Mei se despertó totalmente apesadumbrada, calzó sus pantuflas de conejito color rosado mientras se estiraba bostezando, más siendo un vago intento de alejar el cansancio y dolor que cargaba desde hace ya mucho tiempo.
Vivía en Osaka desde estuvo en el instituto, así que estaba acostumbrada a que al mirar por la ventana lo primero que viera no fueran más que edificios y las calles atiborradas de automóviles.
La ciudad había perdido su encanto hace mucho tiempo.
Desde su divorcio se había tenido que acostumbrar a preparar raciones de comida individuales, normalmente tomaba la cantidad de arroz acostumbrada y la dividía en dos porciones lo más iguales posibles, lo mismo hacía con todo lo demás.
Así era ella, una mujer de 30 años de edad, divorciada, sola y sin hijos. Pero ella no era amargada, aún parecía más joven de lo que en realidad era y tal vez no tenía hijos pero era profesora de primaria así que siempre había niños presentes en su vida.
Tal vez su vida amorosa era un mierd* total, pues no todas las mujeres se encontraban a su esposo cogiéndose al vecino en un hotel. Aunque técnicamente cuando eso pasó ya se encontraban en trámites de divorcio y ni siquiera vivían juntos pero no había que ser un genio para saber que eso pasaba hace mucho tiempo y era la causa del divorcio.
Pasó meses enteros maldiciendo a su vecino, luego otros maldiciendose a ella misma y por último había llegado a la conclusión de que todo era culpa de su esposo, bueno ex esposo.
Si, todo era su maldita culpa, él conocía a su vecino y sabía que era una buena persona, alguien ingenuo e inocente que desgraciadamente terminó enamorado de su esposo, pero esto no quería decir que lo hubiese perdonado, tal vez nunca lo haría.
Su ex esposo nunca fue malo con ella, siempre se preocupo por ella pero lamentablemente nunca llegó a sentir algo más que solo amistad y aunque acabaron en buenos términos, no significaba que haya dejado de doler.
¡¿Qué le costaba al maldito confesarle que se acostaba con el vecino?!
No lo culpaba, su vecino era muy lindo y con buen culo, si ella fuera hombre, si tuviera pene no dudaría en cogersel…
Pero eso no importa, lo que más había dolido, era la manera en la que se entero. Ella era una persona madura, hubiese comprendido que su esposo la hubiese dejado de querer.
No soportaba la idea de que todas esas noches que su esposo llegaba a casa a altas horas de la noche, con una sutil felicidad reflejada en sus ojos y en algunas ocasiones oliendo a alcohol, se acostara al lado de ella cuando acababa de engañarla con otro.
Y peor se sintió cuando los vio ella misma.
Cuando recobró consciencia por completo de lo que hacía ya se encontraba en la primaria, a punto de entrar a su salón de clases.
Si había un lugar en donde se sintiera muy cómoda ese era su salón, tal vez la buena energía y ánimo de los niños se le contagiaba, y era el único lugar en donde su cabeza no pensaba en su vecino y su ex esposo.