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El último suspiro por AvengerWalker

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Notas del fanfic:

Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada y The Lost Canvas, a Shiori Teshirogi.

Notas del capitulo:

Un fanfic sencillito y bien angst. Había pensado tenerlo como drabble y agregarlo a alguna colección, pero me quedó demasiado extenso como para considerarlo drabble, así que opté por publicarlo por separado. 

La muerte de Kardia me dejó el corazón roto (evidentemente a él también). Siento que había tanto para decir, tanto que expresar entre ambos. Incluso en los últimos momentos de Kardia, me pareció detectar cierta dubitación, un juego de apariencias cuando confiesa no ser sincero con sus sentimientos, pues de inmediato vuelve a lo de siempre: a la actitud egoísta de pelear por el simple hecho de quererlo. Creo que es un personaje en el cual hay mucho por ahondar y más de lo que a simple vista se ve. 

De verdad tenía muchas ganas de escribir acerca de la batalla y últimos momentos y pensamientos del bicho... lo más probable es que no quede conforme sólo con este y termine haciendo también un drabble luego. Es bueno quitarse las ganas, al menos xD

Como tal, no hay realmente mucha acción en este fic. Está basado enteramente en The Lost Canvas; intenté respetar los diálogos y momentos al máximo posible. Dentro del canon del spin-off, se ubicaría en el tomo 13 y engloba desde los capítulos 103 al 107.

No podía ni deseaba contener sus ansias de batalla, su sed de sangre. Antares exigía, y cada vez que señalaba una nueva presa era menester obedecer la guía de la estrella primigenia, la más brillante de la constelación escorpiana. Pero aquello iba más allá del dictado celeste, desde luego superaba cualquier necesidad divina de castigar: era pura y simple venganza, entremezclada con el más puro de los dolores, tan punzante que ni los más talentosos románticos podrían plasmarlo en su vasta literatura. No con fidelidad, al menos. Ante sus ojos se había dado una situación peculiar, curiosa, se había llevado a cabo una transformación no experimentada con anterioridad y a la cual no sabía cómo acomodarse. Porque Kardia era espontáneo y puro fuego, pero muy sentimental: protegía sus sentimientos con un grueso muro de concreto, con una falsa imagen de sadismo, descontrol y desinterés.

Dégel era conocido por su frialdad, por su mente centrada a la hora de actuar y lo implacable de su carácter. Antes de tomar una decisión, sopesaba cuidadosamente los contras y puntos a favor, sólo entonces se inclinaba por la estrategia más favorable. No se dejaba llevar por sus emociones, aunque las tenía y a montones, pues sabía que el descontrol sólo podía llevar a cometer errores y un error en la guerra santa sólo podía significar la muerte: no podían permitirse una equivocación. Sin embargo, ante Kardia se había generado una metamorfosis que no comprendía y precisó de algunos segundos para unir las piezas restantes, entre la desesperación de ver el rostro de Dégel desencajado y la necesidad de buscar una respuesta. Unity había sido asesinado y, con él, muchas cosas habían muerto también. Como el autocontrol del caballero de Acuario.

Su rostro se había distorsionado de dolor y, bajo la sorpresa de Kardia, que era incapaz de reaccionar apropiadamente ante un escenario nunca antes visto, dirigió su primer ataque hacia el juez Radamanthys, quien acompañado de Pandora no hacía más que regodearse en su oscuridad, fiel a la dama. La misión parecía estar en peligro, aunque los dos caballeros parecían haberla olvidado momentáneamente: Dégel en su sed de venganza y el de Escorpio anonadado, buscando las herramientas necesarias para recuperar a su mejor amigo de aquel estado y devolverle a la lucidez. Si alguien podía llevar a cabo la misión era él, no Kardia. Así, dio inicio al preludio de su inevitable muerte.

Irrumpió la batalla entre ambos para entrometerse sin el más nimio pudor, no sólo exigiendo atención de ellos y desviándoles del centro de la cuestión, sino marcando el inicio de su despedida. Una despedida que Dégel desconocía.

— Dégel, sé que quieres ajustar cuentas con él porque mató a tu amigo — Preciso de toda su fuerza de voluntad para que la voz no le temblara. Tenía una sospecha acerca de los sentimientos que el mayor podría guardar por el joven perecido y la sola idea corrompía cada rincón de su sistema psíquico. — Pero ya no me puedo contener más…

Una sonrisa sarcástica le adornó el rostro. Una vez más esa faceta mentirosa, la distorsionante ilusión. Detrás de ella resguardaba el amor profundo que sentía hacia el francés, la admiración y el temor de enfrentarse a un juez infernal como lo era el imponente espectro frente a él. Una parte de sí tembló de terror, mientras que la otra se hinchó de emoción por la expectativa: moriría, era lo más probable. Su corazón se lo dictaba, ardía en ansias de perecer y, con ello, llevárselo todo. Excepto a Dégel. Antares exigía. Dio un paso frente a su compañero de armas en ademán protector y una vez más enmascaró su deseo de sacrificarse por él bajo la excusa de probar su valía. Claro que quería hacerlo, quería demostrar que podía, que estaba a la altura o aún más allá de los demás: que su ardiente corazón podía dar pelea hasta el final como quizá nadie.

— Mantén la calma, mi estimado Dégel —Su voz se alzó con seguridad, demandante pero tranquila, aunque había un tinte de emoción y adrenalina que no pasó desapercibido para el de cabellos aguamarinas. Por lo general era el francés quien exigía al de cabellos añiles tal estado, ¿en qué momento se habían invertido las posiciones? Desde el inicio del fin. Desde el momento en que veía acercarse su muerte, tan ardiente como fría. Una parte de Kardia se desgarró cuando pronunció las siguientes palabras, aunque su actuación fue impecable hasta el final: —Si quieres hacer algo ahora que Unity ha muerto… Entonces debes proteger lo que el pueblo de Bluegard ha cuidado siempre. ¡Ve! ¡Por el legado de Poseidón!

Observó al acuariano por sobre el hombro, con la frente en alto y una orgullosa expresión de superioridad y poderío, de dominancia natural. Pero si la cercanía y experiencia le había enseñado algo al francés, era lo mucho que el griego se servía de tales artificios para ocultar un profundo dolor. Había algo en esa situación que no cuadraba, mas no podía intuir qué: las respuestas estaban frente a él, pero su mente se tambaleaba y era incapaz de hilar correctamente una idea. No cesaba de observar al griego, casi obnubilado por el peso de sus palabras y la promesa que llevaba a cuestas, la promesa con Unity, que había sido asesinado por Radamanthys. Aún tenían una misión que cumplir.

— Kardia…

Las risotadas del aludido invadieron la estancia y dieron inicio a la encarnada batalla, al natural enfrentamiento entre el muerto brillo del sapuri y el esplendoroso y puro manto dorado de Escorpio. Cada quien luchaba por su dios, por sus ideales… pero también por sí mismos, por arrogancia, individualidad, por sus propios deseos de vivir, de triunfar, de imponerse el uno al otro. Kardia lo sentía en su corazón: Antares se lo dictaba en cada vibración, en cada bombeo. Era el momento. Ése era su momento.

Más de uno en el Santuario le había tildado de inmaduro, poco inteligente, sólo astuto a la hora de hacer trampa y divertirse a costa de los demás. Esa personalidad juguetona casi infantil les había permitido salirse con la suya, y en cuanto abrió una entrada para que Dégel se adelantara a Radamanthys, le vio partir con una expresión que el propio juez pasó desapercibido. Aunque sonreía, no había brillo en sus pupilas ni sinceridad en la expresión: se trataba de un movimiento hueco, apenas un arqueamiento, como si su piel se fusionase con aquella máscara para siempre. Y moriría así, con honor y libertad, pero tapizado y asfixiado por los sentimientos nunca antes expresados.

El rugido de aquel juez golpeó su cuerpo sin miramientos, con todas sus fuerzas: no había por qué escatimar, eran enemigos y se buscaban la muerte, aunque ambas armaduras se ceñían a los sentimientos que cada quien portaba. Escorpio le protegió con fidelidad y vibró rabiosa, encendiendo aún más su corazón y elevando su cosmos pese a la alada amenaza que se cernía contra él. Pero Kardia no sólo peleaba con Athena: en él cargaba el peso de un amor sin concretar, sin pronunciar. Había visto partir a Dégel, con sus lacios cabellos ondeando al viento y la firme espalda sin volverse. La última vez que le vería, que observaría el brillo adolorido pero feroz de sus ojos decididos… la imagen que se llevaría a la tumba.

Mientras se incorporaba en la superficie de concreto, recuperándose del golpe, observó a Radamanthys con aires divertidos, sarcástico: sus lágrimas eran lo único sincero y puro en su semblante. Estaba desbordado, superado por los abrasivos lengüetazos de las palabras que tenía guardadas en el corazón, del amor que sentía por el hombre que hacía tan sólo unos minutos había abandonado el lugar.
 

— No soy muy fiel a mis sentimientos… —confesó, quizá la única palabra sincera entre toda su perorata de orgullo y dignidad. Nada de humillante hubo en sus lágrimas que, entremezcladas con la sangre de sus heridas y la suciedad del colapso, dejaban un visible recorrido en sus pómulos.

La respuesta de su enemigo agitó su corazón, el cual reaccionó vivamente a la amenaza de ser destruido: eso era precisamente lo que necesitaba, lo que siempre había querido. Alguna parte de su mente le gritaba que era un inconsciente egoísta, quizá aquella influenciada por Dégel y sus constantes sermones sobre la moral y la ética. Una nueva risotada ronca escapó de algún lugar de su pecho, y le animó el saber que, incluso en sus últimos momentos de vida, podía despreocuparse de esa manera. Pronto, todo perdió significado. Los alrededores dejaron de tener importancia y con ello olvidó a Athena, olvidó la guerra santa, olvidó su deber: sólo tenía frente a él la libertad de morir, el extinguirse como una estrella ardiente. El cuerpo de su adversario había sido aguijoneado ya por Antares, y con una sonrisa sádica observó la energía de su propio corazón empezar a devorarles a ambos. Sintió su cuerpo cubrirse por un fuego insoportable, tan doloroso como excitante: el retumbar de su órgano primigenio se acrecentaba y silenciaba todo lo demás, le empujaba a enfrentarse a él, a extinguirle y perderse en el último golpe para luego alzarse en el firmamento. La justicia de Antares se abalanzó con todo su peso sobre el juez infernal, quien acabó invadido por las abrasadoras llamas de Escorpio. Kardia sonrió. El juego había terminado.

Arrastró los pies en su caminata, no muy seguro de a dónde ir o qué buscaba con exactitud. No podía hacer más que pensar en Dégel, en el caballero al que tanto amaba; desconocía el momento preciso en que había caído a sus pies, irremediablemente enamorado hasta el final. Experimentó un desconocido dolor en el pecho, una suerte de silbido vacío, silencioso y frío; con ello, cada latido iba descendiendo en ritmo y melodía. Se iba perdiendo poco a poco, apagándose como una estrella que llega al fin de su existencia. Su cabeza seguía llena de él, de Dégel, del instante en que se conocieron, de la primera mirada, el primer roce, el primer regaño y la inevitable despedida, despedida que el francés había interpretado como un “hasta luego”, sin saber que no se verían ni luego ni nunca. En los mortuorios segundos, sólo podía pensar en Dégel. Dégel, Dégel, Dégel.

— Dégel…

Y fue él su último pensamiento, su último suspiro.

Notas finales:

¡Gracias a quienes hayan leído el fic! No es la gran cosa pero creo que al menos resulta legible xD


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