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Some People Fly por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Buenas queridos lectores, Kaiku-kun ataca de nuevo con otro fic, y esta vez siguiendo la corriente a Sly D. Cooper me he viciado a la parejita de Aang, de Avatar the Last Airbender, y Frisk, a quien seguro que conocéis de Undertale (porque si no lo conocéis jugando a ese juego sois herejes XDD). Creo que por el título ya podéis intuir de qué va a ir este shot, pero ya de paso diré que tomo el título de una canción con magnífica letra de la banda <b>Queensrÿche</b>, cuya canción tiene el mismo título que el fic.

Some People Fly

 

“Mantén tus ojos en el cielo”. Siempre esa frase me rondaba por la cabeza. Era algo que me decía mi instinto. Surcando los cielos con Appa, con ese frío volador, yo miraba las nubes de un día apacible y soleado. Era un día feliz, de vacaciones.

Los viajes de Aang y sus amigos no siempre eran por trabajo. Bueno, pocas veces lo eran. A Aang había dos cosas que le encantaban por encima de cualquier cosa: ayudar y conocer gente era una de ellas; la otra, hacer el vago jugando. Incontables veces había sorprendido a todos sus amigos echando a volar sin razón aparente por ahí.

Siguiéndole, aprendí tantas cosas que me sorprendía cada vez que lo repasaba. Yo, que siempre le había dado tantas vueltas a mi pasado, había conseguido volver a ser un despreocupado. Aang era el culpable, principalmente, aunque Sokka y Toph tampoco lo habían impedido, que digamos.

Pero era Aang el motor de la despreocupación y la alegría. Nunca admitiría que me fascinaba su alegría delante de él, pero me encantaba. Era como una hoja en el viento, a saber hacia dónde daría su siguiente paso si tenía su tiempo libre. No se lo pensaba mucho, actuaba y punto.
Puede que por eso acabara recuperando mi arte con el agua. Entre Katara y él se habían encargado de animarme a hacerlo. Ya podía volver a “chapotear” encantado de la vida, como me dijo Toph una vez.

—¡Ya llegamos! —nos avisó Aang.

Me recosté hacia el borde de la silla con la que cargaba Appa y miré abajo. Era la isla de Ember. Sonreí aliviado al verlo, era como volver a casa. Allí había pasado mis primeras aventuras con Aang y sus amigos. No podía creer la gracia que me hacía ahora y lo arisco que era entonces con todos.

—Te veo contento —me dijo Katara, acercándose a mí, sonriendo. Se apoyó a mi lado y le sonreí de vuelta—. Te hace mucha ilusión, ¿verdad?

No me hacía falta decir nada para demostrar lo que estaba sintiendo en esos momentos. Estaba lo más a gusto que podía estar. Aang, Sokka, Katara, Appa, Momo y yo, los seis en unas vacaciones nostálgicas.

Cuando aterrizamos, salté de Appa (sin olvidarme de darle las gracias por el viaje, siempre lo hacía) y corrí hacia el balcón donde Aang me abrazó por primera vez. Había una vista de la playa genial y las nubes siempre deseaban juguetear con ella. Más de una vez había visto a Aang unirse a la fiesta y moldear las nubes a su antojo para animarme un poco después de un mal día, aunque en parte me sentía mal por ese algodón flotante lleno de agua, me gustaba más que fueran tal y como el viento libre le hacía.

Me acordé de la de veces que había pasado allí, mirando las nubes, esperando que en mi interior todo se recolocara solo. La prisión, el Valle Perdido, Chara… Aang nunca dejaba de repetirme que fue gracias a mi determinación que superé todo eso, pese a que no todo hubiera quedado solucionado.

—¡Sabía que estarías aquí!
—¡¡Joder!!

Me caí de espaldas del susto. Aang había pegado un bote desde el piso de abajo y se había plantado en el marco de la ventana, casi chocando conmigo. Ese desgraciado sabía bien cómo sorprenderme.

—Oh, lo siento. ¿Estás bien?
—Claro —me levanté sin más, intentando disimular mi vergüenza. No funcionó, Aang sonrió como un tonto—. ¿Qu-qué miras?
—No, no, no miro nada —dijo con una risita relajada y más serena. Se sentó en el marco, hacia fuera, e instintivamente yo le acompañé—. Lo que me costó hacer que te sintieras a gusto, ¿te acuerdas? Me encanta que te hayas quedado con nosotros.

Yo no dije nada, simplemente seguía mirando al océano. Me daba la sensación de que Aang, más que querer respetar mis silencios, los adoraba. Me avergonzaba solo de pensar que me buscaba solamente para escuchar el silencio y estar conmigo.

Nos pasamos un buen rato en silencio, hasta que Sokka y Katara nos llamaron para comer. Sokka ya estaba sentado en aquella mesa tan debilitada, con el culo inquieto.

—Zuko es Señor del Fuego y sigue pareciéndome raro estar aquí.
—Bueno, él nos dio permiso para estar aquí, y sigue sin decir a nadie que de vez en cuando venimos —señaló Aang. Él parecía enormemente contento de pasar desapercibido tan a la vista.
—En fin, supongo que si ahora quemamos las pertenencias del Señor del Fuego “todopoderoso” sí que nos van a castigar por ello.

La broma surtió efecto, nos reímos todos un poco y empezamos a comer. Momo se había agenciado un melocotón (¡qué mejor para él!) y Appa estaba fuera, echándose una siesta, después de comer. No quería que esos instantes terminaran. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan relajado.

Cuando acabamos de comer, me fui a tumbarme al lado de Appa. Le tenía tanto cariño al bisonte… Es que era todo un amor, siempre devolvía los mimos con algún gruñido o un empujón amistoso, y nunca le molestaba que jugueteara con él. Al final, yo siempre acababa reventado, durmiendo a su lado.

Estuve mirando el cielo un buen rato. Siempre que tenía un momento de paz lo hacía. Era algo que desde hacía especialmente desde después de salir de esa prisión. Había echado tanto de menos el cielo azul que mi instinto de conservación me impulsaba a querer estar más cerca de éste.

Entonces Aang apareció en mi campo de visión, pero no asustándome como antes, sino volando con su planeador, por encima de la casa y el bosque. Por primera vez en mucho tiempo, tuve envidia de su dominio, único en el mundo. Y tuve celos también. Yo quería estar también tan cerca del cielo como él, hasta poder tocarlo a voluntad, hasta decidir que no quería subir más arriba para no quemarme las alas. Quería llegar hasta los límites de lo humano.

—Appa, ¿crees que le podría pedir a Aang que me enseñara algo de su aire? —Como toda respuesta, él gruñó con curiosidad y su tripa resonó en mi espalda—. Lo suponía. No quiero aprovecharme de ser amigo del Avatar.

Pasé largas horas dando vueltas con la mirada por el cielo, a medias entre feliz y algo insatisfecho por estar en el suelo. Me estaban entrando ganas de echar a volar con Appa, pero no quería molestar al pobre bisonte, que ya me tenía que aguantar en mis malos ratos.

—¿Aún sigues aquí? Te vas a acabar transformando en una bola de pelo a este paso —me vaciló Sokka, cuando ya casi era de noche—. Vamos, es hora de cenar.

Apenas comí nada. A todos les pareció normal, no era un gran aficionado a la comida y gracias a mi pequeñito cuerpo podía sobrevivir con poco. Lo que sí destacó es que volviera a la misma habitación de por el mediodía. Quería reflexionar un poco sobre mi conflicto interno. Sabía que no iba a serme fácil olvidarlo.

De nuevo, Aang apareció en la estancia, pero esta vez lo hizo como el resto de mortales, por la puerta.

—Estoy preocupado, Frisk. Hacía tiempo que no estabas tan escurridizo. ¿Va todo bien?

Se puso a mi lado, enseñándome un poco el torso. Parecía que en cualquier momento fuera a abrazarme.

—Quiero volar.
—¿Cómo que volar?
—Pues… Bueno, me gustaría ir a tu lado, estar… no sé, flotando ahí arriba. Sé que es mi sitio, pero no encuentro la manera de acercarme más de lo que Appa me pueda llevar.

Seguro que no pude contener mis sentimientos negativos en esas frases además de mi anhelo por volar. Por eso Aang no dudó en abrazarme y yo no dudé en aferrarme un poco a él. Los dos sabíamos que no había una manera de solucionar aquello.

* * *


El sol quiso situarse convenientemente en mi cara y me despertó. Me incorporé. Ya ni me acordaba de cómo había llegado a la cama. Era como si no quisiera recordar la noche anterior.

Miré al suelo con timidez. Notaba el aroma de Aang subiendo con la corriente mañanera y sí, ahí estaba, durmiendo en el suelo, ni mantas, ni saco de dormir, ni cojín. Todo él boca arriba con su… con su… torso. Medio desnudo.

Me giré contra la pared de inmediato por la vergüenza, pero no calculé bien y me di un cabezazo contra la madera.

—¡Au! ¡Me cago en…!
—¿Eh? ¿Qué?
—Perdona, te he despertado.
—No, tranquilo, llevo un rato despierto. —Se levantó casi al instante, para acabar sentado en la cama donde estaba—. Se me ha ocurrido algo mientras dormías.

En vez de pensar bien, lo primero que me vino a la cabeza fue Aang observándome mientras dormía. Le veía demasiado capaz de hacerlo, teniendo en cuenta que el día anterior casi me había quedado dormido en sus brazos. En esos momentos era incapaz de decir absolutamente nada.

—Tendrás que confiar en mí, ¿vale? Y no te quejes —se burló, al final.

Salió disparado por la ventana, alegre como siempre, y no pude hacer otra cosa que correr por toda la casa hasta salir por la puerta que daba al patio. Aang me esperaba con una sonrisa traviesa al lado de Appa, y con su planeador. Sokka y Katara se habían despertado con mi correteo y me seguían en busca de respuestas:

—¿Qué pasa aquí?
—¿Ya nos están persiguiendo otra vez?
—¡Sokka, qué pesimista! No, hombre, es que he pensado un pequeño regalo para Frisk.

Me hizo una señal para que me acercara, y cuando me tuvo a mano, me agarró hacia su cuerpo y echamos a volar ambos con el planeador.

—¡Aaah! ¡¿Qué haces?! ¡¡Noooo!!
—¡No pasa nada, es tu primera vez!
—¡¿Primera vez en qué?! ¡¿En qué estás pensando, pervertido?!

No me contestó, pero cada vez estábamos más alto. Appa nos seguía un poco desde la distancia. Poco a poco dejé de gritar, pese a que mi corazón estaba en un puño, y empecé a mirar el cielo, cada vez sonriendo más.

—¿Preparado? —me preguntó, cuando dejamos de ascender.
—¿Para qué?
—Eso es un sí.

¡Y me soltó!

—¡¡UAAAAAAAAAAAAAAH!!
—¡No te pasará nada! —Aang bajaba en paralelo a mí, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Appa nos espera cerca!
—¡¡Te voy a matar!! —Inexplicablemente me puse a reír mientras veía a Appa preparándose para recibirme—. ¡¡Te arrepentirás de esto!!

Al final, Appa me cazó al vuelo y le di las gracias inmediatamente. Empecé a respirar con normalidad, sin dejar de sonreír como un bobo. Había sido la mejor experiencia de mi vida, ya estaba con ganas de volver a saltar.

—¿Aún quieres matarme? —me preguntó Aang, con ganas de buscar pelea
—¡Pero si casi le matas tú, animal! —le gritó Katara, muy enfadada.

Yo pasé de todos, bajé de Appa y corrí a abrazar a Aang. Se lo merecía.

—¿Ves? No quiere matarme —replicó Aang a su amiga. A mí me subieron todos los colores, pero no le solté hasta pasado medio minuto—. ¿Te ha gustado? Por lo menos ahora lo has probado.

Yo asentí tan agradecido como me sabía sentir, porque no había narices de articular palabra. Katara empezó a recriminarle a Aang el susto que me había llevado y Sokka le recriminó a Katara lo quejica y pesada que se ponía, total para nada, porque yo estaba bien.

—Oye, ¿qué ya no te acuerdas en el Templo del Aire del Norte cuando Teo y Aang te lanzaron al vacío con aquel planeador? —le refrescó la memoria Sokka—. Nunca te dije nada, ¡¡y te zampaste un montón de bichos!!
—¡Qué asco! —solté, emocionado, asqueado y desternillándome de la risa a la vez. Aang me acompañó tronchándose de risa a su manera, supuse que por el recuerdo.
—¡¡Y por eso no he vuelto a volar!! —gritó enfadada Katara, dando pisotones de vuelta a la casa. Nosotros nos reímos aún más, Sokka estaba casi llorando.

Cuando conseguimos calmarnos, yo me recosté de nuevo en Appa, acariciándolo cálidamente. Como siempre, me gruñó con comodidad y se me hizo tan mono que me reí un poco. Aang estaba sentado cerca con Sokka, hablando de sus batallitas de antes de conocerme, y de repente oí que hablaban sobre los templos del aire.

—… hace tiempo que no pasamos por ninguno —decía Sokka, como dejándolo caer.
—Tienes razón, echo de menos estar por allí. Aunque me duele un poco.
—Oye, ¿y no has pensado nunca en reconstruirlos? —Fue cuando me acerqué en silencio y me senté al lado de Aang—. Si tanto te preocupa ser el último de tu cultura, creo que deberías hacerlo.
—¿De veras?
—¡Claro! ¡Y nosotros te ayudaremos! ¡Seguro que a Toph le encantará derrumbar algunas paredes!

Aang puso cara de espanto, lo que me provocó la risa floja de nuevo y se lo contagié a Sokka.

—¿Pero de dónde sacaremos a gente que quiera repoblarlos? —se cuestionó Aang, cuando acabamos con la risa.
—¡Eso ya vendrá! Primero una puesta a punto y luego ya buscaremos a nuevos monjes. ¡Voy a decírselo a Katara!

Y se fue volando a contarle su gran idea. Aang sonrió con compasión, pero podía ver que estaba algo afligido aún por toda su cultura desaparecida. No podía tener más empatía con él en esos instantes. Le abracé sin que me lo pidiera. Él se sorprendió un poco, pero luego me acogió con toda su energía y me acarició el pelo.

* * *


La idea de, por lo menos, visitar un templo del aire gustó mucho a Katara. Los tres acordaron enseñarme el Templo del Aire del Sur, donde Aang se crió. Ya estábamos en marcha, en el cielo, surcando las nubes de nuevo. Era el tercer día de viaje y casi no podía aguantar las ganas que tenía de ver el lugar donde todos pudieron nadar en el cielo con el aire.

Durante esos días volando hacia el templo se me pasó la euforia inicial de haber estado en el aire con Aang. Tenía ganas de volver a hacerlo, pero no quería pedirle ni a él ni a Appa que lo prepararan todo de nuevo, y menos en pleno viaje.

Esas ganas se anclaron e inconscientemente volví a pasar horas mirando el cielo, en silencio. Aang y Sokka no me habían preguntado, porque solían estar ocupados haciendo planes, pero Katara me vio varias veces y quiso preguntarme. Yo no le dije nada. No quería molestar a nadie, sólo quería… pensar. Imaginar que volaba y que lo hacía por mí mismo, sin ayuda.

—Frisk —me llamó Katara. No contesté, ni tenía planes de hacerlo—. Creo que necesitas volar de nuevo. Sé que te molesta tener que pedir ayuda, pero deberías decirle algo a Aang. Te nota distraído.

Pasó un buen rato sentada a mi lado, mirando las nubes en la misma dirección donde yo miraba. Al final me hizo acurrucarme con ella y sentí por un segundo como si fuera mi madre la que me abrazara como a un bebé.

Esa misma noche, cuando montamos un campamento en la costa del Reino de la Tierra, volvió a salir el tema de volar:

—Aang, ¿no hay ninguna manera de que Frisk aprenda Aire Control? —preguntó Katara. Yo y Sokka escupimos la sopa del susto.
—Claro, ¿por qué no? En vez de uno, tendremos a dos que echen pedos huracanados. Me veo volando por los aires como en los viejos tiempos —replicó Sokka.
—¡Sokka! —Y colleja de Katara al pobre chaval.
—Pu-pues creo que… no sé… —balbuceó Aang—. Ya tiene el agua en su interior, no creo que vaya a funcionar… Además que no sé si puedo hacerlo.

Eso me deshinchó un poco. Pese al susto, tenía la esperanza de poder tener el mismo poder que Aang, pero... supuse que era lógico que no pudiera ser.

—Aang… —susurró Katara. Me di cuenta, alcé la vista y vi que ella le miraba con intensidad, como si esperara que hiciera algo. Que me animara.

Él me miró y yo oculté mi mirada, no quería que me viera mirarle directamente a los ojos. Pasamos un rato de silencio incómodo. Entonces a Aang se le iluminó la cara.

—Frisk, ven conmigo a pasear, quiero enseñarte algo.

Yo asentí en silencio y le seguí. Nos metimos en un bosque cercano a la playa. Corría un airecito marino muy agradable y los árboles dejaban buen espacio para caminar, así que no daban miedo.

—¿Me permites que te coja la mano? —me preguntó Aang, ofreciéndome la suya. Noté cómo me subían todos los colores, pero se la di encantado. Él cruzó sus dedos con los míos y caminó tan feliz como yo unos segundos—. Es una lástima que no sepa cómo darte el aire. Te encantaría usarlo, lo veo. Pero creo que hay solución para eso.
—¿De veras?
—¡Claro! Mira esto, lo he encontrado mientras acampábamos.

Era un riachuelo agradable y tranquilo. Se podía ver la luna a través de los árboles y daba unos reflejos muy curiosos en el agua. Era casi hipnótico. Pero era solamente un riachuelo.

—¿Qué tiene que ver este río con lo de volar?
—Mira todo eso. Luna llena, agua, un aire agradable… Ya sabes que tienes un gran dominio del agua, ¿por qué no lo usas en tu favor?
—¿Qué quieres decir?

En vez de responder, sonrió y, sin soltarme de la mano, levantó un poco de agua por encima de nuestras cabezas y la convirtió en nieve poco a poco. Esa nieve no se estaba quieta en el air, iba flotando y cayendo por todas partes excepto encima nuestro. Era precioso…

Entonces miré a Aang. Miraba los copos caer, en silencio. Pero yo solamente sabía mirarlo a él, y como más tiempo, más me daba la sensación de no querer separarme de él. Y no sé cómo se lo hizo venir, pero de repente tenía las dos manos sujetas por las suyas y me estaba mirando con esa carita tierna que siempre me ponía cuando me encontraba adorable.

—Solamente tienes que confiar en ti mismo y en el agua —dijo.

Yo no apartaba mis ojos de los suyos. Él se acercó a mí, me abrazó un poco, sin soltarme de las manos y me besó en la frente. Ya me daba igual, ya estaba muerto de la vergüenza, ya quería abandonarme… así que solamente se me ocurrió besarle en los labios en un arrebato de valor. Él se sorprendió un segundo, pero se dejó llevar y… fue como estar volando. Podía sentir el sol acariciando mi cara aunque fuera de noche, un aire agradable y liberador aunque hiciera frío, como flotar aún con los pies en la tierra… Cuando me separé de Aang, me dio la sensación de dejar de volar y aterrizar suavemente. Nunca habría pensado que podríamos volar juntos de esa manera.

—Algunas personas vuelan sin necesitar alas —me dijo Aang al cabo de unos segundos de silencio cómplice—, y jamás se preocupan por volar demasiado alto. Querría volar contigo siempre de esta manera, porque no me hace falta aire para ello. Solamente te necesito a ti.

Maldita sea, se merecía otro beso después de soltarme esa frasecita, pero la nieve acabó de caer y él empezó a caminar de vuelta hacia el campamento. Tendría que esperar a otro momento adecuado.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Katara, cuando llegamos. Yo ya me había soltado de Aang, por pura vergüenza.
—Creo que ha ido muy bien —respondió con sinceridad Aang.

Yo pasé de todos ellos y me enterré con mi saco de dormir entre el pelaje de Appa. Dios, qué vergüenza ahora un interrogatorio. En lugar de eso, me aparté y me quedé rememorando durante un buen rato ese maravilloso momento en el que había llegado a tocar el cielo sin tener que volar.

* * *


Al día siguiente avistamos el Templo del Aire del Sur. Yo estaba aún algo atontado por lo que había pasado durante la noche anterior y distraído y maravillado por la cantidad de montañas que sobresalían de entre las nubes. Para mí, todo lo que estaba viendo era mágico. Y fue más mágico cuando vi el templo en la cima de una montaña, casi en una posición imposible.

Las nubes flotaban por todas partes y se me ocurrió pasar la mano por una de ellas. Me hizo gracia notar todo mi brazo mojado a consecuencia de ello. Y me encantó darme cuenta que todo era agua que viajaba por el aire sin detenerse, porque me recordaba a mí y a Aang juntos y también era un recordatorio de que el agua también puede volar si se lo propone.

Cuando aterrizamos, pisamos nieve. Pese a que era primavera, con todos los árboles floreciendo y la hierba verde reapareciendo, las partes más altas y estables seguían nevadas. Muy pocas veces había tenido la ocasión de sentir la nieve en mis pies y mis manos. Y el recuerdo fresco de la noche anterior hacía más dulce aquel inesperado reencuentro. Cogí un buen puñado de nieve y la abracé hasta que se desmenuzó entre mis brazos y volvió a caer al suelo.

—Es como un niño con zapatos nuevos —susurró Katara a Aang. Enrojecí de la vergüenza, y supuse que Aang me vio muy adorable, pero me dio igual, seguí jugando—. ¡Frisk, vamos, que te enseñamos el templo!

Dejé toda la nieve y alcancé al resto.

Aang llevaba la delantera y me explicaba todo lo que veían mis ojos: historias suyas de las travesuras que había realizado por todo el edificio, en todas las salas, sus amigos, las paredes pintadas, incluso las grietas tenían una historia oculta que contar. Me enseñó el juego de la pelota de aire, pero Sokka dijo que se negaba a volver a subir a esa cosa.

—¿Qué pasó?
—Que acabé por el suelo una docena de veces solamente para que no estuviera triste. ¡No tenía ni un poquito de piedad!
—Te lo merecías, después de lo que te costó aceptar que era un maestro del aire —le replicó Katara, con todas las ganas.

Luego nos llevó a ver la sala de las estatuas de las vidas pasadas de Aang. Había decenas, centenares, diría yo. Además, Momo revoloteó al alrededor de la estatua del Avatar Roku.

—Fue aquí que nos hicimos amigos de Momo. Él vivía aquí él solo y nos lo llevamos —me contó Katara, en un arrebato de ternura, atrapando al lémur para darle un abrazo. Como toda respuesta, le dio un lametón en la nariz y luego salió volando de nuevo—. Es siempre tan considerado…
Sonreí instintivamente ante esas palabras, mientras veía a Momo dar vueltas por la sala.

Desde allí subimos hasta la cima. Sokka evaluaba los daños y ya estaba pensando en planes para que Toph pudiera usar su arte con la tierra sin dejar demasiado hechas caldo las decoraciones de las paredes. El saqueo de la Nación del Fuego había sido duro y había dejado las paredes muy quemadas, algunas de ellas muy debilitadas.

—Estos bastardos de la Nación del Fuego lo dejaron todo muy mal —soltó el ingenioso guerrero, cabreado aún por el pasado reciente.

Yo no respondí. Estaba reprimiendo mis propios sentimientos y mis malos recuerdos acerca de mi pasado. No quería tener que recordarlo y, en cambio, mi mente me obligaba a ello.

Pero todo eso desapareció cuando Aang, después de una limpieza efusiva del piso superior, abrió la puerta al patio del tejado.

—¡Y aquí tenéis el mejor sitio para entrenar con el aire! —anunció él, con su energía habitual.

Nos quedamos todos sin palabras. Estábamos en un balcón enorme. Se podía ver todo el templo si uno se asomaba al margen, y la verdad es que daba algo de vértigo. Estaba muy alto y las nubes y la nieve cubrían la base de la montaña. No acababa de saber cómo de alto estaba, pero a juzgar por lo bajas que estaban las nubes, el frío que hacía allí y que el templo desafiaba a las otras montañas en altura… seguro que el mar se vería minúsculo.

Aang se había quedado en silencio. Me puse a su lado y vi que tenía los ojos cerrados. Pensé que estaría rezando por sus amigos, mientras Katara y Sokka miraban los alrededores y hablaban entre ellos. Yo respeté su silencio hasta que vi que se movía otra vez.

—Chicos, nos vemos abajo —dijo solamente a sus amigos.

A mí me miró con una sonrisa apacible, pero llena de dolor oculto y lo siguiente que hizo fue algo que no esperaba y a la vez me conocía: saltar del balcón con el planeador en picado. Me divertí y a la vez me apené al verle hacer aquellas piruetas tan agresivas y algo peligrosas por todo el templo. Ascendía, descendía, aplaudía al viento cuando se ponía de su parte e incluso probó de hacer surf, pero duró poco encima de su planeador.

Él confiaba plenamente en su elemento. Jugaba con él, se dejaba conducir por él y, cuando lo necesitaba, el aire se dejaba conducir por Aang. Tenían una conexión prodigiosa. Nunca me había planteado hasta ese momento que quizás lo que me faltaba a mí era eso, una conexión. Estaba siempre tan decidido a no usar el agua para nada que no fuera pacífico que no había pensado en él como algo para divertirse…

Aang volaba y yo no, y no era culpa de nadie a parte de mía.

Se estaba haciendo de noche. Ya podía ver la luna. Podía notar mi cuerpo reaccionar ante ella, notaba que me daba vida y energía. Volví a mirar hacia el precipicio, que cada vez estaba más oscuro. Se podía ver aún la nieve y las nubes.

No sé por qué hice lo que hice. Pero no pude evitarlo, no quería tocar el suelo… Salté sin pensar.

—¡¡Frisk!! —me llamaron los hermanos.

Yo ya estaba lejos. Yo ya sentía el aire de nuevo, ya me sentía libre, ya pensaba en Aang como lo hacía ayer, ya flotaba… No pensé en cómo aterrizaría. Y cuando estuve cerca de la nieve y las nubes, me revolví en el aire y mi cuerpo solito recogió ambos elementos, creando un cojín que me sostuvo unos segundos. Pero no me valía. No era suficiente. Quería que me ayudaran a volar, a seguir ascendiendo hasta la luna, a flotar siempre al lado de Aang sin que necesitara de su ayuda.

Algo latió en mi interior, despertando de repente ante mi necesidad. Nunca lo había notado, pero sentía que toda la vida había estado allí. Era eso lo que necesitaba para volar.

Mi cuerpo me guiaba. Mi cuerpo mandaba. Actuaba sin pensar. No me extrañé cuando hice un tirabuzón en el aire y apareció agua hasta del mismísimo aire para rodearme, propulsarme en pies y manos y ocultarse debajo de mi ropa, como si formara parte de mi cuerpo. Toda la nieve y las nubes que me habían sostenido se fusionaron con esa agua que aparecía y acabé cubierto de agua por debajo de la ropa. Era como un traje frío y caliente a la vez que, con un solo sentimiento de mi corazón, se movía hacia donde yo quería.

Me empecé a reír de alegría. Había descubierto mi propia manera del volar y solamente necesitaba que el aire se convirtiera en agua. Me reí más cuando vi que mis movimientos provocaban una reacción en el aire, convirtiendo en hielo todo mi alrededor si aceleraba. Era como un cometa helado, dejando su estela de hielo allí por donde pasaba.

Vi a Aang rodear una montaña y me uní a él. El joven Avatar se sorprendió un instante, pero luego sonrió con complicidad y acabó poniendo cara de payaso.

—¡¡Puedo volar solo!! —le grité.
—¡¡Sabía que podrías!!

“Y ya puedo escoger volar contigo sin ningún impedimento”, pensé.

Algunas personas vuelan. Otros solo pueden mantener sus ojos fijos en el cielo. Gracias a un maravilloso chico que es el Avatar, ahora yo puedo hacer ambas.

Notas finales:

Espero que os haya gustado mucho :) me podéis encontrar en www.facebook.com/kaikufics, en Mundo Yaoi, en Mundo Yuri... en muchos sitios para más fics :)


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