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Algún día por Princess of hell

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Notas del fanfic:

Los personajes no son de mi autoría.

    Una madrugada de invierno en Winchester, Inglaterra, para ser exactos en el orfanato Wammy's House para niños superdotados, se encontraba un niño o mejor dicho un adolescente de catorce años esperando a que su mejor amigo despertara de su profundo sueño para poder fastidiarlo un poco.


    Estaba molesto, irritado y a la vez confundido, por cierto motivo que no lo dejó pegar un ojo en toda la noche y que hacía que en su cerebro las ideas se alborotaran. Dio vueltas en la cama, se sentó y volvió a acostarse innumerables veces pero aun así no pudo lograr conciliar el sueño. Como su hiperactividad y ansiedad, provocada en cierta forma por la falta de sueño, no lo dejaban tranquilo y además su poca paciencia tan característica en su persona estaban empezando a exasperarlo decidió no esperar más a lo imposible y se levantó para darse una ducha y recorrer los pasillos vacíos del hogar ya que apenas eran las cuatro de la mañana y todos se hallaban durmiendo en sus cálidas y confortables camas, a excepción de él, claro está, que sus pensamientos no le dieron tregua alguna en toda la noche.


 


    Caminó y caminó sin rumbo alguno, aburrido, buscando algo con lo que entretenerse. Iba por los pasillos donde se encontraban las habitaciones, leyendo los letreros colgados en cada una de las puertas que indicaban el nombre del niño que ocupaba ése cuarto. Hasta que inconscientemente detuvo su paso frente a una en especial. Exactamente la puerta del niño presente en su mente que se encargaba de fastidiarle sus pensamientos y desvelarlo en las noches. Frunció el seño y dando lugar a una expresión de odio intentó continuar su marcha. Sin embargo, por algún motivo no se movió y, contrario a sus principios, siguió allí mirando hacia el lugar donde estaba durmiendo su peor enemigo, esa persona que llegaba a rabiarlo con su inexpresividad. Lo odiaba, deseaba que ese chico desapareciera de su vida porque gracias a él no lograba conseguir sus objetivos, alcanzar sus metas.


    Entonces, como si hubiera caído en un estado de somnolencia, se encontró abriendo lenta y parsimoniosamente la puerta, ajeno de sus acciones como si otra persona desconocida las ejecutara y él fuera un mero testigo. Al ingresar, su  intimidante mirada azulina enfocó a aquel ser que lleno de inocencia y pureza, que no se hallaba corrompido por su pasado, a diferencia de él que desde pequeño vivió en las calles y se vio obligado a aprender a sobrevivir a los males de la sociedad e incorporar información no apta para niños. Era la persona que sin quererlo más conocía pero a la vez desconocía ya que el chico que tenía en estos momentos en frente suyo nunca mostraba su verdadera personalidad e intensiones ocultándolos bajo una máscara de frialdad.


 


    Un encuentro de opuestos. Positivo y negativo. Blanco y negro. Pureza y suciedad. Un ángel y un demonio. ¿Acaso el demonio quería corromper la pulcra alma del pequeño ángel?


    Actuaba por impulso, sus acciones siempre se rigieron bajo ese principio, pero ni él mismo se imaginó estar en una situación como tal y mucho menos con la persona que más odiaba. Ahora reinaba la inconsciencia, dueña de sus actos más instintivos, para realizar aquello que realmente deseaba pero que jamás reconocería.


    Se hallaba arrodillado junto a la cabecera de la cama y con los brazos apoyados en el suave acolchado blanco, que hacía conjunto a las características del niño que se encontraba durmiendo, pero que no contrastaba con la ropa que llevaba él puesta, toda negra como le gustaba. Admiró cada rasgo del menor, tan sereno e irreal en ese estado vulnerable, atento a todas las acciones que realizaba dormido. Su respiración era lenta y pausada, producto de que se encontraba totalmente tranquilo y ajeno a lo que pasaba a su alrededor. Verlo de ésta forma tan pacífica, resaltando más su inocencia, lo hacía parecer un ser inalcanzable, como un ángel incapaz de cometer cualquier clase de pecado.


    En ese instante alejado de la realidad, sintió surgir tantas emociones que no lograba distinguir, todas juntas y confusas. Se estaba hartando de la situación. Por qué él tenía que ser el primero. Por qué él tenía que ser el favorito. Por qué él lograba calmarlo simplemente con el hecho de mirarlo dormir. Por qué él tenía que existir…


    Muchos cuestionamientos se hicieron presentes en su mente inquieta. Quería callarlos, como sea. Debía desaparecer la causa principal de sus conflictos para poder tener la conciencia tranquila. Le dio rabia el hecho de que ese ser, que en estos momentos tenía en frente suyo, se encontrara tan impasible a todo lo que pasaba a su alrededor. La ira comenzó a recorrerle por todo su ser. Tomó el frágil cuello del chico entre sus manos y comenzó a apretarlo cada vez más pero aún así no se despertaba. Luego de unos segundos se dio cuenta de que lo que estaba haciendo era inútil. No podía simplemente ahorcarlo y solucionar así automáticamente sus problemas. No era capaz de hacerle daño. Se sentía un cobarde, pero era la verdad. Retomó su posición inicial y recostó su cabeza encima de sus brazos sobre el acolchado. Nuevamente se encontraba observándolo y cuestionándose miles de cosas en su cabeza. Sin pensarlo levantó una de sus manos acarició con delicadeza su cabello blanco y suave, que caía alborotado sobre su rostro, descendiendo por sus mejillas levemente sonrojadas hasta rozar con sus dedos los labios rosados del chico, poco a poco se fue  incorporando con una idea extraña en su mente y se fue acercando a su rostro, hasta el punto de tener sus labios rozándose, a centímetros uno del otro. Sin saberlo fue cerrando lentamente los ojos, inhalando la dulce fragancia que tenía el menor. No se trataba de ninguna clase de perfume artificial, era el aroma de su piel, de él mismo. Su perfume personal y característico, que al atravesar el umbral de la puerta de su cuarto se podía percibir de manera instantánea. Un aroma dulce y perfecto, cautivador.


    Delineó con la punta de su lengua el labio inferior del chico albino, que rehusaba a despertarse para su buena fortuna, y terminó uniéndolos en un beso robado. Sin comprender cómo llegó a esa situación, sin ningún testigo más que el mismo, en esa silenciosa y extraña madrugada. Con él, con su enemigo, a quien juró vencerlo en todo lo que pudiera... ahí se encontraba a él mismo, a su propia persona, nada más ni nada menos que Mihael Keel, cediendo ante sus bajos instintos, cometiendo un acto pecaminoso y perdiendo nuevamente ante su oponente.


    ¿Impotencia? ¿Bronca? En éste  momento no existían, solo quería olvidarse de dónde estaba y dejar de pensar por al menos unos segundos. Intentaba engañarse a él mismo sobre lo que estaba pasando frente a sus ojos y viviendo en carne propia, sin embargo, no podía. Era algo mucho más fuerte que él y su voluntad.


    Unos golpes en la puerta hicieron que volviera a la realidad. Abrió lentamente sus ojos, mirando a su alrededor. Estaba recostado en su cama, en la de su propio cuarto. Le pareció extraño, no recordó haber regresado hasta allí si todo había pasado recién. Luego pensó en lo ocurrido y se toco sus labios. Otro golpe lo hizo sobresaltarse, entonces calló en la cuenta de que había sido todo un sueño. Un tercer golpe se hizo presente, esta vez más insistente, provocando que mirara a la puerta con fastidio intentando con su vista atravesar la muralla de madera y matar a quién sea que se encontrara del otro lado. Tal como era de esperarse no funcionó. Así que se levantó desanimado y fue a ver quién era el que se atrevía a interrumpir su descanso.


    ― ¡Hasta que al fin te decides a levantarte! —exclamó socarronamente un chico alto y pelirrojo. —Un poco más y hubiera pensado que te raptaron los alienígenas zombis devoradores de seres humanos ―dijo su mejor amigo, que al parecer había amanecido muy animado.  


    ―Matt, sería mejor que dedicaras las noches a dormir y no a atrofiarte el cerebro con esos videojuegos― fue su respuesta cargada con todo el mal humor con el que se había despertado.


    ―Si rubiecita, entonces deja de comer tantos chocolates el azúcar altera tu humor y te hace poner insoportable ―y con esas palabras dichas, no se hizo esperar la mirada amenazante del rubio hacia su pobre amigo que comprendió al instante que su mal humor no era para nada fingido y que lo mejor era dejarlo un momento a solas para garantizar su propia seguridad y evitar terminar futuramente asesinado por culpa de alguno de sus famosos ataques de ira. ―Será mejor que me vaya, creo... que deje algo olvidado en mi habitación― pronunció algo dubitativo. Esa fue su brillante excusa para retirarse por donde había venido.


    Mello en su interior agradeció que su amigo entendiera en qué momentos no quería ver a nadie, como también que lo aguantara en sus peores días, con todo su mal carácter.


    Luego de esa breve conversación, tras cerrar la puerta, fue directamente a su cama y se acostó en ella, no con el objetivo de dormir, si no con la idea de aclarar un poco sus pensamientos ya que luego de aquel extraño sueño no consiguió volver a pensar con claridad.


 

Notas finales:

Quiero aclarar antes que nada que el fanfic no lo pude subir en el formato original con el que lo hice, porque es la priera vez que uso esta página y no me permitía subir el archivo directo, si alguien sabe cómo hacerlo agradecería la ayuda.

 

Este fanfic lo escribí hace muchos años y recién ahora me animo a subirlo.

Si les gustó, el próximo cápitulo lo subiré la semana que viene.

Gracias por leer <3


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