El sonido estridente del timbre dio por terminada la última hora de la jornada del viernes en el colegio secundario Neulparan. Normalmente el profesor de historia, llamado Lee Hyukjae, le pediría a sus estudiantes que se ubicaran al lado derecho del banco, lo saludaran con una corta venia y salieran del aula en filas de forma tranquila y ordenada. Sin embargo, por tratarse del último día de la semana en que se llevaron a cabo los exámenes finales, dejó que el grupo de adolescentes se marchara a su antojo entre charlas, empujones y risas aliviadas. Tomó el borrador y limpió con suma cautela el pizarrón blanco atestado de datos escritos en fibrón negro, dándoles la espalda a la bulliciosa clase. Era uno de los pocos momentos en que Lee Hyukjae se permitía mostrarse flexible en su trabajo, aunque los estudiantes nunca lo notaran debido al exhausto estado de ánimo en que se encontraban durante aquella época del año escolar.
En poco más de una hora, el profesor Lee logró llegar a su departamento, ubicado en el otro extremo de la ciudad de Jeonju. Para entonces, el sol ya se había ocultado en el horizonte y la oscuridad no le permitía ver a Hyukjae el interior de su hogar a pesar de que el gran ventanal del living tenía las cortinas descorridas. Sin molestarse en prender las luces, se quitó los zapatos en la entrada y procedió a desvestirse mientras caminaba hacia el dormitorio. El saco y la corbata acabaron en el respaldo del sofá, la camisa cayó sobre la mesita ratonera y el pantalón quedó tendido en el lustrado piso de madera del pasillo. Por último, arrojó el calzoncillo al canasto de ropa sucia antes de meterse en la cama y taparse con las frías sábanas de seda negra.
Hyukjae podía sentir un cansancio abrumador en cada uno de sus músculos, un malestar que se iba volviendo más persistente con el paso de los días y las semanas. A veces se reía de sí mismo, pensando que su cuerpo envejeció tres décadas desde el momento en que comenzó a ejercer su título de profesor de historia, hacía ya cuatro años atrás. En otras ocasiones se amargaba al reflexionar sobre el gran esfuerzo que dedicó a conseguir trabajo en una escuela de prestigio que le permitiera vivir sólo con aquel salario. No se arrepentía de ello, pero el sacrificio de abandonar la vida social que llevaba en Seul para trasladarse a Jeonju estaba presente durante las noches que se encontraba sin compañía alguna.
El reloj de la mesita de noche marcaba la 1:00 hs. de la madrugada cuando Hyukjae despertó de un horrible sueño en el que la pila de exámenes para corregir nunca disminuía. Su mente atolondrada lo obligó a levantarse para tomar una ducha, prepararse un sándwich de queso como único plato para cenar y luego regresar a la cama para descansar el resto de la noche. Últimamente esto se había convertido en una rutina tras llegar a casa del trabajo. Incluso el hombre podía pasar de largo todas esas horas hasta el momento en que sonara el despertador la mañana siguiente, salteándose la necesidad básica de comer.
No obstante, esa noche Hyukjae se olvidó completamente del rugir de su estómago ocasionado por la falta de alimento. Había sucedido algo insólito e inesperado dentro de su casa. El contestador del teléfono marcaba un mensaje de voz nuevo, sin escuchar. En qué momento del día habría ocurrido la fallida llamada no era un asunto importante. Lo que de verdad intrigaba al pelinegro era saber quién tuvo la intención de llamarlo y por qué se tomó la molestia de hablarle a la máquina. No debía ser ninguna de sus amistades y tampoco creía posible que se tratara de un compañero de trabajo. Los mensajes escritos o audios de KakaoTalk eran más confiables para esos casos.
Tocó el botón del contestador y al instante escuchó una voz masculina. Era grave, como la suya, aunque esta desprendía una nota baja muy sensual y tenía un ligero acento que delataba otra nacionalidad distinta a la coreana. Por no hablar de que la primera palabra dicha era de origen chino.
- ¿Shushu? -preguntó el interlocutor dubitativo- Hola, shushu. Soy Donghai... Veo que no estás en casa... Supongo que estarás trabajando... Esperaba poder hablar contigo... Em... Supongo que te llamaré otra vez mañana... Adiós, shushu.
¿Aquello fue una especie de alucinación causada por el hambre sin saciar y la falta de contacto con otro ser humano cercano en varias semanas? Hyukjae tuvo que volver a escuchar varias veces el mensaje grabado para convencerse de que se trataba de un hecho real y no de un hermoso sueño. Le costaba creerlo, pero pronto tuvo que aceptarlo. Realmente su sobrino lo había llamado. El pequeño castaño fue capaz de rastrearlo y tener el valor de intentar hablarle. Una sonrisa escapó de sus secos labios al caer en cuenta de que esa voz denotaba que Donghae había dejado de ser un niño para convertirse en un adolescente.
Por temor a perderse la siguiente llamada de su sobrino, Hyukjae se levantó temprano y permaneció todo el día junto al teléfono ubicado en el living. En ese tiempo pudo ponerse al día por internet con los capítulos de un dorama que no tuvo oportunidad de seguir en el último mes, aunque su subconsciente no le permitía olvidarse del motivo principal por el que se instaló en el departamento siendo un día sábado. Su corazón dio un vuelco cuando atendió el teléfono al escuchar el primer timbrazo.
- ¿Donghae? -jadeó sin aire, con los nervios a flor de piel.
- ¿Shushu? -dijo casi al mismo tiempo el muchacho.
- Hola, Donghae -suspiró con una sonrisa al reconocer que era él.
- Hola, shushu. ¿Cómo estás? -se podía sentir la alegría tras esas simples palabras.
- Bien -contestó seguro. Esto era lo mejor que le pasaba desde hacía meses-. Sorprendido por tu mensaje. ¿Cómo diste con mi número telefónico?
- Pues es una historia muy larga. Otro día te la cuento con pelos y señales -rió un poco.
- De acuerdo. ¿Tú cómo estás?
- Muy bien. Faltan pocos días para que me gradúe de la escuela secundaria.
- ¿En serio? Estarás algo nervioso, entonces. ¿Hiciste ya tu examen de ingreso? -una gota de sudor corrió colina abajo por su espalda. En ningún momento se puso a calcular la edad específica de Donghae, así que se asombró por descubrir aquel dato.
- Si, lo hice hace dos meses. Tuve un promedio de 98%, uno de los más altos en las escuelas de la región.
- Eso es daebak, Donghae. ¡Muchas felicidades! Debes tener varias personas de distintas universidades atrás tuyo. ¿Pudiste aplicar para alguna beca?
- Gracias, shushu. Y sí, tuve unas cuantas ofertas, aunque ya me decidí por una. Es una excelente universidad y me ofrecieron una beca completa por jugar en su equipo de fútbol americano. Dudé un poco de si aceptar porque es en el extranjero, pero mis papás me convencieron de que no tendría una oportunidad mejor si la rechazaba. Creo que... es la opción correcta.
- ¡Beca completa! ¡Guau! De verdad es daebak. Debes tenerlos realmente locos por ti si te hicieron una propuesta así. ¿De qué universidad hablas?
- Es la Universidad de Jeonju.
- ¿Qué? -murmuró confuso.
- Iré a estudiar a Corea del Sur, muy cerca tuyo, shushu.