Furihata Kouki y Akashi Seijuro eran una pareja formal desde hace tiempo.
Mucho tiempo.
Llevaban tanto tiempo el uno con el otro que se conocían de tal forma que hasta podían intuir lo que el otro estaba pensando; era una habilidad.
Cuando los ojos marrones y rojos se cruzaban y una curvatura se formaba en los labios de sus respectivos dueños, no existía ningún tipo de oración que dejara más en claro las cosas, era simple, entre ellos no hacían falta palabras, solo la conexión de sus mirares.
Se conocían a tal punto que podían deducir lo que al otro le podria llegar a gustar o lo que podría llegar a desagradarle; nada era más sorprendente para las personas que los rodeaban escuchar como, castaño y pelirrojo , decían con total seguridad “No le gustará” o “Lo va a amar”.
Ellos dos, fuera de los escombros que formaban su hogar, eran la pareja perfecta, esas personas que no sufrían penurias, que no lloraban ni discutían, eran “El dúo perfecto”
Y tal vez si era así, tal vez su relación era perfecta, lamentablemente, tan perfecta y monótona como un “MRU”
Siempre era lo mismo, siempre corrían de la mano una distancia a la misma velocidad, sin rapidez, sin descanso.
Muchas veces, mejor dicho, demasiadas veces, solo permanecían sentados en los sillones individuales leyendo libros y tomando café bajo la luz que entraba de los ventanales en su pulcra habitación compartida.
Un plan excelente para algunos, pero estúpidamente rutinario para ellos.
Por mas que nadie creyera en su relación no existían risas, no existía pasión, no existían peleas, no existe calor, no existía brillo, no existía esa magia que se respiraba cuando empezaron a amarse, lamentablemente para ellos no existía nada.
Pero nadie podía juzgarlos, claro que no, era, aunque no se crea, algo que se podía catalogar como “Normal”; Ambos trabajaban 24/7 por 8 horas y al estar juntos solo se encargaban de descansar.
A veces hasta se olvidaban que compartían un techo, dado que por semanas no se miraban a la cara.
Con 35 años el castaño y 34 el pelirrojo vivian la monotonía que ni siquiera un anciano poseía.
Por ello al estar parado uno frente al otro en la estación de trenes, con sus ojos fijos en la otra persona, soltando suspiros silenciosos, se decían adiós.
¿Que pensarían sus amigos y familiares? ¿Que inventarles? No lo sabian.
Pero allí, uno frente al otro, entendieron que eso no importaba ahora.
-Sabes… Yo te ame. - susurro suave el pelirrojo.
-Usted sabe que yo tambien. - sonrio.
-Claro que lo se. - devolvió la sonrisa. - te deseo lo mejor Kouki.- sus rubíes ojos se fundieron con las fosas de chocolate que eran los de su castaño.
-Yo tambien le deseo lo mejor, Que sea muy feliz Akashi-san. - su mirada se fijo en el suelo, sonriendo levemente.
Sin un último beso para sellar su adiós, cada uno dio vuelta en una dirección distinta, dejando en sus corazones un frio vacio.
Ni Siquiera ellos que tanto se conocían lograron ver en el otro la desesperación y el dolor que sentían al dejarse ir.