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El Enfermero Lee por CrawlingFiction

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Notas del capitulo:

En honor a que nuestro maknae narigón estuvo enfermo seriamente hasta el punto de tomar reposo un par de días durante su gira con B1A4, pensé en hacer este one shot.


Por fortuna GongChan ya se recuperó, y se unió a los chicos en Japón y HONGBIN ESTÁ TAMBIÉN EN OSAKA CON VIXX #TRIGGERED. ESTÁ B1A4 Y VIXX JUNTOS EN LA MISMA CIUDAD. GONGBIN FEELS


 


Disfruten esta humilde historia que se me cruzó pensando en el dinosaurio alucinando de fiebre¿? ):

El Enfermero Lee

 

 

 

Un fuerte portazo le hizo despertar, haciéndolo lloriquear para sus adentros. La fiebre lo estaba cocinando por dentro lentamente, como aquellas verduras apestosas que a ShinWoo le encantaba darle con arroz cuando se ponía malo. Volvió a lloriquear. Un poco de esa coliflor rebosada le haría tanto bien ahora mismo. Extrañaría actuar y cantar con sus hyungs toda la semana que duraba su reposo médico. Si, extrañaría a Baro y sus chistes soeces, los mimos maternales de ShinWoo, los juegos de mesa con Sandeul y la compañía silenciosa de JinYoung, ¡Hasta sus regaños extrañaría! Pero no podía ser fatalista; le dejaron comida y la soledad del apartamento para vegetar tranquilamente en cama. De no haber sido idol seguramente GongChan sería un orgulloso hikkikomori: mansito y hecho ovillo friéndose los ojos a videojuegos y anime. Mh… Quizás un poco de eso no vendría para nada mal. Total, no habría nadie que le regañase por ello. Él era un dongsaeng obediente, pero jugar videojuegos era su sinónimo de descanso.

 

Calzó sus pantuflas de dinosaurio y caminó casi que a rastras hacia la sala de estar en busca de la laptop que seguramente andaba tirada por algún sofá. Le dolía la cabeza y se sentía como piñata aporreada por fisiculturistas y pacientes en tratamiento para el control de la ira. Es decir, se dejó caer al sofá de malestar. Dudó de que pudiera siquiera mover un dedo para coger el mouse inalámbrico. Mejor anime, una actividad más tranquila. Una buena serie de acción entre mantas y algún dulce robado de la alacena. Se enderezó y puso de pie para regresar a la cama y hurgar entre los canales si de milagro habría alguno japonés que sintonizara alguna serie animada, pero el sonido insistente de la puerta le hizo desviar camino.

 

Frunció el ceño y fue hasta el pasillo, conjeturando que habría de ser el manager para regañarlo por cuarta vez por haberse enfermado en medio de tantas actividades. Abrió la puerta y sus ojos se clavaron sorprendidos hacia la adorable cofia de enfermera con su cliché cruz roja en medio sobre una cabeza.

 

—Hola, vine a visitarte—. Dijo una voz mecánica, notablemente cohibido ante la mirada extrañada de GongChan.

 

—¿Choco? —. Preguntó el pelinegro, necesitando una confirmación verbal a la visión que estaba frente a su puerta. HongBin esbozó una sonrisa autosuficiente hasta que se percató de las pintas de su mayor; en pijama, sin una de las pantuflas y los cabellos revueltos a todas direcciones.

 

—¡Santo cielos! ¿Qué haces de pie? —. Reclamó fijándose en su rostro ojeroso y blanco como papel de arroz. —¡Ve a la cama, zopenco!

 

— Te estaba abriendo la puerta…—. Murmuró enarcando la ceja. Turnaba la mirada a las bolsas que cargaba en sus manos y su cofia de enfermero sobre su cabeza.

 

—Oh...Cierto—. Murmuró pensativo, todavía juzgándole con los ojos. —Bueno, ¡Ahora ya no más, que el enfermero Lee te va a cuidar! —. Exclamó orgulloso. GongChan crispó por lo alto del grito, haciéndole doler más la cabeza. Se frotó la frente acalorada y carcajeó después.

 

—¿Enfermero Lee? —. Preguntó entre risitas recargándose de la perilla de la puerta para poder reír fuertemente sin tambalear.

 

—¡No te burles! —. Reprendió golpeando su pecho con una de las bolsas. —¡Ensaye esa línea con Leo hyung durante todo el camino!

 

—¿Leo hyung? —. Carcajeó escandaloso sobándose la zona golpeada entre jadeos por la falta de aire. —Pobre hombre, lo que le obligas hacer.

 

— ¿No me vas a dejar pasar? —. Preguntó de mala gana recordándole que estaba aún en el gélido pasillo. —Mira que con esta brisa luego me resfrío yo, ¡Tarado!

 

—Anda. Pasa, pasa—. Reparó nuevamente en sus manos cargadas de bolsas y no evitó querer curiosear. —¿Que cargas ahí, Choco? —. Preguntó estirando las manos a recogerlas, pero el castaño le volvió a golpear con estas.

 

—¡Shh, a la cama!  Ahí verás—. Calló y rodeó sus hombros con el brazo llevándole a empellones a la habitación donde le hizo acostar sobre la cama con brusquedad. —¿Ta tomaste tus medicinas? —. Preguntó agazapado en el suelo revisando dentro de una de sus bolsas de supermercado.

 

—¿Qué haces aquí? —. Inquirió a su vez GongChan acomodándose sobre la cama cubriendo sus piernas con la manta. —¿No tenías grabación? —. Intentó recordar de la conversación por chat que tuvo con su mejor amigo noches atrás.

 

—¡El de las preguntas soy yo, paciente ChanSik! —. Regañó palmeando su brazo con una alargada paleta de madera que sacó bajo la manga, extrañando al pelinegro. — ¡Respóndame o deberé jugar al enfermero bueno y al enfermero malo! —. Advirtió en tono amenazante.

 

—¿Y cuál eres ahora?  ¿El malo? —. Reclamó a viva voz frotando la zona golpeada con la mano. —¡Porque eres pésimo hasta cuidando un cactus! —. Recibió otro palmetazo al cuello. Esa técnica la había aprendido de su líder, seguramente.

 

—¡Ya, hombre! —. Gritó para después suspirar y ajustar su sombrero de enfermera sobre sus cabellos café. —Naturalmente, soy el enfermero guapo—. Jactó socarrón volviendo su atención a las bolsas revolviéndolas delatando que realmente no tenía ni jodida idea de que hacer primero. GongChan sonrió.

 

—Me alegra mucho que vinieras a verme—. Sinceró mirándole. —Me estaba desesperando aquí solo como un mueble—. Confesó encogiendo de hombros, más para sí mismo.

 

—¿Y tienes el descaro de llamarme enfermero malo luego de esta declaración de amor? —. Inquirió enarcando la ceja. GongChan entornó los ojos y soltó una risotada.

 

—Idiota, dejaré que me cuides—. Aceptó finalmente acostándose a lo largo de la cama, removiendo los dedos de los pies asomados fuera de las sábanas. — Muéstreme que tal, enfermero Lee—. HongBin rio y asintió.

 

—¿Ya tomaste tus medicinas? —. Repitió atento, sacando finalmente de las bolsas unos frascos de jarabe y cajetillas de pastillas.

 

—No, aún no—. Dijo siendo fulminado con la mirada por el menor. —¡Me acabo de levantar! Los chicos me despertaron con su ruido al irse, siquiera he desayunado—. Justificó agitando las manos. Una enorme sonrisa ilusionada trazó los labios del ajeno.

 

—¡Déjame cocinarte algo! —. Pidió poniéndose de pie en el acto, tomando una bolsa de la cual sobresalían cebollines y un repollo que cayó al piso despedazándose. El maknae de B1A4 turnó temeroso sus ojos al repollo que había cometido suicidio y a la sonrisa ilusa de HongBin.

 

—¿Estás seguro? —. Tanteó queriéndole convencer de lo contrario. —Aun me queda cereal…—. Recibió un zape a su nuca que hizo palpitar su cabeza adolorida. Este niño le iba a matar.

 

—¡No! —. Reprendió como si se tratara de un perro. —¡La comida recién hecha y caliente cura más rápido!  Y sobre todo si es hecha con amor—. Aseguró sabiamente con el índice en alto. — O bueno, eso hacen en el apartamento N y Leo. ¿Quieres kimchi? —. Preguntó bamboleando las bolsas con aquella sonrisa adorable y aniñada a la cual nada se le podía negar. GongChan sonrojó y clavó la mirada al repollo desperdigado en el suelo de su habitación. Era una señal de Dios.

 

—¿Kimchi? —. Balbuceó nervioso pasando visiones apocalípticas tras sus ojos. —Presiento que vas a incendiar la cocina... —. Murmuró pensativo. Otro zape a su nuca le hizo retorcerse con la cara en la almohada. Quería ahorcarlo.

 

—¡Ya! —. Exclamó cruzando de brazos malhumorado. —Entonces mejor bibimbap—. Volvió a sonreír palmeando las manos en pequeños aplausos. —¡No va a explotar la cocina por freír un huevo, ChanSik! ¡Ya veras, te haré el mejor bibimbap de todos! —. Prometió entusiasta saliendo de la habitación. —Anda, acuéstate, ¡Pero no te duermas! —. Recordó apuntándole con dos dedos. —¡Debes probar el platillo de tu ahora Chef Lee! —. Desapareció tras la puerta y sólo se escucharon sus pasos apresurados por el pasillo y un revolver escandaloso de ollas en la cocina. GongChan suspiró, hundiendo la mejilla contra la cama.

 

—Este niño... —. Bufó girando para mirar al techo. Le dolía la cabeza a horrores que apenas podía parpadear. GongChan se relajó. Era cierto, ¿Cómo podría HongBin incendiar la cocina solamente friendo un huevo? —Deberías ser el maknae, y eso que lo dice otro maknae—. Sonrió entrecerrando los ojos, descansando bajo la orquesta peligrosa de HongBin cocinando a lo lejos y el zumbido del ventilador airear su cara. La cama tibiecita era buena para aliviar los escalofríos que le producía la fiebre. Fue una buena siesta. Podía percibir medio dormido los gritos de HongBin jugando Pokémon Go! por la sala de estar, lo cual dentro su mente retorcida por el enamoramiento, le parecía sumamente entrañable.

 

Todo fue paz hasta que escuchó una explosión. Como impulsado por un choque eléctrico se calzó torpemente las pantuflas y corrió hacia la cocina.

 

—¿¡Choco!? —. Gritó mirando como el castaño sentado en el suelo de la cocina se escondía del salpicar explosivo del aceite que crispaba por el huevo dentro la sartén. Estaba flotando en una mar rabiosa de aceite hirviendo con agua.

 

—¡No te preocupes, está todo en orden, todo en orden! —. Aseguró estirando el brazo para remover el huevo con la espátula que no dejaba de estallar aceite a todas partes. —Solo tiene mucho aceite, ¿Si? —. Confió gateando hasta ponerse en pie y atender la otra sartén con varios vegetales salteándose encima. —No es nada de otro mundo, ChanSi- ¡Maldición! —. Gritó cuando la sartén con huevo frito se salió de la hornilla de la estufa volcando todo su contenido. GongChan le jaló del brazo, sacándolo de la cocina llena de aceite caliente.

 

—¡¿Qué haces hombre!? —. Regañó GongChan pálido del susto por el aceite goteando sobre la estufa. Suspiró al ver que el castaño estaba ileso. —¿Y tú por qué revuelves eso junto? ¡Se sirve aparte! —. Reclamó al fijarse en la otra sarten a rebosar de todos los vegetales mezclados grotescamente en aceite de sésamo y manteca.

 

—¡Este es el Red Bean Style! —. Exclamó a su defensa yendo de puntillas a la cocina apagando las hornillas. Sirvió un poco de arroz blanco en un cuenco y echó encima los vegetales quemados y el huevo despedazado que colgaba del barrote del horno bajo la estufa.

 

—No creo que quiera ese nombre como mi causa de muerte en la autopsia—. Suspiró pasando las manos a sus cabellos para calmarse. Por lo menos nada malo pasó, sólo debía comerse esa cosa y alejar a HongBin de lugares con fuego y cuchillos por el resto del día.

 

GongChan casi se ahoga al primer bocado. El desayuno sabía a mil demonios. El huevo grasoso y sucio, las verduras duras mal salteadas y el arroz pegajoso y sin sal. La mirada ilusionada y orgullosa de HongBin que atentamente le observaba comer le obligó a comérselo todo. A fin de cuentas, se trataba de su mejor amigo. Más optimista intentó verle lo positivo a esa comida asquerosa, como por ejemplo que el exceso de sal era malo para los riñones, bueno, su único riñón.

 

—¿Estuvo buena la comida, Chansikkie? —. Preguntó con las manos cubriendo medio rostro, asomando apenas la cabeza de la mesa. GongChan tragó costosamente el último bocado y bebió de una sentada su vaso de agua. Quería llorar todavía.

 

—Deliciosa…—. Murmuró pensando en otra cosa para no recordar esa blasfemia culinaria ahora dentro de su cuerpo y potarla sobre la mesa. —Ni mi abuela lo hacía así—. Mintió. HongBin sonrió con los ojos centellando de alegría.

 

—Ya tienes algo en el estómago, así que vamos a que tomes tus medicinas—. Le jaló del brazo y le regresó a la cama, donde le empujó volviéndose a perder a la cocina. GongChan frotaba su estómago con las manos, conteniendo las arcadas que sentía a su garganta. Vio asomar la enorme sonrisa de HongBin y no evitó sonreírle de vuelta. Tenía una cuchara llena de jarabe en la mano. Se sentó a un lado de la cama y se la acercó a los labios. GongChan reparó en su enorme sonrisa, en sus mejillas rosas y sus ojos expresivos que le miraban cándidos. Embobado en su belleza abrió la boca y tomó la cucharada de medicina. Dio una arcada y escupió llevándose las manos al cuello respirando costosamente. Preocupado el menor le palmeaba la espalda. GongChan conteniendo el aliento estiró y arrebató el frasco que HongBin sostenía en su otra mano para leer que carajos era esa crema espesa y agria.

 

—¡Joder, HongBin! —. Exclamó tosiendo costosamente. —¡Esto no es para la fiebre, es el ungüento de las almorranas de Baro! —. Gritó aterrado sacando la lengua pasándose los dedos desesperado.

 

—¡Oh, lo siento, leí mal por la prisa! —. Excusó avergonzado el menor corriendo a tomar el vaso de agua que antes había dejado sobre la mesita de noche, pasándoselo a GongChan para que bebiera. Se tomó el contenido de un trago, volviendo a escupir asqueado.

 

—¿¡Por qué tan salada!? —. Carraspeó exasperado. HongBin cabizbajo jugaba con sus dedos cohibido.

 

—Tiene Alka-Seltzer—. Murmuró. —Pensé te ayudaría al estómago. Vi que te dolía mucho—. Comentó. GongChan apenado pasó la diestra por sus cabellos y suspiró.

 

—Sólo tengo fiebre y malestar, Choco. No te preocupes por lo demás, ¿Si? —. Pidió. El aludido asintió con una pequeña sonrisa triste. GongChan ahora quería ahogarse en esa crema sabor a culo de Baro por haberle gritado a su Choco. —Estoy bien—. Aseguró.

 

—¿Qué tal jugar un poco para que te diviertas? —. Preguntó cambiando el tema.

 

—¿Algo como qué? —. Inquirió a su vez. HongBin se mantuvo en silencio unos segundos para después aplaudir entusiasta.

 

—¡Juegos de mesa! —. Propuso con una sonrisa. GongChan no pudo decir que no. Su plan inicial de anime y dormir había pasado a segundo plano cuando ese dulce e hiperactivo muchacho tocó su puerta. HongBin exclamó emocionado corriendo a buscar en el armario el Monopolio que tenían guardado.

 

Se sentaron ambos en el suelo sobre almohadas y comenzaron a jugar. GongChan era realmente bueno en toda clase de juegos, desde los de vídeos hasta los de mesa e incluso piedra, papel o tijeras. HongBin solía ser su compañero fiel en cada uno de ellos, pero su mal humor podía estallar de repente si el videojuego se tildaba o perdía sin haberlo advertido. Transcurrió apenas media hora y GongChan le había arrebatado casi todas sus propiedades y le restregaba su fajo de billetes de colores a la cara. HongBin gritando que era una injusticia y que él era un jodido comunista expropiador le arrojó el mazo de cartas a la cara y jaló la almohada para arrojársela. GongChan recibió el almohazado en el cuello golpeando la nuca contra el cajón entreabierto de la mesita de noche. HongBin rápidamente le cogió del brazo para revisar el golpe.

 

—C-Creo que se me salió el cerebro por la oreja—. Tartamudeó el mayor encogido de dolor.

 

—¡Dios, lo siento! —. Pidió apenado. —Quizás si vemos una película…

 

—¡Basta, no quiero! —. Dijo el pelinegro zafándose de su agarre y tambaleando se puso de pie, abriendo la puerta. —Estoy bien, HongBin, muchísimas gracias pero no. Por favor…Lo mejor es que te vayas y me dejes solo—. Pidió señalando con el índice hacia afuera. El castaño que seguía de rodillas en el suelo se quitó la cofia de enfermero de la cabeza, estrujándola entre sus manos. La pesada atmosfera gracias al silencio incómodo era tan densa como para ser cortada por un cuchillo.

 

—Soy…—. Por fin abrió la boca el muchacho. —¿Soy un mal enfermero, ChanSikkie? —. Preguntó cabizbajo en un susurro. El pelinegro tragó grueso, sintiéndose horriblemente mal por herir las buenas intenciones de HongBin en cuidarle y hacerle compañía por haber abierto la boca en caliente.

 

—HongBin, escucha, yo... —. Comenzó a hilar con torpeza, acercándose al joven que, al contrario, se puso de pie, dejando su sombrero de disfraz de enfermera en el suelo.

 

—Entiendo, ChanSik. Me iré—. Dijo con una sonrisa amable, retorciéndole el corazón al contrario de la culpa. —Sólo déjame entregarte lo que traje. Está en la bolsa de tela favorita de N hyung, y luego me regaña por olvidarla—. Explicó rápidamente hurgando entre las bolsas en el piso hasta dar con una especie de envase plástico para almacenar comida. GongChan tomó el tupper entre sus manos, mirando el detalle en su tapa púrpura: “Recupérate pronto, mi otra mitad”, decía una etiqueta escrita a mano y adherida con cinta, abajo estaba una foto impresa en papel común y pegada con otro poco de cinta. Era una foto de los dos en su pasado viaje televisado. Enmudecido GongChan abrió la tapa con delicadeza para no despegar sus decoraciones y vio adentro pequeños cilindros blancos de pasteles de arroz con un espeso y aromático puré de judías rojas dulces encima. GongChan sonrió ante el detalle de recibir sus dulces preferidos, que le encantaban tanto como para llamar a sus fans así, con la cómica variante de los frijoles rojos, como solía apodarle a HongBin que hasta le dedicaba cómicas ediciones en Photoshop.

 

Cuando GongChan subió la mirada para responder con palabras ante el gesto vio que HongBin ya no estaba. Escuchó el ruido de la puerta abrirse y salió disparado a detenerlo. Le alcanzó el brazo y de un tirón le metió dentro al apartamento de nuevo rodeando su cuerpo en un fuerte abrazo.

 

—¿ChanSikkie? —. Balbuceó sin saber cómo reaccionar. Inmóvil sentía el cálido cuerpo del adverso apretarle en un enlace que exudaba disculpas y cariño.

 

—Sólo quería que me abrazaras y durmieras conmigo todo el día, HongBin—. Confesó con el mentón afincado a su hombro. —No necesito que me cuides, yo te quiero cuidar es a ti, muchacho tonto—. Dijo en voz baja. El castaño con timidez llevó las manos a su espalda, dedicando lentas caricias. Su piel bajo la camiseta irradiaba un calor abrasador. —Solo hazme sentir bien con tus gestos tontos y tu risa alegre—. Pidió esbozando una pequeña sonrisa, agradecido por ese tacto reconfortante. —Esa es mi medicina, la única que necesito.

 

—¿Entonces si soy buen enfermero? —. Preguntó curioso con una enorme sonrisa en los labios. GongChan deshizo el abrazo para poderle mirar. Sus sonrisas siempre eran radiantes y dulces, sólo con ellas podría sentirse sanar.

 

—El mejor—. Aseguró. —Si quiero optar por la eutanasia—. Bromeó recibiendo un golpe en la nuca.

 

—¡ChanSik, deja ya! 

 

Antes de poder terminar de burlarse una mano le tomó con fuerza de la propia y le jaló de regreso a la habitación, tirándose ambos en la cama con las sábanas encima. El pésimo enfermero recurriría a la cura infalible de abrazos y mantas calientes.

 

 

 

••••••

 

 

 

—¿Crees que le haga bien comer pollo frito picante, JinYoung? —. Preguntó dudoso ShinWoo girando las llaves por la cerradura de la puerta del apartamento. Baro y Sandeul bostezaban y parpadeaban torpemente con los ojos entrecerrados del agotamiento. Había sido un día brutal pero no evitaron querer llevarle algo de comer al pequeño después de cenar.

 

—Claro, ShinWoo. El picante le hará sudar la fiebre—. Aseguró experto el delgado pelinegro prestando mayor atención a su teléfono celular.

 

—Más bien le haría otra cosa, pero bueno…—. Murmuró el pelirrojo abriendo la puerta caminando hasta la cocina para dejar las bolsas sobre el comedor. Un grito horrorizado inundó el apartamento. JinYoung soltó el celular y asomó a mirar el desastre de aceite pegajoso, la alacena de medicinas con todo su interior revuelto y desparramando jarabes apestosos, además de los restos de comida por toda la estufa. La mayor pesadilla de CNU había sido materializada.

 

JinYoung sintió la vena de la frente palpitar de molestia. Caminó a zancadas por el pasillo seguido por los curiosos Baro y Sandeul, dejando a ShinWoo de rodillas sollozando de dolor en la cocina. El líder de B1A4 pateó la puerta de la habitación de GongChan a punto de soltar una retahíla de regaños y preguntas que también eran regaños, pero la escena frente a sus ojos le hizo cerrar la boca.

 

—Por lo menos ahí veo ropa.—. Chasqueó la lengua y se dio la vuelta apagando la luz que había sido dejada prendida y cerró la puerta tras su espalda. —¡Deja eso, DongWoo! Llamaré a la ahjumma para que nos ayude a limpiar—. Bufó encerrando en su habitación y tirándose en la cama para enterrar la cara en la almohada e ignorar el llanto desolado de la madre auto designada del grupo.

 

—Oh, vaya—. Dijo Baro con las cejas alzadas aún de pie en medio del pasillo.

 

—Págame, gané la apuesta—. Dijo Sandeul estirando la palma hacia el rapero. El de aretes entornó los ojos y se sacó un par de billetes de los bolsillos. —¡Para dulces! —. Exclamó en un cuchicheo victorioso el castaño abanicándose con los billetes.

 

—¡Dejen de hacer ruido, los van a despertar! —. Chistó JinYoung lanzando un zapato desde su cuarto hacia el par.

 

GongChan entreabrió los ojos. Escuchaba los cuchicheos de sus compañeros por los pasillos y un llanto lejano. Se intentó remover, pero el peso cálido de HongBin le aplastaba un costado. Parpadeó confuso y giró el rostro, rozando su nariz contra el pómulo del castaño dormido. Esbozó una sonrisa y besó su mejilla al alcance. La cabeza ya no le dolía y no se sentía tan mal. La fiebre seguía entumeciendo su cuerpo, pero no podía quejarse. Se acomodó bajo las sábanas y se acurrucó mejor contra él. Sonriendo para sus adentros por sentir esa respiración suave cosquillear sus párpados. Al final, la sesión de abrazos con siesta incluida si fue la mejor opción.

 

¿Quién diría que los métodos poco ortodoxos del enfermero Lee realmente funcionarían?

Notas finales:

Besitos a quién se digne a leer esta tontería¿?


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