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El fotógrafo de flores por CrawlingFiction

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Notas del capitulo:

Feliz día del amor y la amistad.

El fotógrafo de flores

 

Como todas las mañanas, la alarma sonó. ¿Para qué la tenía activada en el teléfono si siempre estaba despierto?

De igual modo, como todos los días, TaekWoon giró al otro lado del colchón. Entrecerró los ojos y sonrió.

Sus pies descalzos se posaron sobre la alfombra.

Otro día.

Otro día de primavera que se esforzaba a través de las flores de cerezo tras su ventana en hacerle sonreír.

siempre sonreía al verlas.

A veces, cuando no estaba tan apurado, se detenía y les tomaba una foto. Sin darse cuenta repetía el ritual hasta tener su teléfono lleno de fotos de su ventana.

Después de bañarse, alistarse y beber su taza de café cogió el abrigo del perchero y se marchó.

Hoy era un día especial:

Era catorce de febrero.

Llamó a su jefe y le pidió la mañana libre. Ya no era necesario que llamara tanto, le daba el permiso todos los catorce de febrero. Desde hacía tres años. TaekWoon era de sus mejores empleados, algo taciturno y silente, pero el mejor en la empresa, a fin de cuentas. Que faltara un día o dos del año no le molestaba.

TaekWoon caminaba por las frías aceras de la Seúl cosmopolita. Se detenía de cuando en cuando frente a los árboles, los rosales, el césped recién cortado y fresco y tomaba fotos. Una sonrisa se mantenía fiel a sus labios entre cada captura. Le hacía más llevadero el trayecto.

Como era catorce de febrero percibía a más parejas de la mano o del brazo. Aunque era muy temprano ya había muchachas rozagantes con ramilletes o cajas de bombones en sus manos.

Cuando niño no estaba tan masificada la celebración y se le hacía raro que de repente, todos los novios del mundo se pusieran de acuerdo a darse regalos ese día. No tenía nada de especial compartir una fecha con miles de desconocidos, razonaba tozudo.

HongBin riendo le daba la razón. Su mejor amigo de infancia y él no eran muy diferentes. A su parecer, sólo en que él era serio y callado y HongBin era una burbujeante explosión de alegría, sonrisas y arrebatos miedosos que le hacían reír bajito.

A los dos no les gustaban los catorce de febrero, y cuando empezaron a salir a los quince años no cambiaron de parecer. Esos días se dedicaban miradas discretas desde el aula de clase, se burlaban de que sus amigos gastaran tanto dinero en tonterías y compartían el desayuno en el cafetín hablando de su cantante favorito, comics, planes de ir al cine o a comer hamburguesas. Claro, si tan sólo no hubiera tantas parejas invadiendo por ahí. No obstante, TaekWoon no era tan tonto. Sabía que en silencio HongBin anhelaba de a ratitos regalos como esos. Aunque no lo admitiera, ya lo conocía muy bien. Miraba entre el desdén y una sonrisa débil a las chicas que cuchicheaban emocionadas a dónde iban a salir con sus novios, si tal chico se les había declarado o si tal amiga le había obsequiado un bonito llavero de amistad.

Así que un catorce de febrero, su segundo catorce de febrero juntos; le regaló una cámara:

<<—¿Adónde me llevas? ¡Nos pueden ver, TaekWoon! —quejó HongBin mirando nerviosamente a los lados. Nadie del colegio podía saber que estaban dos chicos juntos. Sería una barbaridad. Las manos de TaekWoon sudaban y apenas podía caminar sin creer desmayarse en cualquier segundo— ¿Qué te pasa? ¡Andas muy raro! ¡Al menos háblame! —le golpeó en el hombro en medio de su berrinche. De un tirón se escondieron en el baño de primaria. A esas horas de la mañana, desolado— ¿Y bien? —frunció el ceño y se cruzó de brazos. TaekWoon se quedó congelado, ¿y si se burlaba?, ¿y si no le gustaba?, ¿y si le parecía muy caro? Había ahorrado desde Navidad y preguntado en cada foto estudio que encontrase por precios. Cuando paseaban por el centro comercial los grandes ojos de HongBin se detenían en esas tiendas, mirando las cámaras y los marcos que vendían. Sabía que desde hacía mucho que deseaba una.

Y quería dársela.

—C-Cierra los ojos, Binnie —balbuceó. El castaño frunció aún más el ceño y desvió la mirada al piso con las mejillas arreboladas. Odiaba que le dijera Binnie por las cosquillas que le producía. Para él aún era difícil asumir que le gustaban los chicos y que le gustaba TaekWoon. Para ambos lo era— Por favor —pidió a dos palabras más de gritar de pánico.

—Si eres pesado… —abultó los labios y ceñudo los cerró. TaekWoon suspiró y sacó rápidamente la cajita de su mochila. El papel de regalo tenía estampado de gatitos. A HongBin también le gustaban los animales, y él quería que hasta la presentación fuera a su gusto.

Tragó grueso y con la pequeña caja sobre las palmas la acercó a su rostro malhumorado.

—Ábrelos —HongBin obedeció. TaekWoon no sabía de cámaras, fotos ni nada de eso, pero al ver su carita iluminarse y llenarse de color como claveles sintió que se capturó en su mente como una fotografía— Feliz catorce, Binnie… E-Es mi regalo para ti —murmuró.

Sin siquiera abrir la caja se le abalanzó en un abrazo profundo.

Después de dos años y medio de novios le escuchó llorar de esa forma entre sus brazos. No lloraba de miedo, de odio a sí mismo o de frustración: lloraba de felicidad.

—Pero debes ver que es, tonto… —rio bajito arrullándole contra su pecho y minando su cabecita de besos. HongBin soltó un quejido y golpeó débilmente su espalda con los puños. Le apartó y él mismo rasgó el papel y le enseñó la caja: una hermosa y moderna cámara digital de color azul. La más cara y novedosa. HongBin gritó impresionado y tomó la cámara— ¿T-Te gusta? ¿El color? —preguntó asustado.

Otra vez atajó al menor entre sus brazos, ahora fundidos en un beso. Tomó de sus mejillas mojadas y sonrosadas y sonrió.

La primera foto fue sobre ellos abrazados en el baño de primaria.>>

TaekWoon soltó una risita y acarició con el pulgar aquella carita roja, llena de lágrimas y con los cabellos revueltos que se reflejaba en su teléfono. Aquella foto era su favorita. Dos niños inexpertos en querer aprendiendo juntos cómo hacerlo.

Sentado en el bus estiró el brazo y tomó otra foto. La acera gris estaba coronada de hojas y florecillas.

Se bajó una cuadra antes de destino y paró a una floristería. La ahjumma le recibió con un abrazo maternal. Ya se conocían de tanto que iba a comprarle. La viejecilla le preguntó si querría las de siempre y él con una pequeña reverencia se negó.

Hoy quería innovar.

Tomarse el tiempo de ver todas las macetas, ramos y tocados del vastísimo lugar y fotografiarlos antes de elegir el indicado.

La mujer le ofreció un café y fue a prepararlo en la trastienda. Los catorce de febrero eran buenos días para TaekWoon. Todos eran particularmente amables con él. Aunque a la ahjumma solía comprarle todos los fines de semana. Así lloviera él estaba allí eligiendo flores. Ya le había comprado todas del catálogo un mínimo de dos veces.

Se perdió en los pasillos del huerto con celular en mano.

Cuando HongBin aprendió a usar la cámara se enamoró de las flores.

<<—¿Y adónde iremos al salir? —preguntó sorbiendo su leche de frutas. Como todos los días estaban desayunando juntos. Pese a los rumores que salían a flote de cuando en cuando, siempre comían juntos. Siempre estaban juntos— Pensé en ir a ver si el disco de Park HyoShin ya había llegado, en la radio no dejan de ponerlo y-—se detuvo al ver que su novio estaba distraído revisando su cámara. Contuvo una risita y picó su mejilla con el dedo. La cámara ya estaba algo rayada y con partes sin el brillante azul marino que alguna vez lució.

—¿Q-Qué? —parpadeó confuso sin apartarle el dedo. TaekWoon miró de reojo alrededor y le dedicó una dulce caricia a su mejilla. Aquel niñito hiperactivo y nervioso de quince años se había quedado atrás. Ante sus ojos estaba un hombre de dieciocho, de mirada cautivadora, sonrisa de encantadores hoyuelos y porte varonil. Cuán afortunado era, sí— ¿Qué pasa? —rio aflorando aquellas lindas marcas a cada lado de sus mejillas.

Con la mirada le dijo que le amaba y él ensanchó aún más la sonrisa.

Le había llegado el mensaje.

—¿Qué tanto es lo que miras? —preguntó apartando la mano y recargándose de los codos para fisgonear. HongBin sin dejar de sonreír le enseñó todas las flores y árboles que había fotografiado. TaekWoon entornó los ojos y rio. Ya lo sabía de sobra; su amor inexplicable por las plantas. En sus salidas de clase le hacía detenerse a cada rato a tomar fotos hasta del césped y los botones lilas que asomaban.

—¿Te enojarías si te lo pi-?

—¿Ir al parque botánico? —interrumpió con una sonrisita. HongBin saltó del asiento emocionado.

—¿Podemos?

—Sí, pero tu invitas el café —dijo a son de broma bebiendo su leche.

—¡Sí! —asintió obediente. TaekWoon se detuvo un segundo a disfrutar de su sonrisa angelical.

—No es que sepa mucho, pero… ¿esa cámara ya no está obsoleta? —murmuró con un deje de tristeza y vergüenza. Él la cuidaba demasiado pero ya los años y el uso pesaban— He visto en la televisión que los fotógrafos usan unas cámaras enormes con unos platos y esas cosas, esos ojos… —intentó explicar torpemente.

—Lentes —respondió con una risita— Son cámaras profesionales, ¡son geniales! Pero muy caras —negó con la cabeza mirando con cariño la suya.

—Ya veo… —murmuró cabizbajo. De repente, se le había ido el apetito. Una pequeña mano se posó sobre la suya en la mesa.

—Esta me gusta más, no necesito una de esas —le recordó.

—Lo dices porque es la única que tienes —sonrió con amargura. Por más que ahorrase se le salía del presupuesto.

—Y no quiero otra —repitió entrelazando los dedos. No importó si alguien podía verlos. Apretó su mano y acarició el dorso con el pulgar. Le decía la verdad.

Además de flores y árboles también le gustaba tomarle fotos a él. Leyendo, comiendo distraído o durmiendo a su lado cuando se quedaba en su casa. Con su mano despejándole los cabellos de la frente a un extremo del encuadre, con las piernas enredadas entre las suyas y las sábanas, a sus manos entrelazadas, a su sonrisa tímida y la suya tan enorme y feliz entre sus brazos.

Brillaba.

Flores, árboles y Jung TaekWoon estaban siempre en el carrete de la cámara digital >>.

—¿Estas? —preguntó la ahjumma a su lado. TaekWoon asintió acariciando en un roce los pétalos.

—Quiero un ramo, muy grande —miró sobre su cabeza y señaló a la hilera de cubetas con arbustos de flores frescas— Con todas las de esta hilera, pero más de esas, sí —señaló al otro lado— ¿Hay margaritas? No vi —preguntó inquieto al no hallarlas al lado de las rosas. El clásico de rosas y margaritas no fallaban los catorce de febrero y con HongBin no iba a ser diferente.

TaekWoon era más de claveles y peonías.

—No, el último ramo que tenía ya se lo llevaron —dijo apenada. TaekWoon suspiró derrotado.

—A él le gustan… —una mano se posó sobre su espalda con suavidad.

—¿Qué tal unas gerberas más? —le sonrió queriéndole animar— ¡Tengo unas blanquitas muy bonitas, seguro le gustarán! —dijo antes de ir al fondo del pasillo a recogerlas— ¡Serán un regalo de mi parte! —se escuchó vivaracha.

—¿Puede prestarme su regadera también? ¡Dejé la mía en casa! —le gritó. Con el pasar del tiempo aprendió el significado de cada flor por su color. No obstante, tras el primer año comenzó a comprar ramos armados de todos los colores.

A HongBin le gustaban todas las flores, así que quería darle todas y de todos los colores,

Por siempre.

Con una pequeña sonrisa observó a la mujer prepararle el ramo. Grande, colorido y precioso como acostumbraba. Pagó y dio las gracias. Se acercó a oler las flores, sonriendo nuevamente ante la confusión dulce y fresca que producían.

Así de contradictorio era él. Alegre, atrevido, tímido y altanero.

Los regalos no fueron algo que les importó mucho. HongBin no era muy bueno expresando sus sentimientos con cosas materiales. El mejor regalo había sido verle sonreír, llorar, gritar y sonrojar ante cada detalle. Sus abrazos asfixiantes, empujones avergonzados y esos besos tan dulces e inolvidables. Ese era el mejor obsequio.

De aquellas manos torpes recibió bochornosas cartas, fotos, camisas, perfumes, abrazos, golpecitos, caricias y promesas.

Le había dado todo de sí.

Hasta el final.

<<—¿¡Por qué no me has llamado!? ¡Hoy es catorce! —le gritó histérico desde el teléfono. TaekWoon se levantó de golpe de la cama. Se había quedado dormido.

—¿Y? ¿Qué tiene? ¿Hay planes? —murmuró ronco luchando por salir ileso de entre las cómodas mantas.

—¡C-Claro! —volvió a gritar quitándole todo el sueño de golpe— ¿Estás solo en casa? ¿Puedo ir? Te tengo algo —dijo rápidamente haciéndose el desentendido.

—¿Sí? ¿Qué? ¿Otra taza de a dólar? —bromeó con una risita mientras cruzaba al baño para buscar el cepillo de dientes y la pasta.

—¡Cállate! —gritó ofendido— ¡Ya verás!, te quedarás boquiabierto cuando lo veas —HongBin desde el otro lado de la línea miró a todas partes— Ponte guapo, quiero una recompensa por ser tan buen novio —le susurró pícaro haciéndole reír.

HongBin estaba sentado en el bus moviendo los pies de impaciencia. Por lo menos no había tráfico.

Ambos ya eran hombres hechos y derechos de veintitrés años. Esos amores de infancia mutaron a una relación sólida. Por trabajo vivían con una ciudad de distancia. Las citas en el cafetín del colegio y por el centro comercial se volvieron fines de semana en casa entre sábanas y despedidas en trenes y autobuses.

Era muy temprano en ese catorce primaveral.

—¿Cuándo llegas? —preguntó. Escuchó el ruido de ollas y puertas. Seguro no tenía ni agua en la cocina, como siempre— ¿Te parece ramen? No he hecho la compra, cobro mañana, pues… —HongBin entornó los ojos. Le conocía tan bien.

—¡Ramen y kimchi! —pidió entusiasta. Miró la bolsa en su mano; vino barato, sus galletas favoritas, sobres de café instantáneo y una muda de ropa. Iba a ser el mejor día de sus vidas, incluso con tan poco.

—Ramen y kimchi será.

—Me alegra que sea domingo, así podré estar contigo todo el día —le cuchicheó al teléfono.

—A mí también me alegra, te oyes muy emocionado, ¿qué será, ¿qué será?  —le canturreó entre risitas haciéndole sonreír. Se limitó a reír. Las mariposas no le dejaban decir algo más— Binnie, te amo, ¿lo sabes? —le susurró TaekWoon. HongBin apretó el teléfono y asintió.

—¡Claro que lo sé!, sino no te aguantase ocho años y contando —replicó con fingida mala gana. Escuchar su risa suave y melosa le llenaba. Relamió sus labios y miró por la ventanilla— Te amo, también lo hago… —el silencio a su lado no era incómodo, era su manera de decirse más de lo que las palabras permitían.

—Voy a bañarme, te espero —le dijo.

—¡Sí! En veinte minutos —acordó sin emborronar un ápice de su alegría.

—Deberías venirte a vivir conmigo, ¿cuándo vas a aceptar? —HongBin entornó los ojos y contuvo una carcajada nerviosa— Podría pedirle al jefe algún contacto no sé, para que trabajes aquí o con su soc- —comenzó la misma cantaleta de todas las semanas. Y no, no se iba a mudar con él. Tenía mejores planes.

—¡Sí, sí! Lo hablamos allá, ¡adiós! —despidió rápidamente y colgó. Se llevó el celular al pecho y soltó una risita traviesa.

Sacó su cámara y una bolsita de la mochila. Ya no servía, pero aún la llevaba consigo a todas partes como en su adolescencia.

Desvió su atención hacia el regalo y suspiró nervioso. Miró a los lados y la abrió.

Un sobre con dos boletos de avión hacia Estados Unidos y una cajita. Sus dedos temblaban y no evitó lagrimear. Dejó el sobre en su regazo junto a la cámara, y con cautela abrió la cajita de gamuza azul. Del mismo azul de la cámara vieja y rota.

El centellar de ese humilde anillo de oro blanco le dio bríos.

No le importaba lo que dijeran los demás. Ya tenían veintitrés años y un futuro juntos que quería sellar para la eternidad. Vivir como esposos, fuese legalmente real o no. Mientras ese anillo estuviera en sus anulares sería la realidad para ellos.

No le gustaron los catorce de febrero hasta que se enamoró de TaekWoon, y tendría el atrevimiento de apropiarse de esa fecha para pedirle matrimonio.

No le importaba que debieran viajar y casarse simbólicamente en un país extraño. Quería ser este catorce de febrero quien diese el gran paso, como ocho años atrás él lo hizo con una cámara digital y las manos temblorosas.

Apretó la cajita cerrada dentro su mano.

Hoy se adueñarían de otro catorce de febrero.

El estridente chillido de claxon sobresaltó a todos adentro. HongBin no fue capaz ni de subir la mirada cuando ese camión estrelló de costado con el autobús y lo hizo revolcar pesadamente en la autopista entre gritos, llantos y vidrios rotos.

Las luces titilaron débilmente.

El autobús era un amasijo de metal, cables y cuerpos. Sollozos de piedad y el olor a gasolina y sangre era ambivalentemente lejanos y una realidad imposible de asimilar.

Tirado entre cadáveres estiró el brazo y alcanzó la cajita a su lado. La manchó de su sangre.

—T-Taek… —la apretó con la última fuerza que le quedó.

Morir fue como un suspiro.

El teléfono sonó al otro lado de la habitación.

TaekWoon dejó de arreglarse en el espejo y fue a cogerlo con una sonrisa boba en la cara. No tenía por qué ser tan cursi. Sólo era ramen y kimchi viendo películas. Sobre la cama estaba el regalo que le tenía preparado; una cámara fotográfica profesional y un ramo de gerberas multicolores. Un compañero del trabajo se la vendió en buenas condiciones y lo mejor de todo, a un buen precio.

—¿Diga? —preguntó contrariado al no ver el nombre de HongBin en la pantalla— Sí, es él, ¿con quién hablo? —su sonrisa se esfumó y palideció— ¿U-Un accidente? No, no, está equivocada, n-no… —las palabras de consuelo de la oficial de policía le sabían a nada. No podía escuchar, ni ver, ni sentir. Sus manos temblaban y las lágrimas corrían inexorables por su rostro. Tragó grueso y asintió débilmente a sus peticiones— Sí, sí. Su familia no está en Seúl. Sí, iré a reconocer el c-cuerpo…

El teléfono escurrió de su mano y cayó al suelo.

Se derrumbó.

Ya eran pasadas las cuatro de la tarde en la morgue. En otra situación estarían ahora mismo jugando videojuegos y viendo películas, o en la cama debatiéndose entre ponerse al día o amarse hasta acabárseles el día.

En otra situación que no fuera estar frente a un cadáver con media cabeza destrozada y los huesos rotos.

—Aquí están sus pertenencias —le dijo el oficial entregándole una cesta plástica con su ropa doblada, su mochila, el sobre, la cámara y el celular rotos y una cajita manchada de sangre ennegrecida— Fue lo que encontramos al lado del cuerpo —excusó.

—Gracias —respondió inmutable sin dejar de mirar ese cuerpo desnudo y cubierto nada más con una sábana plástica hasta el pecho.

El hombre posó la mano en su hombro.

—Mi sentido pésame —le escuchó decir— Le dejaré un momento a solas, señor Jung.

Escuchó la puerta cerrarse detrás.

La iluminación tan blanca y el silencio eran aterradores. El olor a muerte y soledad aún más. TaekWoon mantenía los ojos cristalizados puestos sobre su rostro pálido. Esperaba que abriera los ojos y le sonriera como siempre cuando despertaba a su lado. Esperaba que abriera los ojos y bostezara para volverse a dar vuelta. Él se acurrucaría contra su espalda tibia y dormirían unos minutos más.

Se conocían bien.

Esperaba que despertara,

Esperaba despertar de esta pesadilla.

Estiró el brazo y peinó sus cabellos hacia atrás. Se llenó la mano de su sangre coagulada. Era un crimen hacerle algo así a alguien tan hermoso. En cuerpo y alma era hermoso. Y nada de eso, ni lo uno ni lo otro estaba ante sus ojos.

Comenzó a llorar. Las lágrimas dan alivio y estas no lo lograban. Sus manos temblorosas acunaron su cara fría corrompida en esa expresión de dolor. Había sentido dolor y él no estuvo a su lado para aliviarlo.

Le falló.

Le había fallado.

No podía quedarse mucho tiempo allí. Debían llevarse el cadáver a la funeraria y hacer los trámites mientras llegaba su familia.

Cabizbajo revisó la cesta. Estaba su mochila, la cámara vieja y su celular roto por el impacto. Entre los pliegues de ropa cayeron el sobre y la cajita al suelo.

Los recogió y abrió.

Azul marino y oro blanco.

Le conocía tan bien.

El oficial abrió la puerta para pedirle que saliera. Detuvo en seco con un nudo en la garganta. Vio como sollozaba apretando fuertemente la mano del cuerpo a la súplica de una respuesta. Un hermoso y delicado anillo blanco adornaba esa mano trémula.

—Acepto… —se escucha su eco destruido— Binnie… a-acepto ser tu esposo… —su cuerpo estremecía por el llanto— E-En la felicidad y en la tristeza… en la salud y la enfermedad. La muerte, la muerte no nos separará —prometió.

Ese catorce de febrero se casó con su primer y último amor.>>

Jung TaekWoon era un buen esposo. Detallista y dedicado. Cada fin de semana le llevaba sus flores favoritas y se detenía a tomar fotos durante el camino. Los catorce de febrero eran días especiales; el día del amor, su aniversario de bodas y el día que HongBin murió.

—Hey —sus ojos se iluminaron y se sentó en el césped húmedo— Florecieron antes de tiempo, deben estar sedientas —regó el pequeño arbusto de flores que coronaba su lápida. Él mismo las había sembrado tras mucho rogarle al vigilante del cementerio. Era la única tumba que además de verde tenía morado y amarillo— Lamento haber llegado tarde, el tráfico este día es horrible. No había margaritas, se me adelantaron, ¡lo siento! —rio dejando la regadera de metal para colocar el ramo en un florero enterrado al ras del césped. Sintió a HongBin reír— Lo son, sí —sonrió y se sacó el abrigo para recostarse al lado de su tumba— Esta mañana llamé a tus padres. Están bien, no tienes que preocuparte. Los cerezos están muy bonitos —hundió los dedos en el césped, acariciándolo lentamente. Era como acariciar su cabello. Sacó el celular y sonriente comenzó a describirle cada foto que había tomado esa semana.

Le describió los cerezos en su ventana, los árboles y las florecillas en las calles.

A HongBin le gustaban las flores, por eso cada día tomaba fotos de las que veía para mostrárselas después.

Sonrió y se acurrucó contra el césped. Escuchó su risa, vio su rostro alegre y recordó la sensación de sus labios.

—Estaré bien, lo prometo. Estás cuidándome… —asintió, aunque sus labios tiritaban— Feliz aniversario, ángel…

Cerró los ojos y disfrutó la brisa que acariciaba su mejilla húmeda.

Estaría bien.

Tenía un ángel con él. 


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