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Blossom Tears por CrawlingFiction

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Blossom Tears

 

El día a día tan acelerado impide ver el color de las flores, así había sido. Ahora el susurro de la muerte tras la nuca te obliga a voltear la cabeza. Así como el televisor al fondo de la cafetería.

"Se propaga el hanahaki hasta el sur del país con 140 infectados, reporta el Ministro de Salud en un comunicado publicado hoy. En el mismo se asegura que no hay infectados en la zona metropolitana. El Mal de las Flores japonés se expande sin precedentes por el Sudeste de Asia. El ministro acusa a su homólogo nipón de no crear las medidas de contención necesarias para […]”

El Mal de las Flores.

Bajó la cabeza y miró al vaso de vidrio que lustraba.

—¡Eh! ¡Quita eso, WonSik! —ordenó HakYeon, arrebatándole el control— ¿Acaso quieres ahuyentar clientes?

El silencio repentino le hizo apretar el vaso entre sus dedos, marcándose sus huellas en él.

—Ah, perdona, es que se me hacía interesante —encogió de hombros— Y tengo miedo de que a mi hermana le pase algo malo… —confesó, haciendo carcajear a HakYeon.

—Mientras no le haga ojitos a ningún chico no le va a dar nada —hizo menos, recogiendo los vasos y cubiertos ya limpios en la barra.

—¡Ahora es que la tengo que vigilar! Tiene quince, ¿sabes? ¡A esa edad el amor es lo único que les importa! ¡Agh! —se cruzó de brazos y sacudió la cabeza— Pero ella sabe, en el colegio le dieron una charla sobre ese fulano Mal de las Flores…

A una esquina de encuadre, dejó el vaso en la barra y murmuró:

—Medidas de contención...

HakYeon miró finalmente a TaekWoon.

—Quieren responsabilizar a Japón de que acá también se sufre de amor —suspiró con cierta añoranza.

El amor comenzaba a arrebatar de otras maneras a las ya convencionales. El Mal de las Flores, eso era, cuando las espinas del corazón se hacen pétalos entre las costillas. El florecer de la primavera nunca había sido tan desolador antes. Esa semilla sembrada en una mirada, una palabra, una fantasía que florecía enjaulada hasta la sangre ser una con el tinte de los pétalos y sus pistilos. El Mal de las Flores era la muerte olor lavanda.

TaekWoon miró a su reflejo en el vaso, encontrando en esa introspección otra vez la respuesta a sus temores días atrás.

Se escuchó la puerta abrirse con su característico campanear. Eran las tres de la tarde de un día primaveral. Pero, cuando se trataba de aquel visitante, hasta esa rutina tenía un toque de fantasía. Ya reconocía esos pasos desgarbados, ya reconocía ese perfume natural a vainilla, ya reconocía esa voz que reía por debajo de las demás en la cafetería. Ya sabía en cual lugar se sentaría, ya sabía qué iba a ordenar de la carta: Justo a la ventana que da a la avenida, y, un café, y a veces, un sándwich o una rebanada de bizcocho de naranja.

Supo de quien se trataba, y aun así mantuvo lo ojos al vaso que había secado.

Subir la mirada suponía morir. Suponía reafirmarse en lo que ya sabía.

Una punzada al pecho le hizo cerrar los ojos con fuerza: estaba enamorado de ese chico.

Ese chico sin nombre que se sentaba a la esquina que daba hacia la ventana y ordenaba café negro de lunes a viernes a las tres de la tarde. Ese chico al cual una vez le salvó la vida, y a él ahora se la estaba arrebatando.

El Mal de las Flores ya germinaba en su interior.

—TaekWoon, atiende la mesa sie-

—Ya voy —cortó, cogiendo la carta y su pequeño bloc de notas. Sus pasos parecían confiados cuando su corazón latía tan así. Sus ojos sonrieron por sobre su rostro neutro, detallando esos cuadernos abiertos de par en par. El chico subió la cabeza al saberse observado y le sonrió.

—Buenas tardes —dijo él, floreciendo hoyuelos a sus mejillas. TaekWoon detalló su rostro de primavera eterna. Piel blanca como la nieve y gestos genuinos que eran como el florecer tras el invierno. Cabello café, ojos de almendra, labios de cerezos en flor. Absolutamente él, era primavera.

“Pedirá un café negro. Hoy hace buen clima, pero tiene ojeras, entonces un bizcocho de naranja también. Siempre lo pide cuando está cansado”, pensó.

—Buenas tardes… ¿Qué ordenará? —preguntó tras una ligera reverencia. El chico bostezó y tras una sonrisita adormilada, lo meditó.

—Un café negro sin azúcar y una rebanada de torta de naranja —dijo apoyando la mejilla a su mano— ¿Hay?

—Siempre hay en primavera… —musitó TaekWoon, perdiéndose en esos ojos brillantes que le miraban. Así fuese sólo todos los días a las tres de la tarde por unos instantes, tener esos ojos reflectándose a los suyos era maravilloso. El chico ladeó la cabeza y rehuyó de la conexión poco después. TaekWoon aclaró su garganta y cabizbajo para simular el rubor, se alejó— E-En cinco se lo traigo.

—¡Gracias! —despidió volviendo su atención a sus apuntes.

Pasó la trastienda y pegó la espalda contra la pared, llevándose las manos trémulas al pecho que latía embravecido. Su sonrisa, así fuera con sueño, era indescriptible. Por cinco minutos, todos los días, a las tres de la tarde, ya era suficiente. Nunca fue un hombre ambicioso, podía conformarse con ello todos los días, por el resto de su vida. En medio de ese latido, las punzadas y la tos seca deshicieron la dicha. Entrecerró los ojos y lo recordó: el tiempo se le acababa.

Ese día, el chico que desde hacía meses estaba enamorado, no tenía suficiente efectivo. TaekWoon lo sabía, siempre pagaba en metálico. Pero, por esta ocasión, sacó la tarjeta y su identificación. Cuando HakYeon terminó de facturar, y con una amplia sonrisa el chico se marchó, TaekWoon se atropelló a la caja a buscar el otro pedazo de factura adentro. Sus dedos trémulos acariciaron el trazo impreso de su nombre. Ya sabía su nombre, y, tal como esas sonrisas adormiladas y ojos preciosos, fue como otra flor más en su primavera de soledad.

Lee HongBin, ese chico se llamaba Lee HongBin.

Todos los días, a las tres de la tarde, Lee HongBin llegaba. TaekWoon siempre atendía su mesa y con la fascinación silente con la que alguien observa un cuadro, le observaba. Detalló sus expresiones de confusión al no entender sus apuntes, de frustración cuando la tarea le salía mala, de agotamiento, de dicha, de tibia felicidad. Y con ello, creía saberlo todo. A HongBin le gustaban los dulces cuando estaba cansado y lo salado cuando no. A veces leía una novela para despejar la mente, de tapa dura y páginas amarillentas. Sólo un certero devoto a la lectura lee obras tan antiguas que ya no es de cultura general conocerlas o no. Usaba mayormente camisas y sudaderas azules o grises, que no le hacían justicia para el equinoccio que era.

“Primavera, eres todo primavera. ¿Y yo? De las pocas aves que no pueden sobrevivir a ella”

Al fondo de su pequeño bloc garabateado de pedidos, versaba con caligrafía desesperada. Lo sabía, la tos, la fiebre, lo taciturno que era y lo dichoso también. Amaba a alguien que no le podía amar.

Un día de esos, donde la primavera tras la ventana fue insuficiente cuando llegó, lo supo. Tomó su pequeña libreta, sintiendo esas palabras arder a flor de piel. La seguridad actuada de sus pasos se detuvo. Su primavera personal estaba con alguien más en la mesa.

—Hola… —murmuró, mirando a esos ojos cafés tan radiantes, en busca de respuestas que no le pertenecían— ¿L-Lo de siempre? —su voz vaciló, entintando frugal su rostro.

HongBin carcajeó, despeinando su cabello marrón.

—¿Tan aburrido he sido que ya sabes que voy a pedir? —bromeó, ensanchando la sonrisa y entregándole así un voto de fe. No obstante, el chico al lado le juzgó con sus afilados ojos rasgados y sonrió burlón.

—Tienes un acosador —dijo él. TaekWoon ruborizó, aunque el resto de su rostro relucía una palidez mortuoria.

—SangHyuk —reprendió abochornado. Sus ojos se turnaron a ambos, reflejando una disculpa con ellos— Este lugar es buenísimo, por eso siempre vengo, ¿y en parciales? Su café me restituye la vida —lentamente, le sonrió, consolándole en ese gesto— Lo de siempre —pidió.

TaekWoon anotó cabizbajo, conteniendo las mariposas infantiles dentro su estómago.

—Y yo, eh… ¡Un latte grande! —ordenó SangHyuk.

—En un momento se los traigo —despidió con prisa, ignorando las risitas de ese muchacho a sus espaldas.

Apenas cruzó la barra hacia la cafetera sus pies tropezaron. Se aferró a la barra y respiró lentamente, regulando el latir malsano de su corazón. El dolor regresó a torturarle, náuseas y deseos vomitar también. Cerró los ojos y se concentró en hallar esa voz grave y cantarina a su vez entre el murmullo perpetuo en la cafetería.

Esa voz, la misma que destrozaba su corazón día con día, era la única que le otorgaba alivio. Si creía que HongBin también le amaba, ¿no moriría? Si abrazaba esas sonrisas como cariño tímido y esos ojos brillantes como promesas todavía sin decir, ¿su corazón seguiría latiendo?

—¿TaekWoon? —asomó HakYeon desde la ventanilla de la cocina. TaekWoon negó con la cabeza y peinó su cabello negro hacia atrás. Le dio la espalda y preparó los cafés para la mesa siete.

—Pásame una rebanada de naranja para comer aquí —pidió en un hilo de voz, simulando la ronquera por no toser.

—Ya no hay, se aca-

—En la repisa de abajo guardé una rebanada —interrumpió, cubriéndose con la cara interna del codo para toser finalmente. Como espinas de rosa, el dolor se enganchó de su tráquea y pecho. HakYeon al descubrir la rebanada oculta entre garrafones de leche, frunció el ceño. La sirvió en un plato y la pasó por la ventanilla.

—¿Por qué la guardaste…?

Le miró de reojo, tomó las papeletas de azúcar y salió.

Y esa sonrisa de recibimiento le alivió el dolor, antes de aumentarlo en una agonía que en soledad tenía que soportar.

WonSik trapeaba los baños y HakYeon atendía las mesas cuando al atardecer, HongBin fue a pagar. TaekWoon en la caja disimulaba las manos temblorosas con los tecleos a la máquina registradora.

—Cada vez está más delicioso, deberé restringírmela o engordaré —comentó con una sonrisita. TaekWoon miró de reojo el platito con migajas de bizcocho y sonrió. La dicha era tanta que remordió sus labios para no llorar.

—Por favor, coma cuantas veces quiera —pidió con las mejillas al tinte del crepúsculo que filtraba por los ventanales— S-Siempre reservo una rebanada para usted.

—¿Eh? ¿En serio? —pestañeó sorprendido, y, TaekWoon lo juró, pero de esos pómulos un poco de rosa encarnó— Gracias, eres muy amable —entregó a las manos el dinero y desvió la mirada al suelo, rascando su nuca con nerviosismo— Eh…

—TaekWoon. Soy Jung TaekWoon —dijo lentamente, saboreando su propio nombre porque por fin se lo decía a él. Quería que lo recordara como siempre recordaba el suyo antes de dormir.

—Lee HongBin —sonrió, ingenuo a la factura vieja que conservaba en su billetera— Gracias por siempre cuidar de mi cuando vengo acá —dijo. TaekWoon contuvo la respiración y guardó el dinero dentro la caja, entregándole el cambio. HongBin sobresaltó y lo impidió, posando las manos sobre las suyas— No, quédatelo —sonrió con timidez. TaekWoon conservó por más que un instante la tibieza suave de sus dedos sobre la piel— Sé que puedes tomártelo de mala educación, pero te mereces un extra por el trabajo duro —añadió. TaekWoon miró a sus manos todavía conectadas, las de él eran pequeñas y tibias como un arrullo antes de despertar— B-Bueno, me voy, nos vemos —le soltó rápidamente. SangHyuk recargado en la entrada le jaló de la muñeca, saliendo ambos del local.

—Nos vemos… —murmuró, apretujando los billetes. Los dobló y guardó en el bolsillo delantero de su camisa. Podía percibir todavía el calor de sus manitas sobre ellos y sus propias manos— Si creo que me amas también, ¿no moriré? —sonrió cabizbajo, releyendo una y otra vez la factura en la ranura— ¿Puede un desconocido competir contra él?

Para él, no era un simple desconocido. Meses atrás, le había deslumbrado como los botones de las florecillas de campo al nacer antes de tiempo sobre la nieve:

>>Estaba solo en la cafetería, inusitadamente vacía. HakYeon y WonSik habían ido a ayudar al gerente a descargar inventario, dejándolo a él a cargo. De piel pálida y cabello como noche sin estrellas, era pleno invierno. Ojos ausentes, aura silente, labios enmudecidos cuando por dentro gritaba tanto. Absolutamente él, era invierno. Pero al más imbatible de ellos, las florecillas asoman. La puerta de vidrio tintineo, apareciendo de repente un chico con porte de hombre, pero rostro asustadizo de muchachito.

—D-Disculpe, ¿sabe cómo llegar a la estación de metro? —preguntó nervioso. TaekWoon subió la mirada a su revista, palideciendo al detallar su rostro. A primera vista, su belleza se hizo parte de su silencio escandaloso— ¡H-He dado vueltas por todas partes y no la consigo! Ya va a anochecer y no sé cómo llegar a mi apartam-

—Siéntate —interrumpió.

—Disculpe, n-no tengo dinero para… —el chico dudó, perlitas de rocío pendían de sus cabellos revueltos. En efecto era una flor de primavera.

—Está bien —volvió a hacerlo callar. La llovizna se hizo aguacero, iluminando el cielo nublado. El chico palideció, sentándose en la barra. TaekWoon le acercó una taza de humeante café negro y una rebanada de bizcocho de naranja— Te harán bien.

El chico sonrió y le dio un sorbo, tranquilizándose por el perfume y sabor del café. Esa presencia silenciosa, se sumó a darle paz también.

—Gracias… —volvió a sorber— Soy nuevo. Acabo de venir a Seúl por la universidad y me perdí y bueno… —subió la mirada, deslumbrándole con su sincera sonrisa— Pero me acabas de salvar la vida —ensanchó el gesto con la broma, pinchando con el tenedor el especiado postre— Oh… ¡Está delicioso esto! —suspiró, saboreando la naranja y la canela en el esponjoso bizcocho.

—No es nada… —una tímida sonrisa floreció de sus labios, maravillado por el relucir de sus ojos marrones.

Tras acabarse la comida y explicarle la dirección de regreso a casa, le vio marchar.

El invierno dejó de ser solitario, florecillas se asentaron en él. Y si, pudiera ver esos ojos marrones brillar así una vez más, de todo sería capaz. >>

—WonSik… —llamó en un murmullo ausente, dejando atrás ese recuerdo que regresaba a su mente cada día.

—¿Sí? —preguntó, desabotonándose la camisa de camarero.

—¿Te has enamorado… alguna vez? —sentado en el banquillo de cuero, jugaba con los billetes que estuvieron en su bolsillo toda la jornada.

—Eh, bueno… —vaciló, desdoblando su camiseta— ¿Antes de que fuera una enfermedad letal y dolorosa? Sí. ¿Por?

—¿De alguien que no conoces?

WonSik se volteó, dedicándole una mirada inquisidora.

—¿Te gusta alguna actriz o idol? —burló con una risita— Cuidado, que aún no dicen si el Mal de las Flores también atenta contra los otakus —su risa cantarina inundó el vestidor. TaekWoon sonrió apenas, resintiendo esas manos invisibles sobre las suyas— Oye —llamó más serio— Es peligroso… Todos los que han muerto fue porque… —se calló y le miró preocupado— ¿De verdad te gusta alguien? ¿En serio…?

—No —le sonrió— Sólo me quedé pensando en las noticias de hoy.

“Asciende a doscientos los infectados por el Mal de las Flores japonés. El Hospital Central de Seúl se haya en cuarentena por la acogida de veinte de los nuevos casos de hanahaki. El director Choi RyuHo declaró que se desconoce todavía el riesgo de contagio. Esta tarde, cinco muertos al sur del país han sido confirmados. Todos compartían el mismo patrón de vómitos sanguinolentos con pétalos marchitos, además de desgarros a la caja torácica por las espinas que contraen el sistema respiratorio hasta provocar la muerte. El Ministro de Salud insta a la población a mantener […]”

Esa noche, al llegar a casa, el dolor fue más y sus rodillas fallaron. Vomitó hasta hacerse bilis, y poco después, sangre. Sangre con pétalos de florecillas silvestres, de esas que son las primeras en asomar sobre la nieve.

“Primavera, eres todo primavera. ¿Y yo? De las pocas aves que no pueden sobrevivir a ella”

Sus ojos se sentían pesados, pero aun así los abrió. Se levantó costosamente del suelo del baño, reconociendo el amanecer por la ventanilla. El dolor al pecho se había perpetuado, sintiendo las florecillas subrepticias enrejar su corazón agotado de latir sin razones. Miró la taza del inodoro, entintada de sangre y flores blancas. Como ellas, como ellas era Lee HongBin.

Bajó la palanca y se miró al espejo. Debía ir al trabajo, porque a las tres de la tarde de hoy, su alma iba a sanar. Si HongBin permanecía a su lado, a pesar de no realmente estarlo, podría aguantar. Se conocían, habían compartido una mirada y un café tanto tiempo atrás, ¿y si por ello iba a diario a la cafetería? ¿Y si con café y bizcochos de naranja le buscaba? ´

Él lo ama, porque si no lo amara no existiría café negro sin azúcar ni rebanadas de torta guardadas celosamente en la nevera. Si no lo amara, jamás se habrían conocido. HongBin lo ama como la primavera ama al invierno; parece despedazarla a florecillas y deshielo, pero se aferran una al otro para que el tiempo los deje ser uno un poco más.

La primavera ama al invierno como el invierno anhela el reencuentro de ambos, a sabiendas de que ello lo matará.

Con prisa se alistó y salió corriendo al trabajo. El corazón dolía, porque era invierno, pero el invierno no es tal sin la hermosa primavera que lo necesita consumir.

A las tres de la tarde el dolor a las costillas amainó. HongBin asomó y directamente fue a la caja. TaekWoon le sonrió, sintiendo las flores y espinos retroceder cuando él se la devolvió.

—Buenas tardes —dijo.

—Hola —HongBin castañeaba los dientes y se encogía dentro su gruesa sudadera invernal. Afuera la aguanieve y el viento parecían espejismo decembrino— Hace un frío terrible, y eso que es primavera —comentó.

—Hay flores por todos lados —murmuró, detallando sus ojos adormilados y el rosa que coloreaba sus mejillas y naricita.

—Quizás por eso es que la gente se anda enfermando y no por la cosa esa del desamor —agregó con una risita casual. TaekWoon agachó la cabeza y asintió quedo.

—¿Lo de siempre?

—Sí, me congelo. Un café me salvará la vida —sonrió. TaekWoon tecleó el pedido, deteniéndose al recuerdo amargo del ayer.

—¿Esta vez sin latte? —preguntó.

—¿Eh? —el chico ladeó la cabeza, para después entender y sobresaltar— Oh, ¡Oh! No, vengo solo —explicó rápidamente— SangHyuk no tuvo clases hoy.

—¿Son…? —sus manos temblaron sobre el teclado. HongBin frunció apenas el ceño y retrocedió un paso.

—Somos amigos —dijo con frialdad. TaekWoon asintió, forzando una sonrisa.

—Parecen hermanos —comentó.

—Lo dicen todo el tiempo —sonrió, pero esta vez sus ojos no lo hicieron.

—Tome asiento donde guste, le llevaré su orden —su voz débil pareció suplicar, o así se lo musitaba el corazón. Al darse vuelta para ir a preparar el café, esa voz le detuvo.

—Disculpa —llamó.

—¿Sí? —le miró sobre el hombro.

—¿Te conozco de alguna otra parte…? —se inclinó.

Los labios de TaekWoon tiritaron antes de esbozar una amplia sonrisa, una de ojos como estrellas a la noche ausente que siempre fue. Antes de sentir qué era amar así.

—No, siempre he estado aquí.

Llevó la orden en un silencio apabullante. No había sonrisas corteses ni breves conversaciones. Nada, no había nada. Tragándose el nudo a la garganta que se sumó al perpetuo dolor, le observó comer desde la caja registradora. Miradas fugaces, sus hoyuelos florecer: nada. Dejó la taza y el plato sobre el mostrador y con una ligera reverencia dirigida hacia nadie en particular, se marchó. TaekWoon agachó la cabeza, apretujando entre sus manos la factura de hoy. Una lágrima se deslizó sobre su mejilla, y luego otra, y otra más.

Se levantó costosamente de la silla y fue a la cocina. Ahí sus piernas no lo soportaron más. Se recargó contra la pared y se sentó entre jadeos agónicos. Sus manos arrugaban el pecho de su camisa, suplicando en silencio que las espinas desaparecieran. Si él lo amara, el dolor ya no estaría ahí. Si él lo amara, la primavera y el invierno podrían ser uno solo.

—¿TaekWoon? —asomó WonSik con un bostezo— Oye, ¿sabes dónde está el-? ¡¿TaekWoon!? —corrió hacia él, recogiéndolo del piso donde se retorcía entre quejidos— ¿¡Qué tienes? ¿¡Qué te duele!?

TaekWoon le miró, tiritando de dolor como hoja al viento. Como la última hoja en otoño, antes que el invierno congelara todo a su paso.

—¡HakYeon! —salió corriendo a buscarlo. TaekWoon gemía y lagrimeaba, rezando, recordando, para no sufrir más.

Sus ojos bonitos, su sonrisa, su risa cantarina. El primer encuentro cuando era todavía muy inexperto para la gran ciudad. Si él está aquí, es porque también siente esto, las espinas, la miseria, no estás solo en esto, pensaba, pero era imposible. Las esperanzas extinguieron, cayendo a una oscuridad que comprimía los pulmones.

—¡¿Qué tienes!? —saltó HakYeon, despejándole el pelo de la frente perlada de sudor helado— Llama una ambulancia —se giró a WonSik, pero TaekWoon se levantó en un último aliento.

—¡No! —gritó.

—¡TaekWoo-! —antes de alcanzarlo, se fue corriendo.

El frío de la primavera congelaba sus mejillas, corrió y corrió, mirando a todas partes en su búsqueda. En un principio creyó que verlo todos los días a las tres de la tarde sería suficiente, para su alma hubiera sido así, pero su cuerpo creyó lo contrario. Antes no lo habría hecho, porque le temía al amor, al rechazo y se reconocía insuficiente para cualquiera. Por eso ama desconocidos, por eso añora ilusiones. Sólo ellas pueden controlar, su vida puede ser un desastre, pero la fantasía le mantiene en pie. El amor ficticio mantiene su corazón enfermo de raíz todavía latiendo. Por eso fabrica recuerdos y rescribe sueños, porque fuera de ellos HongBin…

Lo vio en una parada de autobuses. Encogido dentro su sudadera, pero rodeado de amigos que hablaban animadamente. De su risa escapaba vapor tibio, suficiente para cobijar su cuerpo friolento por la Muerte tan cerca.

—¡HongBin! —llamó. Se detuvo frente a él, apoyándose de sus rodillas para recuperar el aliento.

—Eh… ¿Hola? —dudó, mirando de reojo a sus amigos, que se acercaron igual de extrañados.

—¿M-Me recuerdas? Soy yo —se pasó rápidamente la mano debajo los ojos llorosos. El dolor lo estaba matando. Sus rodillas temblaban, pero su corazón seguía latiendo obstinado por amar. HongBin enarcó la ceja y miró a los lados.

—¿Quién? Disculpa, no te-

—¡Soy yo! —gritó, quebrándosele la voz en pedazos— ¡El de la cafetería! —jaloneó su camisa con desesperación— ¿TaekWoon? Soy TaekWoon… —su rostro palideció al notar su expresión confusa— T-Todos los días, todos los días a las tres de la tarde te sirvo café y t-torta de naranja y… —comenzó a temblar por completo, escurriendo lágrimas sin control— Y-y cuando recién llegaste acá, te ayudé, te d-di café y- ¡Recuérdame, por favor! —suplicó, tomando de sus manos. Tan tibias y suaves, no podía ser todo producto de su imaginación, ¿o sí?

¿Lo era?

HongBin se apartó asustado.

—N-No sé quién eres, lo siento… —retrocedió. En esos ojos sonrientes por los cuales tanto soñó, vio miedo y confusión— E-Estás confundido.

—¿De dónde salió este loco…? —murmuró uno de sus amigos, mirándole con desdén. TaekWoon retrocedió incrédulo. Su HongBin, su absoluta primavera que se encogía de frío en su sudadera, no le conocía.

—HongBin, vámonos —ordenó SangHyuk, apartándolos.

—¡Pero yo te amo! ¡Te amo! —gritó, alcanzando su mano una vez más— ¡No me hagas esto! —suplicó, apretando con fuerza su mano hasta doler— ¡Que lo haga cualquiera, pero tú no! ¡Tú no!

HongBin lo empujó, cayendo sentado a la acera encharcada.

—T-Te confundiste de persona —balbuceó— Lo siento.

Se marcharon rápidamente de allí, dejándolo en el suelo. Las personas retrocedieron con temor.

—¿Amor…? ¿Dijo te amo?

—N-No te acerques, tiene Mal de las Flores.

—¡¿Llegó a Seúl?!

—¡Aléjense, puede ser contagioso!

Voces anónimas tronaron alrededor. TaekWoon se levantó costosamente y huyó corriendo, esquivando ese bullicio que, sumado a esas palabras, era infernal.

Esa noche, al regresar a su triste apartamento, derrumbó al suelo. Sus puños temblorosos se intentaban aferrar al suelo, a algo que detuviera el dolor.  Su respiración era errática y no hubo sonrisas amables, recuerdos, facturas usadas ni billetes celosamente guardados que detuvieran la enredadera de carne y sangre que se volvía su dulce primavera.

Podía sentir como crecía en él a las esperanzas derrumbarse. Una oportunidad, una oportunidad para amar y vivir era lo que pedía.

¿Por qué el destino nos hizo encontrarnos? ¿Para morir?

¿Por qué no lo conoce si algo más allá del destino los unió?

¿Esa primera vez?

No existió.

¿Esas sonrisas que versaban amor secreto?

No sucedieron.

¿Esos billetes que seguían dentro el bolsillo de su uniforme?

Los había metido él a propósito.

TaekWoon parpadeaba, estrellando lágrimas a la madera.

¿HongBin había existido, siquiera?

Su espalda tensó antes de vomitar sangre con violencia. Los tímidos botones se hicieron florecillas en todo su esplendor. Algunas marchitas, otras recién cortadas de alguna pradera metafórica. Algunas abrigaban últimas esperanzas y otras ya pactaban su final. Miró a sus manos temblorosas y manchadas de sangre. Lágrimas en flor corrían por sus mejillas pálidas y la fiebre aguda acrecentaba el desamparo de su cuerpo.

Se estaba muriendo.

—Si él me ama, estaré bien. Si él me ama, estaré bien —rezaba con las manos aferradas a su pelo, encogido en el suelo temblando de dolor. Todos sus huesos crujían y las espinas raspaban sus costillas hasta casi astillarlas.

Agonía, el amor es agonía y la primavera también lo es. Tanto se habla de lo hermoso del amor y la primavera, pero se ignora la desazón y al invierno que se destruye entre sus manos.

—S-Si é-él me… —sollozó— ¡¿Por qué debería hacerlo!? ¡Estás loco, estás loco! —gritó, queriendo levantarse y cayendo de bruces por sus piernas fallar. Su celular al bolsillo timbraba desesperado, pero ya no tenía fuerzas. Se dejó vencer, ¿cómo sobrevivir a un amor que nunca fue amor? ¿Qué hacer cuando el amor es más que amor?

Estiró el brazo a la nada, queriéndolo atrapar. Si su último aliento se extingue por alcanzar la fantasía, tendría más paz que ahora. Sonrió, curvando sus labios al carmín de su sangre. Las espinas se prendaron a su garganta y las flores engulleron su corazón.

—¡T-TaekWoon! ¡TaekWoon! —azotaban la puerta y tiraban del picaporte— ¡Somos HakYeon y WonSik, abre la puerta! ¡Ábreme, por favor! —rogaba HakYeon.

Sin embargo, entrecerró los ojos.

>>Limpiaba una mesa cuando el primer día a las tres de la tarde comenzó a importar. Era miércoles y el invierno se rehusaba a partir. Ahí lo vio con una sudadera blanca que no hacía justicia al multicolor que era, pero sí a lo indeleble de su presencia.

—Buenas tardes —sonrió el chico. Ojos brillantes, hoyuelos en flor y labios como los cerezos que comenzaban a nacer por las calles. Abrazado a sus cuadernos era un retrato entrañable.

—B-Buenas tardes… —parpadeó impresionado, porque semanas atrás sí que no lo había olvidado, ¿cómo el invierno olvidaría la primera vez que vio florecer? — ¿Lo llevo a una mesa? —ofreció, ensanchando la sonrisa a esa risa suave envolverlos.

—Sí, por favor —asintió, dejándose guiar por la hilera de mesitas con vista a los ventanales. Como un niño en una aventura lanzó su mochila en la silla de la mesa número siete y se sentó— Esta me gusta, será mía ahora —ensanchó la sonrisa, estirando los brazos sobre la mesa.

TaekWoon rio y se sacó el bolígrafo de la oreja.

—¿Qué ordenará? —preguntó, más atento a su rostro precioso que al papel.

—Café negro y un poco de ese bizcocho de naranja —dijo sin mirar la carta siquiera. Lentamente, le sonrió y de sus ojos marrones hubo un brillo especial, de aquellos que estremecen y se hacen memorables— Me trae buenos recuerdos.

—¿En serio? —mantuvo la mirada, devolviéndole el gesto con suavidad. Mariposas a su interior se sumaron a esa primavera eterna adentro— A mí también…>>

Ahí estaba él, su voz, su sonrisa, los luceros de almendra que fueron sus ojitos.

Su corazón que tan fuerte había latido, dejó de hacerlo.

Absolutamente fue primavera, ¿y él? Triste invierno.


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