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Noche Acosador por Dtzo

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Notas del fanfic:

Yu-Gi-Oh! ni sus personajes me pertenecen, son total propiedad de papi takahashi.

Notas del capitulo:

Chan chan chan chan :3 que les dije :3 que lo iba a continuar, será un two-shoot. Espero que lo disfruten, es, creo yo, mi mejor fic :v 

Como ya les mencioné anteriormente, se me ocurrió con una canción. :3 canción que tiene el mismo título que este bello fic.

Le dejo el link para que la escuchen y entiendan un poco como fue que me nacio la idea.

:3

https://www.youtube.com/watch?v=8HwAyDy3qTg

Lo conocí en la calle, le pregunté qué hora era y sólo me apuntó hacia el gran reloj de la plaza central e inmediatamente se coló entre la multitud. Mis fosas nasales se vieron hechizadas por una peculiar esencia que emanaba de aquel chico. Un aroma hipnotizante que me incitó a seguirlo.

Un complejo de Don Juan, galantería y música viva era lo esencial para la imagen de un aparente y lúgubre Bar a las afueras de Domino. Ahí fue en donde todo comenzó.

Repleto de bellas damas que una vez entraban al recinto no dejaban de frecuentarlo, atraídas noche tras noche como abejas a la miel o quizá como polillas a la luz. Los jóvenes tampoco se hacían del rogar en cuanto a ir a tomar una copa, o sólo un café, escuchar prosas y plagiarlas para así enamorar a cuanta damisela en desgracia paseara fuera de sus cabales. Las baladas y el ambiente gallardo que tapizaba la residencia, era idóneo para recitar los más extrovertidos idilios, de los cuales, era protagonista y fiel testigo.

Cuanto individuo que paseara por los rumbos ya entrada la noche, era hipnotizado por la esencia del azahar, vainilla y esencias de flores silvestres que incitaban la curiosidad pasional; por las luces purpuras en tonos azulados y rosados; por el dulce y acosador sonido de la guitarra clásica o la acústica que delataban el desamor e infortunio de un alma apasionada a la música, cómplice del amor, amante del silencio.

Un lugar que ya tenía su fama gracias a quienes atendían la barra después de las 10.

Tratándose de apuestos jóvenes espectaculares a la vista de hombres y mujeres, de una belleza masculina que harían al mismo Narciso resurgir del lago en que floreció, sólo para, por primera vez, admirar una belleza que no fuera la suya; divinas voces que Eco sería dichosa de imitar por doquier; cuerpos si no de un adonis: esculturales. Trabajados más no hechos fisiculturistas; deslumbrantes personalidades para la galantería, y sus destrezas de seducción los elogiaban como el ideal de cuanta novicia en el amor les tratara.

Las aglomeraciones emanaban los viernes de cada semana, único día en que la música volvía a ser pura y no mecánica.

Y seguí nuevamente el rastro invisible por el cual fui condenado, entré siguiendo el protocolo ya establecido por las y los clientes, el cover constaba de un mísero trago de una sustancia verdosa, gelatinosa y asquerosa. Sustancia que inducia a cerrar los ojos y abrir la mente. Y ahí, en una de las esquinas, se encontraba él. Uno de los tantos chicos codiciados del lugar.

Ahí, pretencioso y seductor, atrayendo la atención.

Ahí, ladino y gallardo, haciendo mía su mirada a pesar de ser lo opuesto a lo que sus instintos dictan.

Mis instintos eran presa de mi precio de admisión, de la esencia enigmática del local, de su aroma, de su cuerpo y en especial de aquellos ojos centellantes, brillosos e intimidantes.

Menudo lugar para caer en el amor, una trampa cruel, despiadada y masoquista. Pues el concepto de “amor” desaparecía una vez cruzabas el umbral, el concepto de platónico cobraba vida una vez sentías el pudor teñir tu rostro y tu razón desafiar la moral.

Culpa mía por entrar a sabiendas de las consecuencias, la leyenda de la entrada dictaba una sola regla:

Quien se enamora pierde.

Quién diría que también los hombres pierden.

Perdí.

Perdí ante el tacto de sus dedos recorriendo desde mi manzana de adán hasta mi mentón bajo la excusa de “el no elogiar la belleza de las y los clientes era una falta al reglamento del Bar”.  

¿Sentirme alagado o traicionado por una norma? El lugar apresaba los deseos del subconsciente, los subyugaba, sometía e incitaba a proyectarse, a liberarse y cumplirse. El valor para arremeter contra su descaro, para ser yo quien lo dominara, despareció bajo la atenta mirada violácea que devoraba mi alma, la arrastraba hasta los lugares más recónditos de mi ser, hasta llegar al centro, hasta ver mi denudes por debajo de las prendas.

Su aliento derretía la piel, su voz arrullaba la lucidez.

Un “espero verte de nuevo” bastó para asentir, para aceptar esta tortura, para volverme masoquista.

 

Para haber despertado por primera vez con resaca, demostraba que el precio de admisión era, además de potente, embriagante. Una vez desaparecía el encanto, los rostros, aromas y sabores también salvo el recuerdo de haberla pasado en un verdadero sueño. Quien diría que las memorias también pueden volverte un adicto, ahí estaba la magia del Bar, la causa de tanta aglomeración, se llama seducción. Inclusive el recuerdo de la ubicación era una laguna mental que sólo volvería a emerger cuando lo ameritara.

Noche tras noche acosaba el reloj de la plaza principal pues si la primera vez fue el punto de partida en mi travesía a la perdición, deseaba que nuevamente me tomara desprevenido, me diera vueltas hasta marear la visión para desaparecer del centro y resurgir a un lado de aquel sensual recuerdo.

Tal como lo pedí, nuevamente esa esencia hizo acto de presencia trazando un mapa olfativo que guio mis sentidos hasta aquel ostentoso recinto.

Era imposible el entrar sin tu respectiva dosis de “éxtasis”, la recepción estaba más que concentrada en cada asiduo ¿Entrar y soñar? O ¿Huir y despertar? ¿Por qué sólo te dejaban preservar la sensación y no la ubicación? Caería de nuevo a mis instintos, dejaría atrás los escrúpulos, el juicio, la moral, la ética. Una entrega total de mi persona.

La tentación tocó a mi puerta y sin pensarlo la invite a invadirme.

Algo nuevo estaba incorporado al lugar, un ingrediente más a la receta haciéndola sutil, delicada, suave, romántica. Una sensación completamente distinta a la primera se asentó, primeramente necesitaba suspirar cada cinco exhalaciones, una paz interior y despreocupada me inundaba al tiempo que las repisas reflejaban un tenue sonrojo en mis mejillas.

Los atuendos de la clientela tampoco eran los mismos, anteriormente todos y todas soltaban desenfrenadamente sus hormonas, era un hervidero. Faldas cortas que dejaban mucho a la vista, zapatos de tacón, escotes pronunciados, cabello suelto y lápiz labial carmín. La diferencia iba desde lo reservadas y reservados que ahora se mostraban, decentes.

No había una guitarra de fondo, en su lugar, un negro y enorme piano deleitaba el ambiente. Música dulce, clara, inocente.

“Esperaba por ti”.

¿Por qué un temblor me delató? Porque realmente también deseaba volverlo a ver, igualmente su aura pasional fue reemplazada por un semblante de ensueño, su mirada, sonrisa, atuendo. No había un desenfreno sexual sino de amor incondicional.

Delicado, entregado, eterno.

Que no pide nada por abrazar, consolar, guardar y amar. La expresión más pura de un amor inocente que apenas empieza a caminar.

Se respiraba miel y rosas, chocolates y fresas.

Su pulgar acaricio mi mejilla e instintivamente busqué más contacto de su mano con mi piel, tímidamente mis labios buscaron marcar su palma, mi mano tocar la suya, mis rubíes sus amatistas.

Su delicado “Buenas noches” atrajo la bruma a mis parpados, mulló un lecho en el cual aterricé dichoso de caer.

 

  

¿Por qué resultaba tan complejo intentar siquiera recordar? ¿Por qué resultaba tan complejo el querer jamás regresar? Se volvía una droga poderosa y recelosa. Una droga con personalidad que una vez caías en su adicción jamás te dejaría ir. No podías luchar ante su insistente voz que clamaba a gritos tu presencia ante ella, que alzaba poderosa y orgullosa su dominio en ti. Una vez proclamado suyo ya no había vuelta atrás.

Ya no podía continuar de ese modo.

Esperar cada viernes por sentir la llamada aromática se volvía rutina, necesidad.

Unas amatistas insistentes alumbraban después del ocaso, también era dominado por esas joyas que me pedían a gritos volver a ver mis rubíes.

Debía regresar, debía entrar y no como comensal.

Tomó tiempo pero después de repetidas mañanas con amnesia logré construir, a base de fragmentos, la ruta con destino a ese extraño recinto.

 

Calles que no recordaba jamás haber transitado me llevaban a donde mi memoria quedaba cada semana.

Un atisbo de decepción asomó a mi rostro al ver el deplorable estado de la fachada a la que había llegado.

Sin clientela.

Sin música.

Sin vida.

Pese a la primera impresión a plena luz del sol, no dejaba de frecuentar la ruta esperando ver algo distinto, algo místico, algo mágico.

Efectivamente era un Bar pero no aquel que mis sueños recordaban, ostentoso, llamativo, acosador.

En el transcurso del día el lugar sólo era visitado por las sombras de las avecillas que volaban por el rumbo, proyectándose desde el tragaluz en donde estaban instalados los reflectores; los pobres sonidos del rechinar de un viejo ventilador de techo, la fricción de una escoba en la alfombra de gamuza y seguido de una aspiradora; el golpe del cristal con la madera de la barra, los licores reposando en la cava y repisa. Una calma abrumadora, desdichada y aburrida.

No mentiré, el lugar era decente por dentro así como tranquilo y nada armonioso. Sin dulces aromas que ahogaran la consciencia y la memoria; hedor a cigarrillos, sal y grasa. Daban ganas de sólo ahogarte en cuantos tragos soportaras.

El ambiente tan monótono, redundante y nada vanguardista me llevó hasta la barra en busca de alguna explicación nada lógica o convencional. La mejor forma de compaginar con la clientela era a base de fondos pues cada trago les soltaba la lengua en un intento de fingir demencia.

¿Por qué aún sin ser mi Bar de las maravillas, debía de pagar el precio mi conciencia? Las invitaciones a una copa eran bien aceptadas si ingerías el equivalente de la oferta, he ahí el truco. Entre más alcohol tomaran, más información soltaban y mientras más alcohol tomara, menos información retendría.

El día voló, la noche llegó y seguía en la misma pocilga. Era una pesadilla, el sueño hostigaba mis ojos y los efectos adormecían mis funciones básicas como el caminar seguido del sentido de la orientación. Así como los gusanos logré salir, arrastrándome. Era el colmo, era mi tercera vez bajo ese tipo de efectos, ciertamente algo pasaba conmigo, ciertamente algo me seguía orillando al olvido.

-Con que nos has cambiado ¿Eh?

Nada era claro, todo daba vueltas, todo era una ruleta de la cual no había salida pero frente a mí había una cálida sonrisa. No buscaba una mano amiga ni mucho menos un atisbo de lastima pero aquella no muy nítida mano no me soltó, no me abandonó. Me tomó, no lo conocía y aun así su rostro me era familiar.

-Es tu culpa por no permanecer en mis recuerdos – Defendía un poco de mí ya inexistente dignidad, no era una excusa ni mucho menos un pretexto, todo me terminaba llevando a la demencia y no era culpa de nadie más. Era culpa de quienes te hacen soñar y no te permiten recordarlos al despertar - ¿Quién eres?

-Soy a quien buscas.

Maldecía a los cuatro vientos mi deplorable visión, su voz la había escuchado, su mano la había tocado.

No supe como terminé sentado en el asiento de un auto del lado del copiloto.

-¿Dónde vives? Te llevaré.

Balbuceo tras balbuceo pedía que no se compadeciera, que se alejara, que me abandonara como siempre lo hace. Parecía que le divertía, me irritaba. Entonces un peso extra se manifestó sobre mí, mis malestares huyeron y todo fue claro, unos enormes ojos amatistas me observaban de cerca, más cerca que nunca. Podía ver, podía pensar y pude recordar, quería huir de esa atenta mirada inquisitiva pero lo único que lograba era acortar la distancia entre nosotros, tenía taquicardia, la mente vacía gracias a un único deseo que gritaba “¡Bésame!”.

Sus manos alrededor de mi avergonzado rostro acariciaban cuanto podían, su sonrisa de encantadora pasó a seductora, peligrosa, acosadora. Esas manos viajaron por mi cuello, por mis costados hasta las caderas en donde las enganchó feroz causando un alarido de parte mía. Mi cuerpo no respondía, dejaba mi capricho a su merced.

-¿Es que acaso eres un menor?

No percibí en que momento husmeó mi cartera pero tampoco pude decir que nunca salgo con la identificación a la mano, precisamente para evitar este tipo de situaciones, no era un delincuente mucho menos alguien con malas intenciones pero mi delirio ya era completamente suyo.

 

Tercera y última vez que despertaba confundido, sin recuerdos pero algo diferente hizo esa mañana. No dolía la cabeza, ni conservaba la sensación del alcohol, ni estaba en mi habitación.

 A consideración de un día lleno de tragos sin control, terminar en la cama de un hotel sin nadie al lado era lo más cliché del mundo, lo más cliché que me ha podido pasar. Los prejuicios son malos, no estaba desnudo, no mostraba rastro de haber tenido relaciones. Sólo estaba confundido, perdido y quería explicaciones.

Quien diría que una nota podría llenar esos huecos, esas lagunas, esas memorias.

 

“Insistes tanto que me es imposible ignorar tu necedad pero una cosa es segura y es que tu vida no será la misma nunca más.
El oasis del olvido tiene un espacio para personas como tú.
Muestra la nota y entraras sin precio de admisión.”

 

¿Podría estar pasando en realidad?

Releer como un imbécil no me llevaría a la dirección que anexaba a la nota.

El oasis del olvido, ahora todo cobra sentido a pesar de las latentes dudas que asaltaban día y noche mi cabeza. Tenía la oportunidad, tenía lo que quería. Por fin entraría lucido, por fin entraría en busca de respuestas, en busca de esas bellas amatistas que me roban el sueño.

 

CONTINUARA...

Notas finales:

:3 que dicen? 

>w<! yo lo amodoro <3 

:3 las amo <3 

ya trabajo en los demás x'D y en uno nuevo.

 


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