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DO NOT BELIEVE HIS LIES por Valz19r

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Capítulo 1. El inicio.   ♣     La gente siempre comienza las historias con algunas idioteces como "Erase una vez..." o "Cuenta la leyenda..." ¿Has notado eso alguna vez? Mamá solía decir que la mayoría de las historias no eran verdaderas y por lo general no empiezan donde te lo edpereas. Realmente comienzan cualquier día regular, con alguna persona regular.   Esta es una de esas historias.   –Oye, Yukka.– llamó. –¿Has visto mi traje negro?– preguntó.   Él había abierto las puertas de su armario y echó fugaces miradas a todos los rincones posibles, ¿cómo podía haberse extraviado? La noche anterior lo dejó colgado allí para no perder tiempo buscándolo y eso era exactamente lo que estaba haciencasa sin contar con mucho tiempo debía acudir a la segunda persona que merodeaba por la casa.   –Sí.– respondió ella, desde la cocina bebía con calma una humeante taza de café.   –Genial, ¿dónde está? – insistió, su hermana casi siempre le era de ayuda, sabía dónde se encontraba cada cosa porque, por lo general, era ella quien las tomaba prestadas y las cambiaba de lugar. Un horrible hábito que no había deshechado con los años.   –Oh, lo arrojé lejos.– respondió. Ella se mantenía imperturbable mientras realizaba los crucigramas, ignorando la respuesta y lo que esta significaba, sabía que su hermano estaría enojado pero también sabía que no podía recriminarle nada a ella. Debía usar eso a su favor.   Él intentó asimilar sus palabras mientras seguía buscando con la mirada, creyendo que se trataba de una broma y que, cuando lo encontrara, se burlaría de él por ser tan ingenuo. –Tú... ¿por qué? – En serio quería que fuera una broma.   –Porque era un traje negro.– dijo con obviedad. Por supuesto, para ella estaban muy claros sus motivos.   –Pero, ¿qué voy a usar para trabajar?– Se escuchaba irritado; enojado.    Ella sonrió como sólo una chica con una pisca de malicia blanca podría hacerlo. –Hermano, mira debajo de la cama.   Con incertidumbre y apresurado, corrió rápidamente hincándose y deslizando su brazo debajo de la cama, alcanzó una caja y sin comprender nada aún, tiró de ella y la sacó; era larga y blanca, como esas donde guardan los vestidos de novia, no pesaba mucho. Tomó asiento en el colchón y procedió a echarle una mirada. Asintió varias veces mientras sostenía el traje rojo a la altura de su rostro. No era feo, en absoluto, el término correcto para describirlo sería "extravagante". Le hacia recordar a esos millonarios que gastaban su dinero en cosas innecesarias; sí, justamente la imagen que quería dar.    –¿Bien?   La muchacha se asomó por un resquicio de la puerta, una sonrisa alegre y sus ojos brillantes embellecían aún más su rostro. Teniendo el cabello teñido de rosado, era de esperarse que ella optara por escojer semejante atuendo que, a juzgar por su sonrisa, consideraba muy apropiado para un joven que trabajaba "guardando secretos", por supuesto que pasaría desapercibido. ¿En qué estaba pensando?    –Yukka, no puedo usar un traje rojo para trabajar.– señaló intentado sonar comprensivo.   –No es rojo; es naranja rojizo.– corrigió. –Y confía en mí, es una mierda.– Y le arrojó un par de calcetines. –Intenta algo nuevo, Shuuya. Sé audaz.   Como siempre, había terminado accediendo a las extravagantes ideas de su hermana menor, quien había abandonado la habitación tras decir que necesitaba algo de "estilo", había utilizados se pretexto para persuadirlo a llevar el cabello largo y, como si eso no fuera suficiente, quería teñirlo de azul ¿qué seguía? ¿Piercing? ¿Tatuajes? Debía detenerla antes de que lo convirtiera en un ídolo de k-pop. Una vez listo,bajó a la cocina y fue recibido por un sándwich, café y una pregunta.    –¿Trabajaras hasta tarde?– Su hermano ya se encontraba devorando el sándwich cuando dejó una Magdalena en la mesa.    –Posiblemente.– asintió. –Si la mesa de diálogos discuten sus ideas y aceptan mi propuesta. Sería un buen ingreso para el viaje que te prometí. – Añadió una sonrisa a su línea y fue correspondido, pero era Yukka quien siempre le ganaba en las sonrisas.    Yukka Gouenji se acercó a su hermano mayor, convertido ya en un hombre, acuno sus morenas mejillas en sus delgadas manos y mirándole directamente a sus ojos chocolate, dijo:   –Estoy muy orgullosa de ti. Promete que cuando tengas la oportunidad de ayudar a alguien, lo harás. Prometelo. – pidió.   –Lo prometo.– Su corazón se volvió pequeño con sus palabras,ella no podía imaginar lo mucho que significaba para él. –¿Quieres que almorcemos juntos?    –Oh, no puedo.– Se apartó. –Voy a ver a nuestro padre en el almuerzo, ¿cuándo fue la última vez que hablaste con él? – preguntó, sus manos descansado en su cadera y una mirada afilada.   El hombre alzó la cabeza, como si intentara recordar. –Además de un pasivo-agresivo intercambio de correos electrónicos, tal vez dos meses.– respondió con sinceridad, incluso restándole importancia. Para él estaba bien, nunca había sido muy unido a su padre, ni siquiera cuando era un niño.   Suspiró pesadamente mientras intentaba comprender la actitud de ambos, quienes jamás lograban llevarse bien a pesar de lo parecidos que eran; orgullosos y obstinados. Quizás ese era el problema inicial. Cada vez estaba más seguro de que los hombres son un verdadero dolor de cabeza.    –Bueno, no tiene sentido torturarlos a ambos. Ve a tu trabajo.– respondió divertida.   Retomando consciencia de la hora, saltó de la silla dispuesto a marcharse. –De acuerdo. Te quiero.– dijo. –Te veré más tarde.   Shuuya Gouenji, ¿cuál fue tu promedio de trabajo aburrido? 7:00 a.m a 5 p.m, pagar tus cuentas, todo el circo. Vivía cada día según un plan. Sabiendo exactamente cómo iría, desde el principio hasta el final. Abandonaste tu cómoda casa y al llegar al jardín tu pequeña hermana golpea la ventana del segundo piso para llamar tu atención, al levantar tu cabeza y mirara te das cuenta que ha pegado una página al cristal, donde escribió: "Sé audaz". Porque ella te conoce y sabe que muy dentro de ti, lo necesitas. Y subes a tu costoso auto.    No tenías razón para pensar que este día no sería como todos los demás. Que este día iba a ser diferente.    Un grupo de hombres elegantes discuten reunidos en una mesa redonda, Gouenji expone sus opiniones y las razones que lo llevaron hasta allí, su buen manejo de las palabras y su aura de confianza hacen que sus oyentes asientan dándole la razón y consideren sus ideas, por supuesto, teniendo tantas cartas a su favor, Shuuya Gouenji es aplaudido y halabado por su creatividad. Él se siente satisfecho y cuando el grupo decide tomar un receso y todos comienzan a dispersarce, un hombre se acerca con pasos firmes y seguros; como todo en él, luce severo y regio.    –A ellos les encantas.– expresa sin quitar ese gesto neutro. –Te aman.– Si Gouenji no lo conociera, creería que estaba siendo sarcástico. –Escucha, ten por seguro que te harán parte de esto, tan pronto como cierreedte asunto vamos a redactar los papeles.– Y se estrecharon la mano.   Mi padre era un hombre del campo. Él solía decir que el viento era coml un corsel indomable, no había manera se domesticarlo, es sólo su naturaleza. Y que puedes estar seguro que en cada viaje va a volar y volar fuera de su curso. Sólo es cuestión de tiempo, en serio. En algún momento, todos perdemos nuestro rumbo. Y cuando esto ocurre no es necesario tener miedo, sólo tienes que creer que encontrarás tu camino de nuevo.    Las personas dicen que cuando algo va mal puedes sentirlo; el miedo; golpeando tu corazón. pero Shuuya Gouenji ni siquiera sospechó el momento en que su hermana dejó de existir. Las personas dicen que cuando lastiman a alguien que amas, sientes su dolor en las entrañas, reptando hasta tu garganta.   Las personas dicen muchas cosas.   Sé que nada cambiara decirle a Gouenji que Yukka murió casi de inmediato, no hubo mucho dolor, el impacto de aquel camión fue certero y ella no pudo escapar, al igual que Shuuya no podía dejarla ir. Su cuerpo fue consumido por el fuego y las cenizas despositadas en una elegante caja, su nuevo hogar. El mundo en el que se encontraba, carecia de color ahora que ella se había ido. Si cerraba sus ojos podía recordarla con mucha claridad, corriendo en el jardín bajo la lluia y con los pies descalzos. Nada tenía sentido ahora, ni lo tendría después, porque cuando pierdes a alguien que quieres una parte de ri se va. Pero cuando pierdes a tu jeemana y la amaste más de lo que tu corazón podía soportar, te pierdes a ti mismo, completamente.    La recepción se llevó a cabo en el salón de su casa, varias personas que asistieron eran mayormente, conocidos de su padre que se acercaban para ofrecerle sus frías condolencias. Y su padre estaba insoportable, ahora mismo discutia con la cocinera que había insistido en contratar.   –No creo que lo entiendas.– Su voz era inconfundibke incluso en una multitud. –¿Cómo podrías entender? No has perdido a tu hija. No lo has perdido todo.– Era aterradoramente amenazante. –Acabas de perder los camarones, así que quiero que te pongas en el teléfono y meencuentres un maldito camarón.– ordenó.   Ni siquiera quería oirlo o ver la cara de frustración en la cocinera. No quería estar allí, los ojos de su alma se cerraron y durmió hasta que todo terminó. Su casa jamás se había visto más grande y solitaria, sentía que las paredes se alxaban sobre él. Podía recordarla, oir su voz y ver su sonrisa. Cuando era niño y su madre murió, se quedó pateando un balón de soccer hasta que el cielo oscureció y los dedos le palpitaban, luego lloró toda la noche porque su mamá no estaba ahí para curarle una uña rota, hasta que se durmió. Ahora que era un adulto ¿qué podía hacer? Sentía que dolía el doble que aquella vez y ni siquiera pateando un balón toda una noche lograría anesteciar su alma. ¿Qué podía hacer?    Mi madre siempre dijo que el mar era un lugar solitario cuando estás fuera y no hay otra alma durante semanas, puedes senrir la soledad como un peso alrededor de ru corazón. Creo que quiso decir que no se supone que estemos solos en nuestros viajes, que necesitamos a otras personas para saber que estamos vivos, que nos importa.   Someoka Ryugo se llevó un gran susto cuando al lñegr a su oficina se encontró con Shuuya sentado en el escritorio, adsorto en alguna lectura y transcribiendo párrafos relevantes enuna libreta. Quizás debería estar precupado por su compañero, guiándose por los últimos acontecimientos asumió que no lo vería en días. Pero ahí estaba, cumpliendo con su trabajo como si fuera la persona más fría y ruin del planeta, y sabía que no lo era. Por ello, decidió que se sentarían a hablar, y aunque Ryugo no era bueno con las palabras ni el sentimentalismo, daría su mejor esfuerzo. Los ojos chocolates de Shuya parecían perdidos en algún punto del universo donde nadie podría alcanzarlo. Se estaba alejando en una balsa a mar abierto.   –Gouenji, hay un viejo proverbio.– En definitiva, no sabía que carajos hacer. –«El koi herido no puede tender a sus branquias si busca consuelo y diversión del Dios agradable del alga marina.»– Cuando Gouenji lo miró, supo que habría sido mejor dejar las cosas como estaban, quizás un "Deja de actuar como un marica y vete a dormir" hubiese sido mejor. El silencio incómodo los rodeó.   –¿Soy el koi?– preguntó, el cansancio lo estaba venciendo.   –Miro, Gouenji, lo que pasó fue lamentable y entiendo que estés de luto.– Se levantó de la silla y se dirigió a su compañero. –Y estaría bien que vivieras tu duelo de una manera saludable, ¿lo entiendes?– inquirió.   Por supuesto que sí, pero no podía simplemente tomarse unos días y encerrarse en su habitación, eso sólo desencadenaría sentimientos destructivos que lo sumergerian en una profunda depresión. No podía permitírselo, su trabajo estaba en juego. Se obligó a esbozar una ladina sonrisa y expresar confianza en sus afilados ojos.   –Estoy bien.– aseguró.   Fue así como culminó su jornada de trabajo, res horas tarde. El sol se había ocultado y su padre le había dejado un mensaje de voz que no se molesto en oír hasta que se encontraba esperando el autobús en una parada solitaria "Shuuya, ¿estás ahí?” Así iniciaba el mensaje y la pregunta era más difícil de responder de lo que pensaba. “Te mencioné en la recepción de una paracela en el cementerio. Ahora es tu decisión. Lo sé, pero no creo que Yuuka debería estar sentaba en una caja...” Ella no estaba en ninguna caja, estaba sentada en su corazón y en sus recuerdos; así seria para siempre. Abordó el autobús y no sabía que podía estar tan solitario, salvo por un hombre ebrio, no había nadie más. No sabía si se debía al acre hedor que expedía el sujeto, la ausencia de música o la sensación de privacidad que se sentía, el hecho era que sus lágrimas lo traicionaron antes de que pudiese detenerlas. Esperaba que se confundieran con el sudor de su frente. Un par de chicos abordaron la línea, llenando el reducido lugar con sus risas, ocuparon los últimos asientos pero no repararon en las únicas dos personas que se encontraban ahogados en su propia mierda.    La juventud, todos los adultos debían anhelarla, diciendo que es, sin dudas, la mejor etapa. ¿Lo es?    Gouenji los observa de reojo, quiere ignorarlos pero no puede, ellos se besan; son dos chicos y se están besando.admiraba cómo sus dedos se enredaban en las hebras de su cabello claro y el otro chico, en respuesta, le acaricia el cuello y hombro. Sus pálidos brazos rodearon a su amante, queriendo fundirse en un sólo cuerpo. Su compañero correspondiendo a sus acciones, mientras una mano curiosa e inquieta, se desliza por la pierna del más bajo. Sus labios danzando en un ritmo lento y excitante. Sus ojos cerrados, disfrutando el momento íntimo. Dos jóvenes explorando los confines de un mundo prohibido, un mundo para adultos. Debía ser la mejor noche de sus vidas.   Era cierto que Gouenji no podía soportar l presencia de esos jóvenes amantes. La calidez e intimidad que emanaban era una burla a su deprimente estado solitario; le hacia recordar que el mundo giraba y existían personas más felices que él. Sin dudas, aunque se sentía molesto, jamás hubiese deseado lo que ocurrió. El ebrio se levantó de su asiento, se acercó a los chicos, sus ojos inyectados en sangre. Algo muy malo iba a pasar.   –¡Malditos maricones!– exclamó y el tiempo dentro del autobús se congeló. –¡Vayan a hacer sus porquerías donde nadie los vea!– Volvió a gritar. –¡Son mierda!   Él sólo era un espectador mudo en todo aquel drama del hombre insultando a dos muchachos y ellos devolviendo las balas de su agresor "¡No es un delito demostrar amor en público!". No quería interponerse en ese campo de batalla, no era su pelea. Las palabras denigrantes resonaban en su cabeza como un taladro "¡Errores de la naturaleza!" ”¡Enfermos!”. Cerró los ojos y sólo quería que rodó terminara y entonces, el sonido de un golpe hizo callar las voces; el desaliñado hombre había golpeado a uno de los chicos y este se encontraba aturdido en su asiento. El espacio se redujo aún más en el silencio filoso, el autobús se detuvo y dio gracias; había llegado a su parada. Se levantó procurando no llamar la atención ni mostrándose afectado por los acontecimientos y salió.    Detrás de él, un chico tomaba de la mano a su amante y abandonaba el escenario. Enfurecido como una tormenta, herido como un animal cazado y ridiculizado como un payaso de circo, le siguió el paso al adulto de ridículo cabello largo. Sus ojos eran las puertas al infierno que iban a tragarse su alma.   –¿De qué vas?– preguntó mordaz y agresivo.   Sólo eso le faltaba: un mocoso acosándoloen la calle. Frunció el ceño y siguió caminando. –Déjame.– ordenó.   Pero el muchacho interceptó su camino, con la luz del farol podía verlo mejor; estaba furioso. Pero era un sentimiento que iba dirigido al mundo entero. –¿Por qué has dejado que me golpeara?– preguntó, fue cuando se percató de su mejilla roja, resaltando en la pálidez de su tez. Era blanco como las muñecas de porcelana, con ojos grandes y vidriosos. El chico que lo acompañaba era rubio. –No has movido un puto dedo.– insistió al no recibir respuestas.   Aquella no era su pelea; no era su problema y por llotanto no tenía la culpa, a esos niños ni siquiera los conocía, fue una coincidencia del destino encontrarse con ellos esa noche. Una mala noche. Quizás, estando en sus cinco sentidos hubiese intervenido, llegando a un razonable acuerdo y evitandole al muchacho ser agredido. Pero no estaba bien, se sentía ccomola mierda y no había espacio ensu cabeza para más problemas.   –Ya déjalo.– pidió el rubio, lo sujeto de la muñeca e intentaba persuadirlo para marcharse. Y este chico, parecía de todo menos tranquilo, se notaba el desconcierto en la palidez de su cara.    –¿Te parece bien?– Una pregunta.    «Promete que, cuando tengas la oportunidad de ayudar a alguien, lo harás.»   –Escucha, niño. No sé qué edadtenías cuando todo se torció.– Podía verlo en la claridad de sus ojos y en su oscura vestimenta; algo siniestro abrazando aquel delgado cuerpo. –Pero tengl mis propios problemas y no necesito más.– Apartó al chico de un empujó, siendo quizás demasiado brusco, y siguió caminando.   –¡Jodete!   –¡Ya vámonos! ¡Déjalo!   Cuando llegó a su casa, se plantó frente a la caja y pidió perdón a su hermana muerta, mientras lloraba.    "Lo prometo..."

 


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