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Acto de Fe por Svanire

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Notas del fanfic:

- Los Personajes principales de éste fanfic pertenecen a Erik Kripke, creador de Supernatural. El argumento es mío.
- Puede contener cierto OOC (Out Of Character)

Notas del capitulo:

Este capítulo lo escribí hace tiempo pero no me había decidido a publicarlo. Dejé de escribir durante mucho tiempo y un día volví a toparme con este escrito. Decidí darle una segunda oportunidad, retomarlo, trabajar en él e iniciar de nuevo.

 Las ideas van surgiendo sobre la marcha así que aun no estoy muy segura del rumbo que tomará la historia ni de su duración. Sin embargo, soy optimista (al menos, al escribir) y auguro que vienen cosas buenas, conforme la inspiración va volviendo a mí.

 

El antiguo Convento de Santa María se había convertido en un orfanato para jóvenes realmente problemáticos. Todos tenían antecedentes de familias disfuncionales, padres que habían cometido suicidio o que habían sido asesinados, muchos de ellos de manera brutal. Diariamente recibía a jóvenes de todas partes del país que, de un momento a otro, se habían quedado sin ningún familiar que pudiera hacerse cargo de ellos. Algunos llegaban asustados, con lágrimas en los ojos y temblando de pies a cabeza. Otros llegaban con la única intención de continuar siendo la “calamidad” que habían representado para sus padres cuando éstos vivían. Y otros más llegaban con la firme convicción de que, lo que sea que haya ocurrido con sus familias, era culpa suya.

 

Dean Winchester era uno de éstos últimos. Llegó a Santa María una tarde muy lluviosa, siendo un adolescente que, a sus cortos 16 años de edad, ya había sido testigo de la muerte de sus padres y de su hermano menor, Sam. Se había quedado completamente solo en el mundo y estaba convencido de que todo era su culpa. Creía que Dios lo estaba castigando, por ello había provocado fuego en su casa, un fuego infernal que no se sofocó hasta que su familia se redujo a cenizas sin que él pudiera hacer nada. De hecho, haberse salvado era un auténtico milagro, aunque la pregunta que rondaba su mente era: ¿por qué yo?.

 

Si alguien merecía ser castigado, era yo. No merezco estar vivo.

 

Mas lo estaba y por ello era forzado a vivir en un orfanato hasta que cumpliera la mayoría de edad. En aquellos momentos, lo que Dean más necesitaba era apoyo, guía y consuelo. Sin embargo, la madre superiora, que dirigía el orfanato, sólo reforzó su teoría diciendo que Dios lo estaba castigando por algo malo que había hecho y que todo lo pagaría en ese sitio. La anciana y cruel mujer sabía de lo que le hablaba, pues lo que le esperaba al único heredero de la sangre de los Winchester era una auténtica antesala del purgatorio.

 

Apenas se instaló, no tuvo tiempo para seguir llorando por su familia: le dieron la bienvenida frente a todos los chicos del orfanato, a punta de golpes con una vara. Mientras duraba su castigo, Dean se preguntó si aquello era siquiera legal, era la situación más humillante por la que hubiera tenido que atravesar. A su alrededor, cientos de ojos miraban atentamente el movimiento de la vara, algunos temblaban con el zumbido que hacía en el aire antes de golpear su carne, otros simplemente se burlaban de él. Sin duda, quienes lo hacían era porque ya llevaban bastante tiempo viviendo ahí y estaban curtidos por los castigos psicológicos y corporales que les infligieron. Dean lo supo con apenas mirarlos y tuvo la oportunidad de saberlo una vez que se integró a la vida dentro del orfanato.

 

Se levantaban a las 7:00 a.m. para asearse e ir a los rezos matutinos; los domingos asistían a misa. A las 8:00 recibían un miserable desayuno que apenas y les ayudaba a mantenerse en pie y soportar las clases que les impartían, la mayoría de las cuales eran sobre religión. Al mediodía tenían un descanso y comían algo, después hacían deporte o alguna labor encomendada por las monjas, sobre todo como castigo. A las 9:00 p.m. sin excepción, todos debían estar en la cama, después de haber hecho las oraciones nocturnas, desde luego.

 

Era una forma de vida “piadosa”, como a las monjas les gustaba llamarle, pero en realidad estaban criando niños y jóvenes arrepentidos y temerosos de Dios y del mundo. Quienes no se sentían temerosos, se burlaban de las enseñanzas y despreciaban toda virtud; habían decidido adoptar al pecado como una forma de rebelarse contra un mundo que les había dado la espalda cuando más lo necesitaron. ¿Quién podría culparlos? Eran muy jóvenes pero la gran mayoría ya había experimentado las situaciones más amargas que se pueden padecer en la vida.

 

Sin embargo, Dean tenía su propia manera de afrontar la situación. Pasaba la mayor parte del día solo, escondido en algún rincón del enorme y viejo edificio hasta que alguno de sus compañeros lo delataba. Entonces recibía su castigo y le sonreía al dolor experimentado. No sabía si eran las enseñanzas de las monjas o realmente así lo creía, pero sentía que sólo a través del dolor podría expiar sus culpas.

 

Lo merezco. Todo el dolor del mundo, eso y más merezco. Mamá… Papá… Sammy… Lo siento.

 

Cuando no estaba escondido, tenía algún castigo que cumplir, como lavar montones de trastes y cacerolas, fregar los pisos de los pasillos o limpiar las estatuas de los santos, que siempre estaban cubiertas de excrementos de las aves. Por supuesto, tenía que lidiar no sólo con eso, sino también con quienes siempre estaban ahí para empeorar el castigo. No faltaba quien de sus compañeros pasara por el pasillo y derribara la cubeta con jabón o quien se llenara los zapatos con lodo para ensuciar a propósito. Tampoco faltaba quien arrojara alguna porquería a las estatuas. No obstante, Dean aceptaba lo que fuera y nunca se quejaba.

 

Así transcurrió cerca de medio año, con castigos, golpes, humillaciones y rezos inútiles. Dean ya estaba más que habituado a la vida en ese miserable rincón del planeta pero ninguno de sus compañeros se cansaba de hacerle la vida imposible. En todo ese tiempo, nadie fue para realizar alguna adopción y Dean llegó a la conclusión de que a nadie le interesaba ninguno de ellos. Curiosamente por aquel tiempo, empezó a perder la que bien podía ser la única virtud que le quedaba: la paciencia. Lo que en algún momento fue casi lástima por cada uno de los delincuentes con los que convivía, se transformó en odio. A finales de octubre golpeó a uno de ellos hasta medio matarlo y recibió un castigo ejemplar.

 

Era sorprendente la fuerza con la que una monja podía empuñar y manejar una vara. Recibió 100 azotes frente a todo el orfanato, atado a los pies de una enorme estatua de la Virgen María, que era el sitio designado para ese tipo de lecciones. Después de su humillación pública, lo dejaron ahí atado, en plena lluvia atípica. Su carne abierta recibió las primeras gotas de lluvia con gran dolor, las cuáles después se convirtieron en pequeñas porciones de frío alivio para el ardor.

 

En aquel estado de agitación le sorprendió lo cansado que empezó a sentirse, hasta el grado de dejarse vencer por un sueño atroz y repentino. Se quedó dormido e inmediatamente después tuvo un vívido sueño que lo hizo dudar de si sólo era eso y no una experiencia extra corporal.

 

Estaba aún a los pies de la Virgen María pero cuando la miró, se llevó una enorme sorpresa al ver que tenía el rostro de su madre. Lo miró amorosamente, con una sonrisa hermosa que llenó de lágrimas sus ojos.

 

-Mamá…  -musitó con la voz quebrada a causa del llanto y la emoción.

 

Su madre se inclinó y le besó la frente. Dean cerró los ojos, sus lágrimas salieron una tras otra y se distribuyeron por su rostro. Cuando volvió a mirar a su madre, notó tristeza en su mirada, producida a causa de las heridas que tenía su hijo en la espalda. Entonces le dijo, con una voz que hacía eco en la cabeza de Dean:

 

-Hijo mío, ¡cuánto daño te he hecho!

-Tú no has hecho nada, mamá -lloró Dean- Todo ha sido mi culpa. Perdóname.

-No tengo nada que perdonarte pero escúchame bien: se acercan tiempos oscuros, Dean. Debes ser más fuerte que nunca.

-¿De qué hablas?

 

Mary continuaba de pie sobre el pedestal, como la estatua de la Virgen que había estado en ese lugar. Alargó su brazo y puso su mano sobre la cabeza de Dean, acariciando su cabello húmedo. Luego continuó:

 

-Reza, Dean. Tienes que rezar.

-¿Para qué? -preguntó con impaciencia, sabiendo bien que rezar no le había servido de nada.

-Reza, hijo mío. Y en tus oraciones debes invocar a…

 

Se despertó de golpe. Su respiración estaba tan agitada como si hubiera corrido un maratón. Se dio cuenta de que estaba en su habitación, completamente a oscuras. Un súbito escalofrío le recorrió el cuerpo, seguido de otros más. Cuando se llevó la mano a la frente se percató de que tenía fiebre.

 

Su extraño sueño parecía tener explicación: debido a la fiebre, seguramente había alucinado que la estatua de la Virgen María se había convertido en su propia madre y que le había hablado de cosas sumamente extrañas. Mas tenía una extraña sensación, estaba muy intranquilo y ansioso, anhelaba con todo su corazón haber podido saber a quién debía elevar sus plegarias. Fuera alucinación o no, aquellas palabras dichas por su madre resultaban demasiado llamativas.

 

Pensando en su sueño, volvió a quedarse dormido, pero esta vez tuvo pesadillas atroces, en las que él era torturado por un ser invisible de horrenda voz y cruel carcajada. Gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas y un grito sonoro salido de su boca fue lo que lo despertó. Segundos antes de que abriera los ojos, una suave voz le susurró, cual si se tratara de una dulce psicofonía que se había colado entre sus sueños:

 

El Arcángel Castiel… Es a él a quien debes recurrir...

Reza, Dean Winchester...

 


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