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First Christmas por CrawlingFiction

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Notas del fanfic:

Los personajes de VOLTRON LEGENDARY DEFENDER no me pertecenen, son propiedad intelectual de sus creadores y DreamWorks.

First Christmas

 

Como olas rojizas y cálidas por sobre un mar de carbón, la chimenea se izaba juguetona al viento filtrado por las ventanas. La reconstrucción de aquella villa residencial no estaba completa, por lo que la calefacción era un retrato de muchísimos años atrás. A Shiro eso no le era problema, les recordaba a las cenas familiares de su infancia. La mesa puesta al lado de la chimenea, sus abuelos y padres conversar de temas que todavía no comprendía.

Esa noche era de las pocas donde se había sentido un niño del todo normal. Y obviando los hermosos regalos bajo el árbol y la cena caliente, su mayor fortuna era tener a sus padres al menos ese día con él.

Las responsabilidades de sus padres se hicieron menos difíciles de camuflar con regalos y promesas, y él con el tiempo dejó de necesitarlas siquiera. Al enrolarse en el Garrison sus navidades se hicieron más austeras, pero no menos dignas de recordar.

De añorar.

>>El uniforme gris y esa altura que le hacía ver tan inalcanzable. Una pequeña mano cálida apretándole de más.

La sonrisa con el pecho henchido de orgullo tras abrir la puerta de su habitación. El jovencito detrás expandió sus ojos usualmente esquivos y retrocedió.

No necesitó encender las luces para demostrar tal magia.

 —Shiro… —la voz de Keith titubeó— ¿Y todas estas luces? —ligeramente impresionado, luchando por mantener los restos de esa indiferencia y ceño fruncido que hacía semanas le había arrebatado como constante en su rostro. Shiro más que un mentor quiso ser su amigo, ser su aliado por sostener aquel potencial que sabía escondía detrás.

Aún muchos profesores le reprochaban por respuestas.

Y él no supo que contestar en ese momento, mucho menos ahora.

¿Por qué había ayudado a Keith Kogane? ¿Por qué lo prefirió a él, el chico problema, el chico huraño, la caja de Pandora a estallar que a cualquier otro más?

Esos ojos violetas centellando al compás multicolor de las luces delante de ellos, parecieron darle una pista. Y sus ganas inexplicables de traerle de vuelta una navidad feliz desde la muerte de su padre, otra más.

—¡Matt las hizo! —giró orgulloso, exhibiendo las cascadas de luces de distintos focos y colores que colgaban de la pared de su habitación. Unas cuantas se enredaban por los barrotes de su cama. El titilar diverso se sintió como estar en casa también— Entra, pasa —rio, tirando de su muñeca y cerrando la puerta detrás.

—¿Las hizo? —balbuceó sin caber en su asombro. Sabía que el mejor amigo de Shiro era un genio en pocas palabras, sin embargo, no dejaba de mirar embobado a las luces hacerse caleidoscopio alegre en la habitación a oscuras.

—¿De qué te sorprende? Yo le ayudé y para él fue como pelar una manzana —rio, encogiendo de hombros— ¿Te gustan? —posó la mano a su hombro y le miró.

Keith subió la mirada, y con esa galaxia reflectándose en sus irises de otro mundo, sonrió. El niño que había madurado muy rápido salió a flote, desviando sus ojos con una carcajada.

—¿Esa palmera no es la de la oficina de Iverson…? —preguntó, arrodillándose junto a la ventana.

—Ahora es nuestro árbol de Navidad. Tengo más luces para decorarlo —cuchicheó detrás. Keith rio y negó con la cabeza.

El Shiro perfecto y ejemplar era una graciosa patraña. En ese año juntos ya había perdido la cuenta de cuántas escapadas al desierto para mirar las estrellas habían tramado, todas las veces que se coló a su habitación para desvelarse entre risitas y anécdotas y los dulces que mágicamente aparecían en su escritorio sin explicación aparente.

—Shiro… ¿En serio te llevaste la palmera de Iverson? —quiso confirmar sin dejar de reír.

—Es tu primera navidad en el Garrison —recordó. Keith contuvo el aliento. Aún en la breve distancia al contraluz de arcoíris sus ojos oscuros brillaban más— Hagamos que sea especial…

—Ya lo es —sonrió. >>

Debía confesarlo, esas luces neón, las galletas compradas a escondidas y las escapadas hasta el infinito del universo desde el desierto fueron sólo destellos de añoranza en su momento. Hasta caer en la nada rotunda y con ella, en la soledad imponente, se dio cuenta de lo mucho que Keith había formado parte de esos recuerdos que le mantuvieron con vida.

Keith, en sí mismo, le mantuvo con vida hasta en los momentos que creyó imposible regresar.

Se lo prometió a la nada, a la muerte, al silencio constante:

Pasemos otra navidad juntos, como los niños que fuimos y dejamos de ser tan de repente.

Una mano sobre la suya le hizo salir a flote de sus pensamientos.

—¿Más vino? —ofreció Matt con la amabilidad en su sonrisa.

—Oh, sí, por favor —Shiro parpadeó, recordando que esa calidez y ese murmullo animado que era inconexo a sus recuerdos.

Se reconoció a sí mismo en la mesa de los Holt, la comida caliente perfumaba el lugar, las sonrisas, la calidez de un hogar.

Desvió la mirada a sus brazos sobre la mesa, su anillo relucía.

Pero Keith no estaba ahí.

—¿Qué tal la ensalada? —preguntó Colleen con una sonrisa— Pidge me ayudó a prepararla —jactó, haciendo a la chica avergonzar.

—¿Pidge? —Shiro le miró sorprendido— No sabía que eras dada a la cocina —elogió, llevándose más a la boca con el tenedor.

—Sólo por hoy, no te ilusiones Shiro —refunfuñó cruzada de brazos.

—Está deliciosa toda la cena, señora Holt —comentó, ajustando las gafas al puente de su nariz— Muchas gracias por la invitación.

—No es nada, es Navidad y hay que pasarla en familia —sonrió.

—Sí…

Shiro le devolvió el gesto, sintiendo el estómago vacío de repente.

Como un recuerdo intrusivo los ojos sonrientes de Keith y el cabello enmarañado en su frente aparecieron tras sus ojos.

El cómo se recogía esa cascada azabache con un gesto de aburrimiento y él mantenía el hábito de rodearle por detrás, disfrutando del calor constante de su piel desnuda.

Su voz cantarina mientras huía de sus cosquillas, contraste atroz a ese tono determinado que hacía a cualquiera seguirle sin replicar.

Sus ojos entrecerrándose, iluminados de cuando en cuando con el danzar de la cortina al frente.

Chispeaban pese al cansancio y al sueño, nunca dejaban de hacerlo.

Lo echaba de menos.

—¡Quita esa cara! —un palmetazo a su espalda le hizo saltar de la silla— Ya volverá —sonrió Matt.

—¿Keith de su misión con la Espada? —preguntó Sam, rebanando el pavo y repartiendo las porciones con una tenaza.

—Sí, se le ocurrió la magnífica idea de repartir regalos a una de las colonias que asisten —intervino Pidge con sarcasmo.

Matt carcajeó, ahogándose con el vino.

—¿Quién diría que se volvería una especie de Santa Claus espacial? —todos rieron, incluido Shiro, desviando la mirada a su mano sin remedio. Su anillo centellaba como de esperar.

—De niño era difícil… —murmuró Shiro, recordando ahora esos ojos iracundos de jovencito que esquivaron los suyos como si su sólo contacto pretendiera desarmarle esa última defensa.

—Todavía —añadió Pidge, extrañándole también.

—Vuelve en enero, eso me dijo antes de partir —sonrió, sacudiéndose esa melancolía que de estar a solas con un bote de sopa fideos instantáneos ya le habría enloquecido.

Estaba terriblemente mal extrañarlo así.

Algo en los ojos de Matt le hizo esforzarse más en lucir mejor.

—Y cuando lo haga te encontrará bien gordo —determinó su mejor amigo, tomando el plato del pavo, echándole tres rebanadas más y salpicándole la camisa con caldo— ¡Come! ¡No rechaces el pavo de papá! ¿Más vino? —sin esperar respuesta rellenó su copa al tope.

—Hablando de pavo, ¿te confirmó Hunk los planes de mañana? —Sam miró a su hija, que enarcó la ceja confusa.

—¿Planes? —Shiro preguntó a su vez, limpiándose las manchas de grasa con la servilleta.

—Lance llamó mientras te bañabas —intervino Colleen al trío, llevándose una hogaza de pan a la boca— Confirmaron para el almuerzo de mañana.

Pidge saltó de la silla.

—¡Hace meses que no los veo! —aplaudió con alegría— No hay que desaprovechar que vinieron a pasar la temporada en la Tierra. Desde que se casó se olvidó de sus amigos —quejó por último con un suspiro desdeñoso.

—Entiéndelo, Pidge, entre los niños y la reconstrucción de Oriande apenas y han de respirar —comentó Sam encogiendo de hombros.

La joven entornó los ojos con aburrimiento. Ser la soltera del equipo estaba dejando de ser divertido.

—Sí, pero muero por verlos —volvió a sonreír de sólo imaginarse la reunión— Shiro, ¿vendrás? —la ilusión en sus ojos cafés le paralizó.

—Oh, ¿yo? —parpadeó— Siento que desentonaré un poco… —excusó avergonzado.

—Keith y tu son parte de la familia —replicó— Él no querría que pases las Navidades aburriéndote como ostra.

—No me aburriré, tengo muchos registros del Garrison que leer. Las alianzas no esperan a Año Nuevo —negó con las manos y su sonrisa gentil de costumbre.

—Como dije, aburrirte como una ostra —reiteró la castaña, apuñalando su trozo de pavo con el tenedor, llevándoselo a la boca.

Colleen suspiró, ignorando los mínimos modales de su hija.

—Sí, Shiro, ven mañana —sonrió la mujer.

—Bueno… llevaré más vino —suspiró no muy convencido.

La cena continuó entre anécdotas y conversaciones al azar. Shiro en silencio comía, alternando sonrisas y ojos tristes en el proceso.

>>—¿Enero? —dejó la casaca de su traje militar sobre una silla de la cómoda.

Abrir la puerta y encontrárselo vistiéndose fue una estocada entre las costillas. Keith ignoró su pregunta, subiendo el cierre de las mallas ajustadas hasta su nuca.

—Sí, hay que calibrar las naves y esperar a que pase el tifón estelar —se mantuvo de espaldas, recogiendo la cascada libre de cabellos a los hombros en una coleta desaliñada— La última vez quedamos varados por un asteroide al no calcular bien el clima.

—Entonces… —algo en su voz debió hacer mella en Keith, que soltó su cabello y le miró.

Esas manos acunaron su rostro, presionando con suavidad los pulgares por los comienzos de esa cicatriz que surcaba su nariz.

—Son sólo un par de semanas —consoló— Esta misión es importante para mí. Luego de eso tendremos todo el tiempo del mundo para los dos.

Shiro posó sus manos sobre las que tomaban de su rostro y negó con una sonrisa optimista.

—No, está bien —aseguró. El orgullo que sentía por él se contraponía la mayor parte de las veces a esa añoranza natural. No quería interponerse a sus metas, a su realización como persona— Aprovecharé en hacer trabajo de oficina, ya sabes cómo detesto concentrarme en ser un Capitán contigo por aquí —aligeró el ambiente, palmeando su trasero. Keith sobresaltó, para después fruncir el ceño pese a su sonrisita maliciosa.

De un tirón al cuello de su traje militar se acercó a sus labios.

—Ni se te ocurra… —ronroneó juguetón a milímetros sobre ellos— Tienes una reputación que mantener, Capitán Shirogane —burló, besando su mejilla— Volveré pronto. Podemos hablar por aquí —le recordó, entregándole a la mano un pequeño intercomunicador.

—Ese intercomunicador es un fiasco, Keith —rechazó con fastidio.

Keith rio y rodeó su cuerpo para que le mirase.

—¡Ya lo arreglé! Sólo debes esperar a que conecte —Shiro cerró los ojos, grabándose al tacto y olfato todo lo que representaba ese hombre que le abrazaba— Recuerda, paciencia da concentración… —susurró. >>

—Paciencia… —mantenía los ojos clavados al pequeño aparato en su mano robótica. La luz no encendía, no zumbaba, su voz no asomaba— Tsk —bufó, apretándolo en la palma y dándole un trago largo a su copa.

En la sala de estar Matt y Sam estaban muy distraídos parloteando sobre física cuántica a tragos de vino. Shiro sentado en un sillón a un extremo, miraba hacia la ventana.

Hacia el cielo nocturno.

Un peso se sumó al apoyabrazos del sillón.

—¿Nada? —preguntó Pidge, posando la mano a su hombro y ofreciéndole aquella mirada comprensiva. Se limitó a sonreír y encoger de hombros, haciéndola suspirar— Las conexiones son un desastre todavía… Hasta que no lancen ese nuevo satélite en abril… —calló, obviando que su amigo no le importaban esos detalles ahora.

—De todos modos, está ocupado con la Espada —murmuró, convenciéndose de ello. Reprimiendo esa añoranza otra vez.

Pidge suspiró, enseriándose.

—Shiro, sé que quieres darle a Keith su espacio, pero, ¿por qué tienes que guardarte que lo extrañas? —tanteó.

—Él me apoyó sin chistar cuando fui a la misión de Kerberos. Nunca ha dudado de mi —murmuró, mirando a su copa vacía— Yo no le ataré los pies a la Tierra por mis temores —confesó.

—Pero es tu esposo —la pequeña mano a su hombro le apretó— Llevan ya dos años, ¿tres? De casados y no han pasado ni una sola navidad juntos… —Shiro remordió su labio y asintió, dándole la razón por mucho que le pesara— Al menos que te lleve a una expedición, papá te cubre las espaldas en el Garrison —ofertó.

—Mi misión ahora está aquí y la suya allá —le sonrió, queriendo tranquilizarla. Pidge frunció el ceño— No te preocupes por problemas de gente vieja —burló, despeinando sus cabellos con cariño.

Colleen bajó el volumen a la radio y alzó la voz. Al justo momento, fuegos artificiales iluminaron el cielo oscuro y solemne desde la ventana.

Nochebuena.

—¡Es momento de abrir los regalos! —saltó Sam del sofá, ya un poco a tono por el alcohol y la comida. Matt se atropelló al arbolito, sacudiendo las cajas con la oreja pegada a cada una de ellas. Pidge se levantó, y con una sonrisa, Shiro la animó a revisar sus regalos.

Sentado en el sillón observó sonriente.

Los chillidos de Pidge retumbaron la sala de estar, alzando en lo alto su nuevo videojuego.

—¡Mi primer juego de química! —lloriqueó Matt, abrazando a su padre— ¡Con él hicimos nuestros primeros experimentos!

—¡Una nueva taza para la oficina! —rio el de gafas al rasgar el papel de la pequeña caja.

Pidge miró a sus espaldas a Shiro, que miraba al cielo iluminado por centellas multicolores.

—Ven —jaló de su mano, poniéndole en pie.

—¿Q-Qué? —balbuceó sonrojado.

Sam y Colleen aplaudieron entre risitas, mientras Matt cogía a tropezones un par de paquetes.

—Esto es mío —dijo apenas, aventándole todo a la cara— Ah, ¡Y esto! —Shiro no pudo esquivar el segundo paquete, soltando un quejido por el golpe justo a su nariz.

—Una nueva cicatriz en la nariz no era el regalo, Matt —burló Sam, riendo todos. Shiro abochornado se arrodilló en el suelo, rasgando el papel de regalo y extendiendo un enorme suéter tejido con un estrambótico estampado navideño.

—Un suéter… —sus ojitos rasgados parpadearon— …con un agujero.

—¡Para tu brazo! —jactó Matt con orgullo. Shiro rio y le abrazó.

—¡Ese, ese es por mi parte! —señaló Pidge el regalo restante. Shiro rasgó el papel, paralizándose a lo que sus ojos descubrieron.

De inmediato sonrió, deslizando los dedos por el cristal.

—Oh… —susurró, detallando con las yemas de su mano robótica ese par de rostros sonrientes— Esta foto… No la tengo.

Keith cargandole con sus amigos gritando y aplaudiendo detrás.

El día de su boda.

—¡La tomó Beezer! —dijo, acuclillándose a su lado— El marco lo hice yo con restos de los prototipos de Chip —le sonrió con orgullo. Shiro bajó la mirada a detallar el marco construido con plaquitas de nodos, cables y tarjetas, haciéndose una yuxtaposición colorida y única.

Parpadeó sin poder creerlo. Sus ojos humedecieron, rodeando los hombros de la chica, abrazándola con fuerza.

>>—¿Por qué tan nervioso? —siseó Lance a su lado en el altar.

—No lo sé —confesó Shiro, removiéndose inquieto— Imagínate que hasta hice caso a las locuras de Slav para no arruinarlo —aquello hizo a Lance carcajear, recibiendo un pellizco discreto de Allura, que sonreía a su lado.

—Todo estará bien —y, sin esperarlo de Lance, pudo sentir calma— Él te ama y aunque saliera de la nada una robestia dispuesta a aniquilarte él correría con todo y vestido de novia a salvarte —burló, palmeando su hombro. Shiro contuvo una risita, no vaya a ser que crean que se burlaba de la orquesta de yelmores.

—Sólo espero que a Keith le gusten mis calcetines púrpuras dispares —ambos sonrieron.

La orquesta cesó, poniéndose todos los invitados de pie a orillas del pasillo. Kosmo con una cajita en el hocico y los sobrinos de Lance tirando florecillas fueron antesala para la arritmia de Shiro. Lance sostuvo de su mano con discreción, siendo su soporte sin dejar de sonreír.

—Ahí vienen —le dijo, a sabiendas de que ya ni le prestaba atención.

Krolia lucía radiante en aquel vestido negro, al igual que su sonrisa, que era exclusiva para Keith, aunque los ojos de él estaban clavados en el camino.

Tantas ocasiones el corazón se le había detenido por completo, pero esta sería la irrupción más delicada, como explosiva y memorable. Los ojos brillantes de Keith se hicieron más próximos, robándole más que el aliento. Fue inevitable para los padrinos aplaudir, sumándose los demás invitados, rompiendo la solemnidad por la felicidad sincera. Shiro al perder la mano de Lance como soporte, también perdió la compostura, comenzando a lagrimear. Sintió la mano de Allura a su espalda, frotándola con cariño, haciéndole sollozar.

Los ojos de Keith suavizaron la mirada, aquella con una devoción extraordinaria que no necesitaba de palabras. Se detuvo la pareja frente a él y Krolia rodeó el cuerpo de Shiro, abrazándole con fuerza.

—Hazlo feliz, es lo único que me queda —murmuró la mujer, entregándole más que su hijo en aquellas palabras. Shiro asintió, sonriéndole con aquella determinación de que sería así. Krolia pasó rápidamente los dedos por sus mejillas empapadas en un gesto maternal— Sin mocos —amenazó a son de broma.

Keith y ella se abrazaron, yéndose al lado de Hunk y Pidge.

Remordió sus labios trémulos, sin dar cabida a lo que tenía ante él. Keith en un arrebato tomó de sus mejillas, atrayéndole a sí. Todos gritaron en negativa y Lance se interpuso en medio.

—Eso es después de la boda, jovencito —burló picando la cicatriz a su mejilla. Keith frunció el ceño y gruñó, cruzándose de brazos.

—Demasiados protocolos —refunfuñó, haciendo a los demás reír. Shiro se secó las lágrimas y sostuvo de su mano, apretándola con fuerza.

—Paciencia da concentración —entrelazó los dedos con delicadeza. Keith le miró y pasó el pulgar, apartando la pestaña caída en su mejilla húmeda.

—Lo sé —suspiró con fingido hastío, apretando su mano.>>

—Pidge… —le soltó, ahora estrujando el cuadro contra su pecho— Muchísimas gracias —sonrió.

—No sé nada de esas cursilerías, pero… él está contigo —le aseguró, apretando su hombro y devolviéndole la sonrisa.

La noche culminó con juegos de mesa y postre. Shiro se despidió entre abrazos, besos y lametones de perro para salir a las frías aceras con las manos en los bolsillos y los ojos al cielo nocturno.

En un bolsillo de su abrigo estaba el intercomunicador y en otro su portarretrato.

La casa de los Holt no quedaba tan lejos de la suya, por lo que tras un par de cuadras y recuerdos más, llegó. Sin el aroma dulzón del arroz de Keith ni los ladridos de Kosmo el panorama era muy solitario. Encendió las luces y de camino a la alcoba se desvistió. Dejó el suéter de Matt sobre el sofá, y con el cuadro en una mano y la camisa a botones en otra, entró. Dejó caer la camisa a cualquier sitio y posó el portarretrato en la mesita de noche, junto a sus lentes y el intercomunicador.

Se dejó caer en la cama, quitándose los zapatos y desabrochándose los pantalones. Miró con pereza a la puerta entreabierta, perdonándose por hoy no lavarse los dientes antes de dormir.

Se cubrió de mantas y acurrucó en el lado de la cama que era de Keith. Inspiró el suave aroma de su cabello en la almohada, imaginando en medio del limbo entre el sueño y la vigilia que podía sentirlo entre sus dedos.

Miró el intercomunicador y fue inevitable suspirar. Lo tomó entre sus dedos, estrujándolo por la tristeza inconmensurable por no ver esa lucecita titilar. Sentía vergüenza consigo mismo. Desde que le había conocido su mayor deseo fue verle florecer y ahora parecía incapaz de lidiar con aquellas consecuencias. Nadie es libre de sentirse egoísta, de sentirse solo.

Ya era hora de asumirlo y no culparse por ello. Tantos años donde la distancia fue más real, como para claudicar de pronto.

Sonrió, a pesar de sus ojos desolados, y deslizó el pulgar sobre el aparato. Entrecerró los párpados, dejándose ir por el sueño.

—Te extraño, Keith… —confesó en un hilo de voz, dejando de atrás el orgullo de soldado. Lo extrañaba, cada cosa le recordaba a él, cada momento se le hacía maravilloso para compartir con él.

Pero no estaba a su lado.

>>—Bi boh bi, bi, ¡bi! —y Bi boh bi cerró su libro y agitó sus delgaditos brazos, estallando el júbilo y la algarabía.

—¿Qué significa eso? —cuchicheó Keith mirando a todas partes.

—¡Ya puede besar al novio! —exclamó Lance. Shiro y Keith palidecieron, sin inmutarse siquiera por el arroz y flores que les arrojaban como avalancha. Ambos se miraron conteniendo una risita y de un tirón cargó a Shiro en brazos y lo besó. Shiro rio contra sus labios, rodeando sus hombros con los brazos y cerrando los ojos en aquel beso cargado de tantos sentimientos.

—¡Te dije que Keith era! —Allura palmeó la espalda de su esposo, extendiendo la mano— ¡Págame! —jactó orgullosa.

—¿¡Qué apostaron!? —Pidge chilló horrorizada, escondiéndose tras Beezer que tomaba fotos como loco.

—No querrás saber… —murmuró Lance, sacando la billetera. >>

Amaba cada parte de ese hombre intrépito, valiente y obstinado, tanto como para no desear mantenerlo consigo un poco más. Al menos, por esa Navidad que se pactaron en secreto repetir, lo deseó.

Por Navidad, lo deseó.

Un destello azulado como estrella fugaz iluminó la habitación. Un par de siluetas se derrumbaron pesadamente en el suelo.

Shiro se incorporó de golpe, buscó a manotazos sus gafas y corrió hacia ellos.

—¡¿Keith!? —rodeó sus hombros y apartó sus largos cabellos hacia atrás. El rostro agotado y ligeramente sonrojado del chico no le regresó al alma al cuerpo— ¿Keith? —los chillidos del lobo le hicieron mirar al lado— ¿Kosmo? ¿Amigo, qué p-? —pasó la mano libre por el lomo del animal, que se levantó costosamente y escurrió fuera de la habitación. Shiro dudó de levantarse y seguirlo, y más cuando los quejidos de Keith y sus párpados entreabiertos le clavaron los pies a la habitación.

—¿Shiro…? —parpadeó, alcanzando su mano sobre la mejilla. Los ojos adormilados centellaron y esa sonrisita arrogante afloró. Shiro parpadeó al ver que tenía un gorrito de Santa Claus mal puesto en la cabeza— ¿Llegué entero…?

—Keith, ¿qué pasó? N-no… no me digas… —suspiró, haciendo a Keith soltar una risita somnolienta— ¿C-Cómo se te ocurre? ¿Qué haces aquí? —regañó al atar cabos— Un día acabarás en la nada por viajar así con Kosmo… Estaban a millones años luz de aquí —rezongó.

Keith volvió a reír, levantándose con esfuerzo del suelo. Desde la cocina podían escuchar un desastre, seguramente los tuppers con sobras que le dio Colleen formarían parte del atracón del agotado animal.

—¿Llegué tarde…? —Shiro enarcó la ceja, rodeando su cuerpo para acercarlo a la cama. Por supuesto que teletransportarse así debió ser agotador, sin embargo— Calculé mal la hora… Aún tengo esas unidades de medición alteanas entre ceja y ceja… —rio ido, dejándose derrumbar en el colchón como peso muerto. Comenzó a desvestirlo, retirando las carcasas de su armadura marmorita hasta dejarlo en el ajustado enterizo negro.

—¿Por qué? —suspiró, peinando sus cabellos hacia atrás, quitándole el sombrero. La mirada pícara de Keith y su sonrisita socarrona le observaron desde el colchón. Shiro entornó los ojos y de rodillas al suelo le abrazó.

—Quería pasar la navidad contigo… —susurró su voz rasposa, rodeando su espalda lentamente. Shiro le soltó y acunando sus mejillas detalló su rostro tan benditamente cerca. Estaba entero, algo risueño y atontado, pero entero. Hermoso como siempre. Ya podía dejar las preocupaciones para después. Keith tanteó el cinturón de su uniforme, sacando el cuchillo y un par de piedras de sus bolsillos— Te traje esto —se sentó con torpeza de la cama y se las enseñó, poniéndolas sobre sus palmas. Shiro sonrió maravillado— Son geodas, se parecen a tus ojos… o eso creía yo —murmuró, y él dudaba de si mirar su cara o el par de rocas brillantes y negras que parecían recoger un universo entero dentro sus paredes—  Los tuyos son más bonitos… —sonrió, pasando esos mechones blancos hacia atrás para verle mejor— Acxa me dijo que también valían una fortuna…

Frunció el ceño, haciendo a Keith soltar una risotada.

Esas risas tontas y totalmente fuera de órbita para el Keith que conocía sólo las había visto un par de veces antes en el Garrison…

—¿E-Estás borracho? —enarcó la ceja, soltando las geodas para tomar su cara y detallarla.

—Mucho Nuvalin… —encogió de hombros, recargando la mejilla a su hombro— Y los niños nos dieron galletas. ¿O eran gusanos? Estaban buenos de todos m-modos… —hipó, entrecerrando los ojos.

Shiro rio, metiéndose a la cama. Keith reaccionó de inmediato, rodeando su cuerpo con brazos y piernas en un beso profundo. Sus dedos se ensortijaron entre esa maraña de cabellos negros desparramados sobre el colchón.

—Matt tenía razón, estoy casado con un Santa Claus espacial… —suspiró contra sus labios, detallando una vez su rostro para sentirlo real. La ventana danzaba al compás de la brisa decembrina, iluminando de instante en instante esos ojos dulces frente a él— Que mala suerte, ¿eh? —se hundió a su cuello, haciéndole reír por las cosquillas entre beso y beso. La risa escandalosa de Keith le hizo sentir vivo— Yo de niño escribiéndole cartas a un viejo barrigón explotador de duendecillos y… esos niños tienen a este hombre tan… —se irguió un poco en la cama, deslizando los dedos por la estrecha cintura definida en las mallas. La dulzura con la que le miraba se volvió deseo en un parpadeo— Tan él llevándoles regalos —chasqueó con la lengua— ¿También te atoras en las chimeneas? —ronroneó a su oído, disfrutando del aliento de Keith precipitarse a su piel.

—Si te contara lo que nos pasó… —y ambos rieron, volviéndose a unir en un beso.

Las manos del menor no perdieron tiempo, desvistiéndole con la agilidad propia de un soldado. Shiro se contenía a lo que sus impulsos querían, resumiendo las caricias por su propia cordura.

—Debe descansar, cadete… —suspiró contra su boca, recibiendo un mordisco de rebate.

—Tengo todo el día de mañana para hacerlo… —murmuró, colando las manos entre sus pantalones desabrochados, apretándole el trasero y atrayéndolo a la trampa de sus largas y gruesas piernas.

—Mañana habrá un almuerzo en casa de Pidge —dijo en una hilera de besos a su clavícula. Keith se incorporó de codos y frunció el ceño— Hunk, Lance y Allura irán… Si faltamos vendrá Lance a derribarnos la puerta.

La risita rasposa de Keith y la sonrisa sembrada en sus labios entreabiertos le enterneció.

Ya no era un lobo solitario.

Ahora ambos tenían una familia. Se pertenecían.

Sin esperarlo, de una hábil llave derribó a Shiro, subiéndose a horcajas a su cuerpo. Sus bocas chocaron en un beso demandante, tal como las manos de Keith arañando y apretando en sus pretensiones de tocar cada centímetro de su piel.

—Dile que se lleve la hamaca de su casa para allá, ¿sí? —pidió contra su boca, llevándose las propias manos a su espalda, reventando de un tirón el cierre de su enterizo.

—Keith… —jadeó contra su boca, embriagándose en su aliento.

—¿Mh? —murmuró, deslizando las mallas entre sus fornidos brazos. Sus caderas no perdían tiempo en protocolos, ya removiéndose en un vaivén profundo y descarado sobre su entrepierna.

—Feliz Navidad…

—Feliz Navidad, Takashi —sonrió.

••••••

El sol en lo más alto hacía del cielo un celeste vivaz. Los árboles se removían al arrullo de la brisa fresca. Shiro cruzaba las puertas corredizas de vidrio hasta el vasto jardín, aquel que Colleen cultivaba a sus márgenes con devoción. Allura de rodillas a su lado escuchaba atenta sus consejos sobre preservación de especímenes. Sus deseos de restaurar Altea iban hasta en los más mínimos detalles. Las risitas escandalosas de Lance y el pequeño Alfor retumbaban a un extremo. Kosmo con el pequeño cabalgándole corrían de allá para acá con su padre animándole sin dejar de reír.

Las briznas de la parrillera que con torpeza Coran, Sam Holt y su hijo pretendían encender, Hunk en una mesa al aire libre preparando la comida con Romelle y Krolia, mientras Pidge acercaba casualmente la mano para robarse algo porque ya tenía hambre. La hamaca removiéndose lentamente a un extremo, colgado entre dos árboles a su sombra.

Así era estar en familia.

Shiro se acercó a la mesa y tomó la bandeja ya lista.

—Ahí va el brazo —dijo, dejando su brazo levitar, repartiendo los canapés a todos en el jardín. El pequeño Alfor exhaló emocionado al ver el brazo de su tío Shiro flotar como si de magia se tratara.

—Sam, ¿no puedo tener uno yo también? —quejó Lance cruzado de brazos. Él también quería ser cool para su hijo. Sam rio, enjugándose el sudor con un abanico.

—¡Yo, yo! Papi, ¿puedo tener uno? —suplicó el pequeño de dos años, tirando de sus pantalones. Sus grandes ojos azules remarcados con huellas alteanas celestes eran como de cachorrito.

—Díselo a tu mad-

—Ni hablar, Alfor —intervino Allura con el ceño fruncido y cruzada de brazos— Ninguno de los dos tendrá brazos ciborgs —Lance y el niño soltaron un exhalo derrotado.

—Están buenos estos canapés, Hunk —felicitó Sam, chupándose los dedos.

—Y eso que es sólo la entrada —sonrió el grandulón, orgulloso de lo que preparaba con las chicas en la mesa— ¿Cómo van con la parrillera?

—¡En camino! Hace tanto tiempo que no se usaba este cacharro —rio Matt, agitando un cartón para izar el fuego del carbón.

Desde la mesa, Romelle miraba de reojo a Krolia, que observaba el cuchillo que Hunk le había dado, sin tener mucha idea sobre qué hacer.

—¿Qué tanto miras, Krolia? Son berenjenas —preguntó la rubia.

—No sé, el padre de Keith era quien cocinaba —murmuró, pasando los dedos por el filo del cuchillo de cocina— Sólo usaba esta clase de cuchillos para rajar las gargantas de mis enemigos…

—Okay… —sonrió nerviosa, apartándole el cuchillo lentamente— M-Mejor tu unta los panes, c-con… —buscó con la mirada, hasta dar con una cucharita— ¡Con esto!

Tras repartir los canapés se ajustó el brazo y se acercó hacia la hamaca. El pie que sobresalía le hizo sonreír. Al asomar vio a Keith a ojos entrecerrados y con una bebé al pecho dormir.

—¿La nave acepta otro tripulante? —murmuró, apartando su flequillo a un lado.

La sonrisa adormilada de Keith le provocó un suspiro.

—Melenor está dormida… —cuchicheó, estirando la hamaca para que se subiera.

—Y tú en proceso —con cuidado se subió, rodeando bajo su cuello con el brazo humano, haciéndole de almohada— Ven para acá —lo acurrucó a su pecho, peinando con los dedos su largo cabello en una trenza— Mucho trabajo, ¿eh?

Keith suspiró, subiendo la mirada.

—En marzo volveré a partir —anunció, sin embargo, sonrió— ¿Quisieras acompañarme?

Shiro enarcó la ceja y alzó la cabeza. Vio a Pidge dar media vuelta y escurrir al otro lado del jardín.

Sonrió.

—¿Puedo? —le miró— Pensé que…

—Claro que sí —Keith le miró confuso— Pensé que por el Garrison y el Atlas no querrías… Eres el Capitán, a fin de cuentas.

Shiro negó y soltó una risita, sin dar crédito.

—Me encantaría ayudarte —aseguró, acunando su mejilla con la mano protésica— No estoy tan viejo para no seguir explorando el universo, y si es contigo… —ambos rieron— No estás solo, Keith, te ayudaré en todo lo que pueda con la Espada.

—Lo siento, sigue siendo un mal hábito —excusó con un suspiro. En sus ojos brilló la ilusión también.

Un lloriqueo sobre su pecho le sobresaltó, acunando a la bebé y arrullándola entre susurros.

—Mira a Keith, Hunk —señaló Lance burlón— Los niños de esa aldea lo han ablandado.

—Creo que de verdad le gustan —sonrió Hunk, secándose las manos con el delantal.

Soltó un gruñido, ignorándolos para seguir tranquilizando a la pequeña, cuyo cabello ensortijado blanco y ojos de caleidoscopio azul y violeta eran el vivo retrato de Allura. Shiro se sentó en la hamaca, mirándole con una sonrisa.

—Krolia, ¿los hombres galra pueden tener bebés? —preguntó Lance de repente, haciendo a Shiro caer y Keith soltar un grito estrangulado a último minuto para no despertar a la bebé entre sus brazos.

—¡¿De qué hablas!? —carraspeó igual de amenazante pese al bajo tono.

—¡Vamos! ¡Tengan un bebé! —alzó los brazos Lance.

—¡No me puedo embarazar, Lance! —chilló con el rojo hasta las orejas— ¡Soy hombre!

—¡Pero medio galra! ¿Y si su raza puede concebir bebés? —cuestionó reflexivo— ¡No te niegues si no lo has intentado!

—¡Tengo sexo sin protección con Shiro! ¡¿No te es suficiente evidencia!?

Shiro se palmeó la frente con la mano, deseando que la tierra se lo tragara.

—¡¿Cuánto!? —reclamó Lance.

—¡Muchísimo, para tu información!

—¡Quiznak! —clavó Romelle el cuchillo a la tabla— ¡Que hay niños presentes! —reprendió.

—Krolia, tú tienes la última palabra —preguntó Pidge, que, puestos a saber, ahora le intrigaba el tema— ¿Pueden los galra tener bebés?

—L-La verdad es que… —murmuró la mujer, abochornada de ser el centro de atención y más si se trataba sobre la vida sexual de su hijo.

El brazo de Lance le rodeó los hombros.

—¿No te gustaría un nieto, mamá Krolia? —ofertó subiendo y bajando las cejas.

Krolia sonrojó y bajó la mirada.

—Y-Yo, eh eh… —se cubrió el rostro con las manos.

—Yo creo que sí quiere, Keith —hizo puchero, para después sonreír victorioso.

—¡Mamá! —chilló.

—¡No he dicho nada! —replicó roja hasta las orejas— ¡No me meto, no me meto!  —se sacó a Lance de encima y huyó con un bol de lechuga hacia la cocina.

—Si quieren más bebés díganle a Hunk que se apure con Shay o que Pidge salga con alguien —quejó malhumorado el pelinegro con la bebé en brazos.

Pidge casi escupe su refresco y Hunk dejó caer su rallador de queso.

—No, no, ¡a mí no me metan en sus cosas raras! —chilló la chica, secundada por el asentir sonrojado de Hunk.

—Creo que, por ahora, sólo Allura y tu tendrán encargada esa misión —sonrió Shiro desde el suelo con diplomacia.

Lance se cruzó de brazos con el ceño fruncido.

—¡El próximo que sea niño y se llame Leandro! —señaló a Allura con determinación. Ella se limitó a asentir como dándole la razón a los locos.

—¡Que se llame como yo! —intervino Coran con los bigotes negros de tanto soplar el carbón.

Melenor volvió a lloriquear. Keith con preocupación apartó su cabello blanco hacia atrás y la meció.

—¿Te despertamos? —murmuró con dulzura, mirando a sus ojos abiertos y claramente enojados— Culpa a tu papá, que quiere repoblar toda la especie alteana el solo…

Shiro se sintió derretir por aquella imagen, y tal vez el resto de los paladines también por el repentino silencio y las miradas enternecidas clavadas en él.

—Le agradas —sonrió Allura, notando como la pequeña se tranquilizaba de inmediato, jugando con la trenza de Keith.

—Por supuesto que sí, soy su tío favorito —jactó orgulloso.

—¡Adopten a todos los bebés de esa aldea!

—¡Lance, basta!

Shiro se limitó a reír, imaginando que, tal vez, y si volvía a desearlo con tantas fuerzas, para la próxima Navidad en dónde Keith no estuviera, apareciera de repente con Kosmo y un pequeño bebé en brazos.

Sería paciente.


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