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Extravagante amor por 1827kratSN

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La mirada que se dedicaban aquel par de personas era tan especial, brillante, enigmática a la vez, susurrante de secretos que sólo ellos dos compartían. Era la representación y evidencia de la conexión tan fuerte que tenían desde hace años. Y cada que los veía tomarse las manos en medio de sonrisas soñadoras sentía que algo les faltaba para estar completos, que podía haber algo que plasmara en la historia el amor inmenso que se tenían.

Quería ayudar a que eso se volviera realidad.

 

—¿En qué piensas, Sora? —su hermana era la viva copia de su castaño padre, era dulce y brillante; de cabellos largos y levemente ondulados; poseía los ojos chocolate más sinceros. Era el futuro cielo.

—En que nuestros padres se aman demasiado —y él era la viva copia del azabache de patillas que en ese momento acariciaba la mejilla del castaño jefe de esa mafia. De porte sereno, mirada color carbón y tez un poco pálida.

—Pues sí —la risa de su hermana siempre lograba volverlo a la realidad—. Ahora vamos. Los asustaremos antes de que empiecen a besarse.

—Iugh… —frunció su ceño y arrugó su nariz—. Odio que hagan eso.

 

Él y Ai eran los hijos de esos dos, él de Reborn y ella de Tsunayoshi. Así de raro como sonaba.

Eran conscientes de que su familia no era normal y aun así la adoraban.

Su padre castaño era el líder de la mafia más poderosa del mundo, la Vongola; y su padre azabache era el asesino número uno, temido y respetado donde fuere. Raro. En sí todo lo que les rodeaba era raro, así que su origen jamás les impresionó o causó estragos en su diario vivir. Ellos aceptaban que se engendraron en las pancitas de dos mujeres que se fueron tras darles vida porque nada tenían que ver con la familia, sus padres se los explicaron cuando tenían diez años y la curiosidad surgió cual plantita regada cada mañana.

Y en ese punto —cuando sus quince años estaban cursando—, terminaron por entender que ellos eran fruto de una inseminación artificial. No les molestaba, es más, lo preferían porque lidiar con una mujer enojona que les ordenara cosas no les daba gracia. Las descripciones que sus amigos daban de sus madres les generaron un cierto rechazo a la idea de tener una mamá.

Cosas que pasaban.

Eran muy felices compartiendo el día a día con sus dos padres. Jugaban, practicaban, peleaban a veces; aprendían del oficio de los mayores, mismos que heredarían cuando fuera necesario. Eran testigos silentes del cariño que esos dos hombres se tenían y entendieron con el tiempo el por qué las cosas sucedieron como lo hicieron.

La sociedad era una mierda que denigraba lo que era diferente a lo que estaba acostumbrada. Tal vez por ello jamás pudieron ser reconocidos como los hijos del matrimonio Sawada pues sus padres jamás pudieron casarse o siquiera admitir ante todos que tenían una relación de años. Era un secreto perteneciente sólo a Vongola. Era lo único malo que le veían a su familia.

 

—Ya no eres tan pequeña —el castaño levantaba en brazos a la adolescente de cabellos largos que reía elevando sus brazos al cielo—. Estás pesada, Ai.

—¡Oye! —detenía sus carcajadas para formar un puchero—. Cuido de mi peso así que no estoy gorda.

—Jamás dije eso —era la sonrisa de aquel líder admirable.

—¿Quieres que te cargue? —Reborn, por su parte, miraba a su copia menor con burla.

—Jamás. Tengo orgullo, ¿sabes? —Sora sonreía en correspondencia a la sutil curva en labios de su padre—. Pero, ¡oye! Podrías prestarme tu glock para practicar mi puntería.

—No tienes tanta suerte, mocoso.

—Lo sabía —rodaba los ojos por la actitud de su padre.

 

Vongola era tan rara, compuesta de personas extrañas con deseos extraños o metas algo difíciles de alcanzar…, y aun así era perfecta a vista de quienes tenían suerte de componerla. A su forma, pero era perfecta. Con todos los problemas que conllevaba su nombre, con todas las amenazas latentes, con todo lo malo…, era perfecta.

Tal vez por eso nadie imaginó que, en algún punto de su diario vivir, alguien destrozara su bien construida fortaleza.

 

—El décimo… desapareció.

 

Los herederos jamás vieron a su azabache padre perder compostura, pero después de que esas palabras salieron de boca del confiable Gokudera, la mirada de Reborn tomó un tinte desesperado. El comedor en donde todos esperaban a su líder para poder almorzar se congeló, pues jamás imaginaron que Tsuna nunca iba a llegar, que alguien le impidió llegar. Sora y Ai jamás pensaron siquiera en ver a su padre perder el control y gritar improperios en contra de todos los guardianes de su «amado cielo».

 

—Papá…

—Ni una palabra —Reborn ni siquiera los miró—. Ustedes se irán a las sedes en Japón y Rusia. Escojan una, empaquen su maleta y pidan a un guardián para que los escolte.

—¿Qué? —Ai negó furiosa—. ¡Pero no me quiero separar de Sora!

—Si fueron tras Tsuna —su voz grave y calculadora les dio escalofríos en esa ocasión—, ustedes serán los siguientes. No los voy a arriesgar y es mejor que se escondan por separado.

—¡Pero papá!

—¡Silencio! —la orden retumbó en la habitación— ¡Se van ahora! ¡No quiero réplicas!

 

Su familia se rompió y no les quedaba más opción que esperar.

La desesperación de aquel asesino fue tal que no durmió en los siguientes dos días en donde intentó localizar el rastro del secuestrador usando todos los medios conocidos. Trató de hallar pistas de su líder o tan siquiera encontrar un pequeño guijarro que les dijera que Tsuna estaba bien. Nadie jamás había visto tan desesperado al siempre calculador Reborn. Y aun así no comentaron nada, siguieron cada orden al pie de la letra hasta que llegó el quinto día sin noticias o información exacta de lo que aconteció.

Nada.

Absolutamente nada.

¿Cómo era posible que eso pasara?

Tsuna partió hacia una reunión habitual con la familia aliada, pero nunca llegó al lugar acordado, y fueron los aliados quienes dieron la señal de que algo no estaba bien pues el castaño jamás superaba la media hora de retraso. La última pista que tuvieron en sus registros fue dada por una cámara local que filmó a la limosina entrar a un túnel, pero del otro lado sólo salió el coche con dos cuerpos sin vida reposados en los asientos delanteros y que se detuvo a cincuenta metros del túnel. A Reborn poco le importó la vida de esos dos acompañantes, pero sí le importó el saber por qué ninguno de los guardianes acompañó a su cielo… y por qué su cielo se fue sin sus guardianes.

Los guardianes corroboraron que a cada uno se le dijo que el otro iría como escolta.

Los integrantes del cuerpo de seguridad dijeron que el décimo jefe ordenó la salida.

No tenía sentido alguno.

Y no lo tuvo hasta que, al cumplirse los diez días sin saber nada de su líder y con el estrés desbordando por cada poro cansado de Reborn, llegó una nota simple a sus manos. Una carta traída por un mensajero en conjunto con más correo sobre asuntos de la familia. Una pista física que no contenía más que palabras recortadas y pegadas en una hoja en blanco en cuyo borde superior tenía dibujada una pequeña carita sonriente consistida en dos puntos y una curva.

 

«YO LO TENGO»

 

No hubo rastro del remitente, ni huellas dactilares, ni ADN de algún tipo, ni siquiera una persona que haya entregado la carta, pues al revisar todas las cámaras de seguridad de los mensajeros no hubo algo verídico. La carta había aparecido de la nada, así como su cielo desapareció sin dejar rastros. Era una amenaza real. Era una afrenta contra la mafia que controlaba todo el mercado negro de ese mundo.

 

—Es… un secuestro.

—¿Por qué lo hicieron?

—Sólo un estúpido haría algo así.

—Ni siquiera han pedido algo a cambio.

—Sólo un demente se llevaría lo más importante para Reborn.

—Pero nadie fuera de Vongola sabía que Reborn y el décimo estaban…

 

Conjeturas, teorías, nada ayudó, sólo los volvió más paranoicos hasta el punto en que no tuvieron opción. Tuvieron que hacer “público” que el décimo cielo de Vongola había sido raptado. Tuvieron que revelar que no tenían información y que requerían ayuda, pero eso desencadenó en que las familias que tambaleaban en cuanto a lealtad se desplazaran lentamente hacia las garras oscuras del enemigo. Y eso poco importaba porque su cielo era prioridad.

Muchos ofrecieron ayuda, buscaron por mar y tierra, pero tuvieron el mismo resultado que antes tuvieron los Vongola. Nada, aún nada. Hasta que a sus manos llegó otro mensaje tan simple y enigmático como el primero. Una exigencia que no les prometía alguna respuesta pero que era su única conexión con la posible liberación del castaño cielo. No hubo opción y siguieron con la petición.

 

«DILE AL MUNDO LA VERDAD SOBRE EL CIELO DE VONGOLA Y EL ANTIGUO ARCOBALENO DEL SOL»

 

—¿Qué gana con eso?

—No lo sabemos…, pero… no tenemos opción.

—Reúne a los aliados. Yo seré el portador de la noticia.

 

Y entonces, en una reunión apresurada y bajo la atenta mirada de todo líder mafioso de respeto que mantuviera lazos con Vongola, Reborn habló con garbo y orgullo cobre la relación amorosa de años que llevaba con el décimo cielo de Vongola. Declaró que él y Tsuna se amaban profundamente.

El secreto que mantuvieron por años al fin fue revelado y el resultado fue el predicho.

Rechazo.

Por eso habían mantenido todo en secreto, porque el mundo vive de apariencias, porque así se siente más poderoso y grande, porque así puede decir que es “perfecto”. Porque el respeto que se habían ganado en base al sacrificio de ese ingenuo cielo, jamás debió ser derrumbado, o toda la sociedad mafiosa caería con él. Y a pesar de que algunos —a regañadientes—, le quitaron importancia a una relación tan aberrante, los demás no lo hicieron y deshicieron el pacto de alianza con Vongola.

Entonces, la mayor mafia del mundo poco a poco decayó en poder y estatus.

Y lo peor era que aún no tenían pista alguna de su cielo. A pesar de que los aliados restantes brindaron su ayuda en la búsqueda, su apoyo y recursos, nada se supo de Tsuna. Lo único que se logró fue que, por votación unánime, Reborn tomase el lugar del décimo cielo como líder de Vongola para que la mafia siguiera en pie y el caos no reinara en tan grande familia.

¿Pero de qué servía mantener viva a Vongola si su cielo seguía desaparecido?

Y entonces llegó.

La pantalla gigante donde reprodujeron la grabación que les llegó por medio de un sistema de video casero —un VHS muy antiguo y cuya información les costó mucho trasladar a un archivo digital para analizarlo—, mostraba una zona oscurecida, leves luces iluminaban a una persona vestida completamente de negro que usaba una máscara blanca donde destacaban sólo dos ojos y cuya voz estaba siendo distorsionada por un dispositivo de audio.

 

—Le has dicho al mundo entero que este cielo…

 

El aire se escapó de los pulmones de todos los que veían esa pantalla. Las lágrimas surgieron de las almas más suaves, las menos manchadas. La sangre surgió de las heridas auto infringidas de los que no tenían otra forma de liberar su impotencia. Se quedaron en un silencio sepulcral.

Pues en la imagen vieron a su cielo.

Atado de manos y pies, descalzo, con los ojos entrecerrados y los labios agrietados. Colgando de cabeza y sujeto por cadenas tintineantes que se removían con los leves movimientos del cuerpo de su más grande luz. Llevaba el traje que Reborn ayudó a colocar en aquella mísera mañana en la que lo dejó ir, confiando en que uno de los guardianes lo cuidaría. Reborn se fijó en las leves manchas que marcaban la tela, era sangre; sintió sus manos temblar porque notó que el maltrato de su cielo no fue sólo físico… sino también psicológico.

 

Este que ves aquí —el dedo enguatado de blanca tela apuntó al castaño que apenas y se fijaba en que estaba siendo filmado—, es tuyo. Haz dicho que te pertenece. Buen trabajo —era una ronca voz que calaba en la mente de todos los presentes—. Has cumplido a la primera demanda y yo te entrego a cambio la evidencia de que tu amado cielo está vivo.

 

Aquel jodido imbécil, aquel cabrón de mierda, aquel desconocido al que todos deseaban asesinar despacio tras torturarlo hasta que suplicara por morir…, se acercó al cuerpo detrás de él, el que colgaba sin energías… y lo apuñaló. El grito gutural y grave de su cielo resonó en los parlantes. Horrible evidencia de vida y tortura. Aquello ocasionó que muchos cayeran en sus asientos o al suelo, que otros lanzaran un pequeño gemido lastimero e incrédulo, y que unos pocos rompieran en furia lanzando lo primero que tuvieran a la mano.

Reborn se clavó las uñas en las palmas para obligarse a estar calmado y admirar la pantalla.

 

Pronto sabrás de mí —y el video finalizó.

 

El tipo enmascarado sólo dejó un rastro en ese video, uno que a los ingenieros les costó trabajo notar. En una esquina de la pantalla se denotó una pequeña campana dorada que resonó justo antes de que el video terminara. Nada más. Ni un sonido o algo que los guiara. Sin darles más pistas de las necesarias. Y hasta esa campana ubicada específicamente en la esquina pareció haber sido colocada ahí a propósito. ¿Por qué?

 

«¿QUÉ ESTARÍAS DISPUESTO A DARME POR LA VIDA DE TU CIELO?»

 

Dinero, pertenencias, armas, poder, le daría todo con tal de que le devolviera a su pequeño castaño. Y se lo dio. Reborn le ofreció de todo a través de anuncios directos en los canales mafiosos de todo el mundo, se televisó por las líneas públicas en el bajo mundo, dejó ir rumores también, corrió la voz por todo el mundo y no le importó. No tenía algo fijo a lo que responder, así que esa fue la solución más fiable para que el secuestrador se enterara a pesar de que miles más también lo hicieran.

 

—Reborn-san.

—¿Están en desacuerdo?

—No —todos se inclinaron en una reverencia—. Sólo estamos aquí para ofrecer nuestra vida en pro de recuperar a nuestro jefe.

 

«ME HAS OFRECIDO TU DIGNIDAD Y ESTOY SATISFECHO.

¿PERO DARÍAS TU VIDA POR ÉL?»

 

Reborn al fin tuvo la oportunidad que deseaba. Una dirección, la instrucción de presentarse en persona y a solas, sin testigos a un kilómetro a la redonda, sin armas, ni siquiera con Leon a su lado. Serían sólo él y el maldito que le había arrebatado al amor de su vida. Por eso dejó instrucciones específicas por si es que él también perdía la vida, por si no lograba siquiera ver a Tsunayoshi, por si esa “cita” era sólo una forma burda de matar a los dos líderes de Vongola.

Y, aun así, Reborn acudió al llamado de ese desconocido.

Estuvo de pie en medio de dos edificios de cinco pisos en una zona industrial abandonada al extremo de Francia, mirando a todos lados para verificar que era un blanco fácil. Sin importarle una mierda todo y ofreciéndose como carnada para lobos. Sin entender qué pretendía el secuestrador. Con la esperanza efímera de lograr salvar a su castaño. Con las ganas de al menos tener al desconocido entre sus manos para darle la más lenta y horrible tortura antes de matarlo con placer.

 

—¿Tanto lo amas? —la voz resonaba por todos lados debido al eco.

—¡Más de lo que crees! —elevó su voz con desespero.

—Te ves patético, Reborn.

 

Y Reborn lo aceptaba pues no era ni rastro del hombre perfecto que fue junto a su cielo. No dormía, no comía, ni siquiera bebía agua si no era obligado por los guardianes quienes le repetían una y otra vez que no podía decaer en su salud o no podría salvar a Tsuna. Estaba agotado mental y físicamente, lo reconocía. Estaba desesperado también.

 

—¡Devuélvemelo!

—No —de uno de los edificios surgió la figura del hombre que Reborn vio en el primer video, con esa voz distorsionada, con un arma apuntándole—. Aún no.

—¿Qué carajos quieres?

—Cumplir con el deseo de mi padre.

—¿Venganza? —soltó una risa burlona—. ¿Es eso lo que te motiva?

—No.

 

Reborn se lanzó contra ese imbécil, no le importó siquiera el cañón que detonó o la bala que le atravesó el hombro —misma que no esquivó pues así no perdió ruta y llegó hasta esa figura para golpearla con toda la fuerza que su cansado cuerpo tenía—. Peleó, pateó, golpeó, le quitó el arma al infeliz que parecía ser novato y que a pesar de eso le causó tantos problemas, hasta que finalmente le disparó y lo vio caer como peso muerto.

Algo no andaba bien.

Nada podía ser así de fácil y rápido. Reborn bien lo sabía. Así que arrancó la tela que cubría a ese cuerpo para revelar el rostro de su enemigo, para tener una pista de dónde encontrar a su castaño, para…

¿Qué había hecho?

Asesinó a su única conexión con Tsuna.

Jadeó al darse cuenta de que cometió un error y con desesperación le quitó la máscara a ese fantasma sólo para horrorizarse con su descubrimiento.

Vio el rostro de su castaño plasmado en una fotografía que a su vez cubría el rostro de un hombre viejo y con la piel pegada casi a los huesos.

Era el rostro de su castaño.

Era una fotografía antigua de cuando Tsuna era adolescente.

Era una broma.

Al que mató fue a un viejo desconocido que tal vez fue drogado o controlado mentalmente por alguien. Y de nuevo se sentía como al inicio. Vacío e impotente.

¿Cómo el secuestrador obtuvo esa foto? ¿Por qué hacia esas estupideces? ¿Por qué secuestró a Tsuna? ¿Cuál era el objetivo de toda esa situación ridícula? ¿Por qué no podía hallar alguna pista del paradero de su cielo? ¿Por qué jugaban así con él? ¿POR QUÉ DAÑABAN A SU PEQUEÑO TSUNAYOSHI?

 

—Es la campana —el equipo había llegado y estaba revisando el perímetro—. Es la campana del video —suspiró Giannini mostrando el pequeño objeto que retiró de entre la ropa del fallecido—. No sé qué significa.

—Significa que, para él, esto es sólo un juego —Reborn apretaba la herida sangrante de su hombro mientras miraba el cuerpo.

—Pero…

—¡Reborn-san! ¡Encontramos algo!

 

Era una carta como todas las demás, un papel insignificante dejado en el edificio contrario al del que salió aquel anciano impostor. Era una nota más para martirizarlos porque, según lo que entendieron, sería el último juego en el que participarían. Pero… tenía algo diferente, algo insignificante para unos, pero no para el hitman.

Para Reborn su mundo se estaba derrumbando.

Para todos fue tan sólo una flor seca y preservada que adjuntaron a la nota del secuestrador…, pero el hitman reconoció que era la flor que Tsuna guardaba celosamente en uno de sus libros favoritos, un libro que Reborn le regaló a su cielo cuando se declaró, un libro pequeñito lleno de poemas poco conocidos, un libro que Tsuna siempre llevaba consigo en el bolsillo de su chaqueta.

Esa flor significaba que su cielo ya no tenía fuerzas para luchar.

 

«VEN POR TU CIELO. ES TU ÚLTIMA OPORTUNIDAD.»

 

No cometió el mismo error. No más. Reborn llevó a todo su equipo, a un pelotón. Rodearon el edificio —especificado por el secuestrador—, en medio de una zona usada para guardar mercadería. Una zona que en ese sábado estaba sin un alma aparte de los guardias que fueron puestos en custodia para ser interrogados.

Reborn estaba seguro de que, si no recuperaba a su cielo ese día, jamás lo haría.

Distribuyó a sus fuerzas por todos lados y él tomó la delantera siguiendo el mapa mal dibujado que también se adjuntó a la carta que le dejaron como pista. Desconfió en que todo fuera así de simple, comprobó que el sitio estaba lleno de trampas que tuvieron que cruzar lo mejor que podían para no disminuir el ritmo que instauraron. No pensó que en menos de diez minutos sólo él, Gokudera y Yamamoto quedarían para continuar.

¿Su enemigo era un niño, un profesional o sólo un demente?

 

Llegaste, asesino.

 

La voz resonaba por las paredes de ese edificio que parecía haber sido cuna de oficinistas en alguna ocasión y al que tenían que investigar a fondo. Cada habitación y esquina fue revisada. Reborn siguió con prisa, buscando la habitación 404 que dictaba la instrucción del mapa, ignorando las palabras vagas que el desconocido decía sobre su ubicación y lo divertido que había sido pasar tiempo con el castaño.

 

Apúrate…. Sólo quedan cinco minutos.

 

Entraron en pánico al entender que ese juego tenía limite, y al encontrar un par de dispositivos explosivos que Hayato desactivó con precisión. Yamamoto le cedió el paso a Reborn y lo empujó a que corriera pues él le cubriría la espalda. La tormenta revisaba todo con ansiedad para ayudar a evitar alguna trampa, una que jamás llegó.

 

Reborn.

 

Ese jadeo y esa voz los detuvieron en seco. Era su cielo. Al fin, después de tanto tiempo escuchaban a su jefe. Trataron de averiguar de dónde provenía la voz, suplicaban porque sus ingenieros lograran ver algo por medio de las cámaras especiales que usaban desde el exterior, esperaban por la confirmación de la ubicación exacta de su cielo en ese edificio o una confirmación de que éste estuviera ahí siquiera.

 

Estoy aquí…, Reborn.

¡¿Dónde?! —agitado, empezó a correr con desespero sin fijarse mucho a dónde iba o si sus escoltas lo seguían— ¿Dónde? ¡Maldita sea!

Pero… no vengas. No lo hagas.

¡Dime dónde! —Reborn pateó la puerta de una de las habitaciones y al fin pudo respirar cuando vio el número 404 pintado en rojo sobre el acceso a un ascensor averiado, que seguramente transportaba objetos de tamaño mediano entre los pisos.

Es una orden… —su voz suplicante sólo causó más desesperación en el asesino—. No me… encuentres.

 

Ignoró el pedido seco de su cielo. Reborn siguió con sus instintos y se metió en el estrecho espacio de ese ascensor para después presionar el único botón parpadeante que al parecer funcionaba. Sintió algo de vértigo al sentir el descenso del aparatejo y esperó ansioso hasta que al fin se detuvo. Salió al subsuelo, a una zona parecida a un parqueadero pero que estaba llena de tinas enormes con líquidos de colores. Jadeó, la zona estaba caliente y el aire pesado.

Sólo había una puerta al final de esa zona, no había donde más buscar y corrió con desespero.

 

No vengas, Reborn.

 

Ya no sólo era el parlante. Reborn reconocía la voz rasposa de su castaño quien le suplicaba porque no lo encontrara. Estaba ahí, detrás de esa mísera puerta, lo escuchaba toser a lo lejos. Al fin… Al fin podría sacarlo de esa pesadilla. Al fin podría devolverle la paz y ni siquiera le importaba si le hacían algo a él… Reborn sólo quería recuperar a su amado castaño.

Ni siquiera mantuvo su guardia en alto. Ni siquiera se fijó en que nadie le guardaba la espada. Estaba sólo él con su glock lista mientras trataba de abrir la maldita puerta.

 

—¡Reborn! —fue el grito desesperado de su niño.

—¡Aguanta un poco!

—¡No! ¡No! —tosía, era decir que estaba muy mal—. No lo hagas.

—Sólo un poco más.

—No, Reborn —escuchó su sollozo—. Por favor, no entres.

—Sólo… —jadeó antes de patear esa maldita puerta a la que la perilla no le servía—. Un poco —no supo cuántas veces pateó, poco le importaba. Sólo sabía que estaba cerca de rescatar a Tsuna.  

—¡Reborn! ¡Es una trampa! 

—No me importa.

—¡Escúchame!

—¡Tsuna!

 

La derribó, derribó la puerta y no le importó que fuese una trampa.

Jadeó antes de mirar al fondo de la muy mala iluminada habitación donde su cielo estaba. Tsuna se hallaba sentado al fondo de ese cuarto mugroso, con las manos esposadas en la espalda, arrodillado en el sucio suelo, pálido, ojeroso, con rastros de maltrato y con la ropa rasgada en algunas zonas, con la mirada aguada por las lágrimas, tosiendo como si hubiese agarrado alguna enfermedad, detrás de unos barrotes oxidados.

 

—Tsuna —se limpió el sudor de la frente.

—Reborn… no —negaba con frenetismo—. No lo hagas, por favor. ¡Reborn!

 

El primer disparo se dio cuando el azabache dio apenas dos pasos dentro de la habitación, lo esquivó antes de dar otros pasos más teniendo por objetivo la puerta pequeña de ingreso a esa prisión maltrecha. Tsuna siguió suplicando, pero no le hizo caso pues estaba tan cerca. Otro disparo, otro, otro, y otro más. Algunos los esquivó, otros le atravesaron la piel o se quedaron en su cuerpo y poco importó. Podía superar eso y más. Superaría todo por Tsuna, su amado cielo.

 

—Reborn —conectó su mirada con la de Tsuna cuando sujetó la puerta de esa celda—. Te amo —lo escuchó sollozar desesperado.

—Yo te amo aún más —le respondió ignorando que en el suelo se regaba su sangre y zarandeó la puerta—. ¡Te amo, Tsunayoshi! —gritó antes de dar un último tirón y abrir esa maldita reja.

 

Un disparo más se dio, una detonación tan fuerte que lo aturdió por segundos antes de que cayera al suelo. No le importó. La bala pudo atravesarle un órgano vital, pero no le importó. Iba a respirar hasta que su pequeño saliera de esa pesadilla.

Sólo sabía que debía salvar a su cielo…, a su razón de vida…, a su amado castaño…, a su… amado.

 

—Tsuna.

 

Las lágrimas resbalaban por esas mejillas, y aun así una sonrisa adornó el rostro de aquella persona tan frágil que lo miraba. Un alma pura que no se merecía todo ese calvario. Un ente amable y siempre pulcro… Tsuna jamás mereció formar parte de ese mundo tan retorcido.

Reborn se quedó sin aire porque apenas notó algo.

Él no sintió la bala perforar su cuerpo.

Su mirada entonces se centró en la mancha roja que empezaba a crecer desde el centro del pecho de su pequeño, coloreando de escarlata la camisa blanca del castaño. Fue ahí donde entendió que la trampa no estaba hecha para herirlo, sino que… estaba fabricada para matar a Tsuna.

 

—¡TSUNA! —gritó con todas sus fuerzas.

 

Vio aquel cuerpo desmoronarse cual muñequito. Escuchó el sonido sordo del cuerpo al chocar con el suelo. Sólo pudo gatear con desespero hasta que en sus brazos pudo sostener a su cielo. Su eterno cielo.

Los ojos del pequeño estaban abiertos porque se habían mirado fijamente hasta el último segundo, su iris aun parecía tener vida, su calidez aún se sentía y aun así la sangre brotaba a borbotones del agujero que daba señales de una herida fulminante.

Su cielo no estaba respirando.

Lo agitó, le suplicó porque le diera una señal de consciencia, pero no hubo nada más que ese cuerpo vacío, de esos ojos que lo seguían mirando y esos labios que estaban separados como si hubiesen dejado escapar el último rastro de vida que tuvo ese cuerpo.

 

—¡Tsuna!

 

Desesperado cargó ese cuerpo hasta que pudo abrazarlo, le besó las mejillas, lo agitó con esperanzas, pero cuando su mano palpó aquella espalda sintió la sangre brotar con más abundancia que en la parte de enfrente.

La bala lo había atravesado por completo.

Su cielo se había ido.

Y con él, su compostura.

Reborn no pudo contenerse, no pudo evitar soltar el nombre de su amado una y otra vez hasta que su garganta ardió debido a que gritaba en desesperación por la falta de respuesta. Y sus ojos ardieron. Sus lágrimas, aquellas que no había dejado salir hasta ese punto, se desbordaron como ríos en medio de su negativa a aceptar que ese cuerpo que sostenía en brazos estaba perdiendo calor.

No podía ser.

No podía.

NO.

Y entonces lo vio.

Surgió de entre la oscuridad de una esquina, como si fuese un fantasma, como si hubiese nacido de las entrañas del negro infierno. La figura envuelta en tela negra que usaba esa maldita máscara blanca, quien sostenía en su enguantada mano una escopeta.

Reborn se quedó mirando a su enemigo porque se negaba a soltar el cuerpo de su niño.

 

—¿Ya estás feliz?

 

La voz ya no estaba distorsionada, ya no, y Reborn suplicó porque no fuera real. No podía creer lo que sus oídos estaban percibiendo. Se negó a siquiera pensar en que esa voz fuera la de su…

 

—Papá… no me respondes. ¿Ya estás feliz?

—Sora —su voz fue apenas un susurro.

—¡Debes estar muy feliz! —el azabache menor soltó la escopeta, la dejó caer estrepitosamente antes de que, con paciencia, se quitara la máscara para demostrar que sí… era él. Era Sora—. Hice un buen trabajo, ¿no es así? —sonreía.

—¿Qué has hecho? —fue lo único que Reborn pudo soltar porque no podía creer lo que estaba viendo.

—Cumplí con los deseos de papá, con tus deseos —soltó una risita como aquella que daba cuando era felizmente cargado por Tsuna cuando era pequeño—. Los cumplí todos.

 

Con tranquilidad, Sora sacó una hoja algo arrugada de uno de sus bolsillos. Era un papel que tenía algo escrito y lo ondeó como si fuera lo más emocionante del mundo antes de sacar un bolígrafo rojo y escribir algo más. Los ojos negros de Sora conectaron con los de su padre y sonrió ampliamente antes de mostrar el contenido de aquel papel.

 

—Cumplí con todos tus deseos, papá. Todos. Toditos.

—Tú…

—Aunque déjame decirte que tus deseos eran muy egoístas, así que fueron difíciles de cumplir.

—¡Sora! —no pudo más, no lo soportó—. ¡Sora! —con delicadeza soltó el cuerpo de su amado antes de apresurarse contra el cuerpo adolescente que le estaba dando frente—. ¡Sora!

—¿Estás feliz? —la sonrisa infantil no se desvaneció de ese rostro.

—¡Has matado a Tsuna! —lo zarandeó con violencia y jadeó.

—Lo sé —rio bajito ignorando el fuerte agarre en sus hombros y la mirada aterradora de su padre—. Pero ese era tu deseo final.

—¿De qué carajos hablas?

—Ahora todos saben que es tuyo, que lo amas… porque te escucharon gritarle su amor —Sora elevó su mano y apretó el botón de un pequeño control que encendió las luces y mostró varias cámaras que apuntaban hacia ellos—. La transmisión fue mundial. Ya se terminó.

—¿Qué has hecho?

—Lo de la lista —sonrió y elevó el papel—. Tu lista.

—No —reconoció aquel papel, y sus memorias llegaron con dolor— ¿Cómo pudiste?

—Papi Tsunayoshi dijo que haría todo por verte feliz —miró el cuerpo inerte cerca de ellos y amplió su sonrisa—, porque quería que éste San Valentín fuera especial. El más especial de todos.

—¿Qué? —su hijo le mostró la pantalla de un celular que dictaba la fecha y hora. Catorce de febrero, cinco y media de la tarde.

—Hoy se cumplen veinte años desde que ustedes iniciaron su noviazgo, veinte años desde tu declaración… —se relamió los labios—. Y yo ayudé a que todo fuese perfecto.

—¡¿Estás loco?! —lo zarandeó con fuerza hasta que lo azotó contra una de las paredes y lo escuchó jadear por el dolor—. ¡Estás loco! ¡¿Qué has hecho?!

—Papi dijo lo mismo cuando despertó la primera vez… —rio divertido por el “deja vu”—. Pobrecito, lo tuve que hipnotizar un poquito para que hiciera las cosas correctamente y así el plan no se arruinara —Sora elevó una de sus manos y de ella fulguró la llama de la niebla.

—Tú… —estaba en shock, en negación porque no quería aceptar que su hijo era… un monstruo.

—Yo… —con su dedo índice picó el pecho de su padre—, sólo quise verte feliz.

—Has matado a…

—¡Inmortalicé su amor! —corrigió antes de elevar sus brazos para rodear el cuello de su padre—. De nada —lo abrazó con delicadeza y palmeó aquella espalda.

 

Silencio eterno.

Silencio tortuoso.

Silencio infernal.

Aquella hoja se ondeó levemente por la leve brisa ocasionada por los pasos del escuadrón que buscaba a Reborn y a Tsunayoshi. Hoja que fue marcada hace tantos años por la caligrafía de Reborn y que fue guardada con celo por el castaño cielo, porque le traía recuerdos de la confesión en donde Reborn le cedió a Tsuna todos sus sueños por escrito.

Esa hoja que debería ser un bonito recuerdo y que ahora simbolizaba una condena de muerte.  

Aquella hoja que contenía los deseos más profundos del asesino y que ahora estaba adornada por la caligrafía del retoño del mismo, el cual presumía orgulloso de sus logros.

Un papel que condenó a dos personas, a una familia, a un país, a una mafia.

Un papel que fue interpretado por una mente frágil y distorsionada por la crudeza de una enfermedad mental que jamás fue detectada. No hasta ese punto.

 

Un papel que dictaba…

 

Deseos a compartir con mi amado Tsunayoshi:

Unirme a él en cuerpo y alma cada día de mi vida. ~LISTO~

Declararle al mundo que es sólo mío. Que me pertenece. ~LISTO~

Darle todo lo que tengo. ~LISTO~

Demostrarle que no puedo vivir sin él. ~LISTO~

Gritar a todo pulmón que lo amo para que todos se enteren. ~LISTO~

Que sea solo mío, por la eternidad. ~LISTO~

~CUMPLÍ CON TUS DESEOS, PAPÁ~

~CUMPLÍ CON TUS DESEOS, PAPI~

~SU AMOR SERÁ ETERNO~

~FELIZ SAN VALENTÍN~

 

 

 

Notas finales:

Este conjunto de one shots serán creados durante el mes de febrero para cumplir con la actividad de Mi querido San Valentín organizado por el grupo de Facebook Motín fanficker. Grupo al que ingresé debido a la admi Sarah, la culpable de que vuelva a hacer cosas raras y parcialmente torcidas.

La verdad me pareció que salió más “raro” que “perturbador”, pero lo intenté XDDD.

Espero les haya gustado, aunque sea un poquito.

Krat los ama~

Besitos~


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