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The beginning and the end por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Este fic tiene una pequeña parte (la inicial) de autobiográfica, aunque yo no conocí a nadie XD Espero que os guste.
Este fic es otro de los publicados en Mundo Yaoi por su 19avo Reto Literario con el seudónimo "Kaiku-kun".

Notas del capitulo:

Este fic usa el significado de la siguiente flor:

d47; Jacinto púrpura: Simboliza el amor perdido, la nostalgia y una tristeza infinita.

The Beginning and the End

 

Abrir los ojos y ver el cielo. Abrir los ojos y que unos plataneros te cubran de la luz del sol. Abrir los ojos y notar un suelo caliente, casi ardiente. Shiro Fubuki pensó por un solo segundo que estaba en el cielo, hasta que el calor en su espalda le indicó lo contrario. Pero lo había sentido. Había sentido que estaba en el cielo. En ese instante donde el universo y él estuvieron cara a cara, Fubuki fue feliz, sin sentir nada, solamente viendo el infinito a través de las hojas del platanero. Fue maravilloso.

Pero ya estaba empezando a notar el peso de la realidad en el cuerpo. Lo tenía entumecido, se sentía mareado, incapaz de levantarse, de moverse, tenía mucho calor y podría jurar que estaba sangrando por alguna parte. Notaba líquido resbalar por su cara.

Oyó sirenas de ambulancias. Oyó a gente parlotear a su alrededor. Le ponían nervioso, sobre todo porque no entraban en su campo visual, que lo notaba reducido.

—Ha despertado —dijo una voz varonil. Y vio a un chico rubio de ojos oscuros arrodillarse a su lado—. ¿Cómo te encuentras?

Fubuki se quedó perplejo. No le conocía de nada. ¿Debería? Ese chico era muy guapo...

—¿Qué… ha… pasado…? —Eso fue lo primero que dijo, y se sintió realmente estúpido hablando tan lento, pero es que su cuerpo no le permitía ir más rápido. De hecho, seguía empeñado en no querer moverse un pelo.

—Has tenido un ataque epiléptico. Te he encontrado y he llamado a la ambulancia.

Fubuki no consiguió traducir verbalmente su “mierda, otra vez no” que se había plantado en sus pensamientos. Solamente vio cómo el chico se apartaba por orden de una médica de la ambulancia. Ésta empezó a preguntarle cosas de forma apresurada:

—¿Te duele algo?

—No.

—¿Te has mordido la lengua?

—No… —repitió, después de comprobarlo con un movimiento leve. En realidad notaba sangre, y notaba dolorida la punta, pero se lo podría haber hecho cualquier día comiendo.

—¿Te has hecho pis?

Fubuki enrojeció por un enfado momentáneo. ¿Cómo era posible mearse en una situación así? Ni que fuera un crío.

—No. —Y esta vez el tono era más fuerte, pero sin gritar.

—Es normal en un ataque epiléptico que el cuerpo pierda el control de los esfínteres —le indicó la médica— y a veces las convulsiones provocan que la mandíbula muerda potentemente la lengua, o al contrario que haga que te la tragues.

El chico cambió su rojez por un pálido parecido al de sus ojos. Podría haberse quedado sin lengua, podría haberse atragantado, podría haber muerto con los pantalones meados. Dios, qué humillación.

Fubuki iba procesando datos, mientras los médicos lo trasladaban a la camilla y a la ambulancia. Recordaba que se dirigía a sus primeras prácticas de universidad. Era junio, por eso hacía calor. No sabía exactamente en qué punto del camino se había desmayado, pero estaba en la ciudad, seguro.

También seguía oyendo voces que no veía. Su cuerpo seguía sin querer moverse, y cualquier intento forzado era compensado con un mareo que hacía que su cabeza le diera vueltas. Pensaba que el traslado hasta la ambulancia en la camilla le haría vomitar. Su cuerpo tampoco quiso hacer eso.

—¿Puedo ir con él? —preguntó el chico rubio.

—¿No tiene a nadie más?

—Caminaba solo… —intervino Shiro, en la conversación. Al fin y al cabo, él era el enfermo y era de él de quien hablaban. Quería que ese chico le acompañara.

—Vale, sube —le invitó la misma médica. Parecía algo borde.

Fubuki vio cómo su rescatador (¿lo era?) se sentaba a un lado de la camilla. Lo miró con cariño, como si le conociera, y le preguntó:

—¿Te encuentras mejor?

—Ahora, mucho mejor —mintió. En su mente, racionalidad y emociones se peleaban con un “¿cómo se te ocurre decirle eso?” y un “¡no coqueteaba!” resonando por cada rincón de su cabeza—. ¿Y qué pasa con mis prácticas?

—¿Tú también ibas? Yo venía con un amigo, ya ha avisado de lo que te ha pasado.

Sintió un poco de pesar. Lo más lógico sería que se perdiera toda la maldita semana de prácticas y tuviera que hacer un trabajo extra para sustituirlas. Aunque sentía el alivio de no tener que trabajar tanto.

Y luego empezó el peor viaje de su vida. La ambulancia puso la sirena y echó a correr entre calles estrechas, a dar bandazos en cada giro, como si le fuera la vida en ello. Fubuki no se atrevió a mirar a ninguna parte, así que cerró los ojos y rezó para que aquella pesadilla acabara pronto. El calor le mataba, empezaba a notar una herida en la cabeza y cada giro brusco de esa maquinota a la que llamaban ambulancia le daba ganas de vomitar, sin cumplirse nunca esa profecía de su cuerpo. Su rescatador se estaría riendo de él, con la cara de mareo que estaba poniendo.

—Ya estamos, tranquilo —me calmó el desconocido.

La ambulancia aminoró por fin y Fubuki pudo abrir los ojos. El desconocido le sonreía con compasión. En algún momento tendría que preguntarle su nombre.

La camilla se abrió paso por medio hospital, con un par de enfermeras preguntando dónde podrían dejar al pobre Shiro aparcado. Estaba repleto de gente y hacía un calor tremendo. Y menos mal que la borde de la ambulancia ya se había ido.

—Me llamo Shuuya Goenji, por cierto. Ni me había presentado, con las prisas.

—Shiro Fubuki —contestó él. Habló con un poco más de soltura esta vez, pero el mareo seguía atenazándole.

Justo después le metieron en una habitación, al fin. Allí hacía más fresco. Un médico y su ayudante se acercaron a examinarle.

—Tiene un golpe en la cabeza. Ha perdido sangre. Habrá que darle unos puntos —dijo el médico.

—Voy a empezar a preparar todo.

Ambos se fueron y se quedaron solos Goenji y Fubuki.

—¿Puedo llamar a alguien de tu familia para que sepan lo que ha pasado?

—Sí, pero no podrán venir. Están lejos.

Fubuki tanteó sus pantalones y le dio el móvil. A Goenji no le costó mucho encontrar el número y salió fuera de la habitación. Mientras tanto, el médico entró de nuevo, miró un par de cosas de un armarito móvil, le limpió la sangre de la cara con bastante poco cuidado y se fue. Menos mal que aún tenía el cuerpo adormecido y el golpe le dolía poco, o hubiera maldecido toda la familia de aquel bruto.

Oyó la conversación a partes entre Goenji y sus padres. Fue algo tensa, pero el chico destacaba que se encontraba bien y que volvería a casa ese mismo día. Cuando volvió, vino sonriendo.

—¿Vives muy lejos?

—No, a media hora en tren, vivo en la ciudad.

—Ah, lo tienes fácil. Yo vengo en coche. Es lo malo de este pueblo. Ya podrían haber puesto las prácticas cerca de la ciudad.

Fubuki sonrió. Tenía una extraña sensación de conexión, o quizás el sentimiento de agradecimiento era muy potente, o algo así, porque no podía dejar de mirar a su nuevo amigo.

—Tendrías que volver a las prácticas.

—Tienes razón, pero no me vendrá de un día. Seguro que el profesor, o quien sea, lo entenderá.

Fubuki sonrió más. Se notaba que se encontraba mejor.

Luego vinieron los médicos a ponerle los puntos y Goenji tuvo que salir. Los médicos le aseguraron a Fubuki que se pondría bien, que no era nada grave, y le recetaron un anticonvulsivo (uno que, por desgracia, tendría que usar para siempre). También le dijeron que tendría que ir al neurólogo por lo de la epilepsia, hacerse algunas pruebas cada cierto tiempo, analíticas y, finalmente, ir a un centro médico cercano a su casa para que le quitaran los puntos.

Al pobre todo le pareció demasiado pesado. Tendría que estar preocupado por su familia, o por el posible dolor, o por la posibilidad que tuviera un ataque de nuevo, incluso que muriera, pero todo lo que sentía era pesadez, aburrimiento, estaba cansado, fastidiado por tener que hacer todo eso y arrastrar todos los días las malditas pastillas anticonvulsivas. Lo único que había sacado de todo ello era su nuevo (y bello) amigo Goenji.

—¿Podrías darme tu número? —dijo Shiro, sin pensar—. Ya que me has cuidado tanto… bueno, podríamos hablar.

—Claro, te lo apunto. —Y se agregó él mismo en el móvil de su nuevo amigo—. De hecho, creo que mejor te llevo a casa en coche, no me atrevo a dejarte correr por ahí mareado y con una herida así.

—Bueno, no hace falta…

—Tonterías. Voy a ir a buscarlo mientras te dan el alta.

Todo estaba transcurriendo de forma tan rara y natural… Shiro solía ser introvertido, poco decidido, con pocos amigos y aún menos pensar en amores. Por eso precisamente le había pedido el número a un completo desconocido. Puede que el mareo y la extraña emoción que había sentido nada más despertar le hubieran ayudado momentáneamente a ser más abierto. Él no creía en esas cosas de “estar al borde de la muerte te cambia la vida”, pero sí que podía usar ese estado emocional raro en su provecho.

Tanto Goenji como el médico tardaron lo suyo en solucionar el tema del hospital. Fubuki recibió un mensaje del rubio en el móvil al cabo de media hora, diciendo que ya le esperaba fuera. El médico tardó otros quince minutos en reaparecer con el alta y todos los papeles. Cuando Fubuki consiguió salir de ese infierno por su propio pie, respiró el aire exterior con tranquilidad y algo de fastidio por los nuevos “deberes”.

—Hola —le saludó Goenji, ya en el coche—. ¿Dónde te llevo?

—Espera, que pondré el GPS, será más sencillo…

Era un buen rato conduciendo. Goenji puso una emisora cualquiera de radio, a nivel bajo. Fubuki pensó que querría hablar, aunque él no sabía qué decirle. Optó por algo obvio:

—¿Cuánto rato he estado inconsciente?

—Media hora, más o menos. La ambulancia acababa de llegar cuando has despertado.

—Yo apenas he sentido un segundo.

—¿Qué se siente al desmayarse? Por tu cara de fastidio y lo que han dicho los médicos, ya te habías desmayado antes.

—Sí, una vez, cuando era pequeño, pero fue distinto. No sé si es el mismo tipo de desmayo, pero… no hay nada. No pasa el tiempo. No se siente nada. No te das cuenta de nada. Simplemente cierras los ojos y, al milisegundo siguiente, estás despierto de nuevo.

—Qué extraño…

No dijo nada más al respecto, solamente dejó esa frase enigmática en el aire. Fubuki se calló la parte que podría ser preocupante, la del instante después, en el que había sido completamente feliz. Le había dado la impresión que no era él, que era algo en el universo sin determinar, sin identidad, sin forma, sin deberes, sin privilegios, sin emociones. Era un tipo de vida al que podría acostumbrarse, pero no tenía ganas de volver a pasar por todo ese lío por un solo instante de felicidad.

—No te he visto en la universidad antes… —dijo, distrayéndose de sus pensamientos. Tendría tiempo para eso en casa.

—Bueno, no parece que hayamos coincidido en muchas asignaturas. Tampoco me suenas de nada. Además, siempre me siento en el fondo de la clase y falto a muchas, por eso no me has visto.

—Entiendo… Bueno, por lo menos ahora te conozco. Ya no te me vas a escapar cuando te vea por los pasillos —repuso Fubuki, sonriendo. No coqueteaba, pero empezaba a avergonzarse de lo que decía. Ya estaba volviendo a la normalidad.

—Seguro que no —contestó, riéndose él también.

—¿Te queda muy lejos tu casa de la mía? —preguntó luego, mirando el GPS.

—Doy un poco de vuelta, la verdad, sobre todo de ida a la zona de prácticas.

—Lo siento.

—Bueno, no te preocupes, ya hemos quedado que hoy no volvería.

Fubuki había pensado inconscientemente en si podría irle a buscar más días si al final volvía a las prácticas, pero probablemente no tendría, y la universidad ya había acabado. Tendría que esperar al curso siguiente… si es que le veía.

Ambos quedaron callados, excepto por las indicaciones, hasta que llegaron a casa de Fubuki. Goenji paró el coche y le miró severamente.

—¿Estarás bien?

—Claro, no creo que en casa me pase nada. —Aunque el otro desmayo fue estando solo en casa de pequeño.

—Cualquier cosa, ya sabes, dímelo.

—Seguro. —No se atrevió a decir que probablemente le hablaría para conocerlo un poco.

Salió del coche, saludó a Goenji mientras se iba y subió a su casa. Vivía solo, así que era probable que por la tarde tuviera la visita de sus padres. Por lo menos podría dormir un poco.

De hecho, fueron ellos los que lo despertaron. Fubuki les contó lo ocurrido y les aseguró que estaría bien, que se quedaría en casa toda la semana. Su madre le trajo unas flores, las favoritas del joven, unos jacintos púrpuras. Le recordaban por qué tenía que vivir. Porque su hermano gemelo no pudo.

—Las cuidaré bien, no te preocupes, mamá.

—Bueno, nosotros nos vamos, si te pasa algo, llámanos, no cuesta nada. —Tantas atenciones acabarían con Shiro, al final.

—Seguro —repitió, como con Goenji.

Cuando se quedó de nuevo solo en casa, puso los jacintos en un buen tiesto que guardaba siempre y los puso cerca del sol en la ventana. Y luego cogió el móvil para hablar con su mejor amigo, Ichirouta Kazemaru.

—He conocido a un chico de nuestra clase, Shuuya Goenji. ¿Le conoces?

Kazemaru le contó todo lo que sabía de él. Que había coincidido con él en varias ocasiones, que estudiaba bastante, que era callado y algo frío, que tenía sus amigos siempre cerca, que solía irse de fiesta…

—A mí no me ha parecido frío —repuso Fubuki—. Parecía majo.

—Pues suele ignorar a la mayoría, aunque es educado.

—Entiendo… bueno, quizás todo lo de hoy le haya afectado.

—¿Todo lo de hoy?

—Ah, claro…

Y tuvo que contarle todo lo sucedido. Kazemaru se puso muy en plan “mejor amigo sentimental”, jurando que se enfadaría si alguna vez no le explicaba algo así, y casi coge los trastos para ir a verle. Fubuki le dijo que ahora mismo quería estar solo y tranquilo, así que su amigo tuvo que aguantarse, aunque le agradeció el apoyo.

—Entonces claro que estaba distinto hoy contigo —acabó diciendo Kazemaru, volviendo al tema de Goenji—. Encuentra a un desconocido en el suelo convulsionando y sangrando, ¿cómo crees que se sentiría?

—Claro…

—No estará interesado “Míster Anti-Amor” en este rubito, ¿no? —le preguntó con voz socarrona. Fubuki casi le cuelga sin contestar… pero ese día estaba siendo distinto.

—Bueno, tengo curiosidad —soltó, indignado y algo avergonzado.

Durante los siguientes días, prisionero en casa, Fubuki se dedicó a hablar con todo el que no estaba en prácticas y, cuando Goenji estaba libre, hablaban. Primero no fue mucho rato, media hora como mucho, tampoco tenían tanto que decir.

Con el paso de los días, las prácticas terminaron y tuvo que irse a quitar los puntos Goenji quiso acompañarlo, pero Fubuki no se dejó engatusar. Eran puntos de pacotilla, ¿qué iba a hacer él allí? Pero le mantuvo informado. Kazemaru le dijo a su amigo que probablemente el encuentro era cosa del destino, porque el rubio parecía muy interesado en Shiro. Él, sólo de pensarlo, enrojecía. Nunca había gustado a nadie, y no sabía muy bien cómo reaccionar.

—Es que no sé qué debo sentir —decía—. Estoy como siempre. Bueno, sí, me apetece más hablar con él que con otras personas, aparte de ti, pero…

—Seguro que te has imaginado un beso suyo, no cabe duda.

—¡Me has llenado la cabeza con esas ideas, claro que lo he pensado!

Después de todo aquello del accidente, Shiro ya volvía a ser el timidete de siempre, y siendo nuevo en todo aquello de ligar, no sabía qué hacer. Estaba seguro que si quedaba con Goenji, éste intentaría algo. Ya se conocía ese tipo de personas. Una parte de él le decía que lo deseaba, pero… creía que no era lo suficientemente potente para superar su timidez. Y no iba a esperar que el rubio se presentara en su casa.

Otras cosas sucedían, de mientras. Fubuki estaba bajo un gran estrés, por culpa del trabajo extra que el cabrón insensible del profesor le había puesto para compensar las prácticas. Sus padres le acompañaron al neurólogo para que Shiro lo entendiera todo un poco. Con lo despistado que era, probablemente se olvidaría de toda la conversación en dos días.

—Ya te recetaron las pastillas. No te olvides de tomarlas ningún día. La epilepsia actúa con el estrés y suele atacar en los picos altos y bajos.

—Vaya, que es como la primera bajada de una montaña rusa, si me da algo va a ser cuando me baje el estrés.

—Podría ser.

—¡No te lo tomes a broma! —le regañó su madre. Y con toda la razón del mundo, después de perder un hijo.

—Tampoco puedes beber demasiado, debes controlar los dolores de cabeza, no puedes conducir hasta que te den el alta y tienes que procurar dormir las mismas horas en un horario regular.

—No será un problema.

Lo cierto era que beber, no mucho, nunca había tenido demasiados dolores, no sabía conducir y dormía como un tronco todas las noches. Era una persona muy regular.

Salió de la consulta con su madre regañándole y con el móvil vibrando en su bolsillo por un mensaje de texto. Evidentemente, se centró en lo segundo: era Goenji, que le pedía quedar. Al final, él había tenido razón.

“Deja que acabe el maldito trabajo y hacemos planes”, le dijo, algo agobiado.

Los días pasaron volando. Shiro tenía un horario muy estricto para obligarse a acabar el trabajo cuanto antes posible. Por la noche descansaba y hablaba con todos los que ignoraba durante el día, incluido Goenji.

Hasta que llegó lo inevitable y acabó quedando con Goenji.

*  *  *

Goenji tenía grabado en la cabeza aquel día. Fubuki, por entonces un desconocido, se desplomó a pocos metros de él, convulsionando de forma muy bestia. Él y un compañero de la universidad lo estabilizaron, lo pusieron de lado y procuraron que no sangrara en exceso. Cuando las convulsiones pararon, Goenji llamó a la ambulancia. Varias personas se pararon a ver qué pasaba.

—Deberías ir a avisar al profesor de prácticas —le recomendó el rubio.

—Vale.

Pasó un buen rato antes de que despertara, así que Goenji tuvo ocasión de mirarle con detenimiento. Le había visto alguna vez antes, pero nunca pensaba que se lo encontraría en una situación así. Era realmente bello… tenía un aire de frescura y -relajación que le encantaba. Olía a flores, pese a que había sudado durante las convulsiones. Y tuvo que obligarse a buscar una distracción, no quería hacer un “príncipe despierta a bella durmiente”.

Pese a lo dramático de la situación, se lo pasó realmente bien con Fubuki. Era tímido, de pocas palabras, una mirada tierna y calmada (como pensaba al inicio), sincero e independiente. Parecía que le hubiera caído del cielo un ángel.

No se agobió pensando en lo que podría ser, pero tuvo que reconocer ante su amigo Mamoru Endou que le estaba gustando demasiado:

—No es que no me lo saque de la cabeza, pero es que se esfuerza tanto… Es guapo, es educado… Pero creo que no le gusto.

—Es un chico introvertido, sin duda. Si ves que hace algo hacia ti, tenlo muy en cuenta. Ellos suelen dar pistas sutiles cuando les gusta alguien.

—Bueno, yo también soy introvertido.

—Ya no tanto, fue hace tiempo. Créeme, se nota. Ahora asegúrate de no agobiarle demasiado. ¿Te acuerdas de lo borde que te ponías cuando yo te perseguía por todo el instituto para que fuéramos amigos?

—Dios, fue interminable.

—Pues eso.

Y el tiempo pasó, y Fubuki se mostraba más abierto a hablar de sus gustos, de sus malos ratos, incluso empezaba él las conversaciones. Goenji no acababa de ver que le gustara, porque ni una sola vez había hablado de amor, pero quizás era porque era demasiado tímido para ello. Goenji mismo tampoco lo hacía, por si acaso.

Por fin, cuando Fubuki acabó de trabajar, propuso él mismo de quedar de nuevo. Goenji se mostró sorprendido y optó por ser cauto. Le dijo que descansara dos o tres días (pues sabía que era un momento crítico para la epilepsia) y que quedarían ese sábado. A Fubuki le pareció bien. Y, a partir de ese momento, Goenji se ilusionó más, porque Fubuki buscaba cosas por hacer juntos, algún sitio concreto, un bar, o un parque, o ir a alguna tienda de libros o música. ¿Era correcto ilusionarse por tan poco?

El sábado, Goenji se vistió con una camiseta plana elegante, que resaltara su musculatura (que no era mucha, en el fondo) y unos pantalones largos suaves, como si tuvieran aspecto militar, pero sin el camuflaje. Para darse más posibilidades, se apoyó en su coche mientras esperaba a Fubuki. Éste apareció con una camiseta azul normal y unos vaqueros, nada especial, pero dejaban ver lo delgadito que era.

—Hola.

—Hola.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí, aquello fue un susto —dijo Fubuki sonriendo. Ay, esa sonrisa…

Se fueron en coche hasta los alrededores del centro y aparcaron donde pudieron. En el proceso, Fubuki le contó que ya por fin había acabado todo y que le hizo caso cuando le dijo que debería descansar.

—Me alegro. Me diste un buen susto, he tenido un par de pesadillas…

—O-oh, vaya, lo siento…

—Ya sé que no fue para tanto, pero…

—Bueno, me ha servido para conocerte —comentó Fubuki, inocentemente. Goenji quedó sorprendido y adoró a su acompañante en ese instante—. Con lo que me cuesta…

—Tienes razón.

Bajaron del coche, y lo primero que hicieron fue parar de pasada en una floristería. Goenji se mostró sorprendido. Lo que le había contado Fubuki de él mismo no cuadraba con eso.

—¿Te gustan las flores?

—Bueno, solamente estas —dijo, señalando unas de color púrpura—. Me recuerdan a mi hermano. Murió hace un tiempo. —Goenji puso cara triste—. No te preocupes hace mucho tiempo de ello.

Siguieron andando. Goenji le puso una mano en el hombro, para dar su pésame particular, y Fubuki dio un bote. Estaba visiblemente rojo.

—¿Qu-qué haces?

—Darte mi apoyo.

—Bueno… ya me lo has dado…

—Sí, claro —se rio Goenji, con algo más de confianza.

Caminaron por varias tiendas de música. Mientras que Goenji se quedó en el rock normalito, Fubuki se fue a buscar lo más extremo del metal que pudo y se lo mostró. Goenji se rio de lo que vio (pues era tan oscuro que apenas se veía ningún dibujo en la portada).

—No has visto nada aún, hay cada cosa…

Luego se fueron a una heladería y se llevaron sus helados a un parque que había cerca, aunque había bastante gente.

—Me pierden los helados —dijo Fubuki.

—Ya lo veo, te has cogido lo más grande que has encontrado.

—Vale la pena. —Luego miró el de Goenji—. ¿Puedo coger del tuyo?

—Claro —le respondió, sonriendo.

El rubio pensó que podría jugar un poquito, y cuando Fubuki fue a hincar el diente en el helado, Goenji se lo acercó.

—¡No seas malo!

Lo probó de nuevo, pero esta vez le agarró del brazo para que no lo retirara, pero cuando fue a hincarle el diente de nuevo, la mano de Goenji se movió ágilmente a un lado. A la tercera, Fubuki acertó y se llevó media bola.

—¡Eh!

—Eso te pasa por jugar conmigo. Desvergonzado.

—Ah, entonces tienes vergüenza. —Fubuki se quedó sin saber qué decir y desvió un poco la mirada. Su introversión ganaba terreno—. Está bien, perdona, ya paro.

—No, bueno, no pasa nada —dijo, sudando un poco la respuesta—. Creo que me tendré que tirar el helado a la cara para calmarme.

Goenji le rio la broma. En el fondo era una persona muy animada.

Siguieron comiendo el helado en silencio, hasta que Fubuki preguntó algo que le encogió el corazón a Goenji.

—Oye, ehm… ¿ti-tienes novio?

—No, no lo tengo —dijo, sonriendo compasivamente—. Es como si fuera la primera vez que preguntas esto a nadie.

—E-es que lo es… normalmente no me interesan esas cosas.

—Entonces no tienes novio.

—No…

—¿Quieres tenerlo? Sonaba a lamento.

—Pu-pues… —Echó la mirada al suelo—. Sí, pero no sé si estoy preparado. No sé cómo comportarme.

—Solamente siéntelo.

Fubuki suspiró, algo agobiado.

—Ese es el problema… No sé qué debo sentir, con qué intensidad, ni…

—Mírame.

—¿Eh?

—Mírame a los ojos.

Fubuki se mostró muy tímido a la hora de hacerlo, pero lo hizo. Goenji tenía el corazón inflamado de pasión al ver una mirada tan desvalida como la de Fubuki y estaba deseando saber qué era lo que sentía él. En su lugar, fue algo más racional.

—¿Qué te dice el cuerpo que hagas?

—¡N-no quiero decirlo!

—Pues hazlo.

—¿Qué?

—Hazlo —repitió, casi susurrando.

Fubuki se acercó lentamente. En su mente, el beso y una huida a tiempo luchaban muy desigualmente a favor del primero. Era como si todas sus dudas desaparecieran por cada centímetro que desaparecía entre los dos. Adiós al estrés. Adiós a la indecisión. Adiós a esa frialdad. Adiós, y unos labios finos y húmedos para recibir una inesperada felicidad.

*  *  *

Fubuki y Goenji no salieron juntos, inmediatamente. Fubuki estaba muy poco acostumbrado a esas emociones. Cuando Goenji le dejó en casa ese día, después de mucho rato callado, huyó como sus instintos le decían realmente. El rubio lo entendió. Era su personalidad. En parte le gustaba, ver cómo poco a poco salía de su cascarón. Era muy dulce verle descubrir emociones que no conocía a plena potencia. Celos. Pasión. Envidia. Amor… aunque muy poco a poco. Era como si…

Como si estuviera hundido en la memoria. Y como si el beso hubiera sido la llave para abrir esa cerradura vieja. Goenji había sido el guía hacia todo lo que Fubuki quería sentir.

Pero esa libertad de emociones no duró mucho. Fubuki se encerró de nuevo en su caparazón cuando el estrés le azotó de nuevo. Se había cogido un trabajo de verano para ganar dinero suficiente para pagar el alquiler de su piso, y, ya se sabe, los trabajos de verano están mal pagados y siempre tienen unos jefes de mierda. El de Fubuki, en particular, se aprovechaba de su timidez y su indecisión para presionarle mucho. Cuando el joven se lo contaba a su chico, éste se enfadaba con el mundo y presionaba más a Fubuki sin querer. Y sus padres le presionaran para que descansara más.

Todo era presión. Era como si el sueño de la felicidad con Goenji se encerrara de nuevo en su corazón frío, tímido y cerrado. Fubuki probaba de explicárselo a Goenji:

—Lo siento, yo… quiero sentir todo como antes. ¡Pero no puedo! Todo me afecta demasiado, me presionan, me usan, y no puedo sentir nada si quiero sobrevivir… No es tu culpa.

—Te entiendo. Bueno, no puedo decir que haya vivido exactamente lo mismo que tú, pero… Yo estoy a tu lado. Si necesitas hablar, hablamos. Si necesitas estar solo, no te molestaré. Y si necesitas un abrazo, te lo doy.

Fubuki se relajó un poco y sonrió. Aceptó con esa misma sonrisa el último ofrecimiento y le dio un beso de regalo.

El soporte de Goenji fue efectivo. No es como si el amor floreciera en todo su esplendor pasional, pero estaba allí, dentro del caparazón de Fubuki, abrazándole en silencio, con cuidado. Era su resistencia.

Cuando Fubuki encontró un agujero de tiempo libre, decidió usarlo para ver a Goenji, quien sí estaba de vacaciones. Parecía como si toda la escena de su primera cita se repitiera, pues irían al mismo parque, hacía días que querían verse y estaban nerviosos, ambos habían hablado con sus mejores amigos para mostrar su emoción…

Fubuki estaba acabando de prepararse, poniéndose una camisa nueva, peinándose un poco sus pelos salvajes y poniéndose una buena colonia. Miró el móvil. Un mensaje de Goenji, diciendo que ya estaba allí abajo, esperando.

—¡Ya voy! —gritó por la ventana, feliz.

En un abrir y cerrar de ojos, se encontró en el pasillo del segundo piso. A paso ligero que iba hacia las escaleras. Montones de ellas hasta llegar a la última curva. Allí estaba la puerta, y un Goenji sonriente detrás, listo para…

Nada. Vacío. El infinito. La calma.

*  *  *

Goenji le envió el mensaje y se quedó en la misma posición que en aquella primera cita. Con los nervios que tenía, seguro que Fubuki bajaría corriendo y lo vería, pues el portal de su casa era de cristal, con algunos barrotes de hierro.

—Va a bajar corriendo, ya verás —susurró para sí mismo.

Y efectivamente, oía los pisotones veloces de su pareja acercarse, pero cuando giró la última curva para encarar los últimos escalones, se quedó quieto un instante y luego…

Cayó como un plomo, rodando por las escaleras y convulsionando.

—¡Fubuki!

Goenji se levantó de inmediato, y probó de abrir la puerta, de forzarla, mientras veía a Fubuki tendido en el suelo, a pocos metros de la entrada, sangrando por la cabeza bastante más que la última vez.

—¡Shiro! ¡Oh, Dios, Shiro, despierta! —miró a su alrededor, sudando, a punto de llorar, buscando a alguien que le pudiera abrir—. ¡Ayuda! ¡Por favor!

Golpeó el cristal de la puerta, pero era más duro de lo que pensaba y no pudo romperlo. Justo entonces apareció una de las vecinas de Fubuki y abrió la puerta corriendo.

—¡Llame a la ambulancia, corra! —le instó, cuando por fin pudo entrar. Intentó coger a Fubuki con delicadeza. Sangraba mucho—. ¡Shiro, despierta! ¡Por favor, aguanta! ¡Dios, eso…! Es mucha sangre…

Goenji no pudo evitar las lágrimas y se abrazó a su novio. Ya sabía que no había vida en ese cuerpo. Ya sabía que no podría volver a disfrutar de su compañía.

Cuando la ambulancia llegó, al cabo de diez minutos, encontraron a Goenji en la misma posición y le obligaron a apartarse. Explicó entre sollozos lo que había pasado y se lo llevaron. No pudieron hacer nada por él. Esa vez no le dejaron subirse en la ambulancia. Por unos instantes, se quedó bloqueado, viendo como la ambulancia desaparecía de su campo visual. Se giró hacia el portal y vio el charco de sangre. Era tanta sangre… No podía ser que todo hubiera sucedido así, tan rápido. Un último “ya bajo” y eso fue todo, ya no estaba.

Goenji fue el que informó de nuevo a la familia. Esta vez no pudo calmarles. Su madre y él lloraron juntos, aunque fuera por teléfono.

Solamente pudo ver a su amado una vez más. Durante el funeral. Dejaron el cuerpo al descubierto, aunque con una mampara de cristal de por medio. Ni su familia ni Goenji fueron capaces de abandonar al difunto. El rubio no dejaba de mirar esa misma tez serena y tranquila que tuvo, como en el día que se conocieron, pocos meses atrás. No se veía su herida, esta vez. Su pelo parecía tan alborotado como siempre. Goenji aún tenía la estúpida esperanza de que en algún momento su chico abriría los ojos y le sonreiría de esa manera tan característica, tan suya. Solamente de pensarlo, se echaba a llorar de nuevo, en silencio, y sin lágrimas. Ya las había agotado todas.

—Vamos a proceder al enterramiento —anunciaron. Lo que quería decir que todo el mundo debía salir. Solamente la familia cercana se quedaría a ver cómo su ataúd quedaba adecuadamente incrustado en el hueco de una pared, al lado del de su hermano.

—Lo siento mucho —le repitió Goenji a la que podría haber sido su suegra, mientras la abrazaba. Ella no fue capaz de decir nada.

Después de esa escena, se marchó, en contra de su voluntad. Su móvil vibró, y lo sacó fuera del edificio. Habían pasado ya dos días desde la muerte de Fubuki y todo el mundo al alrededor de Goenji se había enterado de lo sucedido. Su móvil podría arder en llamas en cualquier segundo, porque no dejaba de recibir nuevos mensajes. Él solamente tuvo valor de responder a Endou y a su familia.

—Estaré bien —siempre decía. Pero no iba a estar bien. No sabía cómo podría sobrellevar la muerte. Esa muerte.

Volver a casa solo. Vivir sin compañía. No responder los mensajes de apoyo, por lo vacíos que le resultaban. No era capaz de estar con nadie más. Sus mejores amigos se ofrecieron para distraerle, pero sabía que no sería nada sincero cualquier cosa que hiciera con ellos. Quería estar solo, a la vez que lo mataba por dentro. El único consuelo que tenía era que su música igual de deprimente estaba a su lado. Le hacía soñar un poco más en la esperanza, o en los buenos recuerdos. Era un efecto peculiar el que esa música ejercía en él.

Salió de casa al cabo de una semana y se fue al centro de la ciudad. No tardó en encontrar aquella floristería de su primera cita y se llevó los jacintos púrpuras que Shiro había visto aquel día. Apenas dio las gracias cuando el vendedor se las dio. Cogió el coche sin mirar a nada y a nadie y se dirigió directamente al cementerio. Encontró fácilmente la tumba de su amado, estaba lleno de flores de todo tipo.

—Te has hecho famoso, como los artistas —bromeó tristemente.

Dejó sus jacintos al lado de otros que ya estaban más desgastados, probablemente de su familia, al pie de su tumba. Justamente su parcela estaba tocando al suelo y efectivamente estaba al lado de su hermano. Ahora era solo un nombre grabado en una pared lleno de otros nombres de desconocidos…

No lloró. No gritó. No movió un solo músculo durante horas y horas, solamente los ojos para observar las distintas flores que había. Varias personas pasaron por su lado. Algunas le saludaron, y devolvió el saludo levemente. No se atrevía a perturbar el silencio de su amado.

Cuando le obligaron a que se fuera, derramó unas pocas lágrimas. No sabía si se atrevería a volver allí. O quizás volvería todas las semanas solamente para sentirse más cerca de un cuerpo sin alma. Uno como el suyo. Era el fin.

Notas finales:

Espero que os haya gustado este dramón rarito jeje no suelo escribir cosas de éstas, pero ya que el tema me tocaba de cerca... no os preocupéis, yo no sangré por la cabeza, solo por la barbilla, y quien me rescató fue una amiga (y ya tenía pareja), y no se me ha muerto nadie :V espero que os leáis más fics, que los tengo a patadas jaja


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