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Red rose por Dakuraita

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Notas del fanfic:

Si hay nombres canonicos o no de la familia de Murasakibara, me da igual, me voy a inventar los míos because yolo. 

Los Ocs que encontrarán en esta historia son: El padre de Atsushi, sus hermanos, y cierta persona que crió a Akashi. 

Espero disfruten esta historia que he creado para el hermoso grupo MuraAka. 

Notas del capitulo:

Espero lo disfruten <3 

Era la primera lluvia en meses, la gente de la aldea lo consideraba una buena señal, los oráculos lo consideraban un mal y misterioso augurio. La realeza mandó a llamar a un oráculo cuando aquella primera lluvia se extendió, durando un total de seis días. La lluvia fluía ininterrumpida; la gente temía por sus cosechas, sus hogares, y por sus caminos que ahora eran más afines a pantanos, pantanos traicioneros en los cuales no atrevían a adentrarse los caballos. Así pues, el oráculo se presentó ante la familia real. 
—¿Me ha llamado, majestad? —inquirió el oráculo, por mera cortesía, ya sabía la respuesta. 
—Así es —respondió el rey, imponente—, ¿qué puede decirme de todo esto? 
—Mi rey, puedo decirle cuanto desea usted escuchar, o decirle la verdad… la pregunta sería, ¿Cuál de estas salvaría mi cabeza? —el oráculo permaneció impasible ante la mirada fulminante del rey, y entonces prosiguió—: ¿Cómo está la reina? ¿Se encuentra bien?
La expresión del rey se ensombreció. 
—¿Qué sabe de esto? ¡Hable! —exigió. 
—Estas lluvias, mi rey, son me temo, un mal augurio —concedió el oráculo, haciendo una reverencia con la cabeza—. Sin embargo, antes de soltar conjeturas, deseo una pequeña auditoria con la reina. Si no me equivoco, está encinta, ¿no es así?
—De acuerdo 
El rey lucía molesto, sus ojos daban a entender que desconfiaba del oráculo, pero no por ello le negó la visita. Le condujo por los pasillos y puertas del palacio, hasta dar con una habitación esplendorosa, llena de adornos, con enormes ventanales que, si bien su propósito era abastecer ricamente de luz, ahora no eran más que simples cristales azotados por la implacable y constante lluvia. El cuarto, alumbrado por velas, estaba lleno de nodrizas que se movían constantemente. Unas llevaban toallas, otras cuencos de agua, y unas más se encargaban de rodear el lecho de la maravillosa reina, que agotada, descansaba en medio de la enorme cama de sabanas doradas.
La reina era hermosa, de cabello pelirrojo y largo que se derramaba sobre los almohadones. Su piel era clara como la nieve, y sus ojos, del mismo bello carmín reflejaban la dulzura de la miel y el brillo del sol. Sin importar su lamentable estado, seguía siendo hermosa, hermosa como una tarde de otoño en año de buenas cosechas. 
El oráculo se acercó y las nodrizas se apartaron, aunque con cierto recelo, por lo que no abandonaron la habitación, sino que mantuvieron una distancia prudente. La reina inclinó ligeramente su cabeza, dando la bienvenida al hombre. El oráculo hizo una reverencia mucho más sincera hacia la reina a comparación del rey, y entonces este sacó un pequeño libro, empezando a recitar palabras que estaban en una lengua muerta que nadie en la habitación supo reconocer ni entender. 
—Mi reina —dijo este, al terminar—, ¿Cuántas lunas lleva usted encinta? 
—Faltan un par antes de su nacimiento, puedo sentirlo —afirmó la reina, tocando con suavidad su propio vientre que sobresalía de las doradas sabanas. Su rostro estaba lleno de amor, y posiblemente ese amor era el que le tenía con vida, lo que le daba fuerza para no rendirse a medio camino—… Temo, temo mucho… —confesó en un suspiro— ¿Sobreviviré estas lluvias? ¿Las sobrevivirá mi cría? Mi amado no debe quedarse solo, es mi deber como reina darle sucesor y estar a su lado, tanto en la salud como la enfermedad. 
—Su amor le mantiene viva, majestad —aseguró el oráculo, quien sin pedir permiso tocó el vientre de la reina. La expresión del oráculo mostraba pena, lamento, como quien conoce ya las malas nuevas—… Sin embargo, solo vivirá para entregar su vida, no verá la primavera, ni a su hijo crecer. 
—¿Hijo?... Así que será un varón… —la reina sonrió, la sonrisa en sus labios era débil, apenas duró un par de segundos antes de ser borrada por la fatiga—… Oráculo, por favor, ¿puede ayudarme? Quiero al menos verle nacer, quiero ser quien lo amamante, quien lo bese aunque sea un par de años, aunque sea… 
El oráculo asintió pesaroso, poco podía hacerse, las lluvias estaban siendo claras, las estrellas se habían ocultado, pues la tierra de la reina estaba preparándose para lo peor. Las lluvias parecían el mismo llanto de los cielos… Sin embargo, no porque algo vaya a pasar significa que no pueda atrasarse. 
—Haré lo que pueda, mi reina —el oráculo besó su mano—, manténgase fuerte, sujétese a la vida, y con ello estaremos a medio camino. 
El oráculo se encontró con el rey y le puso al tanto de lo que esperaba a la familia real. 
—Algo tiene que poderse hacer —exclamó el rey— ¡Lo que sea! ¡Lo haré por ella! 
—Hay un castillo… —sentenció el oráculo—, leyendas relatan sobre el habitante de dicho castillo… y en este se encuentra un jardín, el jardín tiene un rosal, solo hace falta tomar una rosa de dicho castillo y cada pétalo deberá agregarse a una medicina que yo haré para su majestad. Si desea que la reina viva durante diez inviernos más, habrá de tomar toda la rosa. Ni un pétalo menos. Esto es muy importante, mi rey. 
—¿Hacia dónde queda el castillo? 
—Al norte, tras el gran paso en las montañas, en la cima de un risco, se encuentra el castillo… —el oráculo posó su mano en el rey, y posó su mirada con fijeza— debo advertir mi rey, que no es algo… tan fácil como suena. Nadie sabe lo que hay en ese lugar, y muy pocos han vuelto con vida. Quiero que piense bien, dado a que el reino lo necesita. Su reina es fuerte, vivirá un año más. Sin embargo no soy más que su consejero, la elección está en sus manos. 
—¿Qué dicen las runas sobre esto? —inquirió el rey.
—Las he consultado y las probabilidades están como la noche y el día, tiene tanto posibilidad de triunfar como de fracasar, al final recae en usted, mi rey.
—Partiré esta noche. 
(…)
—Déjame ver si entendí, deseas una rosa porque tu esposa está en peligro de muerte y deseas salvar su vida, que en este caso, significa alagarla. ¿Estoy en lo correcto?
—Así es. 
—Te dejaré tomar la rosa, por supuesto, no soy un monstruo —el hombre sonrió, mostrando sus colmillos con sorna—… sin embargo, no puedo dejar que te la lleves así como si nada, a cambio de una rosa, habrás de darme a tu primogénito. 
—¿Qué? ¡No te daría a mi hijo! —gritó el rey, furioso— ¿acaso me has tomado por alguna clase de demente? 
—Oh no, por supuesto que no —el hombre acarició los pétalos de una de sus rosas— por eso estoy siendo ejemplarmente amable contigo. ¿Sabes por qué estas rosas son tan especiales? Porque se requiere sangre, pactos y sacrificios para obtener su poder… este hermoso rosal tardó cien años en alcanzar este esplendor, y tú, como si nada, pretendes que te entregue algo que ha costado un par de generaciones en mi linaje… No, no, así no funciona, y lo lamento, su alteza —el hombre hizo una cara de falsa lastima— pensé que un hijo a cambio de mantener a su esposa viva diez años más sería un costo bajo. A fin de cuentas, si la reina vive podrá darle más herederos, si muere, aquí termina todo, ¿no le parece?... Oh, sé lo que dicen sus ojos «¿Cómo pretendes que le arrebate a nuestro hijo?» una mentirita piadosa, mi rey, eso es todo lo que hace falta. Los niños son frágiles, y decir que no sobrevivió es todo… Incluso, como me siento especialmente generoso, a cambio de su primogénito, le entregaré tres rosas. Así su esposa estará treinta años con usted, viva y sana. ¿No le parece que treinta años, a solo un año más, es sin duda la oportunidad de toda una vida?
El rey guardó silencio, el hombre de los colmillos le dejó meditar. 
—¿Cuándo debo entregarte a mi hijo?
—Deberás entregármelo en sus quince primaveras, hasta entonces puedes hacer que viva oculto —el hombre sonrió— pasarán más pronto de lo que crees, en ese tiempo espero tengas mucho más hijos, —hizo una reverencia— no deseo más que felicidad a la corona real… —se burló— Pero no puedo hacer milagros así nada más. 
—¿Por qué en quince primaveras? ¿Lo matarás? ¿Es su sangre lo que quieres? —preguntó el rey, con cólera en su voz; el rey solo conocía la victoria, solo conocía el poder… por lo que sentirse tan derrotado y perdido era ajeno a su persona. 
—Eso no es te tu incumbencia —respondió el hombre—, ahora ven, acércate. Tenemos que sellar este trato. 
—¿Sellar? 
—No creerás que confiaré en tu palabra únicamente, ¿verdad? —soltó sarcástico, y luego tomó la mano del rey. De esos labios escaparon palabras extrañas, como siseos de la oscuridad, y alrededor de la muñeca del rey apareció dibujado un lazo de espinas. 
—Si fallas, e incumples tu palabra, lo sabré y sin importar a donde huyas te encontraré… pero no solo descargaré mi ira contra ti, sino contra todo tu pueblo, contra tus hijos y contra tu esposa. ¿Ha quedado claro? 
El dolor en la muñeca del rey le dejó claro que aquello era una poderosa maldición.
—Mientras tú cumplas, yo he de cumplir —sentenció.
—Bien, eres un rey ciertamente digno —el hombre de los colmillos cortó las tres rosas y las entregó al rey, este, sin más que decir se marchó, con pesar en su corazón, habría de cumplir su palabra. 
(…)
—Mi reina… —susurró el rey. 
—Cómo… ¿cómo está Akashi?
El rey negó y la reina comprendió lo que su esposo intentaba decirle. 
—Que dios lo tenga en su gloria —sollozó la reina.
—Lo tendrá —mintió el rey—, lo tendrá.


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