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Lo que quiere Jean Lasserre por Lalamy

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Notas del fanfic:

Esta historia la escribí como NancyLenno, en su perfil  sale el temita del cambio de cuenta, por si a alguien le da la suspicacia, aunque no lo creo, es una historia bastante x la verdá jajaja

Notas del capitulo:

¡¿Historia de navidad en el día de los enamorados?! ¡¿Qué es esto?!

Era 21 de diciembre y no sabía qué regalarle. Para el cumpleaños zafé porque me dio apendicitis, así que una semana antes de golpear mi cabeza contra una muralla por la indecisión, estaba retorciéndome en la camilla mientras esperaba a que una extraña trajera el orinal ese y hacer mis necesidades. Pero ahora había llegado navidad, y todo alimentaba al espíritu consumista que se hinchaba de miles de posibilidades para encontrar el regalo perfecto. Estaba como el tipo del comercial gritando contra la almohada “¡¿Dónde encuentro cualquier cosita?!”, porque eso me había dicho él; “Dame cualquier cosa, relájate” pero claro, cuando le regalo “cualquier cosa” me mira con una cara de culo que siempre nos lleva al límite de terminar la relación.

Hijo de puta.

Le pregunté a su hermana a ver si se le ocurría alguna cosa… útil, pero luego pensamos que los casados eran los que daban esa clase de regalos. Nosotros llevábamos recién seis meses, no estábamos para “mierdas útiles”.

-          ¿Y algo simbólico?

-          Estamos hablando de tu hermano – le repliqué a ella. Inmediatamente negó con la cabeza, como cayendo en cuenta del error de sus palabras -. La otra vez le regalé un libro que ya tenía, luego pensando en que podría gustarle otro del mismo autor llegó con que “tampoco es que le gustase tanto el sujeto”. Pensé en un perfume, ya sabes, algo que me agrade para la nariz… pero es tan predecible. De hecho, ya me tiró el chiste.

-          ¿Qué te dijo?

-          “Seguramente mi mamá me dé, otra vez, el perfume de siempre, así que no me tomaré la molestia de comprar otro. Mis familiares tienen ‘regalos asegurados’ ¿lo sabías?, sería bueno que echaras un vistazo a la lista para no equivocarte.”

-          Ah, lo está disfrutando. Qué mierdoso es.

-          ¡El más mierdoso! Es más fácil terminar con él ahora y volver para enero… pero claro, llega luego febrero y cagué de nuevo.

Ella suspiró reclinándose en el asiento que tenía frente al escritorio, y como al parecer la había dado la vagancia de pensar en algo, expulsó un desinteresado “Estás exagerando.”

-          No. Si él fuese normal, me daría lo mismo, le compro una película pirata y ya. Un besito en el cuello, una noche los dos, un desayuno rico y se terminó el asunto. Pero no, él es…

-          Mi hermano – y con eso lo dijo todo. Ambos nos reímos.

 

Jean Lasserre era su nombre. Estudiaba para ser médico forense, pero lo conocí porque le di de puñetazos en la cara en una pelea callejera de ebrios. Como él hablaba más en francés que en español no entendía ni mierda lo que me decía, y eso me ofuscaba. Por otro lado el creía que le estaba agarrando el culo a su novio, un crío que parecía de quince años. Fue todo un acontecimiento, dado que estábamos haciendo fila para entrar a una disco gay. Era mi primera vez… y la última. Tocaban muchas divas en ese lugar, y sinceramente, a mí me gusta el heavy metal. Como pueden imaginarse, toda clase de sujetos nos rodeó para alentar la pelea. Jean peleaba bastante mal, creyó que yo por ser más delgado iba a ponerme a llorar en el suelo a la primera amenaza francesa que me diese. En serio, los franceses muy buenos para el sexo y el besuqueo podrán ser, pero para pelear no dan ni uno.  Hasta ese momento creí que era un imbécil, pero nos fuimos conociendo mejor una vez nos dimos cuenta que no nos querían dejar entrar por conflictivos. El novio por el que tanto había peleado Jean se fue indignado al interior de la disco, a lo que pude interpretarlo como un “No me cagarás la noche,  terminamos.”  ¿Y mis amigos? Entraron también, pero porque yo se los ordené. Pensé en que podría arreglar las cosas y los calmé con esa idea.

Jean y yo nos sentamos en la cuneta a putearnos de un extremo a otro. Él hablaba solo, porque cuando anda  con la rabia por alguna pelea siempre se pone a hablar solo, y no había entidad suprema que le detuviese el veneno. Yo sólo decía “Ya, ya, sí, sí, ¡cállate un rato!” y luego venía la horda de palabrería francesa que me erizaba los vellos. Estuvimos así una hora, como perro y gato, hasta que comprendió que era el único sujeto con  el que podía hablar, así que se me acercó pidiéndome fuego. Por mi parte, como ya se me había pasado el malhumor, se lo di, y vi de cerca su cara mientras éste encendía el porro. Moreteado y todo se veía bien, hasta con el labio partido me tentaba a mordérselo un poco más. De buena onda me ofreció, y de ahí pasamos de ser enemigos públicos a… no sé, esa clase de personas que se quieren dar estando ebrios. Aunque esa noche no pasó nada… por lo que recuerdo. Como sea, cada vez que contábamos esa historia a la gente que nos preguntaba “¿Y cómo se conocieron?” terminábamos discutiendo por detalles nimios. Para él, yo siempre le habré tocado el culo a su ex. Ojalá lo hubiese hecho.

¿Y qué más decir? Por esa misma ligereza al tratarnos y jamás tomarnos el amor en serio es que nunca estaba seguro de qué regalarle. Ser troll era divertido todo el año, menos en épocas de pareja. Me la pasé todo un día dando vueltas por el mall y los barrios comerciales buscando algo que derritiese su corazón. Algo que verdaderamente lo mirase y dijese… NO, ¡Que no dijese nada! ¡Que se quedase callado y me follara! Sé que suena hilarante así, y follar no es el objetivo de todo esto – el sexo es rico con él siempre –, lo que realmente quería era que bajara la asquerosa barrera. Secar su boca de todo ese inmundo sarcasmo. No era divertido siempre ser como Scarlett  O’Hara y Rhett Butler.

No obstante, llegué a un punto de cansancio mental – y de patitas-  en donde ya no me importaba qué regalarle. ¡Jean era Jean! Quería vivir abriendo muertos, así que me dejé guiar por ese superficial conocimiento que tenía de él; Jean era superficial y macabro, ¿y qué se le podía comprar a una persona así? Camisas y un libro de Stephen King, pero un libro de los caros, no de esos que te encuentras regateando por las ferias navideñas como Cell o  la de sólo relatos cortos. Ya tenía un antecedente de que le gustaban ese tipo de cosas, pero lo realmente  gracioso – o triste –  fue que cuando lo abrió sonrió no enternecido por mi esfuerzo, sino como una retención de algo más grande.

-          ¿Qué pasó? – miré con miedo mi regalo. Era imposible que la hubiese cagado.

-          La parte buena es que si mancho con café un libro, tengo otro de repuesto.

-          No, mierda – le arrebaté el libro y lo miré como si dudase de su título -. ¡Pero si éste no lo tenías! ¡Me fijé muy bien cuando estabas durmiendo el otro día! Busqué por tooodas partes.

-          Si sé, pero mi mamá también creyó que era buena idea dármelo.

-          ¿Ah? No, pero… ¡no es justo! – se lo arrojé en las piernas -. ¡No lo tenías! ¿Por qué tu mamá tenía que saberlo también? ¿Por qué nunca me deja nada con que lucirme? No, la verdad es tu culpa. Nunca me haces el trabajo fácil.

-          Ya, antes de seguir quejándote mira el mío.

De mala gana tomé el paquete perfectamente envuelto – porque Jean era un maniático  y odiaba toda clase de pliegues o arrugas –, y lo hice tira todo porque si no escuchaba papel navideño rasgarse para mí no era navidad. Y bueno… me había regalado un libro de surrealismo.

-          ¿Era surrealismo, verdad? – me miró a los ojos con cierto temor. Ahora era yo el que quería reírse.

-          Me gusta el surrealismo, no te preocupes.

-          Ya, pero esa no era tu corriente favorita. ¿Van Gogh no era surrealista?

-          Quizás te confundiste con impresionismo.

-          ¡SABÍA! Mierda, lo sabía, te juro que lo sabía. ¡No sé por qué dudé al comprarlo!

-          Ya, tranquilo – sonreí ahora  más enternecido-. Nos llevará más tiempo conocernos mejor, supongo.

-          Al menos estuvimos cerca.

-          Yo más que tú.

-          Las camisas están bonitas.

-          Gracias. Su amabilidad hace que crea que le gusto, Señor  Lasserre.

-          Un poco, y sólo un poco, Señor Arriaga. A usted le gusto más.

Y tras el beso cómplice que nos dimos supuse que había zafado otra caótica fecha de parejas. La calidez con la que Jean movió sus labios contra los míos hizo me desarmara por completo en la cama, aunque claro, la calentura nos duró poco porque la vieja bruta de su madre nos pidió que vigiláramos al hermano chico de Jean que quería estrenar la bicicleta nueva. Nos tenía manía, de eso estaba seguro. Vez que se enteraba que estábamos encerrados en la pieza de Jean tenía que joder con algo, pero bueno, por eso siempre la primera corrida iba en honor a ella, puesto que me calentaba mucho eso del Romeo y Julieta.

¿Lo malo de este final? Con  Jean terminamos cuatro semanas después, pero eso es otra historia... y aún espero la resolución de ésta.  Habrá que ver, me siento esperanzado, y tengo mis razones para estarlo. Las cosas con Jean siempre van a ser así.

 ¡Algún día admitirá que me adora!  

Notas finales:

¡Hola! Esta historia la subí en el 2014 en otra cuenta porque no tenía acceso al correo de esta, por ende, no podía cambiar contraseña, y blablabla el tema es que decidí subir (de apoquitito) las historias que esparcí en otras cuentas, ¿pude haber subido esta historia en diciembre? Sí, pude haberlo hecho... no lo hice...

¡Espero lo hayan disfrutado!


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