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Pequeña muerte por NaranjaMorada

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Notas del fanfic:

Phoenix Wright: Ace Attorney y todos sus personajes pertenecen a sus respectivos autores y son usados aquí con meros fines de entretenimiento y fangirleo.

Notas del capitulo:

Esta historia la publiqué originalmente en AO3, pero necesito revivir esta cuenta así que últimamente andaré editando mis viejos fics de Ace Attorney para subirlos por acá. Sólo espero terminar pronto lol.

Un smut entre Miles y Phoenix. En fin, espero les guste.

El timbre del departamento de Miles Edgeworth resonó en la estancia y no pudo hacer más que sonreír. Apartó las gafas de su rostro y las colocó sobre la mesa, encima del periódico que apenas estaba leyendo, y fue a abrir. Solamente había sonado una vez, por lo que, al parecer, su visita estaba plenamente consciente de que debía esperar y aquello le agradó: si seguía así de obediente, puede que lo recompensara.


Lo primero con lo que se topó fueron los ojos castaños de Phoenix Wright contemplándolo. Vestía ropa casual y tenía las manos en los bolsillos del pantalón, mismo que era de su característico tono azulado. Una sonrisa (esa que tanto le encantaba a Miles, pese a que no lo admitía tan fácilmente) apareció en el rostro del abogado, que lo miró antes de desviar la vista por un momento, como si no quisiera estar ahí, volviendo a posarla en el fiscal casi enseguida. Este se limitó a alzar una ceja, sin apartarse de la puerta para dejarlo pasar.


Había ocasiones en las que ninguno de los dos hablaba, se limitaban a dirigirse miradas, toques leves que duraban segundos o sonrisas que a primera vista lucían nerviosas. Sin embargo, dicho silencio no era incómodo o al menos no para Miles, que sabía perfectamente interpretarlo, o al menos lo suficiente como para comprender qué deseaba Phoenix. Por su parte, él lo sabía, sabía que Miles era capaz de leerlo como si fuera un libro abierto: que estuviera frente a él sin hacer ningún ademán de entrar o irse, esperando una señal por mínima que fuera, lo comprobaba. Tragó saliva.


 —Wright. Si no eres específico, no podré entenderte —empezó a decir el más alto. El otro sabía que mentía, ¿cómo no saberlo si tenía esa sonrisa en el rostro? La de alguien que se sabe deseado y querido, y que nada pierde con molestar un poco... sólo un poco, a su amante.


 —Te quiero a ti —respondió Phoenix antes de que siguiera hablando. Era la primera frase que decía desde que llegó, y ante eso Miles se limitó a encogerse de hombros y suspirar. ¿Llegaría el día en que lo saludara como se debía?


—Eso me temía —repuso, falsamente consternado. Quizá el juzgado le creería, pero Phoenix sabía detectar esas mentiras tan obvias —. Aunque, llegar a esta hora, de forma tan intempestiva... dudo que pueda atenderte, a diferencia de ti, me encuentro muy ocupado...


No pudo seguir ya que la risita de Phoenix lo interrumpió. Su risa de niño travieso, esa que tanto le gustaba, pero no lo diría. Al menos, no en ese momento.


—No veo motivo de gracia...


—Miles —se le acercó, colocando la diestra en su pecho y con los ojos fijos en los suyos —. Oye, en verdad no quiero interrumpir nada. Me iré, ¿sí? Perdona por quitarte el tiempo.


Phoenix dio media vuelta para irse hasta que sintió la diestra del fiscal jalándolo de la ropa. Sonrió triunfal a la par que el otro lo atraía hacia sí y cerraba la puerta.


 


II


La cama de Miles era mucho más cómoda que el sofá o el escritorio (donde siempre intentaba no arrugar ninguno de sus importantes papeles en pleno frenesí), por lo que, primeramente, se estiró perezoso antes de sentir el peso del fiscal encima. Lo miró fijo, dedicándole una sonrisa pequeña, misma que el otro le correspondió.


—¿Por qué siempre haces eso? Llegar de la nada como si siempre pudiera atenderte…


—Pero igual lo haces, ¿no? —preguntó Phoenix, en ese tono suave que usaba para juguetear con el fiscal. En realidad, sabía exactamente en qué momento estaba desocupado, y, de todos modos, no creía que hubiese problema en llegar cuando tuviera trabajo: confiaba en sus habilidades y en que podría ayudar a terminarlo. Tales pensamientos se borraron de su mente al sentir los labios de Miles contra los propios, por lo que lo abrazó fuerte contra sí a fin de que no se separasen. Debía admitir que no había pasado mucho tiempo desde su último encuentro, pero era inevitable desear tenerlo cerca (y dentro) en días como esos, días en que tanto Trucy como Apollo y Athena se ausentaban por cuestiones de trabajo o para divertirse. Los entendía, eran jóvenes y necesitaban distracciones…


Y él, por su parte, necesitaba a Miles.


Soltó un jadeo en cuanto le alzó de la camisa lo suficiente para dejar al descubierto su pecho, mismo que acarició y fue bajando hasta el abdomen. Phoenix ladeó la cabeza, entrecerrando los párpados presa de una súbita vergüenza, no podía evitar que siempre le ocurriese eso cuando Miles lo tocaba: correspondía con todo gusto a sus caricias para que de repente quedarse quieto, deseando cubrirse el rostro con la almohada para que no notase el rubor en sus mejillas. Todo empeoró en cuanto sintió los pantalones descender por entre sus piernas junto a la ropa interior. Se mordió el labio inferior, esperando que Miles rompiera el silencio con algún comentario, pero, desde luego, no lo hizo: le gustaba tomarse su tiempo para jugar con su cuerpo y permanecer callado para contemplar la desnudez de Phoenix. A veces parecía perderse en sus pensamientos y se limitaba a mirarlo con una expresión indescifrable en el rostro, por lo que era el abogado quien debía tomar la iniciativa y empezar el acto. Sin embargo, esta vez no fue así: fue Miles el que inició todo, el que empezó a masturbarlo con la izquierda antes de bajar la diestra hacia su entrada en un movimiento que sabía que lo haría enloquecer. Phoenix sintió un escalofrío bajándole por la columna vertebral.


—M-Miles, por favor... —susurró al tiempo que hacía un vano intento por cerrar las piernas, ya que el fiscal lo sujetaba con fuerza de los muslos para impedírselo.


—Por favor, ¿qué? Ya sabes que debes ser específico en lo que deseas... —se burló, no podía evitar hacerlo: Wright lucia tan indefenso frente a él, tan necesitado... llegaba a figurársele parecido a cuando estaban en el juzgado y él lograba acorralarlo con alguna prueba irrefutable. Ese instante era prácticamente el mismo, aunque cambiando el tribunal por la soledad de su alcoba. La voz del otro lo sacó de sus pensamientos:


 —Más lento, o s-si no... —ladeó la cabeza, al tiempo que fruncía el ceño. No se sorprendía de la poca consideración que el otro tenía hacia él en ese momento, Edgeworth disfrutaba torturarlo dentro y fuera del tribunal de la misma manera en que lo hacía dentro y fuera de su cuerpo — .No resistiré mucho —se sinceró. Escuchó como soltaba una risita y enseguida los dedos se movieron en su interior de un modo suave pero insistente. Se mordió el labio —¡M-Miles!


Por Dios, qué habilidad tenía. No sabía con cuántos tipos había experimentado antes de estar con él, pero al menos tenía la noción de saber que, ahora mismo, el fiscal le pertenecía. No pudo seguir pensando, no cuando Miles movió los dedos con un ímpetu tal que parecía desear volverlo loco. Su erección dolía. El otro estaba todavía vestido por lo que no sabía en qué estado se encontraría la suya, ahí bajo el pantalón. Volvió a morderse el labio.


—¿Qué sucede, Wright? Recuerda que, si quieres algo, debes pedirlo.


"Tu verga, en mi boca. Ya"


Atinó a entreabrir los labios, pero los cerró enseguida al tiempo que jalaba entre sus dedos la sabana de la cama. Joder, no estaba seguro si le gustaba tanto como le dolía, aunque era probable que sí.


—Seguirás guardándote todo, ¿eh? —dijo Miles al tiempo que sacaba los dedos de su interior. Phoenix lo miró, suplicante, en cuanto se llevó las manos a la cremallera del pantalón — .No creas que no he notado hacia donde miras, Wright. Nuestro trabajo requiere mucha... observación.


Lo segundo que supo fue que el miembro del fiscal estaba frotándose contra su mejilla. Alzó los ojos para verlo ahí, con el brazo apoyado en la cabecera de la cama y la sonrisa socarrona en su sonrosado rostro.


—Sabes qué hacer, novato —dijo el más alto. No tuvo que repetir la orden: Phoenix se apresuró a abrir la boca y aquel pedazo de carne se perdió dentro. Empezó a mover la cabeza lentamente, de la manera en que sabía que le gustaba a Edgeworth: sus suspiros le hicieron saber que iba por buen camino. Su lengua se paseó por lo largo del tronco, procurando no usar los dientes o, de ser así, lo menos posible. Miles no había colocado todavía su diestra encima de sus cabellos, lo que significaba que lo estaba haciendo tal y como él quería. Aumentó de a poco la velocidad, y no pudo evitar bajar la mano hacia su propia entrepierna y empezar a masturbarse al ritmo de las succiones. Estaba durísimo, así que no le costaría nada de trabajo correrse después de un rato. El pene del fiscal lo invadía sin ninguna clase de compasión, del mismo modo en que lo hacía siempre... y, por Dios, como lo disfrutaba. Estaba a punto de perder la cabeza y simplemente dejarse llevar por su instinto, por las ganas de rogarle a Edgeworth que no se detuviera, que terminara en su boca o jamás se lo iba a perdonar. Sintió su mano retirarle los cabellos que se le habían quedado pegados en la frente, y ese fue el único detalle dulce que tuvo con él: lo tomó con violencia y hundió su miembro en lo más hondo de su garganta. Phoenix se sintió momentáneamente asfixiado, más todavía al sentir sus fluidos deslizándosele entre los dientes. Miles se separó suspirando pesadamente, hilos de saliva y semen bajaban por la barbilla del abogado quien se limitó a relamerse los labios de forma mecánica, tan perdido se encontraba en el placer. Tragó el semen que se había quedado rezagado y lo sintió deslizarse por su garganta.


 —¿Puedo correrme, Miles? —fue la pregunta que rompió el silencio y Edgeworth, entre pesadas aspiraciones que hacía para reponerse, asintió con la cabeza. Esbozó una cansada sonrisa.


 —Puedes correrte, Phoenix —contestó, y observó como la mano del abogado se movía desesperadamente contra su erección, mientras que la otra sirvió para subir hasta su pecho y pellizcar el pezón más próximo. Hizo la cabeza hacia atrás, estirándose en la cama con toda la desesperación del mundo. El sabor del semen del fiscal continuaba en su boca y el aspirar su esencia no hacía más que ponerlo frenético, arqueando la espalda entre gemidos que sonaban casi lastimeros. No duró mucho: se vino entre sus dedos, ante la mirada de un complacido Edgeworth que lo observaba con una sonrisa en el rostro. Phoenix sintió elevarse hasta que cayó pesadamente sobre las húmedas sabanas, respirando con dificultad: su pecho subía y bajaba en un ritmo calmado. Ah, la pequeña muerte, la única muerte con la que estaría dispuesto a cargar toda la vida. La diestra del fiscal en su abdomen lo devolvió a la realidad.


—¿Qué te parece si te das una ducha y preparo algo de comer? Debes tener hambre. Siempre te da hambre después de que terminamos —dijo. Ya era el Miles que lo consentía y se preocupaba por su bienestar, no esa bestia que lo poseía rudo y fuerte. Pese a todo, negó con la cabeza.


—Duchémonos juntos y luego cocinamos algo. No me apetece separarme de ti en todo el día —respondió. El más alto pareció sorprendido al oírlo, pero no pudo más que sonreír derrotado y asentir. Se incorporó y le tendió la mano con su acostumbrada elegancia para que pudiesen ir juntos al baño. Phoenix no dudó en tomarla.

Notas finales:

¡Gracias por leer!


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