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Adiós, belleza. por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

Este fanfic trata sobre la juventud de Avido y sobre como Hakurei tuvo a su hijo Shion (para fines de este fanfic, es su hijo).

Como en otros fanfics míos, hay una especie de version suave del omegaverse. Detalles especificos ya se iran comentando en los capitulos pertinentes.

La palabra turra es sinonimo de omega, doncel, uke, pasivo.

 

Notas del capitulo:

Enlace a la portada del fanfic:

https://www.pinterest.es/pin/793970609282616119/  

Era el colmo tener que ir a bailarle él al Dux de Venecia, a sus años, por falta de seintos más jóvenes que pudieran irlo a hacer. La misión le parecía estúpida, como se lo había parecido la primera de ellas, hacía ya tantos años, cuando escoltados por Libra, Sage y el entretuvieron al rey de Inglaterra.

Era una misión estúpida, pero dejaba muy buen dinero, y transportarse no representaba ningún problema, no para el maestro del seki shiki.

De noche el hedor se aplacaba. Con el frio de la noche se convertía en un olor casi imperceptible, sobre todo en la dirección desde la que el viento soplaba.

Eso le gustaba más. Saltar libre por los tejados, curioseando, viendo lo que había cambiado y  no en la ciudad en el último siglo y medio. Las mismas viejas paredes de piedra, nuevos ocupantes en las casonas, a veces, en absoluto pertenecientes a las dinastías anteriores. La vida del barrio bajo, cada vez más lejano hacia las orillas de la isla. Techos nuevos, patios interiores inéditos, callejuelas oscuras donde antes solo había senderos.

Un destello blanco en una de ellas lo hizo voltear. Acudir de inmediato, con el corazón acelerado, porque era una melena larga y blanca como la de Sage. Ruidos de hojas y jadeos que economizaban aire. Sombras oscuras alejándose. Rápidas, hábiles, pero ninguna como la mancha blanca. Era el mismo largo de la melena de Sage. Parecida incluso en la manera de moverse, pero más hábil, mas luchadora.

Una pequeña explosión de cosmos lo dejo estupefacto. Derribó a uno de sus oponentes, peleando de vuelta contra otro, con la espada, en la mano izquierda.

Eran varios oponentes para la mancha, pero ahora que resultaba obvio que no se trataba de Sage se preguntaba si intervenir. Muchos, contra uno, no le parecía justo y en los rasgos del chico le parecía ver los de su hermano.

Dio cuenta de uno de una patada, rompiéndole el esternón y mandándolo bien lejos, contra la pared. La turra se volteó ceñuda para verlo, un nuevo oponente, pero el fruncido se transformó en una expresión de asombro.

Era idéntica a ella. Hasta en el peinado. Fuerte, decidida. Se quedó como boba, viéndola, y el que tenía delante le descargo un golpe. No detuvo la espada a tiempo, no hurto el rostro a tiempo, y el filo de la hoja, frío y luego caliente, toco su mejilla.

Hakurei lo hurtó por el abdomen, salvándolo de un corte más serio. De otra patada desarmo al que la había herido, girando, con él en brazos, con increíble fuerza. Tomando su mano con la espada y guiándola, acabando con él.

Al ver a dos caídos los restantes huyeron. Eran demasiado, dos Avidos, y el que les habría pagado no iba a dar más metal luego de recibir dos cuartas del mismo en el pecho.

-Estas sangrando. – le dijo, enjugándola con su bufanda de solterona.

La turrita la veía con ojos ensoñados. Era en lo único en que eran diferentes, en los ojos, que la pequeña tenia de un verde más grisáceo. Y, por supuesto, coronados por cejas.

-¿Quiénes eran esos tipos? – no le gustaba que lo hubieran herido - ¡Agggh! ¡Eres un tonto! – lo sacudió. – Mira que corte más feo te han hecho. Dejará marca.

Avido se llevó la mano a la mejilla. Marcado para siempre. Pero la bajo y sacudió la cabeza, orgulloso.

-Mejor para mí. Así no me les antojaré tanto.

-¿Antojárseles? – Hakurei le ponía babita con la punta de su dedo.

-Sí. ¡Esos cerdos! Deberías saberlo bien: eres bello, aunque estés viejo.

-Gracias. – respondió  Hakurei, sarcástico.

-¡No quise decir eso! – se sonrojo el turrito.

-¡No te sonrojes! Quiero que deje de sangrar. A ver, pégate esto a la herida.

-Es una espada.

-¡No te estoy diciendo que te cortes! Solo pégate la empuñadura, ¿quieres? Es metal, frío, y parara la sangre.

-¿Quién diablos carga con una espada tan grande? – la analizaba, apenas capaz de cargarla.

-Solo apriétala, ¿quieres? – dijo fastidiado. Lo alzó en brazos, como a una princesa, y Avido se volvió a sonrojar – Te llevaré a donde me quedo: hay que curar esa herida.

Avido se dejó llevar. La luna creciente bañaba los tejados, la brisa refrescaba, perfumaba. No: el perfume venia de él, de su inesperado salvador. De esa hermosa turra que había podido acabar con el Castiglione y su primo.

-¿Por qué me ayudaste? – no se dio cuenta de que habló en voz alta, ensoñado como estaba mirándolo; su cabello, su frente. Su nariz; sus pómulos y mejillas, todo él.

Se ladeó un poco para verlo, sonriendo, y el sonrojo se incrementó sin remedio.

-Siete contra uno no me pareció justo: nadie podía ganar esa pelea.

-Tú la ganaste.

-No; se fueron porque éramos dos.

Luces amarillas escapaban de las ventanas de las casas de los ricos.

-¿Dónde te quedas? – preguntó, tratando de disimularlo.

-En el palacio del Dux.

-En el palacio del Dux. – repitió la turrita, sin gesto. Luego abrió mucho la boca, convirtiendo todo su rostro en un lienzo de expresividad - ¡En el palacio del Dux! ¡No puedo ir ahí!

-Déjame adivinar: tienes cuentas con la justicia.

-¿Cómo lo sabes?

-Por la facha que traes. Ningún chico de familia estaría peleando en un callejón de mala muerte con siete delincuentes.

Avido se puso mohíno. Cualquier otro que le hubiera mentado su familia estaría vuelto picadillo. Pero ese doncel…

-Si la gente del Dux me hecha la mano encima me ejecutaran.

Hakurei lo soltó de la impresión y cayo dolorosamente de pompas junto a una chimenea.

-¡¿Pero que ha podido hacer un niño de tu edad!? – tronó Hakurei.

Le miró los ojos. Estaba heridos, oscurecidos.

Había matado.

-Ay no. – se le salió a él también. Lo levantó y lo acercó a él.

Lo abrazó, tan estrecha, tan intensamente. Avido se mantuvo tenso, quiso mantenerse en su caparazón, pero la bondad que emanaba de ese desconocido le hacía grietas. Su calidez dolía, quería alejarse, quería llorar.

-¡No! – lo empujó, pero Hakurei lo abrazó más fuerte - ¡Déjame, maldito viejo pervertido!

-Todo estará bien. – Hakurei lo abrazó más, cubriendo su nuca con su mano y empujándola contra su pecho – Shhh… - lo apapachó.

Avido intentó contener el dique. Pegaba puñetazos en su espalda sólida, incapaz de contener las lágrimas, cada vez más débilmente.

Finalmente estrujo su ropa, escondió su rostro en su pecho y hecho a llorar.

 

***

 

Hakurei lo consoló largamente en aquel tejado. Las risas y la música cesaron. Las luces de las casas de los ricos se apagaron y la luna camino por el cielo, cercana ya a ocultarse cuando el manantial paro.

Hakurei le enjugó las ultimas lágrimas con los pulgares y aprobó lo bien lavada que había quedado la herida: con tanta sal, no se infectaría. Volvió a cargar a la turrita y avanzó como una sombra, burlando la seguridad del Dux, entrando a su pieza por una ventana.

Había que atender las necesidades básicas: le acercó la bandeja de plata con la estilizada jarra de cuello de cisne y panza amplia; los vasos, de frágil cristal cortado, más costosos que el agua limpia que estaban destinados a servir. Había fruta en la bandeja, dulces; lo que cabía esperar del palacio del Dux.

El doncel maduro le limpio la herida con atención; tenerla, así como su rostro tan cerca, sus dedos en contacto, lo hacían experimentar un cosquilleo de la cabeza a los pies. Ponerse nervioso, como con náusea, de tanto tiempo que paso cerca de él.

-Listo. – le sonrió al final, con esa sonrisa suya, luminosa – Con un poco de suerte la marca será leve. Mi hermano tiene unas cremas prodigiosas.

El turrito asintió.

-¿Tienes familia?

-Muchísima. – le dijo – Todos nos queremos y confiamos entre nosotros.

Avido se entristeció.

-Yo no tengo. Ni necesito.

-¿En serio? Porque mi familia siempre aguarda gustosa nuevos miembros.

-Espera – le puso la palma en alto – Yo me refería a verdadera familia, no a una familia. Yo soy cabeza de mi propia familia. – dijo, irguiéndose con orgullo.

-El Santuario es mi familia, de verdad, así como la gente de Jamir. Pero si tú quieres saber si tengo lazos de sangre con alguien te diré que sí, con mi hermano.

-¿Y esposo? – preguntó, usando adrede la palabra para un consorte con rol uke. Lo que quería saber.

Hakurei se quedó un momento congelado y después se rió.

-Este chal – jaloneó la tela verde manchada de sangre – simboliza mi libertad.

Avido sonrió. Mucho. Como un estúpido, sin poder evitarlo.

-¿Qué? – Hakurei se extrañó un poco, alzando una ceja.

-Viejo, no sé de dónde vienes, pero de ningún lado que yo conozca una turra de tu edad está orgullosa de ser soltera.

-En Jamir creemos que la realización de una turra va más allá de casarse.

-Suena como un buen lugar… - se recargó, ensoñado. Mirando fugazmente la botella de vino, la turra, la cama…

Trago saliva

-¿Te gustaría venir? – le pregunto Hakurei, desviando un poco la mirada.

-¿Qué hay ahí para mí?

-Todo. – lo encaró.

Recibió el golpe frontal de sus ojos como esmeraldas.

 

Continuará...

 

Notas finales:

Si les gustaria conocer la historia que les he imaginado a Hakurei y Sage cuando jóvenes, lean mi fic I still feel for you

link: http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=198562

Dudas, comentarios; envien review.

Más imagenes de Avido, en mi pagina de FB La torre de Jamir.

Slán!


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