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Llévame a casa por Valz19r

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“Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores: tienen sus salidas y sus entradas; y un hombre en su tiempo interpreta muchos papeles....” William Shakespeare.





Prologo.





Creo que todos en este mundo deciden qué papel quieren interpretar en la vida. Los personajes son infinitos, pero la mayoría de las personajes deciden imitarse entre sí; lo que me perece bastante aburrido ¡Si puedo ser quien quiera para qué imitar al chico que está sentado a mi lado! Pero bueno, siempre hay excepciones. Siempre hay personas que quieren salir de con convencional. Algunos dicen que esas personas están locas, yo digo que es por eso que cambian el curso de la historia. El mundo es de aquellos que se atreven a ser diferentes. Es una verdad, pero también una mentira.


Aunque bueno, yo no tengo una base propia para apoyar mis teorías.


Mi papel en la vida consiste en ser un observador mudo, quizás es por eso que estoy inscrito en el club de ajedrez de mi secundaria. Soy el chico que aún no ha encontrado su lugar en el mundo, mi hogar. Es conveniente que sepan por qué me siento así.


Mis padres son personas excéntricas y extrovertidas, cuando estoy junto a ellos me siento como un pequeño extraterrestre que ha chocado su nave en el planeta equivocado. Creo que está demás decir que soy todo lo opuesto a ellos.


Mi madre era una reconocida actriz y modelo, desfiló por las pasarelas que las simples mortales no han pisado jamás; New York, Londres, Francia. E hizo tantos comerciales de perfumes incongruentes que los televidentes ya no podían utilizar su nombre como referencia a un perfume o una película porque entonces todos se preguntan “¿Cuál de tantas películas o perfumes?” . En una de sus tantas giras llegó a Japón donde descubrió que debía quedarse. Allí conoció a mi padre; un guionista con un corazón de niño encerrado en el cuerpo de un adulto. Y bueno, ¿qué más puedo anexar? Fue amor a primer dialogo.


Me contaron la vez que fueron a un partido de futbol americano y luego de que terminó se acostaron en la cancha solo para contar las estrellas. O aquella vez que mi padre intervino en la escena de su propia película; era una obra de la época victoriana y mi madre llevaba uno de esos pesados y voluminosos vestidos. Él se arrodilló y le pidió que fuese su esposa. ¿Y qué creen? ¡Esa escena realmente quedó en la película! Oh, y mamá dijo que sí (por supuesto, de lo contrario yo no estaría relatando esto).


Si, ellos hicieron muchas locuras como esas, ahora solo se quejan porque la generación de hoy ha perdido el romanticismo y todas esas cosas que usualmente los adultos critican de los jóvenes. Aun cuando se casaron continuaron con sus trabajos y eso fue así hasta que nací yo. Entonces mamá dijo Adiós a las pasarelas y papá se dedicó a ver y criticar las películas de otros en lugar de producirlas. Ellos no me culpan y la verdad es que yo tampoco me siento culpable; ellos decían que “Los momentos de la vida finalizan, solo para dejarle espacio a nuevos momentos”. Aunque sin duda ellos deseaban convertirme en una pequeña versión de ambos. Mi madre se divertía escogiendo mi ropa y arreglando mi cabello. Me inscribía en múltiples cursos de danza, canto y oratoria., Mientras que mi padre me llevaba a los estrenos de las nuevas películas que él consideraba “Dignas”, pero yo había encontrado atractivo el ajedrez. Después de insistir durante toda mi infancia desistieron de convertirme en una “pequeña estrella”


Cuando entré a la secundaria esas “características” de observador mudo se enmarcaron aún más en mi personalidad, aunque no era algo que me molestara. Estaba en el club de ajedrez. No era popular pero tenía buenos amigos con os cuales solía pasar agradables momentos.


Recuerdo una tarde. Una tarde especial.


Todos mis amigos fueron a mi casa, llevaron refrigerios y uno de ellos llevó su guitarra. Papá sacó la barbacoa del sótano con dos de los chicos se dedicaron a preparar carne. Mamá hablaba con otros dos chicos que sabían de moda y ella les dio consejos y les contó sobre su experiencia en las pasarelas y la gran pantalla y ellos escuchaban asombrados. Sé que ellos se sentían como si tuvieran muchos hijos, porque yo me sentía como si tuviera muchos hermanos.


Cuando comenzó a oscurecer encendimos una fogata y nos sentamos alrededor de ella. El chico que sabía de música tocó en su guitarra nuestra canción favorita y un chico que canta muy bien lo acompañó con su voz. y todos cantamos entonces. Y todos sonreíamos. Y todos éramos felices.


Ese es uno de mis momentos favoritos porque, por primera vez en mi vida sentí que pertenecía a algo. No estaba perdido, ni congelado; estaba ahí. En mi hogar.


Esos chicos habían estado junto a mí desde que entré a la secundaria, aunque yo no solía congeniar con las personas había logrado establecer un vínculo con ellos. Supongo que era porque nuestra situación era similar; nuestras vidas eran un tanto parecidas.


Es curioso como la vida puede dar giros inesperados sin siquiera pedir nuestro permiso. Solo cambia y ya.


No puedo explicar exactamente cómo ocurrieron los hechos, fue tan rápido que ni tiempo me permitió de percibirlos cuando apenas iniciaron. Pero yo siempre culpé al reloj “el hacernos mayor”, porque no es hasta que creces que te das cuenta de esas cosas, porque no son importantes para ti; los padres pueden resolverlo. Pero luego te das cuenta de que, ellos también son humanos no superhéroes.


Ser un observador tenía sus desventajas, de pronto comencé a fijarme en el mundo, me obsesioné con las vidas ajenas e inevitablemente me volví un chico triste, pero eso jamás interfirió en mi vida porque aún tenía a mis padres y a mis amigos; mis únicos momentos de felicidad. Mis únicas estrellas en la tierra. Juntos trazábamos constelaciones. Sí, ya sé que suena cursi.


Mi último recuerdo, ocurrió una fría noche de diciembre, no estoy muy seguro si realmente era diciembre; porque se sentía como diciembre, pero olía a enero.


—¿Irás con nosotros a visitar a la abuela?— preguntó mi madre frotando en sus labios la cremosa barra de labial rojo.


Esa tarde era 31 de diciembre por lo que recibiríamos el año en la casa de la abuela, era una especie de tradición que hacíamos cada año; pero esta vez yo pensaba hacerlo diferente. Con mis amigos acordamos recibir el año de la única manera que sabíamos: divirtiéndonos. En el momento todos asintieron emocionados, estaban de acuerdo; el problema de algunos eran nuestros padres ¿qué íbamos a decirles para que dejaran a sus hermosos hijos de 14 año salir solos en la noche de fin de año? Sé lo que ellos pensaban; no iríamos a la iglesia, eso ellos lo sabían. Aun así, me aventuré a exponer nuestra idea a mis padres.


—Quedé con mis amigos.— respondí sonriente; él siempre solía decir que el secreto para obtener la respuesta que quieres está en tu postura. —Pasaremos año nuevo juntos.— expliqué.


Ella dejó de maquillarse y me miró, sus ojos me miraban sorprendida pero pronto en sus labios rojos se enmarcó una bonita sonrisa. —¿Y a dónde irán?— preguntó.


—No tenemos un destino fijo.— respondí torciendo la boca.


—De acuerdo.— asintió —Solo no dejen que los atrape la policía.— Su sonrisa cálida se transformó en una mueca de complicidad.


—No te preocupes.— prometí.


En ese momento papá apareció atorándose la corbata y nos preguntó si ya estábamos listos. Sus ojos me miraron como si sospechara sobre la conversación que habíamos mantenido mi madre y yo. Debía informarle que no iría con ellos a visitar a la abuela; no esté año. Todos creerían que si ya he convencido a mi madre lo demás es cosa fácil, pero no es así como funciona. Con mamá solo debí bromear como si la incluyera en mis planes, le hacía recordar lo increíble que es ser adolescente (porque sé que es la época de su vida que más extraña) entonces accede. Con mi padre es diferente, convencerlo es un tanto más difícil porque él es un poco obstinado.


—Me quedaré aquí, padre.— comente sonriéndole.


Él solo me miró inquisitivo, sin comprender mis palabras; el significado de mi oración. Sabía que iba a oponerse en el momento que frunció el ceño. Comenzaría a utilizar el chantaje emocional que ha unido a padres e hijos durante generaciones “Sabes que tu abuela debe estar esperándote. De seguro hizo ese postre que tanto te gusta”, cosas como esas que me mueven el corazón y me hacen sentir egoísta. Pero no está vez.


—Tengo planes con mis amigos.— expliqué antes de que él pudiese iniciar con sus palabras.


—¿Planes con tus amigos?— inquirió repitiendo mis palabras. Yo asentí temeroso, porque él hacía eso para advertirme que lo que dije no le ha gustado y me está dando tiempo para corregirlo. —Pero sabes que todos los años vamos con la abuela.—


Y ahí estaba: chantaje emocional.


—Solo será por esta vez.— supliqué.


Entonces, era el momento para que mi madre interviniera y hablara a mi favor. Apoyó sus manos en mis hombros y miró al hombre frente a nosotros con sus grandes y expresivos ojos.


—Cariño, déjalo quedarse.— pidió amable. —Solo se es joven una vez.— añadió con una sonrisa dulce; la debilidad de todos los hombres. Como mujer ella sabía de eso, conocía cada una de esas debilidades.


Su ceño fruncido se relajó, sus ojos se intercalaban entre la mujer y el adolescente que le estaban atacando con un chantaje emocional. Estaba en una encrucijada, dos personas contra una. El hombre suspiró cansado y los orbes oscuros se enfocaron en su hijo.


—Solo por esta vez.— señaló fingiendo seriedad, pero luego sonrió discreto. Siempre ha sido el mejor padre del mundo. Me tomó un poco de
tiempo descubrirlo.


Mi sonrisa se amplió dejando al descubierto todos los dientes, quise saltar y abrazarlo, pero me contuve porque sentía esa pequeña punzada cuando mi cerebro me decía que algo era inapropiado.


—Gracias.— dije alegre.


Mis padres tardaron unos minutos más alistándose; pensaba que se debía a la vaga esperanza de que yo cambiara de opinión y me decidiera a ir con ellos y continuar con la tradición. Pero supieron que hablaba en serio luego de 20 minutos, se acercaron a mí y me besaron mucho.


—¿Estás seguro que quieres quedarte?— insistió mi padre. Es obstinado, lo dije antes. —Creo que sería mejor que fueras. —añadió con un gesto avergonzado. Como si realmente estuviese muy preocupado; demasiado para la situación, lo que era bastante inusual porque él no salía ser de esas personas paranoicas.


—Estaré bien. —aseguré para disipar sus inseguridades.


—De acuerdo.— asintió. —Trataremos de llegar antes. — dijo, me palmeó el hombro, desordenó mi cabello y se dirigió a la puerta. Mi madre dejó sus labios marcados en mi mejilla y me removió el corazón con un fuerte abrazo.


Abrieron la puerta y se despidieron de mí con la mano, me dijeron “Te amamos” y finalmente, se fueron. En cuento cerraron la puerta y ellos desaparecieron tras ella sentí unas inexplicables ganas de correr y alcanzarlos, ya comenzaba a extrañarlos. Supongo que era la nostalgia de saber que no los abrazaría a media noche.


Mi móvil vibró dentro de mi bolsillo, lo tomé y sin mirar el número atendí. Al otro lado se oía una respiración errática, como cuando se respira por la boca, esa persona aspiró con fuerza sorbiendo su nariz. Me fue inevitable adivinar que había estado (o estaba) llorando.


—¿Hola?— hablé primero ya que aquella persona no decía nada. Sentí miedo, porque el living se encontraba sumido en un profundo silencio y la misteriosa llamaba volvía más tenso el ambiente.


Mi nombre fue pronunciado por una voz llorosa y entrecortada. Yo conocía esa voz.


—Que… da… te.— Las palabras se perdían en las interferencias de la línea telefónica, no había alcanzado a escuchar el mensaje que aquella persona quería transmitir.


—No entiendo.— negué. —¿Puedes repetirlo? ¿Quién eres tú?— comencé a bombardear al desconocido con preguntas, mis nervios se crisparon hasta un nivel en que ya toda aquella situación me preocupaba del todo.


—Quédate en casa.— suplicó. Fue una petición real, cargada de sentimientos reales. Un “Quédate en casa” tan desesperado que parecía advertirme de algo, no sonaba como una broma.


Sentía el corazón en la garganta, retumbando con fuerza en mis oídos. Aun con la distorsión que le producía el llanto estoy seguro de conocer esa voz; estoy seguro de que se trata de alguien que conozco. Pero ¿quién? Esa era la cuestión. Mi celular volvió a vibrar y casi se cae de mis manos; me sentía muy nervioso. Era un mensaje de un número agendado en mis contactos.


“Estamos afuera, sal : ) “




Decía. Miré por la ventana, cauteloso como en las películas de terror cuando creen que el asesino está fuera de la casa, mirándolos. Pero solo se trataba de mis amigos esperándome en “La Donatella” que era una camioneta Chevrolet pickup color dorada y era conducida por un chico rubio (no creo que sea necesario explicar el porqué del nombre ¿cierto?). tomé mi chaqueta y me apresuré a salir, cuando llegué observé minuciosamente cada rostro sonriente, cada expresión. Todos ellos estaban allí, dos en los asientos de la cabina delantera y los demás sentados en la cornisa de la caja trasera bromeando entre sí. Ellos parecían del todo normal (normal en lo que ellos podían ser) no habían comportamientos inusuales; nada de tristeza, nada de llanto. Nada de nada.


—Vamos, sube.— invitó uno de ellos sacándome de mi letargo, hizo una seña con mi mano y me sonrió mostrando todos sus dientes.


Obedecí al instante, más que nada porque no tenía control sobre mi cuerpo, subí con ayuda; ellos sonreían con auténtica felicidad, como si de verdad les alegrara que yo estuviera allí.


—¡Vamos Donatella!— gritó para llamar la atención del conductor e indicarle que ya estaba a bordo.


—¿A dónde vamos?— inquirí al momento de sentir el auto en marcha.


Un brazo me rodeó los hombros y mis ojos chocaron con un verde electrizante, el dueño de esos maravillosos ojos me sonrió con sarcasmo.


—Déjate sorprender.— respondió.


Yo solo asentí. Mis pensamientos solo pueden girar en torno a la curiosa llamada que recibí, no logro saber por qué mi cerebro le proporciona tanta importancia a lo que podría ser un error o una broma; una voz en mi cabeza no para de gritar “¡No ha sido ningún error! ¡Tú conoces esa voz!” Debo asegurarme de que se trata de un error; no debería sentirme tan asustado por algo tan trivial, quiero decir; si perdiera los nervios cada vez que escucho a alguien llorar probablemente me volvería loco.


De nuevo, detallo cada rostro, repaso lentamente cada cara y advierto la ausencia de una persona, miró a todos lados intentado no lucir desesperado pero sé que eso es algo que me resulta imposible ahora. ¿Dónde está? Dónde está ese pequeño chico que por su estatura no alcanza a notarse entre nosotros, pero su rostro no lo hace pasar desapercibido en ningún lugar. ¿Podría ser él quien hizo la llamada? Recuerdo el timbre de ambas voces y estas parecen fundirse en una sola; suave y juvenil. ¿Estaría en problemas y yo soy el único que lo sabe? Si era así debía alertar a los otros.



Cuando estoy por llamar la atención de todos mis ojos lo ven sentado en el suelo, escondido en la oscuridad solo la luz de su móvil le alumbra el rostro. Aun cabe la posibilidad de que haya sido el. Me acercó y me siento a su lado; está sumido en su teléfono.


—Hola.— saludo para llamar su atención.


Voltea a verme y me regala una sonrisa amable. —Hey.— exclama.


Debo preguntarle ahora que tengo su atención, me da vergüenza lo que pensara él si me equivoco. Podría dejarlo ahora y no preocuparme más, pero esa voz me molesta y hace doler mi cabeza; no descansara hasta obtener una respuesta.


—Escucha, necesito preguntarte.— inicié. Él me miró con sus ojos abiertos, con unos destellos de curiosidad. —¿Todo está bien?— fue lo único que se me ocurrió, no tenía ni idea de cómo preguntarle algo para lo cual yo no sabía nada.


—Sí, ¿por qué?— inquirió, su rostro había adquirido un expresión consternada.


—Es que, recibí una llamada extraña.— Hubiese iniciado por ahí.


—¿Una llamada extraña?— Guardó su móvil en el bolsillo de su chaqueta, lucía interesado por el tema. —¿Qué decía?— preguntó.


—No estoy muy seguro, no se oía bien.— Me rasqué detrás de mi cabeza. —Creo que decía “Quédate en casa” o algo así.— Sí, no había
dudas, eso había sido lo que escuché. Estoy seguro.


El chico se quedó taciturno, como si analizara la situación y buscara darle una respuesta lógica. Luego de unos segundos volvió a mirarme con una sonrisa tranquila en sus labios.


—Tal vez, solo se equivocaron de número.— sugirió.


¿Y si tal vez no era un error? ¿Y si realmente esa llamada iba dirigida a mí? Aunque así fuera no tendría maneras de saber quién era esa persona y qué era lo que quería en realidad. Ya tenía claro que no se trataba de alguno de mis amigos pues todos ellos se encontraban allí conmigo. Mi última opción eran mis padres, ¿les habría ocurrido algo en el camino? Busqué mi móvil y con las manos temblorosas presioné la pantalla.


—¿Qué haces?— preguntó mi amigo, su sonrisa tranquila se había desvanecido.


—Llamaré a mi padre.— respondí, por los nervios había olvidado su número telefónico y ahora lo buscaba entre mis contactos.


—¿Crees que haya sido él quien ha llamado?— preguntó, la curiosidad en sus ojos volvió a centellar como una tormenta.


—No lo sé.— respondí.


Él suspiró cansado, giró su cuerpo quedando frente a mí y me tomó por los hombros, sus ojos registraban mi alma y buscaban transmitirme tranquilidad. Sus dedos comenzaban a apretujar la tela de la chaqueta.


—A ver, ¿dónde están ellos ahora?— preguntó.


—Salieron. Van a casa de la abuela en la ciudad vecina.— respondí de inmediato, reordenando los pensamientos que estaban regados como fragmentos de rompecabezas.


—¿No crees que si hubieran tenido un accidente sería la policía quien te llamaría?— inquirió alzando una ceja. Su teoría era bastante válida.
—No los llames, solo harás que se preocupen.— aconsejó.


Ni siquiera tuve que pensarlo para responder, sonreí y dejé que todas esas preocupaciones se ahogaran. Su mirada consiguió mantenerme sereno.


—Tienes razón.— asentí.


Sonrió de una manera encantadora, como solo él sabía y me abrazó, sus mejillas se habían coloreado de rosa por el viento frío que golpeaba su piel, el mismo viento violento que azotaba su cabello y me permitía oler su perfume a vainilla.


Todo estaría bien esta noche.


—Vamos a tomarnos una foto.— pidió luego del deshacer el abrazo, agitaba su móvil frente a mi cara.


—De acuerdo.— asentí.


Ambos nos deslizamos para quedar más cerca uno del otro, su mejilla fría presionó la mía, extendió su brazo frente a nosotros, sonreímos a la cámara, él presionó el botón y el flash me cegó por unos segundos.


—Perfecta.— asintió mirando la pantalla del aparato que luego apagó y guardó.


Los rostros de mis amigos fueron iluminados por los colores del atardecer, sus rostros brillaban de naranja y amarillo, parecía que les habían otorgado un soplo extra de vida. Mi compañero se levantó del suelo, algo tembloroso, la vaga luz del parcialmente oculto sol iluminó su rostro de una manera majestuosa. Una sonrisa cálida decoró su rostro y él parecía fascinado de verdad.


—Mira.— pidió. Me tomó del brazo indicando que me colocara de pie, dudé en el momento porque el suelo se movía bajo mis pies y me hacían sentir inestable.


Finalmente decidí obedecer a mi amigo, me levante y lo vi. El ocaso en el horizonte ni siquiera me permitía saber cuándo terminaba el cielo y comenzaba la tierra, ambas se habían fundido en una sola maravilla. El arrebol me hacía pensar que ya me encontraba en el paraíso y por un momento, solo ese momento, fui muy feliz.


Miré hacía mi derecha y ese chico estaba grabando toda la escena frente a él, luego giraba el móvil y enfocaba a los chicos que es encontraban detrás y luego, la cámara se enfocaba en mí. Él sonríe y solo con sus labios gesticula “Sonríe” y yo sonrió.



___***___







Nos tomó todo el atardecer para llegar a nuestro destino, hacía más frío de lo que debería hacer en una playa; pero es razonable ya que la luna adornaba el cielo. La brisa había adquirido un olor salado y agradable, levemente cálido. Sin percatarme siquiera, había cerrado mis ojos para respirar profundamente; era una sensación tan gratificante que me preguntaba por qué no lo había hecho antes.


—Las personas no saben de lo que se están perdiendo.— comentó.


Y cuánta razón tenía.


Al principio todo fue como un deja vú de aquella tarde en mi casa. Encendimos una fogata y nos sentamos alrededor de ella mientras él tocaba su guitarra y aquel chico que me hizo sentir más tranquilo entonaba una canción y el resto solo escuchábamos y de momentos reíamos. Estábamos juntos.


—Quisiera que este momento fuera eterno.— comenté, tomé el vaso y bebí un poco de él; arrugue la nariz cuando sentí el líquido corroerme la garganta.


—A mí me gustaría no volver a casa.—dijo mi compañero. El chico imitó mis acciones, pero él bebió todo el contenido de un solo golpe y no arrugó la nariz; solo suspiro.


Apoyé mi mano en su hombro y sonreí.


—Tranquilo, hoy no llegaras.— dije y él me devolvió la sonrisa.


No sé en qué momento comencé a perder la noción del tiempo. La música excesivamente alta que se extendía a lo largo de la playa me envolvía por completo y me hacía olvidar que me encontraba en el mundo con 30.000 personas más. Para mí, el total de habitantes en la tierra eran 6.


Tomé otro vaso de tequila y todo se volvió figuras difusas, distorsionadas y luminosas que se movían frenéticas de un lado. Los chicos saltaban, corrían y bailaban mientras reían con euforia. Nuestro chofer y copiloto ya habían enterrado al guitarrista hasta el cuello en la arena y el chico de electrizantes ojos verdes jugueteaba en el agua con el cantante y el chico rebelde bebía tranquilo sentado en la arena, observándolos a todos parecía divertirse solo siendo un espectador. Con pasos tambaleantes me acerqué a él; caminar ahora era como estar en el espacio. Me senté a su lado, la cabeza comenzaba a darme vueltas.


—Por Dios ¿Cuánto bebiste?—preguntó al enfocar su mirada en mí.


—No lo sé, perdí la cuenta en la segunda botella.— respondí sonriente.


Él ahogó una risa, pero sonrió burlón. —Estás loco, mañana no podrás ni abrir los ojos.— aseguró negando con la cabeza.


Sus palabras se dirigían a mí, pero sus ojos miraban hacía el frente. Seguí la dirección que trazaban sus orbes, veía al cantante caminar hacia nosotros rodeándose con sus brazos para protegerse del frío; se había despojado de su chaqueta y dejado sobre una pequeña mochila azul real adornada con chapas de bandas y alguna caricatura. Se arrodilló frente a sus pertenencias que estaban al lado nuestro y comenzó a rebuscar dentro de la mochila.


—¿Qué haces?— preguntó mi compañero.


El chico no respondió, solo mostró frente a nuestros rostros un par de botella de vidrio; dentro tenían un papel doblado como un pergamino.


—Lanzaremos deseos al mar.— respondió con una sonrisa aniñada. —¿Quieres venir?— le preguntó con sus ojos de cachorro.


El rebelde parecía avergonzado por la petición, desvió la cara con brusquedad y chasqueó la lengua como si aquello fuera lo más estúpido que había oído. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido volvió a encarar al muchacho que aguardaba por una respuesta.


—Iré, pero no voy a hacer esa estupidez.— aceptó.


—¿Qué dices tú?— preguntó dirigiéndose a mí.



—Yo nunca he hecho algo así.— confesé avergonzado.



—Eso no es problema.— señaló con su sonrisa amable y amistosa. —No es difícil. Yo te enseñaré.— dijo.



—De acuerdo.— asentí emocionado.



Me colocó sobre el regazo una hoja de papel y un bolígrafo en la mano. Me pidió que escribiera mis deseos sobre el papel, las instrucciones que me explico de manera estricta es que fuera lo más soñador que podía llegar a ser, dijo que los limites no existían.


“—Los sueños son extensos como el océano. Por eso, a la hora de soñar uno no debe conformarse con simples charcos.—“ 


Entonces comencé a escribir mi océano. El chico había dicho que todo aquello era estúpido se acercó a mí para mirar sobre mi hombro, pero el cantante le cubrió la mitad del rostro con su antebrazo y lo atrajo hacía sí mismo.


—No, no, no.— reprendió. —No puedes ver sus deseos, ¡eso es un delito!— exclamó.


—No es como si yo fuese un niño bueno.— respondió con burla zafándose del agarre que el otro mantenía sobre él. —Vamos, suéltame. No me gustan los chicos amigo.— expresó fastidiado.


—Ni aunque fuese gay saldría contigo, imbécil.— protestó levemente enojado.


Enrollé la carta como un pergamino… “La carta” usar ese término me hace recordar cuando niño le escribía cartas a Santa. La guardé dentro de una botella y la sellé con su corcho “Para que el agua no borre tus esperanzas”.


—Listo.— anuncié deteniendo la discusión que ellos mantenían desde hacía ya varios segundos.


La expresión enojada del cantante había sido sustituida por su amable sonrisa, con sutileza, casi sin que lo sintiera tomó la botella de mis manos, la miró con ojo crítico y luego volvió a sonreía. Sentí un agradable alivio verlo aprobar mi botella; sonaba tonto si usaba ese término, nuevamente me sentía como un niño. Me la devolvió y tomó mi mano libre y la del chico rebelde.


—¡Vamos!— exclamó levantándose del suelo, obligándonos también a levantarnos y seguirlo.


—¡Hey! ¡Suéltame!— ordenaba el otro chico, pero sus gritos eran ignorados con sutileza.


Nos llevó hasta la orilla donde ojos verde parecía estarlo esperando desde hace rato; la paciencia no era su fuerte, pero se estaba esforzando. Se levantó cuando ya nos encontrábamos a su lado y los tres nos sumergimos hasta que el agua nos llegaba a las rodillas, con botellas en mano y mirando el horizonte lleno de estrellas; hacía tanto que había sumergido mi cuerpo en las aguas de la ciudad. Aquí siempre es invierno.


—Colócala en el agua.— pidió hincándose y dejando la botella sobre el manto azul. El chico a su lado imitaba sus acciones y se sincronizaban.


Obedecí hincándome y dejando a la botella lista para su viaje, la empujé con mi mano para motivarla a irse “Todo estará bien pequeña”. Me incorporé derecho, con las manos entrelazadas observando como lentamente comenzaba a alejarse de mis pies. Una botella de cristal, con mi deseo escrito dentro de ella, se va alejando lentamente hasta perderse en el extenso mar. No se supone que deba sentirme nostálgico, yo o lo sé, es la primera vez que hago algo así; pero sin dudas lo he disfrutado. Pensar que un deseo tan diminuto podría ser cumplido, ¿de verdad pasaría? Tendría que esperar.


—Deja que el mar se lleve tu deseo, junto a tu tristeza.— oí al cantante murmurar esas palabras.


Ahora debía esforzarme para ver el corcho que sobresalía, unos brazos me rodearon y me atrajeron a un abrazo grupal, los rostros de mis amigos brillaban de emoción.


—¡Es año nuevo!— exclamaron a coro.


Entonces reímos y la fiesta se extendió otro poco, hubiese sido por más tiempo pero las luces de una patrulla nos alertó.


—¡Hey, ustedes!— un grito llamó nuestra atención. A varios metros se encontraba un hombre alto y delgado, portaba el uniforme de la guardia y tenía el ceño fruncido. —¡Están en problemas!— advirtió caminando hacia nosotros marcando el paso.


—Oh oh.— musitó el cantante. —Es hora de correr.—


A toda prisa recogimos todas nuestras pertenecías y las guardamos en el auto donde proseguimos a subirnos, a pesar de la posición amenazante en la que nos encontrábamos y la rapidez con la que hacíamos todo, en ningún momento existía miedo por parte de ninguno. Aun nos reíamos, era tan divertido. El rubio encendió el auto y arrancó a máxima velocidad, el adulto gritaba ordenando que nos detuviéramos, pero nosotros no escuchamos a los adultos; nunca tienen nada que decir. Reíamos con euforia, el cantante lanzó una lata de cerveza a medio tomar que se impactó en el parabrisas de la patrulla que, por supuesto, hizo enojar aún más al policía, pero a nosotros nos seguía pareciendo lo más divertido del mundo. Nos persiguió aun cuando salimos del área de la playa, lo habías hecho cabrear de verdad.


—¡Más rápido!—


El viento parecía estar hecho de cables, sentía leves latigazos en el rostro y el cabello se revolvía sobre mi cabeza, casa vez veía ese auto más y más lejos. Habíamos entrado en una carretera, evadiendo los autos con una rapidez y agilidad abrumadoramente peligrosa, las personas hacían resonar sus bocinas en cuanto pasábamos volando a su lado y gritaban maldiciones, la imprudencia con la cual mi amigo manejaba me hubiese causado terror sino fuera porque me encontraba absorto en mis propias risas y en las de mis amigos.


Creo que el efecto del alcohol aún no había abandonado mi mente, de pronto todo comenzó a verse como una película de suspenso; todo a mi alrededor se movía en cámara lenta, mis sentidos se agudizaron, lograba escuchar la conversación por teléfono que mantenía nuestro copiloto, veía las luces de los autos como reflectores brillantes y el frío me arañaba las mejillas. Una luz se intensificó, golpeándome el rostro, a su lado apareció otra, venía directo a nosotros. Me di cuenta que no se trataba de alucinaciones. Iban a chocarnos.


—¡Cuidado!— grité y tomé al chico que tenía a mi lado, ni siquiera vi de quién se trataba, solo sé que lo rodeé con mis brazos y me tumbé al suelo con él debajo de mí.


Un golpe violento nos sacudió a todos como pinos impactados por una bola de boliche. El auto se deslizó y las ruedas chillaron en el asfalto, las personas que se encontraban conmigo cayeron sobre mí con fuerza y me golpearon contra el metal frío de la plataforma, me aferraba a la persona que había tomado como si él representara mi vida y un segundo impacto me hizo volar hacia delante llevándome conmigo todos los cuerpos. No sé cuánto mi cuerpo fue violentado, en ningún momento abrí los ojos, el dolor que sentía era tan insoportable que me calaba los huesos y un sabor metálico me estaño en la boca y me hizo querer vomitar. Estaba sufriendo, me sentí bastante aliviado cuando perdí el conocimiento.


—Atentos todas las unidades, tenemos un accidente en la calle 7 Higashi-ku.—


Mis ojos se abrieron pesados, un dolor punzante me atacó todo el cuerpo, quería gritar pero ni siquiera podía abrir mi boca. Solo podía mirar a un punto fijo porque incluso me dolían los globos oculares; ese punto era una mano pálida que reposaba sobre un charco de sangre. Esa sangre, ¿de quién será? El accidente volvía a repetirse en mi memoria una y otra vez. Todo a mi alrededor tiene mi olor. Huele a mi sangre espesa y caliente; la siento mojarme el abdomen y la cabeza.


Mis padres van a matarme, se enojaran mucho conmigo cuando se enteren de esto. Les prometí que no me metería en problemas y ahora estoy tendido en el suelo con quién sabe cuántos huesos rotos. De seguro mi padre no me dejará salir más con los chicos.


Los chicos.


—¡Mis amigos!—” ¿Cómo estarán ellos? Solo espero que estén vivos. Dios Santo, ¿qué va a pasar?


Oía muchas voces gritar a la distancia, pero la única inteligible era la que me hablaba a mí. Él gritaba mi nombre. +el paramédico sabía mi nombre y lo repetía varias veces mientras sostenía mi mano entre las suyas. Una única pregunta me golpeó la cabeza ahuyentando a las otras.


“—¿Cómo ese desconocido sabía mi nombre?—“
—¡Quédate en casa!—


Esa petición, ¿dónde la he escuchado antes? Un recuerdo vuelve a mí como si hubiese ocurrido años atrás; pero solo ha sido un día. Una llamada que me atormentó durante horas.


“—¡Quédate en casa!—“


La llamada, ¿era el paramédico que ahora lucha por salvarme la vida quien me ha llamado a horas de la tarde? ¿Él me estaba advirtiendo de este accidente? ¿Era él? No, esa voz…


“—Aun con la distorsión que le producía el llanto estoy seguro de conocer esa voz; estoy seguro de que se trata de alguien que conozco.—”


—Sí, alguien que yo conozco.— pienso y hago una pausa. Mis ojos miran al hombre joven que tengo frente a mí, parece esconderse detrás de un velo. —Esa voz…—


Es mía.

Era yo.


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