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Betta turquoise por Siri_Looper

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Kwon Ji Yong nació en Corea cerca del año 1800 dentro de una familia muy poderosa con influencia en toda Asia. A sus quince años fue enviado a España con el objetivo de que conociera el mundo, aprendiera nuevas cosas y se convirtiera en un hombre fuerte capaz de tomar el control de algunos de los negocios de la familia Kwon.

 

En España vivió con unos amigos de su padre, una familia que había dejado Corea ya hace muchos años y se habían retirado al país Ibérico en busca de las riquezas que el nuevo mundo estaba esparciendo por Europa, los Park tenían negocios con los colonos en América y habían acumulado una gran fortuna, también el odio de los burgueses españoles que veían como un robo que aquellos “chinos” llegaran a quitarle lo que ellos habían conquistado.

 

La familia Park recibió a Ji como un integrante más de ellos, lo trataron con amor, cosa que nunca tuvo en su familia sanguínea. Las hijas de aquel matrimonio, Sandara y Chaerin lo trataban como su hermano mayor y lo llenaban de preguntas sobre Corea, ellas se habían ido de allí muy pequeñas, antes de tener uso de razón por lo que no recordaban nada de su tierra natal, incluso hablaban mejor español que coreano.

 

Las cosas se pusieron peligrosas en España, la guerra civil había sido un fantasma por muchos años hasta que al fin se desato y los extranjeros comenzaron a escapar. Ji Yong ya tenía veintiocho años, creyó que su familia lo había olvidado, era el más pequeño de ocho hermanos así que se sorprendió cuando un día llego una carta desde Corea donde sus padres le exigían que volviera.

 

Por culpa de la guerra civil el jefe de la familia Park fue encarcelado y todo su dinero fue “requisado” o más bien  robado, alcanzo a rescatar lo suficiente para conseguir espacio en un navío mercante para que sus hijas y Ji Yong pudieran viajar de vuelta a Corea. El viaje no sería fácil, cruzar Europa a pie era muy peligroso, tendrían que ir por el otro camino, uno más largo, pero más seguro: cruzar el Atlántico, bajar en el canal de Panamá y allí tomar una nueva embarcación a Asia. Sería un viaje de meses.

 

La familia con mucho dolor se tuvo que separar, la señora Park no quiso escapar, insistió que su lugar estaba junto a su esposo y entre muchas lágrimas se despidió de sus hijas confiándoselas a Ji Yong, el las cuidaría en el camino y les daría asilo cuando estuvieran en su tierra natal, el joven prometió abogar frente a su padre para mandarles ayuda apenas llegaran a su destino, lamentablemente eso nunca ocurría, porque el señor Park moriría meses después en la cárcel, su esposa luego lo haría de pena y más importante, Ji Yong jamás volvería a ver a su familia sanguínea, porque nunca completaría aquel viaje que estaba planeando hacer.  

 

Ji Yong se prometió a si mismo cuidar a sus hermanas, porque él era el hombre y porque era el mayor de los tres, en su interior estaba muerto de miedo, toda su vida la había pasado entre lujos y ahora debía viajar como polizón en una embarcación roñosa, no tenía absolutamente nada, había mandado una carta a sus padres en Corea para contarles de la situación y el viaje que estaban emprendiendo, pero esa carta seguramente tardaría meses en llegar, estaba completamente a la derriba en la mitad del mundo.

 

Llevaban dos días de viaje hacia Panama, el capitán del navío era un hombre de mar, salvaje pero respetuoso, recibió una pequeña fortuna por llevar a esos tres jóvenes en su barco, les cedió su pequeña bodega personal donde acomodo camas improvisadas para las mujeres y les prohibió salir de allí argumentando que no se haría responsable de los actos salvajes que sus hombres podían cometer.

 

Ji Yong dormía en los camarotes con el resto de la tripulación cuando un escándalo lo despertó, ruidos arriba en el puente de gritos y espadas chocar lo alertaron, se levantó casi sin pensar y corrió por sus hermanas, pero no pudo llegar hasta ellas, rostros sucios que no conocía se lo impidieron, lo atraparon por los brazos y lo arrastraron hacia el puente, Ji jamás había visto uno pero lo supo sin dudarlo un instante, aquellos hombre eran piratas.

 

Intento forcejar en vano y fue empujado al exterior, al salir al frio de la madrugada lo vio por primera vez, un enorme barco de velas amarillentas estaba anclado justo a un lado del barco mercante en que viajaba y era casi del doble de tamaño, en la proa tallado había un esqueleto con un ramo de flores entre sus manos.

 

A punta de espada fue obligado a cruzar las tablas que usaron como puente para conectar ambas embarcaciones, cuando salto sobre las tablas del gran navío fue tomado otra vez y empujado junto al resto de los prisioneros que formaban un círculo, incluso el capitán estaba allí capturado. El círculo era rodado por piratas con sus espadas desenvainadas y sucias sonrisas en sus rostros. Vio a Sandara y Chaerin entre el circulo y se acercó a ellas.

 

— ¿Están bien? — les pregunto cuando estuvo a su lado, ellas respondieron solo moviendo la cabeza afirmativamente derramando lagrimas por sus rostros.

 

— ¡Abran paso al capitán! — grito alguien a lo lejos.

 

Ji alzo la vista y vio un sombrero negro adornado con plumas de colores atravesar entre la gente rumbo a su dirección, cuando estuvo frente a él y pudo verlo claramente no dudo ni un instante, aquel hombre era el capital, lo primero que noto fueron sus ojos, eran tan profundos que sintió que podía caer en ellos y perderse para siempre. Era más alto que el resto de sus captores, su voz le causo escalofríos en la espalda cuando la escucho.

 

— Vaya ¿Qué tenemos aquí? — se acercó hacia las dos mujeres, pero Ji se puso en frente en un inútil intento por protegerlas.

 

— ¡No las toques! ¡Esto es un ultraje, malditos piratas…

 

Ji comenzó a gritarle al capitán, pero este lo callo con una bofetada, lo golpeo tan fuerte en una mejilla que el rostro de Ji quedo volteado mirando hacia un lado, su pelo castaño cayó sobre sus ojos y por entre el cabello le lanzo miradas llenas de odio y furia al capitán. El más alto tomo la barbilla de su prisionero y lo obligo a mirarlo, se acercó mucho a su rostro, tanto que sus narices casi se rozan y Ji pudo sentir el aliento caliente de su captor cuando hablo.

 

— Nadie me grita en mi nave — dijo apretando los dientes tomando una pausa entre cada palaba, Ji Yong apretaba los puños con impotencia, aquel hombre era peligroso y como él era inteligente guardo silencio, pero la rabia lo estaba carcomiendo.

 

El capitán soltó la barbilla ajena y se hecho a reír muy fuerte para que todos sus subordinados lo escucharan.

 

— ¿¡Alguien me puede decir que es esto!? — Se burló de Ji — no estoy seguro si es un niño o una jovencita.

 

El resto de ladrones rieron, uno de ellos se acercó a su capitán, a Ji Yong le pareció un bárbaro, tenía un flequillo tan largo que sus ojos no estaban a la vista ¿Cómo podía mirar con ese cabello sobre el rostro? El hombre del flequillo le hablo a su jefe muy bajo, pero Ji alcanzo a escuchar.

 

— No hay nada… — se refería a que no encontraron mercancía de valor en el barco, no encontraron las especias que planeaban robar.

 

— No importan, nos llevaremos a estos tres, nos darán buen dinero por ellos — dijo sin quitar los ojos de Ji Yong sonriéndole burlescamente — se nota que son de la clase alta… claro, donde están mis modales que la gente de bien merece.

 

Aquel hombre alto se sacó el sombrero y lo puso sobre su pecho para hacer una reverencia, Ji Yong entonces lo supo, la rabia se disolvió y experimento el peor miedo que haya sentido en toda su vida, su cabello era de un extraño color turquesa.

 

Ji no era un hombre de mar, eso está más que claro, pero aun así las historias habían llegados a sus oídos cuando estuvo en España, todas las personas en esa parte del mundo habían escuchado hablar de él, el capitán de los cabellos celestes. Recuerden que esto se desarrolla siglos atrás de nuestros tiempos, en ese entonces las tinturas de pelo no existían, tener el cabello de ese color era sinónimo de magia.

 

— Mi nombre es TOP — se levantó de su reverencia y se colocó el sombrero otra vez — bienvenidos a mi barco ¡el BigBang! — grito eso ultimo con los brazos abiertos a lo que sus súbditos lo secundaron con roncas exclamaciones de victoria. 


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