaremos en Barcelona!

Eso fue lo último que me dijo. Yo era el encargado de abrir la verja, allí donde tenía mi sitio de pensar y mi coche para sentarme, así que no vi cómo se despedía de mi abuela. Cuando el coche pasó por la puerta, Mariví y Joanet me saludaron con una gran sonrisa. Hasta que no vi desaparecer el coche, no cerré la verja.

A partir de entonces, durante el resto de la tarde, estuve encerrado en mi habitación. Cuando se va alguien y todo queda en silencio, se nota mucho, y no me gusta. Me obliga a echar de menos, y no me gustaba echar de menos, en esos momentos. No se oía más que el crujido de mi cama al moverme por encima.

Me sentía solo. Y notaba que me habían quitado algo, aunque no sabía qué era. Empezaron a venir todos los recuerdos de golpe. Sólo supe enfadarme, avergonzarme de mi mismo, creo que hasta lloré. Empecé a negarme lo que había pasado. Pese a todo, me negaba a creer que un chico me hubiera tocado y encima que ambos lo hubiéramos pasado bien. Cerré mi mente. Bloqueé mis recuerdos. Evité el tema y me obligaba a distraerme con otras cosas, como las maquinitas. Pero los recuerdos seguían apareciendo.

Nunca iba a contar esa experiencia a nadie. No sabía qué pensaría de mí la gente si lo supiera. Suficientemente avergonzado estaba ya para que más gente lo supiera. Pero nunca era suficiente. Siempre llegaba un momento extraño en que los recuerdos volvían, pese a los años. Sabía que llegaría un momento en que lo tendría que aceptar, pero no sabía qué implicaba ni qué significaría.

Pero ya lo he aceptado y ya sé qué significa. Simplemente es parte de mí.

 

FIN

Notas finales:

Espero que os haya gustado! Comentad y buscad mis otros fics, son mejors que este! :)


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