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Los hijos de Odín por MichaelJ2099

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La amarga huella bélica finalmente acallaba sus gritos desgarradores. Los colosales cuerpos de los gigantes de hielo se desmoronaban ante las armas resplandecientes de los asgardianos. La guerra que tantas vidas arrebataba llevaba sus oleadas de sangre lejos de Jotunheim y con el rostro cansado, el padre de todo, el protector de los nueve reinos subía las salpicadas escaleras del gélido castillo de los Jotun. Había acabado con todo rastro de despotismo que se antepusiera al poder de Odín, rey de Asgard. El viejo Dios subía con pesadez y aún así con total tranquilidad, satisfacción del término de algo que sabía que no debía repetirse nunca. Y es que sabía que mantener a los gigantes a raya era una labor titánica. De los nueve reinos, los horribles humanoides de gran tamaño eran la perfecta descripción del salvajismo, de todo oscurantismo presente en el gran cosmos vigilado por Heimdall. La guerra era terrible, al borde de la extinción y finalmente de la enclaustramiento estaban los Jotun. El cansancio se apoderó de la respiración de Odin, y con la pesadez de su cuerpo, abrió las grandes puertas del último salón no destruido.

Y el dolor se desvaneció en el momento en que su ojo restante se cruzó con la mirada desesperada de un bebé apenas envuelto en unas mantas. Sus llantos parecían acallarse conforme la armadura dorada del Dios se acercaba. Su espada se relajó en su puño y sus silenciosos pasos le advirtieron que el peligro ya había acabado. No parecía sufrir del impactante frío a su alrededor. Justo cuando su sombra cubrió la figura del pequeño, este guardó silencio y sus ojos carmines permanecían a momentos puestos en el hombre de barba abundante frente a él. Chilló casi en susurros como si supiera que se encontraba en una situación de alta desventaja. La espada dio su último brillo cuando esta fue guardada en su vaina. Los manos toscas que habían terminado con la guerra, tomó el pequeño bulto.

El encuentro entre dos reinos, uno en ascenso y el otro estrellándose en el vacío. Los ojos rojos del bebé contemplaron el órgano ocular faltante del Dios y no parecía mostrar temor alguno. Sus lágrimas reflejaban el entendimiento de que el mundo a donde había llegado, estaba en su fin. Lo acercó a él, era de piel color azul, y de un tamaño que no era para nada común en una especie que su nombre hace alusión a lo gigante. ¿Un bebé nacido con defectos? ¿Por qué era tan pequeño? ¿Por qué había sido abandonado en una tétrica y sola habitación?

Odín hizo un respingo cuando vio como la tez azulada se iba aclarando poco a poco hasta mostrar un color casi pálido y unos hermosos ojos verdes. Odin, padre de todo, iba a cumplir su palabra de velar siempre por el bienestar. Se tomó el borde de su capa y cubrió al bebé con ella para procurar brindarle más calor.

Un padre, que apeló a sus instintos y que acogió entre sus brazos, en su corazón y en su pensamiento a un hijo.

-Heimdall...

No tuvo que decir nada más, los hombres que quedaban fueron llevados en un rayo de luces y colores que los envolvieron en un poderoso estruendo. Tras el halo de luz resplandeciente se escuchó el crujir de las botas y el Bifrost anunció a los habitantes de la ciudad de Asgard que los héroes habían llegado, victoriosos.

La gran fiesta se hizo en un abrir y cerrar de ojos. Las mujeres que llegaron a abrazar a esposos, hermanos, hijos. Otras lloraban desconsoladamente mientras pedían que sus allegados que habían fallecido llegasen al Valhalla escoltados por las valkirias. El remolino de emociones, de llantos y risas parecía subir hasta las nubes y el cielo se llenaba de los colores más alucinantes y hermosos que hacía mucho no veían los arsgardianos. En el gran palacio, los guardias sujetaban las lanzas con un nerviosismo y gran alegría. Recibían a su rey con grandes reverencias y con susurros de gran admiración: "Mi rey", "Mi señor", "Bienvenido Milord".

Una vez que sus escoltas le veían las espaldas, el supremo gobernante solo miró a sus guardias y estiró la mano a su costado.

-Descansen todos, estamos de fiesta. Vayan con sus familias.

Y un silencio se propagó. Nuevamente continuó su camino, teniendo supremo cuidado de mantener el bulto que escondía bajo su capa. Los pasillos desolados le acogieron y pudo respirar de manera más tranquila, ignorando sus aún heridas necesarias por atender. Apretó el paso. Finalmente a las afueras de dos grandes puertas doradas soltó un último suspiro. Antes de tocar la superficie dorada, está se abrió casi de golpe, dejando la imagen de una mujer de resplandeciente belleza. Con una corona de flores doradas sobre sus sienes y una larga trenza castaña que caía por su espalda. Aunque de edad mayor, la gracia de su feminidad no se veía afectada, tras su vestido podía verse la imagen de una mujer de gran hermosura.

-¡Frigga!-Exclamó y ambos se echaron en brazos del otro.

-Mi señor, mi rey, mi Odín. Finalmente has vuelto a casa.-Le decía mientras lo tomaba del rostro para juntar sus frentes. Su pecho subía y bajaba en gran alegría, al ver a su esposo regresar. De pronto su rostro palideció.

-¿Que le ha sucedido a tu rostro? ¿Quién ha osado quitar uno de los luceros de tu faz?

Él le sonrío ignorando por completo el dolor que le producía.

-Mi corazón seguirá velando por los nueve reinos, que mi herida no te produzca sopor mi señora, estaré bien.

Y se abrazaron nuevamente en un abrazo más fuerte que el anterior, fue hasta entonces que un leve chillido se hizo presente en la habitación.

-¡Oh mi Dios! ¿Qué extraño sonido proviene de tus atavíos?

Con una risa guardada, Odín tomó de su espalda la pequeña bolita que se comenzaba mover y a emitir sonidos.

-Mi reina, la guerra, casi acaba con el espíritu de mis guerreros y en el camino la sangre que mancha los campos no difiere entre el bien y el mal, entre el vencedor y el vencido. Mi deber, es evitar que la sangre inocente siga corriendo por estúpidas diferencias. Es pues así, que no he podido olvidar a este pequeño. Un vástago de Laufey que ha sido censurado por su diminuto aspecto en relación a sus familiares.

Descubrió al bebé que pronto talló sus ojos con sus pequeñas manos.

-Un inocente bebé, que mi corazón ya no tuvo poder de dejarlo atrás.

Frigga tenía las manos en sus labios cubriendo la sorpresa de tal encuentro. Pasaba los ojos de la pequeña criatura a su esposo y viceversa. En ningún momento sintió miedo, pero si la euforia de ver a un niño que pudo haber sido devorado por el hambre, por el frío, por el descuido y la terrible guerra. Lo tomó en brazos finalmente y le arrulló con calma.

-Desgraciada criatura, es por tu vida, que hemos de velar por la paz entre los nueve reinos, eres la razón de que nosotros siempre persigamos el ideal de la eterna armonía.-Le decía con dulce voz melodiosa.

Odín tomó de los hombros a su mujer y observó un poco más al niño que pronto caía rendido ante un sueño reparador.

-Hemos de criarlo como nuestro hijo, como un legado de un gran guerrero que aunque sucumbió a mi espada, jamás pereció en sus audacia, fuerza y valentía. Él, algún día será la muestra de nuestra gloria, crecerá bajo tu regazo y mis cuidados. Este bebé... Mi hijo.

Y su esposa frotaba levemente su nariz contra la diminuta del bebé.

De pronto se escuchó otro llorar infantil que interrumpió por momentos el nuevo encuentro.

-¡Ah, venid aquí, mi amado Thor!-Dijo Odín que velozmente se acercó al pulcro lecho donde su primogénito descansaba. Un niño de dorados cabellos permanecía con su rostro colorado por las lágrimas, apenas cumplía el año y parecía ser un niño lleno de energía, digno hijo de Odín. Este lo tomó entre brazos y lo acunó. Se acercó a su esposa y ambos reposaron un momento frente al gran ventanal que dejaba ver el despunte del crepúsculo.

El padre de todo alzó su mano libre e hizo nacer en su mano el cetro de su poder. Con un suave movimiento golpeó el suelo y la habitación entera se llenó de las estrellas mismas, de las galaxias que crecían ante sus ojos como flores que emergían de un bravío mar. Los susurros de todos los mundos y los ojos de todo ser viviente que podía verse a través de las grandes galaxias. Odín observó esto y pidió a Frigga que le entregase al bebé. Con habilidad sostuvo al par de infantes y les miró complacido con una gran sonrisa en el rostro. Los ojos azules del niño mayor quedaron atónitos ante el espectáculo mientras el pequeño de los ojos verdes a penas intentaba mantener sus ojos abiertos. Odín habló y su voz retumbó por los nueve reinos.

-Mis hijos... Ellos serán los encargados de llevar a este reino a su gloria... Por el nombre de Odín, padre de todo, por el nombre de mi padre y del padre de mi padre; proclamo que esta alianza jamás habrá de ser desecha. Que el amor que hoy bendice mi hogar sea el mismo que acompañe el destino de este universo. Que así sea, así ya es.

Nuevamente golpeó el suelo con su cetro y el gran manto nocturno que se había desplegado nuevamente fue engullido por el poder de Odín. La hermosa mujer con lágrimas en los ojos tomó a los niños y los llevó a su regazo, después se condujo hasta la gran cama donde prontamente iba a alimentar al más pequeño y arrullar al mayor.

Odín contempló enternecido la escena mientras se alejaba a pasos silenciosos de la estancia. A curar sus heridas, pero con el pecho hinchado de alegría. Uno jamás se hubiera imaginado el destino que ambos niños tendrían, ni siquiera Odín podía, es por ello que el amor es inexpresable e inesperado. No sabes cuando el amor que uno brinda puede tergiversarse, puede malinterpretarse y provocar que un mar se parta en dos. Sin embargo, lo dicho quedará por siempre en los corazones de los hermanos. Aún a través del tiempo, de las peleas y diferencias. El amor que ahora había depositado en sus hijos, siempre permanecería.

 


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