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Tempel der Meere por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

¡Muy buenas! Soy Kaiku-kun y este va a ser... juraría que el quinto original de mi colección, sacado originalmente de un sueño mío jeje el primer fic que hice, Monuments and Melodies, también era un original y para algunos es el mejor fic que han leído de mí :) En aquel fic me concentré en escenas típicas de la vida normal (como los otros originales), pero esta vez vuelvo con algo distinto.

 

Soy famoso por hacer de mis fics un hervidero de canciones, música, en especial Rock y Metal, y también soy famoso por crear siempre o casi siempre fics de fantasía. Pues bien, allá voy con el primer original de fantasía :) Y no solamente eso:

 

Mi fic es el colmo de la música. He escogido una banda, "Eintritt" y uno de sus discos "Tempel der Meere" (traducido: Templo del Mar) para hacer este fic. El título del fic es el título del disco, y cada una de sus seis canciones va a ser el título de cada capítulo, por orden de canciones. Así que... ¡bienvenidos a mi reino!

 

¡Link al disco entero! -> https://youtu.be/Ti-I1-CPcTA

 

Para más fics míos, visitad mi perfil o entrad a mi página de facebook, con imágenes, fics de una amiga mía y más cositas: www.facebook.com/kaikufics

Notas del capitulo:

Aquí va el primer capítulo, de título sencillo. El artista no se lo trabajó mucho, esto de poner título a la primera canción XD


¡Disfrutadlo!

1. Eintritt ("Introducción")

 

Bruno había sido arrastrado involuntariamente a vagar sin rumbo por la playa. Para él, ir a la playa era perder el tiempo. Podría estar jugando en casa, leyendo, escribiendo, escuchando música, incluso podría animarse a hacer algo de trabajo (teniendo en cuenta que estaba en la fase final de los exámenes). Pero no. A su familia le había apetecido ir a perder el tiempo a la playa. ¡Si ni tan siquiera hacía buen tiempo! Parecía que fuera a caer una de buena en cualquier momento.

En realidad, “involuntariamente” no era la palabra. Podía haber escogido no ir y quedarse solo en casa. Pero sus padres le chantajearon.

—Vamos a bajar al pueblo para ir a la playa —le pinchó perspicazmente su madre.

El “pueblo” era el sitio donde pasaban los veranos desde hacía mucho tiempo. El pueblo en sí no le interesaba, sino quién vivía allí. Y era el mismo motivo por el que había accedido a bajar (40 kilómetros en coche) hasta la playa: Mateo y Javier. Ellos eran pareja y sus mejores amigos desde que tenía recuerdo del pueblo. Eran alocados, fiesteros, no paraban quietos, eran bromistas y siempre le habían probado de emparejar con alguien (les daba igual, chico o chica). A él le ponía algo incómodo eso, pero en el fondo se lo pasaba muy bien y les quería mucho. Por tanto, no iba a desperdiciar la oportunidad de verles, teniendo en cuenta que solamente los veía durante julio y agosto.

Y ahí estaba, en la playa. Sus padres tumbados en la arena, cansados de caminar. Mateo y Javier dando vueltas por la zona de rocas que había cerca. Y él, intentando seguirles.

—¡Vamos Bruno, que no hay para tanto! ¡Que son las rocas de siempre! —le presionó Mateo, desde el otro lado de las rocas.
—Porque tú seas más alto y fuerte que el resto y vengas aquí todos los días no significa que yo tenga la misma habilidad —se quejó, procurando que no le oyera.

Entonces Mateo calló unos segundos, rio con su novio y Bruno oyó como echaban a correr.

—¡Te esperamos más adelante! —le avisó él mismo. Su voz ya se oía más lejana.

Esos dos eran unos aventureros de cuidado. Cuando a duras penas llegaba a la cima de las primeras rocas, vio como Javier arrastraba a su fornido novio como si fuera papel hacia un recoveco entre rocas y acantilados.

—Malditos salidos… —Siempre se olvidaba de que aprovechaban cualquier ocasión para pervertir el mundo con sus obscenidades. Aunque Bruno tenía que admitir que también quisiera ser un poco así con quien fuera que saliera.

Descendió como pudo esas malditas rocas mientras miraba hacia adelante. Era un sitio ideal para hacer travesuras. En un buen día, ese sitio podría pasar por playa nudista. Él lo había visto, y como aquello era reservado, algo lejos de la playa normal, encerrado entre rocas y fuertes pendientes, nadie les molestaba. Eso sí, era mejor no acercarse a los recovecos a no ser que alguien buscara acción. Pero como ese día era pésimo e iba en camino de tormenta, no había nadie.

Echó a andar por la arena, después de dar un salto desde una roca cercana al suelo. A saber por qué recoveco se habían metido esta vez. El primer día que ese par de alocados le llevaron a esa playa, le enseñaron una cueva que era bastante oscura, cuando no había nadie dentro. Había un río subterráneo que pasaba cerca de esa cueva y se metía en el mar desde allí que tenía una luz especial. Mateo y Javier le contaron a Bruno que se conocieron allí (y otras cosas además de conocerse, por supuesto), en un día lluvioso. Mateo simplemente paseaba y oyó llorar a Javier por su ex y el resto era historia. La cuestión era que tendría que ir a buscarlos allí.

—¿Mateo? ¿Javier? —fue avisando—. ¡No os quiero ver como Dios os trajo al mundo en esa cueva o ahí os quedaréis! Y antes de que digáis nada, ¡no, por enésima vez, no me pienso montar un trío con vosotros! —Realmente estaban tan obsesionados con que Bruno se uniera a la fiesta como que se consiguiera novio o novia. Incluso sabiendo que no era bisexual lo seguían intentando.

Esperó algún tipo de respuesta, que solían ser risas con eco o alguna de sus obscenidades, pero no oía nada. Suspiró, cansado, y fue directo a la cueva. Estaba detrás de un pequeño acantilado que se hundía un poco en el agua. No quedaba otra que mojarse hasta las rodillas para cruzar al otro lado.

—Vamos, chicos, esto ha dejado de tener gracia —dijo, cuando empezaba a cruzar.

Entonces un viento huracanado le obligó a cubrirse la cara con los brazos. Venía del mar. Miró hacia la cueva, que ya estaba a la vista, y empezó a caminar hacia allí, pero un estruendo le obligó a girarse.

—¡Mierda! —Una ola inmensa estaba a punto de aplastarle contra la arena.

* * *


Abrió los ojos de golpe. Estaba boca arriba, sobre un suelo de madera mojado. Había empezado a llover.

—¿Qué ha pasado? —se preguntó. Recordaba la ola, recordaba cómo le embestía y le dejaba empapado, pero su ropa estaba solamente mojada por un poco de lluvia. Miró a su alrededor. Estaba en el centro de una casa de madera, toda humedecida por la lluvia—. ¿Dónde estoy?
—Por fin has despertado, criaturita. —Bruno se giró, asustado. Esa voz era grave y suave a la vez, pero le puso los pelos de punta. No sabía de donde venía la voz. Se levantó y se puso en guardia. De algo le servirían las clases de defensa personal que Mateo le dio el verano anterior—. No creo que te sirva todo eso conmigo.

Ahora sí que sabía de dónde venía la voz. Pese a que toda la casa era de madera, había un estanque construido con piedras redondeadas. ¿Cómo no podía escaparse el agua? Entonces el agua se removió en su sitio y acabó saltando hacia Bruno como si fuera un chorro de manguera.

—¡Joder! —maldijo, mientras se echaba para atrás, cayendo al suelo de nuevo. El “manguerazo” se detuvo en el aire y cobró forma hasta convertirse en un humano, excepto el pelo, que entre mechón y mechón (todos de azul clarito) había como corrientes de agua, suaves y suspendidas en el aire—. ¿Qué cojones eres? ¿Dónde estoy? ¡Devuélveme al sitio donde me has encontrado!
—Estás en mi casa —dijo con voz calmada y una sonrisa tétrica en la cara. El tipo debía de sacarle media cabeza y Bruno no tenía con qué defenderse—, en el Templo del Mar. Soy un espíritu del agua y te voy a poseer.
—¿Qué? ¿Poseerme? ¿Templo? —fue recitando, indignado y desorientado—. Pues vas a tener mala suerte, porque no soy homosexual y me voy a ir ¡ahora!

Echó a correr hacia la primera puerta que se encontró. El tal “espíritu” se quedó ahí pasmado, sin siquiera cambiar la cara. Pero en cuanto Bruno abrió la puerta, el viento y la lluvia le azotaron la cara, seguidos por un ensordecedor trueno. Se tapó con un brazo para ver mejor. Y lo que vi le asustó. Estaba en medio del puto mar, con esa casa flotando en el aire.

—Esto no puede estar pasando —se dijo, mientras bordeaba el edificio por un enorme balcón de madera, suspendido también al vacío.
—No puedes huir, chico, estás lejos de cualquier granito de arena —dijo el supuesto espíritu, desde dentro.

Giró tres esquinas, ya desesperanzado de volver en sí y descubrir que aquello era un sueño. Estaba rezando para que lo fuera, aquello no podía ser real. Cuando iba por la cuarta, el espíritu le hizo frenar en seco.

—Ya eres mío. Te gusta correr ¿eh? —dijo maliciosamente, mientras le agarraba de los brazos y le empujaba hacia dentro del edificio de nuevo. Ahora se encontraban en una habitación con una cama—. En la habitación de invitados estaremos más cómodos.

En un momento de lucidez, vio como salía humo de la cabeza del espíritu. Ese maldito hijo de puta iba caliente… ¡literalmente! Entonces se giró y probó de huir hacia el patio donde se había despertado, pero en un abrir y cerrar de ojos, el espíritu estaba delante de él de nuevo, agarrándole los brazos. Sus firmes pasos obligaron a Bruno a retroceder hasta la cama, atrapado como estaba. Finalmente le tumbó y prácticamente le arrancó la camiseta. Bruno se revolvió violentamente, hasta le dio una patada en el estómago del espíritu, pero éste consiguió inmovilizarlo.

—Hacía ya demasiado tiempo que quería hacer esto… —susurró de forma malévola el espíritu, que ya estaba manoseando a su captivo y empezaba a deslizar sus manos hacia los pantalones de Bruno.
—¡Para! ¡No quiero! —Ese… “ese” estaba desesperado de verdad y no tenía pinta de parar—. ¡Tienes que buscarte a alguien que quiera! —Notó que frenaba un poco para prestarle algo de atención, pero a la vez seguía bajándole los pantalones—. ¡Puedo ayudarte a conseguir a alguien!
—Ya te tengo a ti. No creas que escaparás de mi templo.
—¡Pero esto está mal! ¿No quieres amor? ¡Puedo ayudarte! —Tenía que aprovechar cada segundo en el que su violador dudaba para hacerle dudar más.
—¿Puedes?

Bruno se apartó fugazmente, subiéndose los pantalones, y se quedó en un rincón de la habitación. Lo hizo por instinto, pues cuando miró a los ojos azules del espíritu, vio que algo había cambiado. Se había detenido. Su cara no era la misma, era como más apacible, amable y también tristona, le miraba como si le rogara la ayuda que le proporcionaba Bruno. Y desde luego, ya no echaba humo por su pelo.

—Puedo —afirmó Bruno aún inseguro.

El espíritu, que seguía en la misma posición que cuando estaba Bruno debajo, ahí medio tumbado en la cama, se descongeló, se sentó en la cama y se quedó callado. Bruno pudo ver como el azul del pelo se extendía, como el color de un cielo claro, por todo el cuerpo. El pobre chico se asustó por el súbito cambio, pero no dijo nada.

—Me llamo Dylan —dijo el espíritu, con una cara muy triste.
—Yo pensaba que seres como vosotros tendrían nombres más… apropiados.
—Mi nombre significa hijo del mar en galés. Y es el hijo de un dios para los celtas —dijo, con voz de fastidio. Bruno no supo por si su desafortunado comentario o porque no le gustaba su nombre. Luego volvió a su cara triste—. Lo siento.

Antes de que pudiera hacer o decir nada Bruno, el nombrado Dylan se convirtió en agua de nuevo y desapareció rápidamente de la habitación en dirección al patio. Bruno se quedó solo. Pero pudo oír que solo llovía, ya no había ni aire ni truenos. Quizás fuera cosa de Dylan. Entonces despertó.

—¡Eh, oye! ¿Cómo salgo de aquí? —preguntó, cruzando el patio. Vio el estanque lleno y pensó que estaría allí. Metió un dedo en el agua—. ¿Me dejarás salir?
—¿Por qué tendrías que ayudarme, después de lo que te iba a hacer? —dijo una voz, que venía del estanque.
—Porque si no, no me dejarás salir.
—Yo no soy así.
—Ahora resulta que Dylan es amable y cariñoso. No es lo que has demostrado.
—Lo sé, lo siento… Es solo que estoy pasando por un muy mal momento y a veces las emociones me controlan. Y de paso crean tormentas.
—¿Así que este clima es cosa tuya? ¿Por eso ahora llueve tan poco y tan frío?
—Así es.
—¿Te importa si muevo las manos bajo el agua? —le preguntó Bruno. Siendo un espíritu, quizás le estuviera haciendo daño.
—No. Estoy en la parte baja del estanque. No llegarías ni hundiendo todo el brazo.

Bruno dejó descansar sus manos en el agua fría. Estaba alterado, ya empapado de agua, enfadado y se sentía atrapado. Quería salir de allí. Pero a la vez, ese espíritu necesitaba ayuda. Aunque hubiera obrado mal para conseguir ayuda, Bruno quería aprovechar y hacer algo por Dylan.

—Oye, a mí no me van los hombres… bueno, no sé cómo llamarte a ti. Puedes cambiar de forma. Pero mis mejores amigos son homos, y emparejados entre ellos, así que no tengo ningún impedimento en ayudarte… pero prométeme que me soltarás cuando consigas lo que quieres.
—Lo haré. Pero ayúdame —dijo. Luego hizo un silencio breve—. Solamente puedo parecerme a un hombre. Los espíritus como yo fuimos humanos tiempo atrás.
—Entonces… ¿qué pasó con tu familia? ¿También está… muerta?
—Sí, claro. También son espíritus del agua. Pero hace un tiempo… me enamoré, me traicionaron, mi familia me rechazó por todo lo que pasó y desde entonces estoy aquí, solo. Apenas sé de otros espíritus.
—Lo siento… —dijo sin pensar. Luego siguió con sus preguntas—. ¿Hay muchos tipos de espíritus?
—Infinitos tipos. Y repartidos por todo el mundo. Pero hay pocos espíritus que aguantan aquí. Y yo solo he encontrado uno.
—Ve a verle —replicó Bruno por la obviedad.
—No es tan sencillo, vive en Grecia.
—¿Y dónde estamos ahora?
—En medio del Atlántico.
—¡Hijo de puta! Me has arrastrado hasta el otro lado de… —No le serviría de nada cabrearse—. Lo siento.
—Debería dejarte ir.
—No, vamos, acabemos con esto… ¿cuánto tardaremos en llegar donde ese espíritu?
—Unos días. Pero en tu mundo no pasará el tiempo.
—Espera, ¿no habíamos quedado que estábamos en la Tierra?
—Sí, pero para los espíritus el tiempo corre de otra manera. No te ocurrirá nada siempre y cuando estés conmigo.
—Qué remedio.

Entonces dejó de llover. No salió el sol, pero se mantuvo seco. Quizás era una señal de que Dylan estaba mejor. Y justo cuando Bruno lo pensaba, el espíritu reapareció en su forma humana.

—Gracias por querer ayudarme —le dijo sinceramente, abrazándolo. Bruno notó el cuerpo mojado de Dylan y le hizo gracia que siempre se mantuviera húmedo—. ¿De qué te ríes?
—¿Nunca te secas? —preguntó divertido Bruno.
—¡Pues no, se ve que no! —replicó mosqueado.
—Menos mal que no te quedas arrugado como una pasa, que si no…

A Dylan le subieron todos los colores (azules) a la cara y empezó a perseguir al descarado de su nuevo amigo por la casa.

Y así empezaron los días de Bruno, viajando por el mundo, en el Templo del Mar.

Notas finales:

Me alegro de que os lo hayáis leído y espero vuestros comentarios... si es que queréis jeje y espero que me sigáis hasta el final. Sabréis de mis actualizaciones si estáis atentos a esta página de facebook: www.facebook.com/kaikufics


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