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ALEJANDRÍA por Artemisa Fowl

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1

Calitxo tocó tres veces a la habitación antes de recibir el permiso para entrar, el director le señaló la silla frente a su escritorio invitándolo a sentarse, obedeció en silencio; el hombre de anchos músculos todavía lo intimidaba, poco importaba que ya fuera un muchacho de dieciocho años en lugar de un niño asustado de cinco años.

- ¿Estás preparado para volver a casa? - le preguntó con su voz ronca, Calitxo se esforzó en mirarlo a los ojos. Toda una vida dedicada al entrenamiento y formación le habían preparado para ese momento.

-Lo estoy- contestó con aplomo.

No añadió que consideraba a La Torre con sus grandes jardines, altos techos y frías habitaciones como su verdadero hogar, la mansión de sus Padres se le antojaba extraña y difusa, un lugar que ni siquiera conseguía recordar, mucho menos llamar casa.

-Será difícil- murmuró el director con un dejo de amabilidad, le pareció natural en un hombre que siempre mantenía reprimidas sus emociones-. Adaptarse al mundo real, pero cuando salgas y gobiernes con bondad y justicia comprenderás porque han tenido que pasar todas estas penalidades.

¿Penalidad? ¿Desgracia? ¿Sufrimiento? ¿Pena?

Sus padres y tutores siempre hablaban con lástima cuando venían a visitarlo. Como si él fuera víctima de un destino terrible, pero en los trece años que Calitxo llevaba viviendo en La Torre nunca lo había considerado como un castigo o maldición, en realidad creía que los días bajo los ornamentados techos y las tardes debajo del denso follaje de los árboles serían los más felices de su vida. No tenía amigos, sino hermanos y sus necesidades siempre habían estado bien atendidas, además le habían enseñado a cocinar, limpiar e incluso construir; recibió la mejor educación de Alejandría e incluso le enseñaron a defenderse a sí mismo en caso de ataque. Quizás lo único que lamentaba era la ausencia de días libres, pero las horas libres que les dispensaban todos los días para jugar y dedicarse a sus pasatiempos remediaban cualquier falta.

-Pero tu enseñanza no ha terminado, proseguirá afuera, deberás tomar una compañera y completar el Legado.

-Lo entiendo, señor.

En realidad, ya había elegido a su compañera, Danae, llegó el mismo día que él, era inteligente, valiente, decidida, hermosa y al igual que él aspiraba a llegar a lo más alta de la Cúpula. Su meta era cerrar el círculo y ser los primeros de su generación en terminar el Legado.

-Tenemos muchas expectativas puestas en ti- concluyó el director despidiéndole con la mano-. No nos decepciones.

-No lo haré Señor- respondió Calitxo sintiendo como un escalofrío le recorría de pies a cabeza. Sabía a quienes se refería el director, si jugaba bien sus cartas podría convertirse en un miembro de La Asamblea, de lo contrario Danae y él serían asesinados.

Cada año se graduaban quince chicos y quince chicas, estudiantes de la Torre, todos tenían dieciocho años en el momento en que les permitían salir de La Torre y tenían hasta los veinticinco años para tomar una compañera e ingresar a La Asamblea como los miembros de mas bajo rango, los que no lo conseguían eran eliminados, no estaban preparados para erigirse en Lideres, pero sabían demasiado como para dejarlos con vida.

Él y Danae sobrevivirían bajo cualquier costo.

 

2

Elián yació sobre la cama mientras el hombre terminaba, olía en su aliento el alcohol y su cuerpo sudoroso lo aplastaba bajo su peso, sin embargo, él se mantuvo quieto, el rostro impasible, la mirada pérdida, los labios sellados. Las instrucciones del cliente habían sido claras, deseaba una muñeca, un pedazo de carne que no se moviera ni se quejará, sólo se mantuviera quieto mientras lo follaba. Dolía, pero era una sensación conocida, familiar y lo mantenía atento, un ser humano normal quizás ya habría caído inconsciente víctima del dolor, él en cambio era capaz de soportar mucho más y sin importar cuánto lo lastimarán jamás se desmayaría. Era una abominación a los ojos de todos, un Monstruo, comprendía porque odiaban a su gente.

Una raza que no necesitaba dormir y qué solo moriría si les cortaban la cabeza, no enfermaban, se recuperaban de heridas que matarían a cualquier ser humano en cuestión de días y cuya principal fuente de alimentación era la sangre.

Elián había intentado suicidarse al menos una docena de veces desde que tenía uso de razón, pero nunca lo conseguía, en una ocasión incluso había cortado su muñeca hasta el hueso para ver como se sanaba a si mismo y se unía.

No había escapatoria, sólo le quedaba esperar el día en que sus Maestros decidieran deshacerse de él.

-Eres hermoso- susurró el hombre besando su cuello y lamiendo su rostro-. Demasiado bello para ser humano.

“No soy Humano” respondió Elián para sí mismo sin atreverse a decirlo en voz alta. No le habían dado autorización para hablar y si pronunciaba el más mínimo de los sonidos se arriesgaba a que le cortarán la lengua, naturalmente volvería a crecer, pero el recuerdo del lacerante dolor y la sangre que le ahogaba de la última vez todavía le provocaba nauseas. Era imposible impedir el dolor, pero no le gustaba causarse más del necesario a sí mismo.

-Esa belleza no es propia de los humanos, sino de los demonios- continuó el hombre levantándose y sacando de su maletín un cuchillo que le mostró con una alegría enfermiza.

Un brillo de temor brillo en los ojos de Elián, sus labios se crisparon en una casi imperceptible mueca de desagrado, pero fue suficiente para que el hombre lo viera.

-No me agradan esos labios malagradecidos- añadió el hombre-. Quizás debería empezar por ahí.

Y cuando el cuchillo le desgarró los labios un grito de angustia y miedo lucho por escapar de su garganta, pero Elián que era un esclavo desde que nació lo reprimió con fuerza y erigió sus defensas contra el dolor.

Nunca había tenido nada, le arrebataron todo lo que alguna vez pudo poseer, pero nunca le quitarían su fortaleza.

Se lo prometió a su Madre antes de que se lo arrebatarán de sus brazos y moriría cumpliendo esa promesa.

 

3

Jano leyó el encabezado con curiosidad, el rostro de primo figuraba en la primera plana del periódico, era bien parecido, el cabello oscuro le caía por el rostro y los grandes ojos azules miraban con determinación con el camarógrafo. “El mejor alumno de su generación” decía el artículo y el alumno más prometedor que había salido en décadas de La Torre. No recordaba mucho a su primo, un chiquillo travieso y escurridizo que lloraba cuando disciplinaban a un Esclavo demasiado duro, se preguntó si aún quedaría algo de ese mocoso sentimental. Lo dudaba, poco se conocía de la educación que recibían los posibles miembros de La Asamblea, pero era un hecho que ningún niño o niña que entraba a La Torre volvía a ser el mismo.

Aidan entró al comedor en ese instante, seguido de Camila, su hermana gemela. Los adolescentes se veían descansados y satisfechos, supuso que habían tenido una buena noche de diversión.

A Jano nunca dejaba de sorprenderle la belleza de los chicos, podían estar cubiertos de sangres o envueltos en las más finas ropas, pero siempre tenían un aspecto perfecto, rodando en lo fantasioso. El cabello pelirrojo le caía en perfectas ondas hasta la cintura a Camila y hasta el cuello a Aidan, sus rasgos finos y delicados convergían en armonía en un rostro en forma de corazón decorado con dos ojos topacios que fácilmente podrían confundirse con piedras preciosas.

- ¿Durmieron bien?

Aidan asintió sin entusiasmo, Camila fue más explosiva.

- ¡Nos encanta dormir! - exclamó en voz alta corriendo a abrazar a Jano-. ¡Fue maravilloso! ¿Podemos hacerlo otra vez?

-Por supuesto, ¿algún síntoma del que me quieran hablar?

Aidan miró a su gemela y negó con la cabeza.

-Vi imágenes- murmuró con timidez-. Imágenes extrañas y cosas sin sentido. ¿Es eso normal?

-Se llaman sueños- respondió Jano-. La mayoría de las veces no tienen mucho sentido, mezclamos recuerdos, situaciones o eventos pasados; a veces puede ser terribles y les llamamos pesadillas. ¿Quieres continuar?

Aidan miró los ojos ansiosos de su hermana.

-Por supuesto, no fue horrible, sólo extraño.

Aidan se levantó y empezó a preparar el desayuno con diligencia, su raza no necesitaba comer regularmente, pero experimentaban hambre si pasaban grandes periodos sin ingerir algo sólido y sentían tanta desesperación como cualquier otro ser humano cuando les negaban la comida. Camila permaneció sentada tarareando una canción para si misma, satisfecha con cualquier cosa que en ese momento pasará por su mente.

Jano había comprado a los gemelos cuando no eran más que unos críos de ocho años.

Planeaban sacrificarlos en aquel entonces a pesar de su juventud, pero los gemelos siempre compartían un lazo demasiado fuerte y con el tiempo daban más problemas que beneficios. Jano tenía sólo quince años, y había rogado a su Padre para que se los regalará, tras muchas quejas su progenitor había obedecido y desde entonces se habían convertido en sus “hermanitos”. A los diez años también se convirtieron en sus guardaespaldas personales. Las personas creían que era un excéntrico que gustaba de tratar a los esclavos como mascotas, en vez de como los Monstruos que realmente eran, a él no le importaba.

Camila tenía una personalidad infantil con una vena sádica que lo hacía ideal para los interrogatorios y Aidan se caracterizaba por una apatía y frialdad ideal para los asesinatos rápidos y con la que controlaba a su hermana.

Jano comprendía que no habría podido buscarse compañeros más fieles, incluso entre sus familiares

A insistencia de Camila había estado trabajando en un suero que les permitiría a los esclavos dormir, al menos en sus sueños podrían descansar y las primeras pruebas con los gemelos habían resultado ser todo un éxito.

-Tenemos una cita en un burdel- les anunció a los gemelos a modo de advertencia-. ¿Podrán acompañarme?

Ambos adolescentes habían pasado por experiencias que destruirían a cualquier hombre adulto siendo unos niños, comprendía si se negaban a ir, nunca lo hacían y dudaba que algún día su orgullo se los permitiera, pero se sentía con la obligación de preguntar, no deseaba obligarlos a hacer algo que no quisieran.

-No hay problema- contestó Camila bebiendo un generoso sorbo de jugo de naranja.

-Iremos- contestó sin pensárselo Aidan mientras terminaba de preparar los huevos revueltos.

-Gracias- y Jano se sintió mejor después de decir esto.


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