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Lluvia y curry japonés por Lalamy

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Notas del fanfic:

Esta historia la escribí con la excusa de ponerle ese título, sinceramente. Tenía planeado hacerla one-shot, pero se me escapó de las manos, soy tan mala planeando estas cosas :( así que será sólo de dos capítulos. Sí, dos. No tres, ni cuatro, DOS - peleando consigo misma-.

No tengo mucho que decir para justificar este escrito (?) Me gusta hacer historias que transcurren en un día, así que si no les parece aburrido, adelante. Sólo tenía ganas de escribir algo sencillito.

Lluvia y curry japonés

 

Ninguna tarde le hubiese dado más razones a Enzo de invitar a Diego a su casa, y eso era porque se trataba de una persona completamente ajena a su vida fuera del trabajo. Ramiro no era un problema, Valentín tampoco, pero Diego era… era Diego. Sólo palabras vacías habían intercambiado en toda la jornada laboral, un uno que otro buenos días y buenas noches, un permiso, un por favor, y muy pocas veces un gracias. No había mala onda entre ellos, ni buena; no había onda, simplemente. Enzo estaba seguro que si un día se moría, Diego sólo diría “Ah, qué mal, era buen compañero” y seguiría tomando su café mientras revisaba las noticias matutinas en su celular, muchas de las cuales darían pie a los primeros memes del día, “Ah, ¿viste lo del pajarito que se murió y se lo comió el perro?” “Sí, en la mañana”. Y estaba bien. La vida estaba llena de esa clase de relaciones insustanciales que te hacían valorar las que no lo eran.

No obstante, ese frío jueves por la tarde las cosas dieron un vuelco extraño en el orden de las cosas. Diego tenía una conducta bastante errática, y parecía que en cualquier momento la iba a cagar. Podía escucharlo hablar por teléfono como si los clientes tuviesen la culpa porque el servicio no funcionaba, y varias veces les cortó la llamada con tanto desprecio que hasta el escritorio llegaba a retumbar por la violencia, y la cosa no pasaba de ahí, hasta que en un momento le dio la impresión de que era el cliente el que le pedía que moderara su lenguaje verbal porque se le había escapado un “Mierda”. “¡Se volvió loco!” pensó Enzo con cierto morbo. Lamentaba tener que estar atento a sus propias llamadas, porque de verdad estaba intrigado, ¿acaso Diego tenía un día de furia? Mejor ni cruzarse en su camino. No pasó mucho rato en el que la supervisora notó esta hostilidad, y le llamó la atención, o más bien, eligió las palabras más poco atinadas para decirle que si tenía un problema, que agarrara sus cosas y se fuera. Un montón de ojos observaron con disimulo la escena, incluido los pardos de Enzo quien lo tenía al lado, prácticamente. Distraído, intentaba entender lo que una mujer muy alterada le explicaba del otro lado de la línea, pero no podía ignorar el hecho de que Diego, aquel sujeto aparentemente tranquilo, algo holgazán, pero normal dentro de todo, se estaba comportando como un patán.

La mala actitud de Diego había creado gran expectativa entre sus compañeros, lo supo porque fue el tema de moda los días siguientes. De hecho, muchos ansiaron que Diego insultara a la supervisora porque para todos era una persona insoportable, infumable, infollable, pero Enzo sabía que si lo hacía, lo iban a despellejar en críticas. Sin embargo, para decepción de muchos sociópatas encubiertos, Diego sólo agarró sus cosas y se fue. Y ese parecía ser el final de la historia.

Hasta que dieron las seis de la tarde.

La débil lluvia que habían pronosticado en la mañana, se transformó pronto en un aguacero, pero como el jueves tenía aroma a viernes – porque al otro día era feriado –, a Enzo no le importó,  sintiendo que era un buen momento para hacer un desvío a la tienda china que estaba a unas cuadras de su trabajo. Aquella tienda china era una debilidad para su vida solitaria en la que a veces sólo deseaba comer fideos instantáneos como cualquier Salaryman japonés, acompañado de algún jugo o té helado de sabor exótico, más ese día en una de las góndolas notó que había llegado el Golden Curry picante que la otra vez se había agotado. Fue ahí cuando lo supo; un par de papas, zanahoria, cebolla y un poco de carne. Los ingredientes perfectos para cerrar una noche lluviosa.

Al salir de la tienda con el curry en su mochila, se dio cuenta que ya había oscurecido completamente, y sin mucha prisa caminó hacia el supermercado cuidando de no estar muy a la orilla de la vereda, porque no faltaba el desquiciado al volante que amaba mojar personas. Mientras esquivaba a otras personas que también usaban paraguas, pensó en Diego. Pensó en lo que lo había llevado a comportarse como un desconocido asqueado por la vida. Por supuesto que aquel trabajo también le hartaba de vez en cuando, no se tenía las orejas de acero para soportar tantas voces quejumbrosas y, muchas veces, insolentes, pero Diego siempre le pareció de otro temple, uno más relajado. El típico trabajador poco comprometido que terminaría renunciado porque le salió algo mejor, ¿qué le habría pasado?

Fue en ese corto trayecto que, por cuestiones de la vida, miró por un microsegundo hacia la ventana de una fuente de soda especializada en cervezas y sándwiches. En esa nimiedad de tiempo creyó ver algo que merecía ser visto por segunda vez, así que su mirada se deslizó otra vez  hacia la ventana del local. Diego lo estaba mirando desde adentro, aunque no podía precisar si realmente lo estaba viendo. En ese momento Enzo se preguntó qué hacer, ¿lo saludaba? ¿lo ignoraba? De haberlo pensando con un poquito más de esfuerzo, se hubiese dado cuenta de que no importaba mucho lo que hiciera, Diego ya no trabajaba en el Call Center, así que lo que pensara daba lo mismo. Y porque su cordialidad actuaba más rápido que su racionalidad, alzó con timidez la mano, y le dedicó una forzada sonrisa de medio lado.

“Si me ignora me sentiré estúpido” pensó.

Diego pasó de un semblante contemplativo a erguirse como despertando de un sueño, y algo titubeante alzó la mano como si fuese a replicar el gesto de Enzo, mas terminó con cierta torpeza haciendo algo totalmente diferente; le invitó a que fuese a donde estaba él. Enzo se detuvo en la ventana mientras seguía viendo como el otro le indicaba el asiento que estaba frente a él, ¿por qué querría invitarlo a algo así? Ni modo. No iba a dejarlo tirado, supuso que Diego ya había tenido suficiente de aquel día de mierda como para que más encima su ex compañero lo ignorase. La gente se mata por detalles como ese, aunque también estaba consciente de que quizás estaba exagerando.

Con dificultad cerró su paraguas en la puerta del local. Tenía la maña de no abrir, ni cerrar cuando él lo quería, así que soltó un gruñido mientras lo sacudía un poco, y ya controlado el asunto, entró sintiendo el aroma de la carne haciéndose en la plancha, algo tan rico que amenazaba su plan que hasta unos segundos parecía perfecto.

-      Hola, Diego  – le dijo Enzo acercándosele. No añadió un ¿qué tal? o un ¿cómo estás? porque pensó que podría ser una desubicación del porte del Nilo.

-      ¿Te interrumpo? ¿Tenías algo que hacer? – éste pregunto, mientras Enzo tomaba asiento.

-      No, no, nada. Iba al súper, nada más.

Al sentarse recién notó la cerveza más barata de cualquier menú sobre la mesa, y supuso que Diego quería tomar con él porque fue el primer tonto útil que pasó por la ventana. Mientras acomodaba la mochila y el paraguas a un lado de la silla, se preguntó qué le podía decir. Su lengua se movía con facilidad frente a cualquier amistad, pero siempre fue malo con la gente a la que le tenía poca confianza. Para su fortuna, Diego fue el que tomó la iniciativa, porque era lo que correspondía ¿o no?

-      Perdón por decirte que entraras… ¿quieres tomar algo? Te invito, si quieres – a diferencia del Diego diurno, el Diego nocturno parecía más relajado. Como el de siempre.

-      No, no es necesario, yo me lo pago – no quería tomar, como tampoco tenía ganas de estar ahí, pero lo de bastardo egoísta no le quedaba muy bien, así que se lo aguantó. Llamó a una chica que estaba atendiendo y a lo lejos le pidió lo mismo que estaba bebiendo Diego, para solidarizar.

-      ¿Me vi muy loco, cierto? – Diego fue directo. Tanto que Enzo se sintió sacudido por esa pregunta.

-      ¿Ah? Eh… no sé si loco es la palabra, sinceramente – trato de ser honesto, pero con tacto –. Supongo que tuviste un día de mierda, y el trabajo no ayuda mucho.

-      Así es, un día de mierda – aclaró –. Sé que es raro que hable esto contigo, pero no sé qué hacer. Pensé en ir a la casa de un amigo, después al de una amiga, pero al final me quedé aquí. Como que quiero hablar de esto, pero al mismo tiempo no.

La chica de cabello rubio dejó sin mucha simpatía una botella sobre la mesa, y un vaso, preguntando si iba a comer algo. Enzo pidió unas papas, la porción más pequeña para no perder hambre.

-      Me estás asustando – Enzo confesó, haciendo que Diego sonriera con desgano.

-      No fue gran cosa. Me pusieron los cuernos, así que no quiero ir a mi casa, porque ella está ahí.

Enzo alzó las cejas. La actitud de Diego se justificaba dependiendo de la situación en cómo se enteró, eso estaba claro.

-      ¿La pillaste?

-      Sí. En la mañana. Sabía que estaba rara conmigo, pero pensé que era porque no quería ir al matrimonio de su amiga, pero ahora que lo pienso… eso se veía venir desde antes, y no me di cuenta. Qué imbécil – se lamentó con una voz cargada de rencor.

-      No sé... viéndolo venir o no, es difícil igual.

 

Y si bien a Enzo le interesaban los detalles de ese desdichado descubrimiento, por respeto no indagó en la herida, sólo se sirvió cerveza, y bebió para sentirse más a tono, ya que Diego parecía haber bebido varios vasos, lo que explicaba su soltura.

-      ¿Y tienes dónde quedarte?

-      Quizás… pero… no lo sé. Yo sé que mis amigos entenderán, pero como ya me habían advertido que ella era media rara no quiero escuchar los “te lo dije”. Hoy no. Quiero pensar en otras cosas, no lo sé… de hecho, acabo de asimilar que me quedé sin trabajo.

“¿Quedó en shock, quizás?” pensó Enzo mientras asentía a las palabras de Diego. Entendía esa sensación. La empatía de alguien que te ubica, pero no te conoce a veces era lo que uno esperaba en un momento así. Consejos no tan personales. El excesivo cuidado de alguien que no te quiere hacer sentir mal, porque no sabe cómo reaccionarías. La falta de cuestionamientos por falta de antecedentes. Fue ahí cuando Enzo se vio en un predicamento del que salió rápidamente porque su naturaleza era así. Amable.

-      Si quieres puedes dormir en mi depa.

-      No, no quiero molestar…

-      No molestas. Además, parece que va a llover toda la noche.

-      ¿De verdad? ¿Estás seguro que no molesto?

-      Para nada. Hasta te puedo contar cuando me pusieron los cuernos, ya sabes, compartir experiencias ayuda – bromeó Enzo.

-      ¿Estuviste con alguien? – Diego pareció exageradamente sorprendido, pero luego suavizo su expresión –. Digo… yo…

“Sí. Supongo que hay cosas que nunca cambian”.

Enzo hizo un ademán con la mano para detener el titubeo de Diego quien parecía querer desarmarse en disculpas. Sabía muy bien a qué se debía esa clase de comentarios, había gente que simplemente no podía creer que una persona con su apariencia física pudiese ligar. Parte del cuello y un poco del rostro de Enzo estaba quemado, no era algo que hiciese que la gente se diera vuelta para mirar, pero si se detectaba una vez que lo tenías en frente. También tenía una vistosa cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, lo que lo hacía protagonista de muchas paranoias en la calle cuando las chicas solitarias se lo topaban. Pero más allá de eso, Enzo no era mal parecido, simplemente le habían jodido la primera impresión para siempre; nada que una segunda miradita no pudiese arreglar.

-      Perdón, yo no quería decir… - Diego insistió en disculparse.

-      No lo creerás, pero puedo llegar a ser un fetiche andante – Enzo esbozó una sonrisa mientras llevaba el vaso a su boca. No tenía problemas con bromear con eso. Diego rió con más sinceridad. Estaba aliviado.

-      Soy un imbécil – Diego lo soltó como si eso explicara todo.

-      ¿Entonces aceptas o no?

La chica rubia con descuido dejó caer un plato con papas fritas. Se veían realmente aceitosas y de un incorrecto color café, pero a Enzo no le importó, llevándose una a la boca. Estaba caliente. Fue en ese momento en el que Diego terminó soltando el sí.

-      Aunque como ya te dije, quiero pasar al supermercado a comprar unas verduras.

-      Ok… ¿qué vas a hacer?

-      Un curry estilo japonés, porque soy un poco de esa onda… - no dijo “ñoño” porque odiaba esa palabra cuando se mal empleaba.

-      Sólo sé del curry en polvo que se le echa al arroz para que esté amarillo, ¿es algo así?

-      No – Enzo se rió.

-      Entonces no sé de qué me estás hablando. Tuve una novia que le gustaba la “onda japonesa”, así que una vez me hizo probar el ramen, estaba rico.

Enzo asintió a todo lo que decía, sorprendiéndole el alcance que había tenido ciertas culturas como la coreana, la japonesa o la árabe dentro de la ciudad. La gente ya no comía sólo hamburguesas y pizzas, ahora era más fácil escuchar a alguien decir “Me encanta el shawarma”,  “El otro día almorcé Bibimbap”, o era más común ver gente cenando ese sushi occidentalizado con queso crema. Atrás quedaron las comidas de nicho.

Sin lamentarse demasiado, Enzo dejó la botella a medio beber para ir pronto al supermercado. Considerando la hora, sabía que muchos trabajadores al igual que él iban a ir, sin embargo, no estaba tan apurado porque sabía que con la llegada de aquella densa lluvia, el tráfico que se armaba colmaría la paciencia de cualquiera. No había razones para apresurarse.

Lo bueno de estar con Diego, era que no tenía que estresarse mucho en pensar algún tema de conversación. Era una chico bastante despierto, la clase de persona que siempre tenía una observación que hacer, pero que no pecaba de una cansina lengua imparable. Mientras caminaban hacia el supermercado más cercano, lo veía mojarse mientras hablaba sobre las horribles condiciones laborales del call center, y lo mucho que le hubiese gustado decirle unas cuantas mierdas a la supervisora.

-      Le agarré odio cuando empezó a molestar a Jimena porque iba al baño muchas veces. ¡Tiene una infección urinaria, pedazo de estúpida!

-      Sí, tiene un -100 en empatía, sobre todo con las mujeres. La sororidad se la debe de meter por el culo – le dijo Enzo, pero al mismo tiempo le preocupaba que estuviese tan empapado, aunque Diego se hubiese puesto la chaqueta en la cabeza.

“¿Dónde están los vendedores de paraguas cuando se necesitan?”

Ya en el supermercado, Enzo agarró un carro porque recordó que habían muchas cosas que faltaban en casa y que era necesario ofrecerle a Diego. Se le había acabado el café y el té, no recordaba si quedaba azúcar, y el papel higiénico estaba por terminarse. Por otro lado, Diego iba metiendo cosas al carro también como si se tratase de otro dueño de casa más, aunque su prioridad era la cerveza. Cuando Enzo se mostraba entusiasmado por una oferta – algo muy de él, y de cualquiera que deseaba rendir cada peso –, Diego soltaba un “ajá” distraído seguido por un desinteresado “¿Y cuánto cuesta normalmente?” lo que le hacía pensar a Enzo si se estaba comportando como una mamá. Pero supuso que era normal, era en esos detalles cuando la diferencia de los treinta y tantos de Enzo se diferenciaban con los veintitantos de Diego.

En un momento en el que Enzo se quedó mirando una lata de café instantáneo, pasó a llevar el carro de una señora que le dedicó una mirada tan fiera que se sintió depredado por ella. No tardó en disculparse, mas la mujer pareció hacer un mal comentario que él no pudo escuchar.

-      Te pidió disculpas, vieja de mierda, ¿qué más quieres? – Diego soltó inesperadamente. Enzo se sonrojó de los puros nervios, pero no tardó en reírse algo culposo por la expresión estupefacta de la señora. Apresuró el paso antes de que al otro se le ocurriera otra joyita de comentario.

-      Vieja de mierda – volvió a repetir con el mismo énfasis. Enzo no entendió muy bien a qué se debía tanto odio, hasta que barajó la posibilidad de que haya dicho algo con respecto a su apariencia.

-      Yo no hago mucho caso a esa clase de personas. Buscan pelea en todas partes.

-      Igual. Merecido se tienen que uno les diga que son una mierda. Y eso que le dije lo más fino que se me ocurrió.

 

Cuando llegaron al departamento, Enzo no tardó en decirle a su acompañante que se fuese a bañar si lo quería. Diego aceptó, y además aceptó la ropa que le pasó a pesar de que le pudiese quedar ligeramente más estrecha, por la diferencia no tan significativa de estatura. Después de enseñarle cómo tenía que abrir la llave para que saliera el agua como al otro le gustara, Enzo se fue a la cocina para sacar los ingredientes de su curry de las bolsas. Picó las verduras en cuadritos no muy grandes preguntándose si la cantidad que estaba haciendo estaba bien, porque acostumbraba a hacer curry para uno, nunca para dos. Al cortar la carne escuchó que un trueno irrumpió aquella pasividad que la lluvia estaba manteniendo, seguido de un relámpago que estalló en el cielo haciendo que este se iluminara fugazmente.

-      Que no se corte la luz… - comentó Enzo en voz alta, mientras echaba la carne y la cebolla en la olla aceitada.

Cuando Diego salió del baño lo primero que dijo fue que olía súper rico, Enzo aún no echaba las pastillas de curry, así que esperaba que eso no opacara la buena impresión que estaba dando. En el umbral de la cocina, vio a Diego con el pelo mojado, y si bien aquello ya no era ninguna novedad para sus ojos, la luz resaltaba cierto atractivo en algo que afuera parecía un desastre. Su cabello castaño estaba desordenado, pero mantenía ese corte de cabello de los años 40’ que tanto se había popularizado en los últimos años. Ese peinado era repetido por muchos jóvenes del “Call”, pero sólo Diego le hacía pensar que aquel peinado estaba hecho para su rostro. De todos, era el que más se apegaba a su tipo, incluso podía decir que se parecía mucho al ex que había tenido. Tenía ese golpe de rostro que le hacía pensar “Sí, me suele atraer la gente así”, personas de sonrisa fácil y amplia, al punto de achinarse los ojos, espalda ancha, y brazos fuertes. Incluso pudo notar un seductor tatuaje asomándose por la manga de la camiseta que le pareció la guinda del pastel. Fue en ese momento en el que se sintió algo nostálgico. Pensar en su ex siempre le ponía así.

-      ¿Dónde dejo la toalla? – Diego preguntó.

-      Ponla en el respaldo de alguna silla, después veo eso.

El curry japonés, la lluvia, y su ex eran una combinación terrible para su corazón, pero ya era algo que sabía manejar, como todo lo que le había dolido alguna vez. Aunque surgían ciertas noches solitarias donde se preguntaba si realmente el daño había desaparecido, porque cada vez que se enfrentaba a algo que lo hacía recordar, su pecho se contraía, al punto en el que su corazón se sentía como una pasa.

Y de pronto, se cortó la luz.

-      Puta… - Enzó masculló –. Lo sabía. Un poquito de lluvia y este barrio se muere – no sólo había sido en el departamento, afuera todo se había transformado en sombras.

-      ¡Menos mal que justo terminé de bañarme! – le comentó Diego desde la sala-comedor.

-      ¡Sí, tuviste suerte!

-      ¡Ah! ¡La cerveza así no se va helar! ¡No! – eso pareció mortificarlo más –. Pero igual elegí unas que ya estaban heladas… sí, no importa.

“Me alegra que tu única preocupación sea esa” pensó Enzo abriendo los cajones, mientras trataba de recordar dónde rayos había dejado las velas. La azulosa llama de la cocina le ayudó mínimamente a ver entre el centenar de cosas que tenía metidas ahí, muchas sin ningún propósito, hasta que encontró ese paquete que había comprado hacía un año atrás cuando le dio el ataque de “Si se acaba el mundo, tengo que estar preparado”; pasó después de haber visto una película en la que todos se murieron. Y mientras iba colocando velas en distintos vasos y tazas, otro relámpago iluminó el interior haciendo que Diego exclamara un infantil ¡Wow!

-      Vale la pena que estés en el maldito último piso de la torre más alta – Diego le dijo al verle poner un par de velas en la mesa junto con una lata de cerveza.

-      Sí, aunque cuando empiezan a decir que arriba hay murciélagos, ya no me gusta tanto la cosa – Enzo bromeó.

-      Ah, bueno… - Diego no dudó en tomar la lata –. Tu depa se ve bien, ¿te sale muy caro vivir aquí?

-      Me saldría, si no fuese el departamento de mi hermano.

Le contó a Diego que su hermano se había ido a trabajar a Canadá, pero como terminó enganchándose de una canadiense, se quedó ahí por tiempo indefinido. Enzo había comenzado a vivir ahí como cuidador oficial del departamento, hasta que poco a poco empezó a adueñarse de los rincones de este. Empezó con las decoraciones, luego con los muebles, hasta que terminó pintándolo a su gusto. Incluso se adueñó del gato de la casa, que de viejo falleció en su cama en el otoño pasado. Supuso que él lloró más su muerte que su hermano al enterarse.

-      Con el sueldo miserable que pagan, dudo que pueda arrendar y comer bien al mismo tiempo, así que tuve suerte.

-      Yo comparto los gastos con mi nov… ex – Diego dejó salir un bufido –. Ni sé lo que pasará ahora.

-      Entiendo.

“Si fuese mi amigo te invitaría a vivir conmigo, pero no lo eres, así que no lo haré” eso era lo que encerraba la palabra “Entiendo” que Enzo había soltado. Volvió a la cocina para ver si las verduras se habían cocido, y al pinchar una de las papas lo comprobó. Fue ahí cuando disolvió el curry en el caldo. Un aroma especiado comenzó a expandirse por la cocina, así que Enzo abrió la ventana para que no se transformase en una invasión.

-      ¿Hace cuánto que estás soltero? – escuchó la voz de Diego a sus espaldas. La pregunta le tomó tan de sorpresa que se rió un poco.

-      Tres años, creo.

-      ¿Y ella es la que te puso los cuernos?

-      “Él” – Enzo corrigió.

-      “Él” – Diego repitió –. Oh…

-      “Oh…” – ahora fue Enzo el que repitió, pero sin disimular una sonrisa -. ¿Todo bien con eso?

-    Claro, claro… tengo amigos homosexuales, no tengo problemas con eso.

“No te escuchas como alguien que no tiene un problema en este momento” Enzo observó para sus adentros mientras revolvía un poco el curry.

-      Y sí. Él me puso los cuernos –terminó añadiendo –. Se estaba enamorando de mi amigo.

-      ¿Y cómo lo supiste?

-      Fue raro. Lo supe antes de que ellos lo supieran, y no hice nada al respecto. Un día dije “Se llevan bien, tienen química, serían buena pareja si llegan a descubrirlo”, y a pesar de que ese pensamiento me daba miedo, traté de bajarle el perfil, porque ser un celoso enfermizo no es muy mi estilo – hizo una pausa porque lo vio necesario, sino se dejaría llevar por la emoción del recuerdo –.  Cuando se acostaron me dolió, pero más me dio rabia haberlo visto desde antes.

-      Qué mierda – Diego no se ahorró ni una expresión de disgusto –. Debiste hacer algo, aunque quedaras en ridículo…

-      ¿Para qué? – Enzo no le quiso ni mirar. Revolvía el curry aunque no había necesidad de hacerlo. El movimiento circular le hacía apegarse extrañamente a su centro. 

-      Me importa tres hectáreas si es correcto o no, si lo hubiese visto, yo hacía algo. ¿Al menos le pegaste a la basura de amigo que tenías?

-      Sí – Enzo confesó, mostrándole una sonrisa. Diego se la devolvió, cómplice.

-      Menos mal. Ya estaba cuestionando lo que tenías abajo.

Enzo apagó la cocina y dejó reposar el curry para que espesara. Diego no evitó acercarse para probar esa “cosa de olor tan raro”, y a pesar de lo despectivo que había sonado en un principio, le gustó. Le gustó mucho. De hecho, volvió a meter la cuchara sólo para ser regañado por Enzo que no quería probar sus babas.

Se acomodaron en la mesa tenuemente iluminada. Ésta estaba ubicada a un lado de la ventana, era pequeña, como para dos personas, así que ambos se sentaron frente a frente como en un restaurante. Diego le confesó su incapacidad de probar cosas nuevas, no porque les tuviese miedo, sino porque no se le ocurría cambiar. No había motivación que lo moviese a ello, y que eso era otra cosa que su ex siempre le criticaba. Enzo se preguntó si acaso estaba haciendo toda una lista que justificara por qué le pusieron los cuernos, lo que encontraba un poco precipitado, pero estaba bien. Si era su forma de sobrellevar las cosas, estaba bien. Enzo se tomaba su tiempo para comer mientras seguía escuchando al otro hablar, y de vez en cuando miraba hacia la ventana perdiéndose en las tantas gotas que se resbalaban en el cristal, sin dejar de soltar una que otra expresión que le indicase a Diego que lo estaba escuchando.

“Ajá”

“Sí”

“Lo entiendo”

“Es verdad”

De repente, llegaron a ese punto en el que ya no había nada más que decir, y sólo se atuvieron a comer. Sólo la lluvia se escuchaba junto con sus cubiertos chocando contra los platos. Diego intercalaba la comida con la cerveza, la cerveza con una mirada a Enzo, la mirada al anfitrión con una cucharada más de esa extraña comida, y así.

-      ¿Enzo?

-      ¿Mh?

-      Sé que casi no hablábamos en el Call, pero gracias por ayudarme.

Enzo le sonrió.

-      No hice la gran cosa.

-      No sabría cómo pagarte…

-      No tienes que hacerlo – Enzo se comió la última porción de arroz y curry que quedaba sin prestarle mucha atención a la expresión de Diego. No obstante, sin saber por qué, de un segundo a otro, algo lo alertó –. ¿Qué pasa?

-      ¿Te molestaría si me quedo un par de días más?

No es que le molestara, pero un par de días más le sonó tan ambiguo que no estaba seguro si aceptar o no. Estaba bien esa noche, la torrentosa lluvia despertó su compasión, pero no había necesidad de dar su casa como refugio los días siguientes, porque seguían siendo desconocidos.

-      Puedo hacer lo que quieras.

-      No es eso…

-      Lo que quieras.

Enzo le miró a los ojos muy fijamente con una expresión tan carente de emoción que hizo que Diego desviara la suya por unos segundos. Había algo dentro suyo materializándose a raíz de esas palabras a lo que él no deseaba dejar crecer, así que optó por no tomarse en serio esas palabras, y esbozó una suave sonrisa.

-      No lo hagas – concretó esa frase con algo de dolor, y se puso de pie al ver los dos platos vacíos para recogerlos –. Puedes quedarte un día más, pero no más que eso.

-      Mierda… te hice enojar ¿cierto? – Diego se apresuró en levantarse para ayudarle, aunque no había mucho que hacer.

-      No – Enzo fue sincero –. Sólo me sorprendiste un poco, no me esperaba eso.

-      Es que lo decía medio en broma, medio en serio – Diego terminó por admitir –. Quería ver tu reacción. Verás, has sido muy amable conmigo, y eres gay, y eres… bueno, eso…

-      ¿Ser amable, gay y feo me hace ver como una persona de doble intención? – Enzo encaró aun sosteniendo los platos sucios. La lógica de Diego era tan desatinada como su constante forma de hablar -. Alguien aquí tiene exceso de autoestima…

Diego suspiró, quitándole los platos con algo de delicadeza para que no ocurriese otro desastre entre ellos. Los dejó sobre la mesa.

-      Sólo te ofrecía un medio de pago que podría interesarte. No es nada del otro mundo.

-      ¿Eres bisexual o algo?

-      No… pero tampoco me pareció tan tremendo intentar…

Podría tacharlo como hombre a la antigua- tenía treinta y uno, tampoco era para hablar en términos de senilidad –, pero no entendía muy bien lo que sucedía en la imprudente cabecita de Diego. Para ser alguien que no gustaba de probar, se había lanzado como premio, y Enzo no sabía cómo tomárselo. ¿La desesperación lo había llevado tan lejos? ¿El alcohol? ¿O provenía de una generación distinta? Sin importar la razón, Diego no parecía tener la suficiente inteligencia emocional como para explicarle las cosas. Y sin perder la compostura, Enzo le tomó la mano y la acercó a la piel quemada de su rostro, notando inmediatamente como los dedos de Diego se doblaron para no tocarle. No fue algo muy notorio, pero el rechazo era evidente.

-      No sabes lo que haces – le dijo Enzo con toda serenidad, y luego tomó los platos para irse a la cocina.

Era normal para él que los dedos ajenos se rehusaran a tocarle, incluso él tuvo esa reacción por mucho tiempo. El asco que sentía por su cuerpo lo naturalizó tanto, que le era extraño verse deseado por alguien, lo que no significaba que cerraba por completo las puertas a esa posibilidad. Su ex besó sus quemaduras y cicatrices con un mimo que costó entrenar. Incluso ese sujeto que lo sucedió después, aquel camarero de bar al que le pagó varias veces para que tuvieran sexo en su departamento, aprendió a tocar su piel con afectuoso cuidado. Era un hombre realmente gentil, tanto, que en ocasiones le dio la impresión que le gustaba su compañía, mas no tuvo oportunidad de preguntárselo, porque dejó de buscarlo.

Que Diego le ofreciera sexo no era un problema para él, era atractivo y estaba despechado, podía imaginar sus embestidas violentas como si estuviese castigando a su novia, sin sentir un mínimo de remordimiento por ser utilizado, porque ambos estaban ganando algo esa noche. Sin embargo, había cierta inconsistencia en Diego, algo que lo llevaba a ser cauteloso a la hora de pensar en él como hombre, porque ya había tocado esa sensación antes. Sus yemas recordaban muy bien la textura de lo efímero, una sensación que la sintió con mucha fuerza, y que de repente, se transformó en algo etéreo, alejándose para siempre de su entendimiento mundano

Lavaba los platos intentando dominar sus pensamientos, cuando Diego entró con paso alicaído. Apoyó su cuerpo en el mueble que estaba al lado del lavaplatos, y con la mirada gacha dejó escapar una voz algo ronca.

-      Hay detalles que no te he contado.

-      No tendrías por qué hacerlo – la voz de Enzo no perdió calma.

-      No soy una persona de principios – a pesar de todo, Diego continuó –. La mujer con la que estoy tiene más de cuarenta años, y no es que la ame, precisamente. Hacer las cosas así es normal para mí.

Fue ahí cuando la inconsistencia se iba solidificando.

-      Entonces… ¿sueles pagar con tu cuerpo cada vez que se te da la oportunidad? – preguntó Enzo sin ánimos de ofenderle. Le parecía curioso oírle decir algo así.

Diego abrió la boca y tomó aire como si quisiera dar una larga y muy completa explicación, pero terminó soltando un muy concreto “Sí”. Enzo sintió la necesidad de preguntarle el por qué, pero no sabía bien si iba a comprenderle. Supuso que Diego tenía sus razones o quizás no tenía ninguna. Dejó secando los platos en la rejilla del lavaplatos, y se secó las manos con un paño que estaba colgado junto a un calendario con la foto de un hermoso salar.

-      Eres un buen tipo – terminó diciendo Diego, y si bien, Enzo no estaba muy seguro de eso, sonrió de medio lado porque se sintió falsamente halagado –. Perdón por hacerte sentir mal. Ni siquiera te encuentro feo como dijiste. ¿Te puedo ser muy, muy sincero?

-      Tengo miedo – Enzo se rió.

-      Ya, si sé que la tiendo a cagar, pero el mensaje es bueno, lo prometo.

Su silencio permitió que Diego se explayara.

-      Cuando llegué al Call siempre creí que eras muy parco, y más encima con tu cicatriz en la cara y las quemaduras… me dabas algo de miedo. Además, no hablas mucho con la gente, y como siempre te ibas por tu lado me hacía pensar “qué creepy es este chico” – Enzo tenía la ligera impresión de que Diego no tenía idea de cuántos años tenía en realidad.  

-      Supongo que es la idea general de nuestra oficina – se encogió de hombros.

-      Quizás… - admitió Diego con cierta vergüenza –. Somos unos imbéciles. No sabíamos nada.

En una iniciativa inusual por parte de Enzo, apoyó su mano en el hombro del otro en un gesto cariñoso. No le gustaba tocar a la gente por la que no sentía nada, pero ver ese infantil esfuerzo por querer animarle hizo que le dieran ganas de hacerlo, aunque fuese un gesto un poco tosco e impersonal.

-      Está bien, Diego. Ya no te martirices más, ya entendí – trató de tranquilizarlo porque en la cara podía ver la aflicción de él.

-      No, de verdad, perdón por tratarte mal. Perdón por haber hablado mal de ti, y haber bromeado con que eras un pedófilo…

-      ¿Qué?

-      Soy una mala persona. Soy una muy mala persona. No soy más que un puto barato…

-      Diego, estás borracho – Enzo dijo ciñendo ligeramente las cejas al notar que el otro quería llorar. ¿De verdad iba a llorar? Ojalá que no lo hiciera. Sería coronar una noche de mierda si más encima tenía que consolar a un borracho.

-      ¿Estás enojado porque dije que eras pedófilo?

-      Bueno… es una mierda, pero qué le voy a hacer, eres algo estúpido e inmaduro – se le salió. La amabilidad de Enzo por muy a flor de piel que se encontrase, parecía confundida ante la forma impredecible en la que Diego conducía las cosas. A pesar de eso, no, no estaba enojado, sólo se sentía un poco cansado.

Le dijo a Diego que necesitaba bañarse, que sentía que él y toda su ropa olía a curry, así que se acomodara – aunque esperaba que no demasiado –. Colocó unas cuantas velas en el suelo, y en ciertas superficies de la tina para darse un baño, y mientras sus músculos se relajaban en el agua caliente deseó que Diego se durmiera luego. Cerró los ojos pensando en que mejor hubiese aceptado el sexo, y así se ahorraba el monólogo del mea culpa que Diego le tenía reservado. No necesitaba escuchar que era un buen chico, no con ese tonito compasivo de “Parecías una cosa horrorosa, pero en el fondo tienes buenos sentimientos”. Basura. Él no era bueno, ni malo, sólo era él. No necesitaba que sus bondades justificaran nada. No necesitaba que los de la oficina dejaran de desternillarse a sus espaldas sólo porque descubrieron que había un ser humano dentro de él.

Se mantuvo en el agua hasta que vio las arrugas en la yema de sus dedos, y con algo de frío en el cuerpo se levantó, envolviendo su cuerpo con la toalla. Tenía su ropa preparada sobre la tapa del inodoro, vistiéndose con el pijama de siempre, que era básicamente esa ropa que ya no podía usar de diario por lo vieja que estaba. Al salir, notó que Diego estaba sentado en el sofá, mirando su celular.

-      Me voy a acostar – le avisó, poniendo la toalla húmeda sobre la que había puesto Diego. Ya las lavaría y secaría como correspondía.

-      ¿Tan temprano?

-      No creo que la luz llegue esta noche, así que sí. Si quieres comer algo, come lo   que quieras. Y si mañana te quieres ir, y yo sigo durmiendo, no tienes por qué despedirte – le dijo para facilitarle las cosas.

-      No me odias ¿verdad?

-      No, no te odio – Enzo le dedicó una sonrisa –. Soy así, no es nada personal.

-      ¿Lo dices en serio?

-      Lo digo muy en serio. Me caes bien.

No tenía afán de alargar la plática, así que tomó su aclaración como una señal de despedida y se fue. Diego pareció querer decirle algo, pero se contuvo al ver tal determinación.

Parecía que la lluvia había cambiado de torrentosa a intermitente, mas eso Enzo no lo pudo notar porque se quedó dormido sin muchas vueltas en la cama. De repente, un peso en la cama hizo que sus ojos se abrieran con cierta resistencia. Su cabeza adormecida le había jugado una broma haciéndole creer que era Nugget acurrucándose a los pies de la cama. Le costó recordar que estaba muerto.

Notas finales:

¡Gracias por terminar el capítulo! <3


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