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Confianza por Kaiku_kun

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Confianza

 

Un día en el centro comercial con Tohru y Kanna podía ser un auténtico fastidio para Kobayashi.

Todo el mundo tiene que hacer cosas que no le gustan, o no puede hacer otras tantas como le gustaría. La mayor parte de las veces la única solución es lidiar con ello. En algunas ocasiones muy específicas, depende del estado de ánimo de la persona saber hacerlo o disfrutarlo.

Y esto último es lo importante en Kobayashi.

¿Cómo se le había ocurrido decir en semejante día «vale, vayamos juntas al centro comercial»? ¿No había aprendido nada durante este tiempo viviendo con ellas? No quería ni imaginarse, de todas maneras, si además hubieran venido el resto de dragones. Ahí sí que ya no aguantaba.

—Necesito una cerveza —renegó, mientras veía a Tohru y a Kanna pararse literalmente en la primera tienda del centro comercial para comentar sobre ropa—. Pero si igualmente vais siempre con la misma ropa, la que vuestras escamas os proporcionan.

—No, no, no, no, muy mal, Kobayashi —replicó la mayor de ellas, Santa Maid Pechugona—. Seamos humanas o dragonas, de vez en cuando a las chicas nos apetece un cambio de look. O por lo menos desearlo.

—Oye, ¿y yo qué soy entonces, un alien?

—Papá Kobayashi —musitó certeramente Kanna, mientras Tohru le reía escandalosamente la gracia.

—Me siento mucho mejor, gracias.

Repetimos: la mayor parte de las veces… sólo la mayor parte. Kobayashi no era de hielo y, bueno, obviamente ser más masculina y tener un cuerpo que lo demostrara tenía sus ventajas, pero si las hormonas se quedaran siempre quietas y calladitas, la pobre chica no estaría en esta situación.

A veces, una tiene sus momentos de debilidad.

Lo que todos conocían era esto: Kobayashi odiaba no tener un cuerpo más femenino, más como Tohru, pero sin exagerar. Era plana como una tabla de madera, no tenía culo, la ropa de chica habitual no encajaba con ella porque sobraba tejido por todas partes y lo único que indicaba que era una mujer era que sus caderas, que aunque ni por asomo eran tan anchas como cualquiera de las dragonas que conocía, se alineaban bien con sus piernas de forma que hacía pensar a los demás: «vale, no eres un tío».

Anteriormente Tohru ya le había hecho probar vestidos de forma forzada. Error, nunca salía bien. Kobayashi acababa más incómoda que otra cosa. Ni con la dragona ofreciéndose a obrar milagros con su magia. Peor aún.

Ahora hacía tiempo que eso no pasaba, y quizás, sólo quizás, echaba de menos esa incomodidad. Hormonas, le llamaban a eso.

—¿Qué te parece este vestido? —preguntaba Tohru a Kanna mientras Kobayashi se lo miraba con algo de envidia.

—Apretado.

«Toma, para ti también un poco de salsa», se burló Kobayashi mentalmente, viendo que Tohru hacía un mohín y lo dejaba en su sitio.

—Puedes decir algo, ¿eh? Que me compro ropa para que a ti también te guste.

—No, gracias, Kanna ya me hace el trabajo. Sólo tengo que sentarme y observar con unas palomitas en la mano cómo te destruye.

—¡Ya te vale!

Se fueron de la primera tienda con las manos vacías, pero para desgracia de Kobayashi, podría haber una quincena más a la vista. Probablemente a la quinta o la sexta se sentaría en un banco a echarse una siesta mientras las dragonas daban tumbos como tontas. Si es que Kanna tenía razón: era totalmente Papá Kobayashi, con su birra, su postura muerta en un banco. Pasaría perfectamente como uno de esos maridos agotados esperando a sus mujeres.

Eso, si no fuera porque se levantó del revés, y en lugar de cansancio e indiferencia sentía celos y envidia. Ella también quería.

Pero ahora dile a un dragón obsesionado contigo que quieres que te ayude con algo de ropa. El numerito sería brutal. Kobayashi no podía confiar en la calma y serenidad de Tohru y, en caso de haber venido sólo con Kanna, con el secretismo de la niña. Kanna lo aireaba todo con una facilidad impresionante, lo que llevaría a cortocircuitar la mente reptiliana de Tohru y ya está, Kobayashi estaría huyendo de la loca de su maid de nuevo.

«Qué me costaba haber dicho que no y haber ido sola otro día. Impaciente», se regañó la humana.

La suerte no se puso de lado de Kobayashi de todas formas. Hacia la tercera o cuarta tienda (era fácil perder la cuenta) encontró un vestido que le gustaba. No era nada espectacular, verde oscuro, estampados florales blancos, una faldita… Esa clase de ropa que nunca, nunca, nunca le quedaría bien.

Miró a su alrededor: había algunos clientes, un par de dependientas, las dragonas pululando por ahí cerca… No podía hacer nada. Lo dejó a un lado mientras volvía con Tohru y Kanna con algo de amargura y renegando sobre su oculta feminidad, que sólo aparecía una vez al año para tocarle las narices.

Se iba a acercar a las chicas cuando oyó algo entre medias:

—… Supongo que pensé que le gustaría verme de otra forma. Le encanto de maid y todo eso, pero creo que ya hemos pasado la fase de que sólo soy eso para ella. —Kanna no dijo nada—. Además, creo que se siente mal por algo y no sé cómo ayudarla.

Muchas cosas se le podían recriminar a Tohru; la falta de apoyo no era una de ellas. Tuvo el impulso tonto de ir y contárselo todo, pero fue sólo un segundo. Volvió con calma y luego salieron de la tienda.

—¡Helado! —exclamó Kanna a su manera. Delante de ellas, al otro lado del pasillo, había una heladería que estaba abriendo justamente. Kanna empezó a dar botecitos al son de sus palabras—. Helado, helado, helado…

—Me convendría un descanso —añadió Kobayashi.

Las tres se acercaron a comprar helados y se sentaron en un banco que había cerca. Fue un silencio ocupado en el dulce en el que Kobayashi aprovechó para pensarse si le decía algo a Tohru. Es decir, estaba tentada de comprarse ese vestido aún.

El helado sabía de maravilla. Le hubiera gustado descansar un poco más, antes de que las dragonas decidieran moverse de nuevo.

Pasaron por algunas tiendas de juguetes y de material escolar. Allí Kobayashi se sentía de verdad como papá/mamá porque Kanna empezaba a mirarse mucho más en serio lo que podía o no podía comprarse y la mayor simplemente adoraba sus discretas reacciones cuando encontraba algo mono que le gustaba.

Ahí fue donde cometió el error: sonreír. Qué tontería, ¿no? Se le quedó la sonrisa atrapada en sus labios por la felicidad de Kanna y pasaron a la siguiente tienda después de comprarle un nuevo set de lápices de colores. Ella iba toda contenta mirándolos e ignorando los comentarios de Tohru sobre más ropa, mientras que Kobayashi seguía sonriendo, caminando por su cuenta. Encontró entonces otro vestido que le gustaba, más oscuro, pero que destacaba mejor las plantas estampadas. Era casi igual al otro, de forma.

Miró disimuladamente a Tohru, y la sonrisa desapareció al instante. Ella la estaba mirando de reojo con una sonrisita. Kobayashi hizo como que se desentendía y paseaba por la tienda hasta llegar a ellas de nuevo.

—Así que era eso… —susurró Tohru con diversión.

—¿Qué era el qué?

—No disimules.

Kobayashi esperó un segundo o dos, mirando discretamente a su alrededor.

—Por favor, no montes uno de tus espectáculos.

Kanna estaba distraída con su pequeño trofeo, así que no sabía de qué iba la cosa. Levantó la cabeza para mirar a Kobayashi, y al verla atribulada dijo:

—¿Papá no está contenta? Tohru ha dicho que estabas rara.

—Hoy tengo un día tonto —se sinceró a ella.

Para cuando se volvió hacia Tohru, ella no estaba. Kobayashi se esperaba lo peor, pero la dragona sólo volvió con ellas con ese maldito vestido en la mano, como si se lo fuera a probar ella.

—Toma —dijo—. Entra y pruébatelo.

—No. Sabes que no me sientan bien.

—Eso tiene arreglo —replicó, sonriendo.

—No me gustan tus arreglos.

—Me gusta —musitó Kanna, tomando la parte de la falda con la mano—. Suave.

A veces se preguntaba si Tohru usaba a Kanna como chantaje emocional. O si simplemente conspiraban contra ella.

—Vale —bufó—. ¡Una vez! Me lo pruebo una vez y ya.

—¡Bien, bien, bien! —se emocionó Tohru.

Mientras entraba en el vestuario y se cambiaba, Kobayashi pensó que todo estaba saliendo mejor de lo que esperaba. Pero había un pequeño problema: mientras nadie lo sabía, tenía ganas de tener un vestido; ahora que ellas dos sabían que lo quería, todo lo que quería hacer era largarse sin él. La presión podía con ella.

Por eso no se extrañó cuando se vio en el espejo.

—En fin, supongo que esto terminará con este sentimiento durante una temporada.

No le quedaba ajustado. Era tan delgada que le quedaba ancho. De altura, bueno, no le importaba que la falda quedara un poco más baja de lo normal pero, en general, bien no le quedaba.

—¿Ya estás, Kobayashi? —le susurró Tohru al otro lado del probador.

—Sí, ahora me vuelvo a poner mi ropa.

—¿Qué? ¡Queremos verte!

—No voy a salir. —Lo que Tohru se tomó como un «puedes entrar»—. ¡Tohru, largo de aquí!

—Oh, vaya, no se te ajusta.

—Oh, vaya, tienes ojos.

—Voy a ayudarte.

—¡No quiero tu ayuda! No quiero ni que detengas el tiempo, ni que me vuelvas dragonil, ni quiero lucecitas, ni nada. Todas las veces que me has intentado ayudar en esto han sido un desastre y acabas montando un numerito. Sólo quiero largarme.

Kobayashi se empezó a quitar el vestido, qué más le daba que Tohru estuviera delante (aunque ella estaba algo chocada por la réplica). Aquello había sido un error.

—Para, ¡para! —la detuvo Tohru, tomando sus manos. Kobayashi no se resistió, pero tampoco la miró—. No puedo decir que te entienda, pero sé que a veces… Bueno, quieres ser más mujer. Nunca lo dices, y eso me enfada, porque veo que te pasa algo y no sé cómo solucionarlo. Déjame ayudarte.

—¿Cómo? —musitó.

—Un pequeño arreglo.

—¿Temporal?

—Te lo prometo.

La luz de la magia de Tohru pasó desapercibida en toda la tienda excepto por Kanna, que seguía esperando pacientemente a que salieran. Y apenas duró un segundo.

—Ya está.

Kobayashi había cerrado los ojos y no se atrevía a mirar. Antes sintió su cuerpo y lo repasó un poco. No había pechos despampanantes (de hecho, no habían cambiado nada), ni un culazo, la cara parecía que seguía siendo la misma. Aliviada, abrió los ojos y miró a Tohru.

—¿Qué me has hecho…?

—Ah pues… ¡Espera!

Antes de que Kobayashi se girara hacia el espejo, le arrancó la goma del pelo de un tirón.

—¡Au! ¡Mierda, Tohru, eso duele! —se quejó sin miramientos, mientras la dragona le revolvía y retocaba un poco le melena.

—Mucho mejor. Ya puedes mirarte.

El enfado se le pasó al instante. El vestido le encajaba a la perfección, y le gustaba mucho cómo le conjuntaba con el pelo suelto. Una oleada de calidez controlada inundó su cuerpo y sonrió discretamente, mirándose los lados del vestido y la falda.

—¿Qué me has hecho? —repitió—. ¿Cómo…?

—A ti, ¡nada! Bueno, te he dado un poco más de curva… —Kobayashi la miró de reojo, con morritos de irritación, pero era totalmente fingido. Le daba igual todo ahora mismo—. Pero principalmente he hecho que el vestido se ciñera más a ti.

—Los de la tienda se cabrearán…

—Oh, ¡no te preocupes! Ahora el vestido es mágico. Se ajusta a tu cuerpo de la mejor forma posible (quizás con el tiempo perderá efecto, pero se puede reponer) y vuelve a su forma original cuando te lo quitas.

—Es… genial. Lo admito.

Kobayashi, la tímida, fría, sosa y aburrida, se inclinó para saludar como una princesa y luego dio una vuelta sobre sí misma. Tuvo que aguantarse la risa y todo. Era todo lo que su cabeza quería que fuera. No era espectacular, pero se sentía guapa y, más importante, cómoda.

—Gracias, Tohru —le agradeció, por fin dejando de mirarse al espejo—. Significa mucho para mí.

Quizás fue la emoción, o la comodidad, o simplemente el día tonto con su feminidad, pero siguió sus impulsos y se acercó lentamente a Tohru para darle un beso suave en los labios, uno que le demostrara la emoción y la paz que estaba sintiendo ella en esos instantes.

La lástima fue que cuando le fue a dar un segundo beso, de regalo, notó la mano de la dragona descendiendo hasta su trasero, y como toda respuesta le pellizcó en un costado.

—¡Au! —chilló, dando un bote.

—Dragona mala, te dan la mano y agarras el brazo.

—Eso ha dolido…

—Anda, sal, que se lo voy a enseñar a Kanna.

Tohru salió, escarmentada, y Kobayashi se dio un repaso más, toda sonriente, antes de salir del vestuario. Kanna ya la esperaba, expectante.

—¿Qué te parece?

Kanna esperó un par de segundos antes de querer que la auparan. Kobayashi cargó con ella encantada.

—Mamá Kobayashi está guapa.

—Oi, gracias cielo —le susurró, dándole un beso en la mejilla—. Me alegro de que te guste.

—A partir de ahora la verás más así —se avanzó Tohru.

—No te creas que mi lado femenino sale constantemente —rechazó Kobayashi—. Devuélveme el aspecto de antes que me cambio.

—No te cambié nada, en realidad, sólo quería ver tu reacción.

—Mejor, más fácil.

En cosa de un minuto, Kobayashi volvía a ser papá, y no mamá, pero por lo menos ahora tenía la seguridad de que podía ser ambos. Todo gracias a Tohru. Había valido la pena confiar en ella. Su lado femenino saldría una vez cada varios meses, y ahora ya no tenía miedo a frustrarse por ello.

Salieron del centro comercial las tres tomándose de las manos.

 

FIN

Notas finales:

Espero que os haya gustado :D tengo Caminando entre Dragones también, un exitazo de 45 capítulos, por si os quedáis con las ganas :)


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