Él es un chico que siempre ha sufrido mucho en su vida. Jamás se lo ha visto sonreír o directamente alegre. Siempre mantiene su cara seria y su ceño fruncido. Pero... ¿Hay una razón por la cual es así? Si, si la hay.
Vamos por el principio. Sus padres son dos traficantes de drogas, muy conocidos y temidos por todos. Claro, eso es lo que genera que todos le tengan miedo. Típico, es lo que él siempre pensaba. Típico chico de película al que todos temen por algo de su familia. En los recreos siempre estaba solo, y nadie se atrevía a acercarse a él. Nadie lo miraba siquiera. Estaba acostumbrado, pero él no esperaba que fuera así. Tal vez les llenaban la cabeza diciendo que él era igual a sus padres y por eso era el miedo.
Nada era cierto. Él no era un asesino como ellos. Eran terribles padres. Su madre siempre estaba borracha y tirada en el sofá, y su padre era drogadicto y muy violento con ambos.
— ¿Qué parte de no bebas mi cerveza no entiendes, mujer?—su padre parecía harto de repetir eso.
—No me molestes. Si tanto te molesta, envía a tu hijo a que compre más—respondió sin dejar de ver tele y fumar.
—Tks... Nadie se le acerca a ese chico. Espero que al menos sirva de algo si va de compras.
Él jamás hablaba con sus padres. Se mantenía al margen. No quería llevarse un golpe de su padre y que su madre sólo mirara como si nada pasara. Planeaba irse apenas cumplir los dieciocho. Así su infierno se terminaría. En la escuela tenía muy buenas notas y era muy inteligente, pero sumamente callado.
—Anhelo poder irme de este horrible lugar—pensó viendo a sus padres que se habían quedado dormidos en el suelo.
Fue a su cuarto y se quedó acostado, viendo el techo. Algo en el dolía. Algo le faltaba. Le faltaba... una amistad sincera. Alguien que lo apoyara, que riera con él, que compartieran cosas juntos. Era un amigo todo lo que quería. No pedía nada más. Una amistad sincera... ¿No es eso lo que muchos necesitan?
Pasos se escucharon en las escaleras. Su padre subió ebrio y drogado a su cuarto.
—Mocoso, ve a comprarme cigarros—le ordenó su padre.
Yokozawa bajó hasta la cocina y, sabiendo que no le daría nada, tuvo que pagar de su bolsillo. Cruzó la calle y fue al kiosco que estaba ahí. Un señor algo mayor lo atendió.
—Buenas tardes. ¿Me da un paquete de cigarrillos?—preguntó amablemente el menor.
El señor buscó apresuradamente los cigarrillos y se los entregó. Cuando le estaba por pagar, el señor le dijo que no le debía nada y cerró la ventanilla. El menor suspiró y fue a su casa. Allí, le dio los cigarros a su padre y volvió a su cuarto. Siempre igual. Fuera a donde fuera, nadie podía verlo.
—Quisiera poder adelantar el tiempo para ya tener dieciocho—musitó. Nuevamente, pasos subiendo las escaleras volvieron a escucharse. Su padre entró enojado a su cuarto.
— ¿Qué parte de estos no son lo que quiero no entiendes?—gritó enojado. Con él se enojaba por todo.
Yokozawa se asustó. Sabía lo que venía. De un momento a otro, la mano de su padre impactó contra su mejilla. Le dio tres bofetadas bien fuerte. Sólo por los cigarrillos, vaya. Su mejilla se puso roja luego de esos golpes. Se mordió el labio para no soltar sollozos. Sabía que si lloraba, su padre lo volvería a golpear.
El hombre se fue, dejando a su hijo solo con su dolor físico y emocional.
—Un compañero, un amigo o amiga, es todo lo que pido—expresó mirando por la ventana.
¿Quieren saber algo más? Se cortaba algunas veces. Nunca pensó en quitarse la vida, pero como nunca tenía alguien con quien expresarse, hacía eso. Lo hacia una vez por semana, a la misma hora, y siempre eran cinco cortes por debajo de sus venas.
Él... sólo quería poder ser feliz. Volver a sonreír. Pero, por mucho que deseaba un amigo, le costaba confiar.