Los carnosos labios de Uruha están pintados de rojo –casi del color de un rubí–, sus dedos teñidos de celeste, su cuello está cubierto en besos rosas, en su pecho y abdomen hay impresos dedos color naranja. Cada parte de su piel ha sido marcada por Kai. Este, se detiene un momento, solamente, para verlo. Se ve guapo, cubierto de colores, todos suyos. Las mejillas y orejas están rojas, también, pero no tanto debido a los toques, sino por su mirada.
Uruha aparta la vista desconcertado, muerde sus labios, enrojeciéndolos más, pero no de manera tímida. Al contrario, decide tomar ventaja de la pausa para sentarse sobre sus piernas. No tarda en quitarle la camisa, entonces, extiende los dedos en el abdomen de Kai y ve, embelesado, como flores de colores comienzan a brotar en la piel, principalmente en azul. Kai no se queja, simplemente, continúa mirando cómo Uruha dibuja figuras en él, como si su abdomen fuese un lienzo en blanco.
Garabatean el uno en el otro, usando sus pieles como lienzos, parece ser la única manera en la que pueden comunicarse sin arrancarse la cabeza, y les basta… por ahora. Llegados a este punto, parece una competencia. Limaron asperezas desde que descubrieron su lazo de almas gemelas, lo que fue inesperado para ambos.
No es que se odiaran, es sólo que en su primer encuentro tuvieron un pequeño choque de personalidades y discrepancia de opiniones; desde entonces, no mantenían tanto contacto entre ellos, a diferencia de con sus demás amigos. Las pocas veces que interactuaron civilizadamente, no duraron ni diez minutos, cuando se alejaron lo necesario cada uno en la esquina del salón en el que se encontraban. Nunca se habían tocado, ni un roce por error.
La primera vez que el lazo se activó, ellos estaban discutiendo.
Un bello color carmesí brilló en la mejilla de Kai, donde Uruha le dio un puñetazo –no demasiado fuerte, sólo shockeante y, francamente, aturdidor. Ninguno es de atacar físicamente, ese día los nervios de ambos estaban tan alterados que una discusión tonta y sin sentido les hizo perder el control. Obviamente, ambos se disculparon y no han vuelto a tocar el tema.
De alguna manera, se las han arreglado para esconderlo en el trabajo, incluso de sus amigos; quienes –sabiendo lo metiches que son– lo notaran tarde o temprano. Aún pueden tocarse con ropa puesta, pero el contacto directo –sin objetos de por medio–, inmediatamente, causa el disparo de gamas. No pueden esconderlo para siempre. Por ahora, les basta con ignorarlo mientras están en público y permitirle fluir cuando están a solas, dentro de aquellas cuatro paredes que resguardan su significativo secreto.
No es como que ser almas gemelas cambiara algo entre ellos.
Llevan unos buenos meses teniendo citas, salen de vez en cuando, no son pegajosos como otros soulmates –leáse: Aoi y Reita. A Uruha le gustaría saber si esto es el destino, también si el hecho de sentirse atraído hacia Kai desde el inicio, es obra del lazo. A él no le agrada la idea de estar atado a alguien sin opción, él es más el tipo de persona que quiere controlar su propio camino. En su juventud, escuchó que los lazos pueden activarse en cualquier etapa de la vida; a veces pronto, a veces tarde y algunas veces, nunca. Uru no quiere imaginar el mundo sin colores, no ahora que ha visto lo hermosos que son.
El lazo de almas gemelas no ha cambiado nada, mas, una vez que se ha acostumbrado, ha empezado a gustarle.
Disfruta ver los colores aparecer en cada tramo de piel que toca, le da un sentimiento de pertenencia, algo suave, de cariño. Los colores se desvanecen al cabo de una o dos horas, sin dejar rastro, ni siquiera una mancha. Sin embargo, ellos pueden transmitir lo que las palabras no pueden. La piel es un lienzo que pueden pintar, por lo tanto, Uruha no tiene que decir cuánto ama a su idiota; el hombre que siempre consigue introducirse en su ser.
Kai se estremece un poco, cuando los manos de Uru alcanzan sus costados. El toque es cosquilloso, no placentero. Así que, el mayor le atrapa las traviesas extremidades para detenerle, a la vez que un radiante amarillo se expande desde la punta de sus dedos hasta sus muñecas. Jala a Uru, acercándolo hacia sí, trayéndolo a su alcance para unir una y otra vez sus colorados labios.
A medida que el beso se intensifica, los labios propios se colorean de azul y el beso se torna púrpura.
Todavía no sabe cómo decirle lo que siente, ha gastado demasiado tiempo reprimiendo sus sentimientos en nombre de la razón, la lógica y los negocios. Ahora, está pagando el precio de ello. Él lo ama, a su manera. Desea que Uruha pueda descifrar el mensaje y decir…
—Es suficiente, por ahora.