Era un día frío y lluvioso, como siempre la directora Waler se encargaba de sus acostumbrados deberes en los cuales no le podía faltar su taza de café y además, ese día era tan horroroso y frío que bien valía la pena pasearse con la humeante taza a riesgo de tirárselo encima.
La directora era una mujer grande y robusta, de piel morena y mirada severa que daba un claro mensaje, todo debía de transcurrir con la eficacia de un reloj suizo. Cosa bastante complicada pues ella trabajaba en un orfanato, más específicamente en el orfanato Le Reve, el único de toda la ciudad y que recibía a niños biológicamente sanos y otros que debido a sus enfermedades o deformaciones eran abandonados por sus padres.
Ese año había recibido un total de 7 bebés, todos habían sido dejados en la puerta de entrada, algunos con cobijas y una simple nota que marcaba su nombre y otros habían sido abandonados sin ropa alguna y con el cordón umbilical aún prendido de su ombligo. Esas eran escenas que ya estaba acostumbrada a ver, por ende, no le causaban ningún tipo de emoción. Era como si estuviese anestesiada.
Sin embargo ese día su sexto sentido le decía que algo fuera de lo común pasaría, generalmente los días lluviosos eran cuando nadie se acercaba al orfanato, esos días eran su descanso, pero algo en su interior le avisaba que no debía bajar la guardia pues pronto las cosas cambiarían.
De pronto, a la par de un relámpago, el timbre de la puerta de entrada sonó.
-Qué extraño...- dejó su taza en su escritorio, ningún trabajador había salido de le Reve y por ende nadie debía llamar a la puerta, espero otro poco y de nuevo el timbre sonó, esta vez con mayor insistencia. Algo cansada se dirigió a paso lento a la entrada, con sumo cuidado y con movimientos casi calculados quito los seguros de la puerta y se asomó por una rendija.
Lo primero que vio fue que a lo lejos se perdía una figura encapuchada, después sólo vio la lluvia caer.
- Otro más- suspiro abriendo la puerta y saliendo para ver que a los pies de esta había una canasta de mimbre con lo que parecía ropa, pero tantos años trabajando allí ya sabía lo que encontraría, se agachó y con un pulso firme apartó las cobijas que cubrían a un pequeño, apenas tenía unos cuantos días de nacido. Le tomo entre sus brazos y lo sacó de esa canasta, al hacerlo algo callo de entre las sábanas que envolvía al bebé, algo confundida tomo lo que se había caído y contempló asombrada un juguete hecho de plástico, era una figura de acción del capitán américa, traía su escudo y su casco puestos pero lo que más llamó la atención fue que detrás del escudo había un trozo de papel que, con letra perfectamente modelada, decía: me llamo Peter.
Por mera intuición supuso que era el nombre del niño.
- Con que Peter- giro su vista al niño que seguía profundamente dormido, ajeno a que había sido abandonado por su madre- veamos que más te han dejado- metió la mano en la canasta y revisó, aparte de una sábana de algodón encontró algo que sin duda le dejó perpleja. Oculto hasta el fondo de la canasta encontró un fajo de billetes de 100 dólares con una nota que decía: únicamente para los gastos de Peter, por favor cuídelo bien.
- Esto sin duda es extraño, ¿A qué niño abandonado le dejan dinero?- se enderezo metiendo el dinero en su bolsillo- y es una pena que te hayan dejado aquí, se ve que serás guapo cuando crezcas - con un dedo acarició la mejilla del bebé que arrugo la nariz ante la caricia- lástima, una verdadera lástima...
Dio un último vistazo antes de entrar de nuevo al orfanato y cerrar la puerta tras de si. Ese niño traía consigo más misterios de los que ella estaba acostumbrada a llevar, pero eso no lo sabría, hasta 15 años después cuando apareció por primera vez el súper héroe llamado Spider-Man.