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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa, gente ;) 

Les traigo dos capítulos, de nuevo. Esto de hacer capítulos cortitos se me está haciendo una costumbre. 

 


Canción que inspiró el capítulo (escúchenla, es re buena): Start Again - Red (se las dejo con subs, es la mejor traducción que encontré <3) 

 

Espero que les guste ;) 

Capítulo 81

 

 

 

«

Estoy en la nada.

Todo a mi alrededor es blanco; no hay muros, no hay cielo y el suelo que piso también tiene ese color; nieve, casi transparente, casi cristalino. Tampoco hay ruido y lo único que entra en mis sentidos es la luz; una luz intensa y brillante encima de mi cabeza que me enceguece por algunos segundos.

Entonces, una bandada de pájaros cruza volando por delante de mí; tienen los ojos negros y vacíos, como los de los cuervos, pero su plumaje es blanco, completamente blanco también. El primer ruido que percibo es el de sus alas sacudiéndose de arriba abajo y eso me obliga a cubrirme la vista, en un estúpido instinto de protegerme de ellos, porque vuelan demasiado cerca y temo que me lastimen.  

Y entonces, cuando las extrañas aves se van, la veo a ella.

Está más hermosa de lo que puedo recordar.

Está lejos, así que corro para alcanzarla, porque de pronto siento miedo de perderla de nuevo. Intento gritar su nombre, pero la voz no me sale de la garganta, culpa de la emoción que me llena en ese instante. Aun así, ella voltea hacia mí y se da cuenta que estoy ahí; lleva el cabello rubio suelto por los hombros y sus ojos claros parecen sonreír al verme. Ella también sonríe y saluda, agitando su mano en el aire.

Cuando estoy lo suficientemente cerca, estiro los brazos y la estrecho con todas mis fuerzas.

Quiero llorar y no sé muy bien la razón.

   —M-Mamá —balbuceó.

   —Branwen, cariño… —Ella desliza sus manos por mi rostro y acaricia mis mejillas—. ¿Qué te ha pasado en la cara? ¿Los entrenamientos han estado muy duros últimamente?

Sujeto sus manos entre las mías para apartarlas de mi rostro.

   —No tienes idea —susurro.

Me toma de la mano y me hace avanzar junto a ella, nos dirigimos hacia un escaño del que no me había percatado antes y que está en medio de todo ese espacio níveo y brillante. Entonces ella pregunta algo que jamás me imaginé sería capaz de preguntar:

   —¿C-Cómo…? —parece dudarlo incluso mientras lo dice—. ¿Cómo está tu padre?

   —Muerto —le informo. Y ella suspira.

   —¿T-Tú lo…? —intenta decir y yo niego inmediatamente con la cabeza. No, no he sido yo. Yo era demasiado cobarde en ese entonces como para hacerlo. Y, como si ella leyera mis pensamientos, sonríe y agrega, aliviada—: Menos mal...

   —Ha sido otra persona —termino de explicar. Alguien, no logro recordarlo bien.

   —¿Quién? —pregunta, forzándome a evocarlo. Aprieto los ojos para ordenarle a mi cabeza que me envíe una imagen, un rostro, una voz, un nombre, lo que sea.

Noah.

   —Noah… —se adelanta ella, otra vez me está leyendo la mente—. Es un lindo nombre, ¿no crees? —pregunta y yo afirmo con la cabeza—. ¿Es un buen chico?

Lo recuerdo a él y a todas las atrocidades que le he visto cometer. Recuerdo la ruin vida que hemos llevado durante todo este tiempo y la manera indescifrable en la que, durante alguna misión de exploración, sus ojos me miran cuando nos quedamos sin tema de conversación a la luz de una fogata a las tres de la mañana. Recuerdo la forma en la que empuña su revólver cada vez que dispara y la risa que le provoca a veces matar infectados. También lo recuerdo borracho, tomándome a la fuerza, rompiéndome, mientras su brazo me asfixia y la forma en la que parece no escuchar mis ruegos, que le piden que se detenga. Pero ya no me duele, ya ni siquiera me molesta, porque en este preciso momento, mientras estoy sentado con Amanda a mi lado, entiendo que nada de lo que he vivido hasta ahora tiene una real importancia. Nada pesa en este espacio blanco en el que ambos estamos; todo flota, vuela y pasa delante de mis ojos como una película con la cuál no puedo emocionarme.

Ella me pone un mechón de cabello tras la oreja.

   —Claro que sí —contesta de nuevo—. No es malo —dice. «No es como mi padre», pienso yo. Y eso ya es suficiente para mí. Y para ella también.

   —Sólo ha cometido demasiados errores —le respondo—. Igual que yo.

   —Todos lo hacemos… —dice ella, me lo dice con una sonrisa que me asegura que me ha perdonado por todo lo que he hecho hasta ahora, por todas las veces que me he equivocado, por todo el daño que he causado—. Para eso vivimos.

Entiendo lo que quiere decirme.

   —Vas a estar bien, Branwen… —afirma en silencio. Está hablando al interior de mi cabeza.  

   —¿Tú estás bien, mamá? —le preguntó. Estoy llorando, no me he dado cuenta de cuándo he comenzado, pero no es algo que pueda detener. Volteo hacia ella y tomo su rostro entre mis manos. Ella hace lo mismo.

   —¿Tú que ves? —me contesta. Yo la veo más linda y radiante que nunca, como si nada de lo que vivió antes, de lo que vivimos ambos hubiese existido. Como si mi padre nunca hubiese entrado en su vida, como si no hubiese tenido que casarse obligada con un hombre que la maltrató por años. La veo bien, porque en este lugar nada de eso importa, nada pesa y nada de lo que fue, hizo o sufrió vale algo. Se ríe, su risa es melodiosa y suave, y me roba una sonrisa. Luego me abraza, mis manos se derriten en su espalda y estoy tranquilo y despedazado, al mismo tiempo—. Vas a estar bien… —repite, sobre mi oído—. He estado ahí todo el tiempo… —me lo dice con tanta seguridad que no tengo una pizca de duda de que sea verdad. Ella siempre estuvo ahí y seguirá estando—. Vuelve ahora, cariño.

                                                                                                                                                 »   

 

 

 

 

 

 

El graznido insoportable de unas gaviotas y el ruido de las olas llegó a mis oídos antes de que pudiera despertar completamente, sin sentir absolutamente ninguna porción de mi cuerpo. Abrí los ojos y entonces fue como si los pájaros y todo el sonido hubiese desaparecido por completo y el tiempo se congelara en un sólo momento. Scorpion me miraba con los ojos bien abiertos; su cabello revuelto, el rostro pálido y esos ojos muy, muy brillantes en una mirada que no veía desde lo que me parecía eran eternidades enteras. Era la mirada de Noah, la mirada del chico desesperado que conocí en la guarida de Cuervo, hace mucho tiempo. Por un segundo, barajé la posibilidad de estar muerto y de que mi alma estuviese vagando entre los recuerdos que había dejado flotando en algún plano intangible del que no había tenido idea hasta hace un par de segundos atrás. Pero entonces, cuando comenzaba a creer con más convicción en esta teoría, esa mirada volvió a afilarse, como siempre. 

    —Estabas llorando… —comenté apenas, mi voz salió ronca y con dificultad de mi garganta seca y cerrada, como si no la hubiese usado en mucho tiempo—. ¿Acaso Anniston te ha estado drogando desde la tumba?

Él entreabrió los labios y leí en su rostro, en el que tenía algunos cortes, rasguños y rastros de sangre, que estaba a punto de soltar una grosería, pero se contuvo.

    —No es eso —contestó—. Sólo creí que ibas a morir.

«Sólo creyó que iba a morir», repetí en mi cabeza, pero seguí sin encontrarle sentido a esas lágrimas que hacían centellear los fríos y claros ojos azules.

Estaba aturdido.

   —Pero estoy aquí —intenté sonreír, pero no lo logré. Él lo hizo por mí. Noah, el verdadero, el que conocí hace mucho tiempo atrás, tenía la sonrisa más hermosa que había visto alguna vez y sentí un revuelco en las tripas, porque no recordaba la última vez que vi una sonrisa parecida y tan sincera dibujarse en esos labios. Cuando me vio de esa manera, él me recordó a mi madre y a la forma en como ella solía verme; con cariño y preocupación desbordándole en la mirada. Y no pueden culparme por ello, Amanda fue la única forma de amor que conocí.

Y ahora él tenía sus ojos.

   —Claro que sí —dijo—. No sabes lo que me costó mantenerte vivo.

Esta vez, sí pude sonreír.

   —¿Es que tendré que siempre estar al borde de la muerte para verte llorar?

   —No… —me interrumpió antes de que terminara de hablar—. No lo hagas otra vez.

Miré hacia arriba. El cielo estaba casi oscuro. ¿Cuánto tiempo había pasado?

   —Lo intentaré —dije y cerré los ojos. Me dolía mantenerlos abiertos, me dolía la mandíbula al hablar, me dolía respirar. Todo dolía y de una forma nada placentera—. ¿Puedo dormir un poco?

Scorpion pasó una mano por mi cabello.

   —Pero asegúrate de despertar.

 

 

 

 

Cuando volví en mí otra vez, ya había anochecido. Oí el crepitar de una fogata a mi alrededor, pero no volteé a mirar, porque cuando lo intenté, los músculos de mi cuello tiraron y ardieron como mil infiernos. Así que sólo me quedé ahí durante unos minutos más.

   —¿Despertaste? —me preguntó él. No le vi, pero supe que estaba cerca.  

   —Creo que sí.

   —Bien, he calentado agua —oí el sonido de sus pasos y de sus botas pasando a mi lado—. Estabas todo embarrado y ensangrentado antes, así que te limpié, pero no… —titubeó—. No toqué de las caderas hacia abajo. Ese es trabajo tuyo. No jodas, no soy tu puta sirvienta.

Quise agradecerle por que no lo hubiese hecho. Si él se daba cuenta de lo que había pasado en ese maldito barco, entonces…

¿Entonces qué pasaría? ¿Iba a burlarse de mí? ¿Iba a rechazarme? ¿Iba a culparme por ello?

Todo mi cuerpo tembló de sólo imaginarlo. No quería, joder, no quería que se enterara. Me asustaba. De repente, Scorpion me pareció ser lo único firme en el mundo en el que había despertado, y si él…

   —Te dejaré la cubeta aquí con un trapo para que te limpies —dijo, interrumpiendo mis pensamientos—.  Iré a buscar más leña mientras.

   —Bien…

Le vi alejándose por la playa y una terrible sensación de ansiedad me llenó cuando dejé de ver su silueta en el horizonte. Inspiré, tratando de calmarme, e intenté levantarme. Me moví lentamente; primero una pierna, luego la otra. Parecía que llevaba semanas enteras sin usarlas.

Creo que los hombres de Shark las habían roto demasiado.

Apreté los ojos cuando imágenes que no podía controlar comenzaron a aparecer frente a mis ojos. Flashes, escenas veloces y violentas, el sonido de mis propios gritos. No podía ahuyentarlas, ellas estaban en el interior de mi cabeza.

   —Vamos… —gruñí, apoyando las manos contra el piso para darme impulso—. Reprímelas —respirar y reprimir, respirar y reprimir. No estaba funcionando esta vez—. ¡Olvídalas, carajo! —tenía que olvidarlo, meterlo todo en una caja y guardarla en lo más profundo de mi memoria. Tenía que hacerlo. Miré a mi alrededor, buscando calma en el paisaje. ¿Dónde estaban Aiden y el resto? ¿El chico había sobrevivido? ¿Qué le habían hecho?

Me mordí los labios y, si hubiese tenido más fuerza, los habría retorcido hasta hacerlos sangrar. No podía controlar la angustia.

Pude arrodillarme sobre la arena, todavía no podía levantarme y, con dificultad, bajé mis pantalones hasta mis rodillas y cogí el trapo que Scorpion dejó para meterlo en el balde y empaparlo. El contacto del agua caliente me causó escalofríos. No recordaba la última vez que me sentí tan reconfortado por algo tan simple como una camiseta mojada sobre mi piel, pero ahí estaba, suspirando por el sólo tacto de algo suave.

Me limpié con cuidado, sin mirar. No quería ver, no quería verme, no quería ver lo que sea que ellos habían causado. No ahora, tal vez más tarde, cuando pudiera moverme con libertad, cuando pudiera controlar los estremecimientos que me causaba limpiarme sobre mis zonas más dañadas. Cuando dejara de pensar en ello. Cuando comenzara a olvidarlo.

Ahogué un suspiro y me mordí los labios.

Cuando terminé, me acomodé la ropa que no recordaba haberme puesto y otra vez me recosté boca arriba sobre la arena. Todo dolió menos entre mis piernas después de poner agua caliente sobre ellas.  

El cielo estaba especialmente despejado hoy. Tal vez había llovido.

   —¿Estás mejor? —di un respingo al oír la voz de Scorpion de nuevo. Llegó cargando un montón de ramas y hojas secas que dejó en el suelo cuando llegó. Miró la camiseta que había dejado apoyada sobre el balde y entendió que ya había terminado; el trapo había quedado todo sucio y manchado con sangre que me había quitado de entre los muslos.

   —Muero de hambre —contesté, en parte para desviar su atención, en parte porque era muy cierto y mi estómago gruñó, como si apoyara la idea.

   —¿Y quién no? —Scorpion soltó una pequeña carcajada. Él casi nunca reía por algo, pero hoy le había visto sonreír y reírse más de la cuenta. Debía estar tan hambriento como yo como para hacerlo—. Mataría por un trozo de carne. Carne de verdad.

   —Y yo por algo dulce.

   —¿Algo dulce? —se dejó caer sobre la arena junto a un ruido blando y cayó a mi lado—. ¿Dulce como un pastel de chocolate? —preguntó, mirándome.

Me lo pensé unos segundos.

   —Dulce como… manzanas asadas.

  —Manzanas asadas —repitió él, burlándose—. De entre todos los dulces de este mundo, a ti se te antoja el más difícil de mirar.

Su comentario me hizo soltar una sonrisa.

   —¿A qué te refieres con “difícil de mirar”? 

   —Cuando las sacas del horno parecen un montón de mierda derretida. ¿Quién querría comerlas así?

   —¿Sabes…? —intenté sentarme, pero aún no tenía la suficiente fuerza en los brazos como para hacerlo. Mi cuerpo seguía adormecido, acalambrado e inutilizable—. ¿Sabes prepararlas?

   —¡Claro que sé preparar algo tan fácil! ¿¡Por quién demonios me tomas!?

   —Scorpion… —intenté decir.

   —No. No voy a preparártelas —interrumpió.

   —Vamos… —rogué—. ¡Tan sólo mírame! Estuve al borde de la muerte —dije. Él se me quedó viendo fijamente, como siempre; con los ojos azules anclados sobre mí, analizándome, escrutándome, como si estuviera buscando algo. Lo que sea que él quería encontrar, estaba seguro que había estado frente a él todo este tiempo. Pero él siempre ha sido demasiado idiota como para notarlo, y yo demasiado indolente como para hacer algo al respecto.

Sonrió.

   —Está bien. Te prepararé tus mierdas asadas cuando volvamos a casa —dijo, pero algo cambió en su rostro cuando pronunció la palabra «casa»—. Bueno, cuando volvamos.

Enfoqué la vista en el cielo y me pareció ver pasar una estrella fugaz, o un meteorito. Y luego otra, y otra. Eran muchas, unas tras otras.

«Una lluvia de estrellas», pensé.

   —¿Qué pasó? —quise saber. 

   —Lo quemaron todo —contestó.

Así que ya no había algo como «casa».

¿Las cosas podían ir peor?

   —¿Qué haremos ahora? —pregunté. Scorpion siempre tenía respuestas claras para todo, pero esta vez me lanzó la suya en forma de duda:

   —¿Podemos…? —comenzó, con voz suave y sin mirarme, con la vista fija en el tremendo espectáculo que comenzaba a formarse arriba, ahí, frente a nuestros ojos; meteoritos, estrellas pasando en cámara rápida como luces en una fiesta—. ¿Podemos empezar de nuevo? —preguntó. No supe qué tan profunda fue esa pregunta que podía entenderse de un millón de formas distintas. Tomé todas las interpretaciones posibles y les di una sola respuesta.  

Le miré hasta que volteó a verme y sonreí. Debía verme ridículo con los labios y la cara destrozada.

   —Sí… —estiré el brazo lentamente hasta tocar su mano y él dio un respingo que apenas pude percibir. Nunca se acostumbró a que yo hiciera eso y, a veces, lo tomaba por sorpresa—. Empezaremos de nuevo.

Sonrió de vuelta.

Notas finales:

Las manzanas asadas son una metáfora que representa el Scorvo. Scorpion es esa manzana asada, que parece un montón de mierda derretida y que a nadie se le antojaría comer. Él es "el dulce más difícil de mirar"pero que, para los ojos de Cuervo, se vuelve irresistible. 

Pasen al siguiente capítulo ;) que lo disfruten. 


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