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Tu la guerra, yo la muerte. por MichaelJ2099

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Las palabras son armas muy poderosos, es por ello que nunca debemos subestimarlas. Si te has bañada con miel, tus palabras generaran sonrisas y rubor, pero si la tristeza se ha colado por tus cabellos hasta que tus ojos inunde, también es seguro de que saldrán palabras de dolor para ti y para los demás. 


Nunca subestimes lo que sale de tus labios, los decretos pueden ser de por vida. 


Se abre la escena... Un gruesa capa de nieve cubre la mítica tierra de los Asgardianos, el invierno ha llegado de manera tan cruel que ha cobrado más que la vida, la felicidad que llevaban cada uno de sus habitantes. Esta noche, no es la excepción.


El padre de todo cruza a galope de un lechoso corcel. Las poderosas patas le abren paso hasta llegar a su castillo. No lo pueden recibir con el afecto merecido, más que reverenciarlo velozmente, pidiendo internamente porque su entrada signifique el fin de las acciones hostiles que tanto han roto la impecable imagen de los guerreros.


Su reina, la mujer de los dorados cabellos corre a encontrarse con él hasta la puerta, su mirada tensa no es de gran aliento, trata de disfrazarse tras una sonrisa falsa, pero él puede leerla mejor que el agua calmada y brava de un mar. Por un segundo, muestra en sus níveas cejas el dolor que le embarga y es ahí donde ella habla:


-Mi rey ¿cómo va todo?


El guarda silencio un momento.


-Tenemos sospecha de una tregua entre Jotunheim y Niflheim.


Ella cerró los ojos intentando no dejarse llevar por el sopor.


-Si es así, tenemos cero probabilidades de saber que traman, Heimdall no tiene acceso a los terrenos del terrible dragón.- Su mirada dura, llegó al suelo buscando consuelo tal vez. Frigga se adelantó:


-Ahora mismo, Vanir rey de Vanaheim, Freyr de de Alfheim e incluso Surt de Muspelheim te esperan. Será mejor que no peleen. Que lleguen a un acuerdo.


Odín suspiró hondamente.


-Espero lograrlo, no podemos darnos el lujo de tener otro enemigo, aunque mi reina he de decirte, convencerlos a ellos, es tan dificil como acabar con esta guerra inútil.-Susurró acariciando la mejilla de la fémina.


La contempló unos instantes más, volvió a hablar:


-Quiero verlo, ¿aún está despierto?


-No, ahora mismo duerme en su habitación.


-Quiero verlo, su simple imagen me dará el aliento que necesito.


Y finalmente su mujer pudo sonreír más anchamente.


-Pediré un poco de comida para ti y los demás reyes. Me adelantaré.


Sin decir más se vio rodeada de sirvientes, mientras Odín se perdía en la lejanía del pasillo. Los pasos agigantados pronto lo trajeron hasta dos puertas de inmenso tamaño. De pie ante ellas, cerró los ojos deseando no introducir ninguna vibra rara en el santuario que estaba a punto de pisar.


Con toda calma, abrió la puerta y enseguida se introdujo para evitar que los rayos de luz perturbasen el sueño infantil. Miró su lecho ocupado, su rostro tranquilo y el pecho apaciguado.


Thor, el único hijo de Odín navegaba en mares oníricos donde no existía la guerra. Ante este pensamiento el padre de todo sonrió, se acercó a él y comenzó a acariciar sus dorados cabellos. Soltó sus músculos y abrió sus labios.


-Si yo te dijese, hijo mio. Que he de partir mañana mismo, tal vez temblarías en lágrimas. No te recriminaría tal hecho, pues sé que tu faz aún infantil también guarda tu inocencia y no pienso mancillarla con discursos tontos sobre la virilidad por sobre todas las cosas. Si yo muero en batalla, te pido no desistas y no temas, pues seguiré protegiéndote. 


Los susurros del Dios Odín arrullaban en sueños al príncipe de cabellos dorados. No pasaba de los cuatro años y era de las pocas cosas que podían calmar el torbellino del legendario rey. Acarició sus mejillas un poco más, aún tan coloradas, tan suaves. 


Quiso aguardar un poco más a su lado, pero el peso tras la gran puerta de caoba le decía que no podía perder más tiempo. Se levantó prontamente y en silencio abandonó la habitación. Tenía que reunirse pronto con los líderes.


Solo las estrellas podían ser testigos de las discusiones bélicas. Al no haber rastro alguno del padre de todo, pronto aparecieron dos zafiros en medio del ambiente nocturno. T


Thor giró su cabecita, esperando encontrar la puerta cerrada, así fue. Rápidamente salió de su cama, sus pies aún no alcanzaban el suelo pero aún así bajó de ella. Tomó sus sábanas y se cubrió con ellas. Sin intenciones de despertar a las nanas que aguardaban fuera lentamente caminó hasta el gran cristal que le impedía sentir el exterior. 


Una vez ahí, se acurrucó. 


-Padre, yo sé que no morirás. Pues tu deber, va más allá de la vida misma, eres el encargado de luchar en nombre de los débiles, de alentar a los valientes y velar por el sueño de los futuros guerreros que se gestan en los vientres de las mujeres de Asgard. Si tu temor es mi desgracia al perderte, no temas, pues no lloraré. No son tiempos de llorar, sino de ahondar en el grito bélico.


Llevó su blanca palma hasta la ventana cerrada y miró el cielo con su bóveda celeste. Escuchaba muchas historias de su madre, sobre los reinos que tenía bajo su cuidado el rey Odín. La gente tan distinta que vivía en esos remotos lugares que sus ojos aún no veían y el terrible enemigo que se escondía en una tierra gélida. 


Frunció el ceño y cerró sus ojos.


-Les ruego dioses míos, escuchen mi suplica. Si son míos, tomen mi voz y al esparcirla por el cosmos hasta las mismas raíces del Yggdrasil, hagan que sea vehículo de la bendición sobre mi padre, sobre la paz que todos merecen, sobre las viudas y hermanas que lloran a los que se han ido. En nombre de Thor, hijo de Odín, heredero al trono de Asgard. Traigan la paz para los nueve reinos, lleven un néctar sagrado, tan inefable que sea la razón del cese hostil. 


Pronto frunció sus labios. 


-Pero... Si es su voluntad que mi pueblo tome las armas durante largos años, entonces lleven un melifluo que calme los corazones de mis súbditos, que aliente a los guerreros y atemorice a los enemigos. Si su intención es continuar, abriguen a este pueblo en gracia y valentía.


Abrió los ojos y su mirada cansada pretendía jugarle una broma. A lo lejos, vio correr un hilo de luz verde, tan delgado y tan nítido que parecía una hoja cayendo del cielo. 


-¿Qué ven mis ojos?-Se preguntó.


Una estrella fugaz, un glauco rayo que se abría paso en el cielo. Ante su tierna edad sonrió tan ancho como sus mejillas le permitieron.


-¡Me han escuchado!-Gritó emocionado. 


Y es que en su corazón retumbó la certeza de que esa señal, debía ser la clave para su oración previa, tenía que ser la voluntad divina que había girado sus ojos a él. Tenía que serlo. 


-¿Príncipe? ¿Aún no se ha dormido?-Escuchó desde afuera el joven y ante sentirse pillado, corrió con las sábanas hasta la cama a tumbarse. Sin borrarse el gesto de su rostro, contempló un poco más el rayo que sus ojos notaban, esperando que fuese lo mejor para su pueblo lo que llegaba del cielo.


Y es que cuando uno es niño, es difícil ver el la oscuridad de la luna, cuando uno nace de los rayos del sol, nunca es sencillo darse cuenta de la oscuridad que puede ocultar una nube o una estrella. Thor tenía la certeza de que algo se había removido en los grandes dioses y esperaba que fuese para bien.


Así fue como acabó la noche Asgardiana. La calma que embargó al príncipe llegó a cada rincón y finalmente tras largas charlas que llegaron a medianos términos pacíficos Odín también pudo compartir un pequeño descanso, sin saber, que su hijo había invocado algo que no sabría cómo discernir.


Tal vez el árbol Yggdrasil realmente había extendido una de sus raíces, sus hojas habían logrado alcanzar la herida que habrían de sanar con el néctar. Aunque nadie lo supiera, los ojos que habían visto nacer los nueve reinos ya habían movido con anterioridad sus cartas. Fue por ello que adelantándose un poco, mandaron un poderoso trueno a la tierra que tomó la forma de la carne. 


El hijo de Odín no sabía que esa podía ser una de sus últimas noches de descanso, sobre su existencia ahora estaba el peso de ser quién decidirá el futuro del cosmos entero. Un brazo había hecho su primer movimiento, ahora tocaba que se moviese el otro. Por ello enviaron el jade que habría de hacer la siguiente diferencia.


Entre los gélidos y recónditos rincones de una terrible tierra azotada por la dura roca nevada se corría el rumor de un nuevo integrante de la familia real. Pasos de gigantes se escuchaban a la distancia nacían de la mismísima tierra.


Los Jotun, eran todo aquello que fuese contrario a la razón y paz. Siempre habían de existir las dualidades, he aquí la que encabeza el apartado de un salvajismo vital. 


Se aglomeraban a las puertas del gran amorfo castillo níveo. 


¿Qué guardaban esas puertas congeladas? Aguardaron, esperaron que su rey apareciera. Algunos se acomodaron sus atavíos de oro. Las largas cadenas que adornaban sus caderas y sus rostros secos. Y es que era insulso buscar resguardarse del frío cuando este era el origen de esos salvajes seres. 


Finalmente, las puertas crujieron y salió un mensajero. Los ojos sangrientos de todos se posaron sobre el que salía por el umbral. A lo lejos otro par de ojos miraban la escena con cierto repudio.


-Rey Laufey, no podemos hacer nada más. No tiene caso.


Pronunciaron detrás de él, no se giró enseguida, en vez de eso apartó la mirada y la clavó en el cielo, con el rostro en terribles gestos, su zarco ser recubierto de marcas, escarificaciones que acompañaban a todo Jotun. Apretó tan fuerte las manos que estas le comenzaron a sangrar por las uñas que se enterraban en su piel.


-El bebé logró salvarse al dificultoso parto.-Volvieron a hablar los dos súbditos.


-¿De qué me sirve un heredero que apenas y podrá sobrevivir a su primera noche?-Pronunció con rabia.


-Lejos de su apariencia, parece ser un bebé totalmente sano.-Dijeron. En eso, el cuerpo de Laufey estalló en tensión. Tomó de manera brusca al hombre tras él.


-¡Esa cosa, no puede ser mi hijo!-Gritó molesto.


-Pero, hemos avisado al reino de la muerte de la reina, solo queda confiar en el nuevo príncipe.


Los ojos rojos de Laufey relampaguearon una vez más. ¿El nuevo príncipe?


-Están locos si creen que esa cosa tocará el trono. Será mejor que nos deshagamos de él. No es momento para preocuparse por una cría defectuosa.


Pero los rostros molestos de los dos Jotun se miraron entre sí y prosiguieron con su explicación.


-No podemos hacer una tregua sin un intercambio.-Se adelantó uno. Pero no obtuvieron respuesta.


-Mi señor Laufey, los cielos incluso hablaron esta noche. Ha partido el alma de nuestra reina, y a su vez ha traído una bendición del árbol de Yggdrasil mismo.


Laufey clavó la mirada en el súbdito que enseguida agachó la mirada puesto que con el rey y su terrible genio nadie se metía. 


-No creemos que haya sido una casualidad que la señal haya llegado hasta la habitación de la reina justo cuando el bebé ha salido de sus entrañas.-Explicó. 


Cansado de tanta patrañas de leyendas estúpidas, el gigante de hielo se acercó hasta donde estaba el cadáver de la monarca y su bebé. Lo tomó bruscamente del brazo. Y es que en verdad que era una cosa rarísima de ver. En una familia de grandes guerreros, tuvo que salir un heredero tan enano como apenas una diminuta piedra de plomo. Con solo dos dedos podía tomarlo del brazo y ejercer en el suficiente fuerza para lastimarlo.


-¡VEANLO!-Gritó. 


Comenzó a chillar entre sus dedos y se quejaba del dolo que le producía tan terrible manera de tomarlo en el aire. 


Los súbditos intentaron detenerlo pero la mirada tosca y rabiosa del rey, fue suficiente para que se olvidasen del bienestar del bebé.


-Esta cosa, nunca será nada... Esta cosa, no me ayudará a terminar la guerra... No puedo dejar que esto salga de estos muros, si alguien lo viese sería nuestra perdición. Ahora, que estamos más cerca de acabar con todos estos imbéciles de Asgard. 


Lo alzó más bruscamente y buscó los ojos tiernos de la criatura. Cuando la tuvo enfrente, se rió a carcajadas mofándose. Había perdido su tiempo copulando con una sola persona que le diese hijos, la poligamia era el camino del éxito, pero no era lo que habían aconsejado. Estúpidos reclamos se hubiese ahorrado. 


-Tu... No serás nada, serás apenas un bocadillo para mi terrible bestia.


Y con un dedo de su mano libre le propinaba empujones a su regordete y pequeño cuerpo. El bebé gemía de dolor y suplicaba por una pronta muerte o que acabesen con su sufrimiento de una vez soltándolo.


Lo que nadie sabe, es que los Jotun guardan en sus venas información tan antigua, ellos alguna vez fueron grandes seres sabios y racionales.


Esos días habían terminado hacía milenios, ya nadie recordaba nada acerca de esa utopía que antes se vivió. Ya casi nadie recordaba, la magia que corría por sus venas. Los grandes conocimientos místicos que les hicieron poderosos y benevolentes en eras pasadas.


Pero con un estimulo positivo o negativo se puede lograr traer de vuelta todo aquello. Fue así, que efectivamente, no había sido una casualidad la gran orbe de luz verde que había brotado de las entrañas. Ante un grito de desesperación, esos únicos seres vieron un aura de color aceituna emerger del cuerpo del bebé. Una fulminante luz que cegó a los que estaban allí, una grito liberador. 


Y de su frente, brotaron dos pequeños cuernos del mismo color azul. El llanto prosiguió, la serpiente de luz verde se removía por toda la habitación y aprisionaba a aquellos que lo vieron sufrir y no hicieron nada para detenerlo. Estrujo tan fuerte a los Jotuns que lo trajeron al mundo que los terminó matando. 


Laufey vió los cuerpos de sus súbditos que se estrellaban contra el suelo ya muertos. Escondido de la mirada infantil, apreció los extraños dotes de su hijo (aunque rechazado). Sus ojos que se desbordaban en un vivo verde, los lazos fuertes de magia que recorrían la habitación tratando de deshacerse de todo aquello que le hiciese daño. El llanto colosal y los cuernos en su frente que crecían cada vez más. 


Laufey finalmente sonrió, cuando con malicia entendió la gran prueba que los cielos habían puesto en su único hijo. Ese defectuoso pequeño, no debía ser todo desgracia. Parecía que el rojo de sus ojos se avivaba. Sediento de sangre, pudo casi ver visiones futuras. Su reino engrandecido y la cabeza de los demás reyes colgando desde su cuello. Eso debía representar. El bebé finalmente acalló y prosiguió a solo hacer rabietas en el aire. La luz acabó, la serpiente mágica que buscaba víctimas desapareció y solo quedó la pequeña bola de carne tendido sobre la cama, aún sucio por el parto, aún con frío.


El rey de Jotunheim le miró con la ceja alzada, había encontrado el propósito perfecto, solo... Tenía que llevarlo a acabo.


Dos padres, dos sentimientos y dos niños que aún no se conocen. ¿Qué podría pasar? Si uno es criado bajo el seno amoroso y el otro es rechazado desde su útero, solo al nacer y cobrando vidas al instante mismo. ¿Era ese el destino de ambos príncipes? 


¿No?


Entonces, sigan leyendo próximamente. 


 


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