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I find peace in your violence. por Ulala

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     ¿Saben qué es lo que más me he cuestionado al comenzar éste libro? La objetividad. Sucede en todas las historias, específicamente en ésta. Quizá interpela mi aspecto personal al ser una persona cercana a mí. Realmente podría explicarles los dos o quizá tres, perspectivas que están en juego. Realmente, como narrador omnisciente podría no juzgar. Podría decirte aquí y ahora, que todo sucedió por algo. Sin embargo, no lo haré.





Así de subjetivo, así de mortal, con sus errores, con sus actos; sus gustos y elecciones, ésta historia será suya y sólo suya. Por eso mismo, relatarla desde alguna otra voz, me parece tan abominable como todo lo que le sucedió. Él se había acostumbrado al olor y sabor de su propia sangre. En su boca, en su sien; hasta en algunos lugares poco deseados. A través de los años comprendió que el ser humano podía familiarizarse con cualquier acto atroz y tomarlo como algo natural. Daré comienzo sin más, a éste relato que comienza con un personaje que ni siquiera sabe que en ese momento se encuentra agonizando.








 

Hay cosas en la vida que uno cree tener claras de manera innata ¿entiendes lo que digo? Como un papel que tienes que cumplir, que sabes que tiene que ser así. Hasta que llegan situaciones, momentos específicos, cruciales, que te hacen quebrar.





No sé por qué estoy haciendo esto. Divagando conmigo mismo, contándole todo a algún rincón de mi mente que ni siquiera conozco y estoy seguro, que él tampoco a mí. Sin embargo, aquí estamos, dentro de mi cabeza. Espero que tú, seas tan humano como yo, porque sólo así, quizá y sólo quizá, puedas llegar a comprenderlo.  Ahora vamos al grano: ¿Quién soy yo? Me llamo Noah, mi apellido, no importa. ¿Mi edad? Supongo que de a ratos. ¿Mis padres? Familia clase media. Demasiado conservadores, culpables de tener doble moral la mayoría del tiempo. Pasaron varios tratamientos de fertilidad para poder engendrar a un niño y eso hizo que creciera sobre mis hombros todas sus expectativas, a la legua que nunca lograrían tener otro heredero. ¿Quién diría que fueran tan desgraciados?





Crecí en un ambiente en que estaba claro qué era lo incorrecto y que no. Sin embargo, era un niño y como todo niño, hay cosas que comprenden del todo. No sé si decir que desde pequeño lo supe ¿sabes? Era algo que estaba ahí y durante esos años jamás tuve el valor de admitirlo ni siquiera en mis pensamientos. Estaba. Dolía. Confundía. Y lo escondía en un rincón, por allí; bien profundo, encerrado. A los doce años, cuando comienza la revolución de las hormonas, cuando todo lo relacionado con lo sexual y el cuerpo del sexo opuesto es la nueva tendencia, lo sentí.





Por aquellos tiempos, tuve mi primer cuestionamiento: la normalidad. ¿Tú sabes qué es? Me refiero a realmente definirla, con lujos de detalles de manera exacta y con ejemplos. Supongamos que podría ser algo así: un estatuto que crea una sociedad para definir algo que se adapta a los estándares de la mayoría de las personas que la habitan. Eso sería un buen inicio de definición. Le di vueltas al asunto una y otra vez. La soledad que sentí en aquellas épocas aún me hacen estremecer.





Juntando el valor necesario para acercarme a mi padre, un hombre grande, con una voz penetrante; le pregunté ¿es malo no ser normal? Él me contestó que sí. Un par de meses después a eso, vino LA CHARLA. Esa maldita conversación  que todos los hijos evitan, donde te dicen que debes picar de flor en flor —en el caso de ser hombre, claro está— sin comprometerse lo suficiente; hasta que tengas unos treinta años y necesites alguien que cocine y lave tu ropa. No comprendí por qué me aconsejaba que buscara una sirvienta en vez de un amor, pero fui lo suficientemente cobarde para no preguntar.




Las sobremesas eran incómodas. Específicamente porque aún con quince años de edad, yo difería en muchas cosas respecto a mis padres. Qué pensaban, qué decían. Mi madre nunca dijo nada. Yo jamás le pregunté sobre esos moretones que aparecían en sus muñecas de vez en cuando. Hoy en día, con muchos años más encima, comprendo que tenía miedo a pronunciar palabra que contradijera a la suya. Sin embargo, creo que en ciertos puntos, coincidían, como por ejemplo: la homofobia.



 

¿Escuchaste que el hijo de la vecina es homosexual? Qué horror —fruncí los labios al escuchar eso. Homosexual.



Es culpa de los padres. Dejaron que enfermara. Prefiero tener un hijo asesino que marica.




Buenas notas. No me pidieron demasiado, sólo lo suficiente para aprobar. Bueno en los deportes, mi padre iba a verme de vez en cuando, sólo allí lucía levemente menos amargado, mientras su hijo se lucía siendo lo que él nunca pudo. Atractivo y simpático, porque eso es lo que quieren las mujeres, había dicho.




Los estándares que debían cumplir eran esos. Por algunos años todo fue normal. E intenté, realmente intenté, maldita sea; que todo funcionara. Fútbol, básquet, cualquier tipo de deporte que causara en mi cuerpo un estado de cansancio tal, para no permitirme pensar en mis deseos. Así fue por algún tiempo. Durante mis dieciséis tuve una novia. Dos meses.




¿Quieren que les cuente cómo fue con lujos de detalles? No lo sé. Lo que sí recuerdo, casi como un hecho traumático; fue el sexo. A veces me veo allí, acostado en una cama que no era mía si no de ella, mientras sus padres estaban fuera. Aún me veo allí, prácticamente tieso, con miedo a hacer algo mal y cagarla completamente. Esa fue la primera vez y la última que lo hicimos. Poco tiempo después, llegamos a la conclusión que no estaba funcionando. Y sí, está bien: me terminó. Para qué negarlo a estas instancias.




En el momento en que decidí que masturbarme era mucho mejor que intentar estar con alguna otra mujer, comprendí que algo estaba malditamente mal. Lo normal y lo estipulado se habían transformado en una presencia fantasmal fusionada, que estaba allí a mi lado todo el tiempo aprisionando, sometiéndome todos los días un poco más. Enfermedad.



Hasta que todo comenzó una tarde de primavera. Llovía y esa mañana, yo; idiota, sólo para variar un poco, salí apurado ya que llegaba tarde. No traía paraguas, así que me quedé sentado en aquella escalera, frente al instituto, observando las gotas como si fueran interesantes.



 

—Oye —me giré levemente—, ¿tú eres Noah, verdad? —asentí levemente. En aquel momento tampoco se me ocurrió preguntarle cómo diablos sabía eso, porque me desconcertó su siguiente comentario—. Tu nombre es extraño —fruncí el ceño. Él comenzó a reír.

 

—¿Qué diablos?

 

 

—¿Necesitas un paraguas? —preguntó, extendiéndome el suyo. Mucho tiempo después, analizando la escena entre mis recuerdos; noté que ese era el único que él tenía.

 

 

—No realmente.

 

 

—Entonces me quedaré contigo esperando a que pare —y así lo hizo. Desvergonzado. Descarado. En aquel momento me obligué a no mirarlo.



 

 

Treinta minutos después dejó de llover. Sin embargo, nos fuimos de allí una hora más tarde. Nathan. Supe que estábamos en el mismo año y diferente comisión. Directo, honesto, amable, auténtico, risa contagiosa. Esa tarde justamente él estaba ahí, porque así tenía que ser. Alto, con un cabello pelirrojo hasta los hombros, atado con una media coleta; ojos miel, aspecto despreocupado y casi rebelde. Con ese maldito lo supe desde la primera vez: muy dentro mío, allí; el rincón abandonado, me gritó que no lo miraba igual que a las mujeres.



 

Desde un principio me dije que éramos dos polos opuestos. No era así. ¿Definirse es limitarse? Mentira. Aprendí durante toda mi vida, que hay una gran diferencia en cómo queremos ser y cómo somos en realidad. Incluso tú, que estás aquí leyendo mis palabras en tu cabeza, puedes equivocarte al pensar que eres de una forma y no de otra. ¿Cómo lo sabes? Bueno, eso es sólo cuestión de experiencias.



 

Él no supo nada de mí. Yo supe todo de él. Era así como creía que funcionaba. Cuando el momento llegó, me di cuenta que en realidad; lo sabía absolutamente todo. Nathan me leía como un libro abierto, liberándome, arreglándome con su mirada. Su espíritu era libre por mí. Ablandó mi alma, agrandó mi inocencia hacia las demás personas. Lo noté muchos años después, mientras cometía estupideces.




Durante mucho tiempo me autoengañé que aquellos nervios que sentía a su lado, eran sólo algo producto de mi imaginación. Que mi mirada, lo buscaba a él sólo por coincidencia. Y Nathan, fue el causante de mi segundo cuestionamiento: ¿qué era el gustar? ¿qué eran aquellos sentimientos extraños? Te diría la respuesta, pero la que en ese entonces pensé y la conclusión a la cual llegué actualmente, difieren totalmente.




Aquel era el primer y el último año que pasaríamos juntos. Quedaban sólo dos semanas. Diecisiete años. Había días en que necesitaba decirlo ¿comprendes? Era como tener la necesidad de gritarle al mundo que muy probablemente me gustaban los penes y estaba orgulloso de eso. ¿Orgulloso? En realidad no. Porque me habían enseñado que eso era antinatural. Lo medité durante mucho tiempo. Listas de pro y contras. ¿Decirle? ¿no decirle? Ahí, sentados en el suelo de su habitación, apoyando nuestra espalda contra la pared, nos convencíamos que en algún momento de aquella tarde, íbamos a estudiar. Mentira. Por el contrario, hablamos estupideces: ¿el huevo o la gallina? ¿qué tan genial sería un apocalipsis zombie? Mi cabeza hizo un revuelo en ese momento, como si de repente todo se apagara y quedara mi inconsciencia.




—Oye —lo miré de reojo—. ¿Qué opinas de los homosexuales? —pregunté. Me miró sorprendido con sus ojos miel.



—¿Qué? ¿qué opino de qué? —sonrió de lado.



—Pues…



—No tengo que opinar de nada, Noah. Si dos personas se quieren o se gustan, no es necesario aclarar nada más ¿no crees? —clavó sus ojos en mí. Tragué saliva—, ¿y tú?



—Creo… —bajé la mirada. Terror. Me arrepentía completamente de haber pronunciado esas palabras. Me obligué, balbuceando, aterrorizado a simplemente decirlo—. Creo que lo soy.



—¿Crees? —elevó la ceja.



—No lo sé aún —y la razón por la cual no lo sabía, es porque me aterraba la idea de probar y que fuera cierto.



—¿No has intentado?



—No —levanté mis ojos levemente.



—¿Qué tal conmigo, entonces? ¿quieres probar?





Me aterré. Y lo hice específicamente porque era él, no cualquier otra persona. Mi cuerpo se paralizó cuando deslizó sus dedos por mi barbilla. Su respiración sobre mis labios, sus ojos clavarse en los míos, cerré mis párpados. En blanco. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. No fue mi maldito primer beso, pero así se sintió. En negrita, cursiva y subrayado:  el primero. La timidez pasó a segundo plano en el momento en que enredé mis falanges en sus cabellos, su cuerpo se pegó a mí, apoyó su antebrazo contra la pared y se posicionó entre mis piernas. No sé cuánto duró. Fue amable, tierno, avasallante. Cada roce me llenaba de una sensación que jamás había sentido. Años después, aún me hace estremecer el sólo recordarlo; años después, me arrepiento de no haber hecho nada más que eso.




La vida es curiosamente cruel, hasta el punto en que hoy en día, me parece gracioso. Antes de poder decirle abiertamente mis sentimientos, luego de haber preparado por días mi estúpido discurso; me enteré que su padre había recibido una propuesta de trabajo en el exterior. Y mi mundo, se destruyó. En mi inmadurez, mocoso y estúpido, me enfadé con él. Por mostrarme la definición de felicidad, de sentimientos que no podía explicar; para luego arrebatármelos como a un niño. Mientras me contaba, dejé mi rostro estoico. Le dije que estaba bien, que ojalá, le fuera muy bien. Me fui de aquella casa minutos después, que me había recibido siempre con los brazos abiertos; simulando que todo estaba bien. Una semana antes de que terminara todo.



 

Ese fue el punto y final de mi primer amor. Puede que suene frío ahora, quizá. Pero en aquellos momentos, me cuestionaba qué diablos hacer y cómo superarlo. Hoy, sólo son anécdotas. Sin embargo, no dejo de preguntarme ¿qué habría sido si hubiese ido a la entrega de diplomas de la graduación? ¿qué diablos hubiese sido si nos habríamos visto una última vez?




 

Quizá, quizá y sólo quizá; hoy no estaría muriéndome en ésta maldita sala.

Notas finales:

Holo, holo. Ehm, nada; desde hacía un par de días estuve escribiendo esto. SÉ QUE TENGO COSAS QUE TERMINAR. LO SÉ. Pero es que realmente simplemente salía esto y dije, bueno, habrá que escribirlo. En teoría, va a estar narrado todo en primera persona. 

 

No sé ni cuántos capítulos vaya a tener. Probablemente no muchos. Creo que va a ser bastante fuera de mi zona de confort que es específicamente el hecho de la violencia y quizá por eso lo encuentro bastante brutal. (?) IDK. No sé, ustedes dirán en capítulos posteriores. 

 

Así que nada, espero lo disfruten. 

Saludos! <3 


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