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El Secreto del loto por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Este fic se escribió originalmente con el seudónimo "Kaiku-kun" para el 19avo reto de Mundo Yaoi.

El secreto del loto

 

Dos amigos de toda la vida. Dos futbolistas. Aquellos dos amigos a los que siempre se podía ver juntos. Aquellos que conservaban la elegancia entre un mundo bárbaro como solía ser el fútbol.

Quizás el resto del mundo estaba demasiado ciego para ver. Era más que una amistad lo que se notaba en el ambiente cuando ellos estaban cerca. Todos sus amigos no le daban importancia al hecho que siempre anduvieran juntos, que frecuentemente se vieran fuera de clases.

Pero lo cierto es que para Shindou y Kirino, todo era más sencillo así. Preferían un mundo de máscaras y de ciegos para poder vivir su vida tranquilos. Y mira que todo había empezado siendo muy inocente, dos amigos que siempre se veían… ¿En qué punto ambos empezaron a sentirse atraídos? Probablemente ya habían olvidado ese momento.

Lo más inverosímil de todo era que ninguno de los dos se había atrevido a dar el paso. Seguían en esa tentativa, en el eterno momento previo a desatar la pasión, en ese momento cuando ya has admitido que te gusta esa persona, pero te entran todas las vergüenzas. Pese a eso, la confianza era enorme. Se lo contaban casi todo.

—Mi madre me ha comprado otro traje nuevo —le decía un día Shindou, caminando por su enorme jardín con su compañero—. No se cansa de darme trajes iguales.

—Pero te quedan bien, tienes cuerpo para ello.

—Sí, pero está muy pesada con todas esas cenas, y compromisos… y al final todo acaba siendo aburrido.

—La verdad es que no te envidio —se burló Kirino—. Pero ahora imagino que yo me pongo un traje de esos tuyos. Me quedaría de pena.

—Bueno, no te creas…

—¿Sugieres que me pruebe uno? Por favor, soy más delgado que un fideo, el negro no casa con el rosa de mi pelo y seguro que hasta me iría largo.

—Bueno, siempre te puedes teñir de nuevo el pelo…

—No gracias, me gusta tal como está —le denegó.

—Pero si quieres te dejo probar uno de mis trajes.

—No creo que sea del todo mi estilo —dijo, algo más tenso. Kirino sabía ocultar bien sus emociones, pero su compañero le conocía tan bien que seguro que ya pensaba que se sentía avergonzado por algo. Probó de distraerlo—. ¿Crecen bien las flores de loto?

—Vamos a verlas.

El jardín de la mansión de Shindou era enorme. Sus padres habían sido educados en el mundo de las flores y conocían muchos significados de cada uno. Con tanto espacio, habían tenido tiempo y dinero para construir varios estanques, con nenúfares, flores de loto y otras plantas que se encontraban en los lagos y ríos. Además de, claro está, el montón de setos y terrarios con flores y plantas, muchas de ellas exóticas. La familia de Shindou hasta se había permitido plantar unos cuantos cerezos en sus jardines.

—Ya han florecido —dijo Shindou, sonriendo, cuando llegaron al estanque con las flores de loto.

—Me gustan mucho. Parecen tan delicadas… es como si surcaran las nubes volando con calma. Son muy elegantes y finas. La verdad es que te identifican mucho —le acabó diciendo Kirino.

—Vaya piropo que me acabas de lanzar.

—¿Qué?

—Apuesto a que ya no recuerdas que significan. —Kirino le miró sin responder—. Belleza, perfección, elegancia, pureza, gracia… ¿De veras piensas que yo tengo todo eso?

Kirino no fue capaz de controlar un sonrojo potente. Por supuesto que lo creía, pero le faltaba valor para confesárselo.

—Bu-bueno, yo… no me acordaba de eso —balbuceó, desviando la mirada hacia las flores.

Shindou no se lo tomó mal. Ya se conocía a Kirino. No podía estar seguro al cien por cien de lo que pensaba, pero que Kirino se mostrara tímido era buena señal.

—A ti también te quedaría bien la flor —comentó Shindou, atreviéndose un poco más—. Una flor de loto en el pelo, ¿qué te parece? Estarías elegante.

Kirino tardó un rato en procesar eso, por la timidez y vergüenza que sentía, pero cuando se le aclararon las ideas, tocó de pies en el suelo:

—No pega con ningún traje que me puedas dar. Ni con los míos.

—¿Tú tienes trajes?

—Un par que me compró mi madre hace un tiempo, pero no los uso casi. No me acaban de sentar bien, me sobra tejido por todos lados.

—Vaya, pues entonces seguro que los míos no te van. Soy de hombros anchos.

—Ya te lo dije, pero no hacías caso —se rio, con algo más de comodidad.

Después de eso, volvieron hacia la entrada de la mansión, la exterior. Kirino se tenía que ir.

—Oh, me olvidaba, mi madre va a hacer una fiesta por no sé qué motivo especial este sábado. Va a ser un aburrimiento, me gustaría que estuvieras allí para compartir penas.

—No sé si podré…

—Tocaré el piano para todos.

—Ah, me tientas con lo prohibido… Sabes jugar tus cartas —dijo, sonriendo.

—¿Funciona?

—Ahora mismo no está en mi mano.

—Bueno, por si decides venir, le diré al mayordomo que te prepare algo. Probablemente haya uno de los porteros nuevos, esos no te conocen, así que… —Shindou cogió una de las flores de loto y se la dio—. Le diré que si ven a alguien que lleve una flor de loto, que le dejen pasar.

—¿Y si hay más gente que lleva una flor de loto? —preguntó, sonriendo, con ganas de chinchar a su compañero (y de paso ocultar lo que sentía en ese momento).

—Pues qué remedio, pasarán igual.

—Está bien, me la quedo. La pondré en agua cuando llegue a casa para que no se marchite.

—Hasta entonces —se despidió Shindou, alejándose y mirando atrás, mientras saludaba.

—Hasta entonces… —susurró él, un susurro casi inaudible.

Kirino volvió a casa mirando la flor de loto. Olía muy bien. Era muy bonita y sí, pegaba mucho con Shindou. Educado, refinado, siempre haciendo las cosas con toda la elegancia que sabía. A muchos les resultaba algo recargado, pero a Kirino sencillamente le encantaba.

—¿Por qué no puedo ser más atrevido? Podría haberle contado mi secreto… él lo entendería. Me querría igual. ¡Soy idiota! ¿Cómo me voy a presentar en su fiesta con esta flor si ni tan siquiera puedo ser sincero con él?

Estuvo a punto de tirar la flor, pero no fue capaz de desprenderse de un regalo de Shindou así, por las buenas. En lugar de eso, se maldijo a sí mismo por cobarde y entró en su casa dando pisotones de enfado y puso la flor de loto en remojo, en su cuarto. No quiso que nadie le viera así.

—No iré a esa fiesta. No puedo.

*  *  *

El día de la fiesta, Shindou esperaba con cierta ansia que el mayordomo le notificara que había entrado alguien gracias al loto. Pasó un buen rato esperando, a decir verdad. Había bastante gente, y sus padres, los anfitriones, aún no habían hecho acto de presencia, lo que quería decir que aún faltaba gente por llegar.

El joven iba vestido con su nuevo traje. Era un esmoquin de esos modernos que tanto le aburrían. Tanto como aquella noche. La gente que había allí era de las altas esferas, importante, gran parte del extranjero, y todos iban iguales. Vestidos largos para las chicas, esmoquin para los chicos. De cualquier edad. Era aburrido. Echaba de menos a los amigos de toda la vida de la familia, con los que Shindou se podía permitir el lujo de vestir como en época victoriana, o por lo menos con trajes algo más “anticuados”, según la moda actual. Esos tenían más porte y elegancia, en especial para alguien que tocaba tanto el piano, como el joven castaño. Daba un aire de clasicismo.

 —Señorito —le avisó el mayordomo—. Ha entrado un invitado con una flor de loto.

—¿Un hombre joven?

—No, una mujer, con su pareja. —Shindou bajó la cabeza. Ya era mala suerte—. ¿Puedo preguntar a quién espera tan impacientemente? Pensaba que el señorito Kirino estaría aquí con usted.

No podía admitir ante el mayordomo de su familia que era a él a quien esperaba en realidad. A la familia no le gustaba esa forma de improvisación, así medio a escondidas. El mayordomo se lo comunicaría a sus padres, seguro.

—No puedo, lo siento. Y hoy Kirino no podía venir, me lo dijo.

—Entiendo… Espero que no se aburra mucho, señor.

—Yo también lo espero. Ya estoy impaciente por sentarme delante del piano. —“Aunque no sé si ese hatajo de extranjeros estirados entenderán nada de lo que toque”, pensó con desgana. Por alguna razón, la mayoría de invitados desconocidos que llegaban a fiestas de sus padres no tenían ni idea de los clásicos del piano, a parte de los que siempre retumbaban en los anuncios de la televisión.

Pasó una hora, y aquello estaba atestado de gente. El mayordomo le informó que dos personas más, una mujer y una chica que habían entrado juntas con un hombre, llevaban una flor de loto como decoración en su vestido. Ninguno era Kirino, al parecer. Y todos los invitados ya habían llegado.

Entonces sus padres bajaron las escaleras en su habitual entrada triunfal (siempre lo hacían cuando había nuevos invitados) y el resto, incluido Shindou y el mayordomo, aplaudieron.

—Y allá viene el discurso de bienvenida —susurró Shindou. No le fastidiaba, más bien le daba igual.

—Bienvenidos todos a la casa de la familia Shindou… —empezó su padre.

—Sí, sí, yo me voy a dar una vuelta —susurró el joven para sí.

Empezó a pasearse discretamente entre la multitud. Tenía curiosidad por ver cuáles eran aquellas personas que le habían chafado el plan con Kirino. Bueno, que no era un plan ni era nada, pero tenía esperanzas de que apareciera. Las noches de fiesta en la mansión con Kirino siempre habían sido divertidas.

Vio a las dos primeras mujeres adultas con sus parejas susurrando durante el discurso de su padre, pero faltaba la chica joven que había descrito su mayordomo. No la encontró ni dando toda la vuelta. Pensaba que la encontraría dando la vuelta al salón, pero allí no estaba. Volvió a su sitio, pues después de la presentación le tocaba a él tocar el piano.

—Ahora nuestro hijo os tocará una pieza, y luego empezará el aperitivo.

Shindou se sentó, olvidando a la misteriosa chica que faltaba, y pensó en Kirino. Su pieza favorita era la segunda parte de Sonata la a Luz de la Luna, de Beethoven, la que nadie conocía porque la mayoría prefería la primera parte, la famosa. Seguro que la gran mayoría de los asistentes no la reconocerían y, de paso, podría lucirse un poco más, pues era una parte más rápida y complicada.

“Toco para ti, mi Luz de Luna”, pensó mientras se balanceaba en su sitio al son de la música. Tocar para Kirino era uno de sus pasatiempos favoritos. La dulzura, las sonrisas y la felicidad que desprendía el de ojos claros era toda una inspiración para Shindou, y no hacía más que enamorarle más.

Se le pasaron los tres minutos que duraba esa pieza demasiado rápido. Se levantó habiendo terminado, hizo una reverencia y todo el mundo aplaudió. Al cabo de nada, el mayordomo puso música suave típica de una fiesta tranquila y el público se dispersó. Sus padres se paseaban entre la multitud, saludando a sus conocidos. Shindou de vez en cuando también tenía que saludar a alguno de los invitados, pero se sorprendió cuando una joven se le acercó sola, de la nada.

—Me gusta como tocas —dijo, casi sin saludar—. Me encanta esa pieza.

Era rubia, llevaba gafas y llevaba una flor de loto encima de su oreja derecha. Ella era la que faltaba.

—Gracias —dijo de forma natural y educada—. Me hace pensar en una persona que quiero un montón.

—Debe de ser muy afortunada esa persona, entonces. —Su timbre agudo era encantador. Se había puesto un perfume floral bastante potente, por eso.

—Bueno, no sé si lo es, pero me vale con que le guste lo que toco.

Hubo un silencio un tanto incómodo.

—¿Te importa si me quedo un rato contigo? Este tipo de fiestas me cansan mucho.

—Claro. —Si antes ya no vería a Kirino, ahora menos. Tendría que asumir que no estaría en la fiesta, por muy tarde que pensara Shindou que podría llegar—. Mientras no salga del radio de acción de tus padres… No quiero enfadar a nadie.

—No te preocupes, eso está controlado, no me molestarán en un buen rato.

Otro silencio incómodo.

Shindou la observó, de pie, a su lado, mientras miraba a la gente con una sonrisa en sus labios. Las gafas le hacían los ojos raros, quizás porque tenía algún problema de vista específico. Llevaba una gargantilla blanca, ancha y con unas bandas a cada lado. Cubrían bastante bien el cuello y parecía como el borde de un mantel. Daba un efecto curioso. Y llevaba un vestido blanco sin tirantes que parecía sacado de una boda, pero era más para niña. La verdad es que, hubiera escogido ella o sus padres, tenía muy buen gusto.

—Te queda muy bien ese vestido —la elogió, para hablar de algo.

—¿De verdad? Lo he escogido yo sola, por una vez. Me cuesta mucho encontrar algo que me guste.

—Ah, yo tampoco me decido por nada. Al final me acaban endosando lo primero que ven y ya me ves, con este esmoquin tan estirado.

—No te quejes tanto, te queda bien —se rio ella.

—Está bien, no me quejo. —¿Por qué de forma tan natural acababan coqueteando? Entonces recordó la flor de su pelo—. ¿Cómo se te ha ocurrido llevar una flor de loto? Si no es indiscreción, claro.

—No lo es, tranquilo —sonrió—. Mi madre pensó que quedaría bien y mira, aquí me tienes.

—Te queda bien —dijo solamente.

—Pareces decepcionado.

—¿Eh? Oh, lo siento, es que esperaba que viniera otra persona… —Luego giró la cara hacia ella, para compensar—. Perdona que no…

No pudo acabar la frase. La chica le había atrapado con un beso corto, sorpresivo. Se separó suavemente y, como si se estuviera dando cuenta de lo que había hecho, huyó de la escena del crimen hasta los jardines. Shindou se había quedado bloqueado.

—Me alegro por usted, señorito, es preciosa —le susurró el mayordomo.

—¿Qué estás en todas o qué? —se rio, a medias entre aceptar la broma o sentirse observado e incómodo.

—Lo siento, señorito, no he podido evitarlo, me dirigía hacia los señores.

Le sonrió, mientras recobraba la compostura, y el mayordomo se marchó. Shindou debería seguir a la chica a los jardines. Eran grandes, se perdería seguro.

Pero había algo que lo había desconcertado y le hacía pensar cosas difíciles de creer. Su aroma. Era un aroma único, uno que reconocería en cualquier lado. Eso le dio alas para seguir a esa misteriosa chica rubia.

Buscó por los jacintos, buscó por los geranios, por las rosas, por la zona central de los setos, y no sabía por qué lo hacía, si ya sabía dónde la encontraría. En el estanque de las flores de loto. Y efectivamente, allí estaba, acuclillada en la orilla. Parecía que lloraba.

—Lo siento… —balbuceó.

Shindou se apiadó y la ayudó a levantarse. Ella no se resistió, pero no le miraba a la cara. No podía. El joven le cogió las manos, para que notara su apoyo, y ella se sorprendió, mirándole directamente. Shindou quería estar seguro de lo que iba a decir a continuación, así que le advirtió:

—No te muevas —dijo en un susurro. Ella vio cómo se le acercaba con toda la intención de darle un beso tierno, sin prisas ni temores, y ya empezaba a cerrar los ojos, pero vio que Shindou se detenía a pocos centímetros—. Tu aroma…

—¿Qu-qué?

—No podría confundir tu aroma ni que te cubrieras con toda la colonia del mundo —aclaró—. Kirino, ¿por qué no me lo has contado antes?

La chica (que no era chica) se quitó su peluca rubia tan bien trabajada y soltó su pelo rosado a lo largo. Se guardó las gafas en un bolsito que llevaba.

—Tenía miedo —dijo con su voz normal, aunque bastante acongojada—. ¿No te parece lógico? Sé que esto no es lo que esperabas de mí.

—Kirino…

—¡No sabía cómo decírtelo! Siempre he sido tan… cobarde. Te lo intenté decir varias veces durante meses, pero no me salía, y al final solamente soltaba comentarios irrelevantes como “un esmoquin no me sentaría bien a mí”. ¿En qué mundo nadie entendería eso como “me gusta más vestirme como una mujer”? Siempre he sido más femenino, como si mi pelo no lo demostrara lo suficiente. No me siento cómodo del todo en ropa de hombre.

—¿Puedo preguntarte algo?

—S-sí, claro… —susurró, algo cohibido por haber casi gritado a su mejor amigo.

—¿Me quieres?

—¿Qu-qué?

—Yo te quiero. No puedo evitarlo. Nada de lo que me puedas decir va a cambiarlo. Ahora, ¿me quieres? —Kirino asintió tímidamente, encogiendo sus manos en el vestido. Shindou se las cogió. Eran tan suaves… —. Pues deja que te diga que estás preciosa. Me has encandilado, antes, en el salón.

—G-gracias —dijo, llorando de nuevo y sonriendo a la vez—. Creo que no podré entrar de nuevo allí sin que se den cuenta de todo.

—Nos quedaremos aquí, procuraremos que no se te manche el vestido —le propuso, abrazándole la cintura.

—Perfecto.

Shindou le quitó una lágrima que rodaba por la mejilla y le dio un beso en los labios, para compensar el que no le había dado antes y del que tenía tantas ganas. Kirino dio el siguiente, y el tercero, más delicados, más tranquilos.

—¿Querrás que te trate como una mujer? —le preguntó Shindou.

—Me encantaría… mientras vaya vestida de mujer.

—Entonces tengo un nuevo nombre para ti.

—¿Un nombre? ¿Cuál?

—Mitsuki. Quiere decir Luz de Luna, como tu pieza favorita de piano.

—Siempre sabes exactamente qué decirme para hacerme sonrojar —se rio Kirino, y le dio otro beso.

Pasaron toda la noche allí juntos, hasta que todos los invitados se fueron y Kirino pudo volver a casa tranquilamente con su vestido blanco intacto.

A partir de entonces, a todas las fiestas que la familia de Shindou organizaba asistía una chica rubia, con gafas y unos vestidos espectaculares que siempre conseguía que el señorito de la casa (como llamaba el mayordomo a Shindou) perdiera un poco la cabeza por ella. Ya todos la conocían como Mitsuki, quien aparecía siempre de noche, y se sentaba encima del piano para mirar a Shindou tocar, con una sonrisa en su rostro y una mirada bella y luminosa.

Notas finales:

Espero que os haya gustado mucho. En mi perfil podéis encontrar más cosas, un link a un maravilloso foro de yuri creado por mí, más fics, y mi página oficial de fanfics ;)


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