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Can't Stay Away por MissLouder

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Notas del fanfic:

Songfic de la canción de “The Veronicas – Can’t Stay Away”. Cada estrofa representará un momento entre la pareja protagonista, por ello coloco la letra de la canción. Redacción hecha en presente.

Advertencia: Shonen ai, BxB, BL. Lime.

Notas del capitulo:

Para KaeruDoom,

Este fic va dedicado por el día especial de tu cumpleaños. Gracias por motivarme con tu agradable presencia en mis escritos. Un pequeño presente ManiAlba para ti.

[Manigoldo x Albafica]

.

Can't Stay Away

.

—x—

This is wrong

I should be gone

Yet here we lay

'Cause I can't stay away

—x—

Abre los ojos, pesadamente, como si sus pestañas estuvieran cosidas a sus párpados. Las paredes se levantan frente a sus ojos con lánguida oscilación, ordenando cada bloque de lo que se encuentra en esa lúgubre habitación. Localiza el buró que descansa a su lado, observa algunas de sus pertenencias cómodamente repartidas en el piso, una cama que no es suya, un templo que…

Se despierta de sopetón, dejando atrás el trance del letargo, para ser atraído a tierra por esas presencias que le da cuerda a su mente para hacerle recordar dónde estaba.

El peso del deber le cae en la cabeza como acero sólido.

No, eso no podía ser. Respira profundo, como si así asimilara cada gramo de realidad que ahora le sofoca. Se cubre los párpados con las palmas, suprimiendo las ansias de golpearse a sí mismo.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que tener una malla de piel humana cubriendo su esqueleto envenenado, que cedía ante los dientes de un lobo estrafalario?

La carne era débil a los impulsos del cuerpo.

Debía irse. Levantarse de aquella cama alojada en las entrañas de Cáncer, apartar el brazo que rodea su cintura, ignorar el aliento de fuego que acaricia su cuello y regresar al confinamiento de fría nevada de soledad que debería arraigar como su título.

Intenta apartarse entre los hilos del sigilo, cuidando no despertarlo, mientras una manta de sombras caía sobre sus cabezas velando sus contornos.

Aún no amanecía y eso era el aliento que le daba cierta aspereza de alivio. Él ya debería haberse ido, no volver a permitir que Manigoldo jugara con las grietas de su barrera e hiciera colisión en su centro.

Tenían las piernas enredadas, y no era tan cómodo como muchos lo hacían ver. Manigoldo era sólo un poco más alto que él y esa largura con doble grosor, sin caída, no era precisamente el encaje ensoñador. Pero aún así...

Ladeó la cabeza, sintiendo el peso del rostro contra la parte posterior de su cabeza. Era tan…

No.

Debía alejarse, ese no era su camino escarlata. Estar ahí, implica estar arriesgando la vida inocente de un santo cuyo salón de juegos era la garganta ennegrecida del Inframundo. Acostumbrado a convivir con la muerte y seducirla, incluso con él, que ahora la portaba en las venas con apariencia de sangre.

Se incorpora, el cabello le cae en una suave onda de lluvia en el hombro y suspira con cansancio. El calor desaparece como un vahído que no posee ningún significado. La enigmática tranquilidad que sentía también. Gira la cabeza de nuevo y allí lo ve; tumbado de costado, con la camisa abierta que le queda unas cuantas tallas ajustada en los brazos. Aquellos que lo habían refugiado en su arco, a punta de una vara de insistencia y calor humano. No habían hecho nada esa noche, nada de qué horrorizarse o lamentarse, lo cual fue en retroactiva algo peor.

"No has hecho nada —se repite en la cabeza—. No hay riesgos, aún".

Vete, Albafica.

Su cuerpo desiste de cumplir su mandato. No envía fuerza a sus articulaciones, no controla la energía de su cuerpo, a cambio, le resta su última reserva lo que provoca que termine en la anterior posición.

Se recuesta de espalda, ocultando las palabras de advertencia detrás de sus ojos.

Manigoldo seguía vivo. Claro, era lógico que el ser que más acarrea fechorías y maña, logre zafarse del resuello de Demon Rose. Reírse de sus mortíferas zarpas y pasarle por encima cuando una mano en su vientre lo atrae de nuevo contra el pecho que respiraba armónicamente.

Mezcla de brazos y piernas, hasta que se pierde la definición de singularidad. Están acurrucados.

En esa noche de secreto, víctima de su propia vena humanista, Albafica supo que nunca podría perdonarse. Porque en esas tinieblas perforadas por los haces de luna, no pudo alejarse.


Roses bloom

In your dirty room

I come to play

'Cause I can't stay away

No I can't stay away-ay

—x—

Lo ve con la sorpresa en el rostro cuando cruza el umbral de la puerta, cubierto de una bruma azul, gracias al desliz de estar paseando entre las contadas horas que los separaban de la media noche.

No podía dormir, la desvela se le hizo insoportable y sólo por el susurro de un cosmos que decía que esa noche los espectros atacaban los sueños, decide descender a Cáncer en busca de una explicación. Ya conocía que ciertos límites eran innecesarios para entablar una conversación.

Cuando llega, está despierto, siempre lo estaba.

Se observan en los brazos del silencio, no hay nada qué decir aún. No hay unión de letras admisibles que hagan un ligamento de oración que fecunde respuestas que ellos mismos están buscando. A diferencia de Manigoldo, no tiene motivos para romper el estado cero de su expresión, menos al ver la suciedad que se paseaba como una dama de negro en ese hueco de cuatro paredes.

Puntea en su cabeza recordatorios anteriores, ese santo siempre ha sido un descuidado que no le daba interés al orden mugriento que roñía aquel basurero que llamaba habitación.

—Me sorprende que vinieras —Suspira sin fuerza, masajeándose la cabeza y entre la transición del entrecerrar los ojos, Albafica ve bajo sus párpados la impresión de una sombra pesada, bastante inusual. O quizás siempre estaba ahí y la ocultaba con el brillo de su sonrisa.

—No es mi deseo, realmente —miente, es una fachada para proteger su vulnerabilidad.

Nota que cerca de su cama hay un florero en el que reposa un par de cadáveres que una vez debieron llamaron rosas. Estaban con el tallo encorvado, llorando sus pétalos viejos, tintados de mármol que deterioró su belleza. Manigoldo detiene su vista sobre ellas, como había sido antes que él llegara, sin ningún carisma que diera profundidad a los bordes de su rostro.

Espera pacientemente que el silencio los enfunda, los absorba, hasta el punto de despertar el pitido en los oídos que hacía eco en las paredes.

Finalmente, sintiendo la mirada atenta de Albafica, Manigoldo habla:

—Parece que todo lo que entra a este maldito templo está destinado a morir —dice, y posicionó los ojos sobre los suyos—. Todo lo que se queda, y lo que futuramente se va.

Albafica no pestañea.

—Puedo traerte un par —La intención se le escapa de los labios sin consultar su aprobación.

En respuesta, el guardián cuatro niega con la cabeza.

—Morirán también —Se levanta de la cama y se acerca a él, con sus botas de metal lacerado hacer eco en la baldosa hasta quedar frente a frente—. Estoy condenado a ser perseguido por esa perra —Esboza una curva con líneas débilmente dobladas, y aproxima las manos hasta los costados de su rostro—. Hasta el fin de mis días, como ahora.

Y se estrelló contra su boca, agravando terreno espinoso hasta alcanzar el verdadero sabor que traía consigo el alma de aquel solitario santo que hacía juego con él.

Por eso Albafica venía a él, por eso el extralimite de alejarse del mundo caía antes sus redes hechas de calamidad, porque la muerte tenía cierto apego a su esencia, persiguiéndolo incluso hasta en los brazos de la antesala.

Ahora, en ese mundo de vivos, la muerte decidió portar la apariencia más hermosa que nunca jamás vería en otro rostro, para ocultarse en su interior con sorna. Manigoldo amaba eso. Ese era su destino, y si para sentir de esa forma a Albafica, no le importaba seguir jugando con los azares de su vida.

Estaban ligados de una forma tan trastornada como especial que sólo el dios del Inframundo conocía.

La muerte nunca podía alejarse del alma que la encarnaba. Un amor malditamente condenado. La asociación de ideas parecía tan grotesca que compaginaba con él.

Nunca podía dejar eso.


I'm conflicted

I inhale now I'm addicted

To this place. To you babe

I can't stay away. Can't stay away

We get up, we go down

Then we go one more round

It's wrong, they say

I can't stay away. No I can't stay away

—x—

Albafica toma una larga respiración. Manigoldo besa su cuello.

Cuenta hasta dos. Siente besos descender a su pecho.

Está de pie frente a la cama, con su compañero lamiendo el borde de su ombligo. Se muerde el labio, quiere contener los latigazos de placer cuando lo siente trazar círculos en sus costados con avezados dedos que ya memorizan cada rincón de su cuerpo con obsesionado detalle. Juega con sus bíceps que se le esconden en el vientre, lo hace suspirar.

Se pregunta cuántas veces permitirá eso. Se cuestiona por qué no puede escapar de él. Era una pelea interna con la que lidia diariamente. Era un conflicto que martilleaba en sus sienes, dejando mudo el ritmo de sus latidos acelerados que advertían aquella atrocidad.

La armadura lo abandona pieza por pieza, suspiro a suspiro, transformándose en una vela que quema el estandarte de oro que les prohíbe ser humanos.

¿Qué debía hacer? Su garganta se niega a decirle que no a esa esencia que ahora se desliza por su espalda, despojándolo de su camisa, haciendo que su respiración tenga cortes cincelados, producto de las corrientes placenteras que ahora circundan en su cuerpo.

Echa la cabeza hacia atrás cuando éste presiona los dientes contra su costado, y lo hace enredar los dedos inconscientemente en la mata añil alborotada. Tira de ella, acaricia, susurra sin palabras que no se detenga, mientras su sangre palpita gritando que eso no estaba bien.

¿Qué importa ya a esas alturas?

Manigoldo lo atrae hasta él, sentándolo  a horcajadas en su regazo.

Detente.

Se besan, con cierta rudeza, porque Albafica necesita dejar de pensar. Necesita quitarse aquella coraza de oro que le impide ser la persona que no se permite ser, por deber. Compromiso. Lealtad.

Dibujar su pecado en las estrellas lo llena de culpa, porque romper su voto de castidad ya era una página pasada que se le escapa de los dedos.

Manigoldo le abre las piernas, lo acomoda contra su cuerpo haciendo que sus rodillas lo flanqueen. Suspira de placer, el hormigueo tira de los hilos de su cuerpo, lo empuja a irse de nuevo contra su boca.

Enreda los brazos en el cuello, mientras su compañero le desgasta la piel con los pesados besos que deja caer en su cuello. No podía decirle que parara, que eso estaba prohibido para ellos, que por Athena, quería más.

Las advertencias y las controversias le vuelan por la cabeza como plumas esparcidas al viento. No quiere admitir que se ha vuelto adicto a la oscuridad quebrada de ese templo, a convivir con el hombre que se escondía detrás de los susurros de las almas, desfalleciéndolo en sus brazos como cualquier víctima.

No le gusta la idea de enredarse entre las uñas de los sentimientos frágiles, porque unirse a ellos era arrastrarlos a la dureza de la realidad. Aquella donde se convierten en masas corpóreas de una vulnerabilidad que ninguno de los dos puede permitirse. En todo sentido práctico, lo que están haciendo en ese momento también es demasiado. Demasiado cerca, demasiado arriesgado, demasiado humano. Pero hay tantas cosas a la que han renunciado que ya parece imposible tomar una decisión por propia voluntad. No está en su naturaleza a decir que él no se merece ni un ápice de piedad por el pecado de su sangre, sin embargo, es difícil no rogar por pocos momentos de paz que proporcionan algo de alivio a las grietas que surcan su identidad.

—Albafica —Manigoldo dice su nombre con cierta aprensión, alzando la mirada violácea, reclamando la silenciosa aprobación para continuar.

Las emociones nublan el juicio, piensa. Lo destruye, y esparce sólo fragmentos que no tienen un reflejo minúsculo de su poder.

—¿Qué estamos haciendo? —Intenta buscar una respuesta. Sus ojos danzaron sobre el rostro que tenía en frente—. Esto… —Sacude la cabeza como si en el movimiento se reprendiera—. Esto, no puede ser.

Cáncer le sonríe con esa cordialidad débil de los enemigos en tregua indefinida, acunándolo  entre sus brazos, al tiempo que le besa la barbilla.

¿Por qué le gusta tanto que ese caballero le desarme y arme con la palabra en los labios?

—No faltas —responde, adivinando sus pensamientos—. Si lo hicieras con una persona normal, tal vez. Pero yo no lo soy.

Enarca una ceja, incrédulo.

—¿Y qué eres, entonces? —No contiene el gesto que quiere alzarse en su boca.

—Qué somos, querrás decir. —Deja una pausa, plantando allí el signo de interrogación que desea que alivie con una respuesta, y Manigoldo lo hace, acercándose a su oído, susurrando—. Tú y yo, somos las diferentes caras de la muerte. —Esboza una curva, regresando a su boca, permitiéndola saborearla con apasionada calma—. No enviarás a un demonio a su propio infierno.

"Otra cara", no puede evitar subrayar esa línea y categorizarse en otra, con esa deidad que tanto osaba de poner el pie sobre ellos.

Albafica, con eso en mente, detiene sus pensamientos. Mismos elementos, se repelían o… ¿se destruían entre sí? Inesperadamente, siente tentadora ésta última, porque ninguno era la benigna alma que sería librada ni en el purgatorio.

Se lanza de nuevo al vacío.

Busca sus labios en un solaz a su tormento, y con el último roce, siente un suspiro contra su nariz. Complacido, porque le gusta crear supernovas de emociones dentro del cuerpo de aquel bullicioso italiano, Piscis se presiona contra él.

Con cada nueva área descubierta hace una pausa para apreciarlo, para entender el enigma que le hace jirones la respiración. Él siempre esquiva hablar de los sentimientos y la muerte que los acecha en esa extraña relación. Es un modo de tratar de proteger a Manigoldo y, de una manera arcana, a sí mismo. Las palabras complican las cosas.

Le rodea con las rodillas el torso y vuelven a besarse. Manigoldo impone un nuevo compás en sus besos, mientras le quita lo que resta de ropa, se estimula un poco antes de adentrarse en ese nido de espinas. Respirando hondo, Albafica sujeta un gemido en su garganta, dos, tres y los que siguen cuando lo siente empezar a moverse. No era la primera vez, pero tampoco era la constancia lo que favorecía las corrientes de dolor y placer que serpenteaban por cada resquicio de su cuerpo.

Se apoya en las rodillas de su compañero, y ajusta a la cadencia con ese apoyo. Pronto su garganta no puede evitar dejar escapar jadeos sincronizados con la energía y placer que ahora entra a su cuerpo como un nuevo veneno.

Manigoldo atrapa nuevamente sus labios, lo hace suyo hasta que lo baña en sudor. Lo abraza con fuerza, lo estampa a la cama, entrelazan sus dedos hasta que su cuerpo se destruye en pedazos de éxtasis que olvida por unos segundos la constelación y nombre que le regía.

Al final, ambos terminan con la cabeza apoyada en la almohada, mirándose a través de sus apariencias y ver la oscuridad que a ambos les corroía. La piel transparente de Piscis se motea de carmesí, anuncio de su maléfica sangre arderse bajo las capa de piel, advirtiendo que no permitirá otra derrota ante ese fantasma que no dejaba huellas que Demon Rose pudiera envenenar.

Un rechinido en la cama le anuncia que Manigoldo se endereza y le sostiene la muñeca. Deposita un beso justo sobre la vena, en una muestra desafiante. Un reto ante los ojos divinos que retractaban como ese hombre posaba sus labios sobre su verdadera rival.

Albafica anteriormente se fuese horrorizado, pero ahora el gesto le saca una media sonrisa. Cierra los ojos cuando los labios de ese hombre caen sobre los suyos, suave, dejando un tímido eco húmedo cuando se aparta con una sonrisa dibujada.

Vuelve a situarse entre el portal sus piernas, cubierto por la frágil capa de sudor cuando se ahogan nuevamente en besos largos. Albafica pasa los brazos por sus hombros y acaricia la espalda, deslizando un beso casto que hace que Manigoldo se estremezca. Sonríe porque el gesto lo hizo temblar, materializando una dulce expresión que lo llenó de una extraña calidez.

Manigoldo lo distrae con otro beso, antes de empezar a depositar marcas en su pecho, anuncio estelar de su próxima ronda.

Era oficial, ninguno podía cortar eso extraño de lujuria y amor que compartían, porque Albafica era esa dama que escoltaba los emisarios al inframundo que Manigoldo recibía.

Por eso, la muerte tenía muchas formas.

 

Notas finales:

En el siguiente capítulo, serán las estrofas que faltan. Será un sencillo two-shot de esta pareja que como saben tiene mi corazón entero.

KaeruDoom, espero que te haya gustado, y esto es para celebrar tu cumpleaños.

Gracias por leer :)


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